miércoles, 2 de octubre de 2013

Homilía: “Si la nuestra Fe no nos causa una tensión en el corazón, entonces tenemos que preguntarnos en qué Jesús estamos pensando” – XVI domingo durante el año


Anoche agarré en la televisión nuevamente la película Los Juegos del Hambre, y me vino en el principio la imagen de este evangelio. Para los que no la vieron narra la historia de un país en el que hay trece distritos y el capitolio. Después de que uno de esos distritos, que era de los más pobres, se revela, el capitolio comienza unos “Juegos del Hambre” en el que se eligen jóvenes de doce a dieciocho años para hacer unos juegos que llevan a la muerte a todos, y gana solamente uno.
Más allá del argumento de la película, muestra la desigualdad social y la opresión que hay junto con el hambre de estos lugares. Como logran en general las películas o los medios más visuales, uno se violenta, porque la película empieza mostrando el hambre y la opresión que hay para conseguir un poco de comida en uno de estos distritos, y después, cuando van hacia la ciudad, la opulencia de la comida y de que pueden comer lo que quieran.
Cuando uno lo ve tan de manifiesto (podríamos sacar fotos de nuestra realidad actual en distintos lugares), lo ve mucho más claro que lo que hoy pasa. Y pensaba en ese abismo que hay en la película entre estos distritos que tienen mucha hambre, y una ciudad totalmente opulenta. Pensaba en cómo estos abismos se van manifestando cada día más en el mundo en que vivimos. Leía en estos días una revista que decía que el 1% de la población mundial, posee más que el 56% más pobre de nuestro mundo. Si uno se pone a pensar no tiene por dónde empezar cuando uno ve ese abismo de diferencia. Seguía diciendo que las 356 personas más ricas tienen más que 2.600 millones de personas en el mundo. Cuando uno empieza a mirar y a ver estos números, dice: acá hay algo que no cierra, acá hay algo que está mal.
Como nosotros fuimos favorecidos en la vida -Dios nos regaló un montón de cosas-, esto muchas veces nos pasa desapercibido. Pero cuando empezamos a ver un poco más en detalle, hay cosas que nos empiezan a hacer ruido en el corazón. Ese abismo se va viendo de diferentes maneras. Podríamos sin ir más lejos ver entre nosotros. Por ejemplo la diferencia entre los barrios; tenemos barrios muy ricos al lado de villas. Cómo decimos: “uh, por esa calle no se puede pasar.” Es como que hay un abismo. Por estos lugares podemos transitar, por estos otros no; porque la diferencia hace que eso no se pueda. Pero no sólo en eso. Podemos verlo también en el acceso a la salud, cuando tenemos una mejor condición económica, en general podemos acceder a buenos planes de salud, y la gente más pobre no accede a eso, queda prácticamente afuera. Estando en Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud, los brasileros nos decían: “ustedes no saben lo que es la pobreza. Acá directamente no pueden ir a los hospitales, no los atienden a los más pobres.” La desigualdad se ve también en la educación; entre los que podemos acceder a un colegio privado, y los que no. Eso también genera un abismo.
Hace unos años, cuando estaba en la parroquia del Huerto, me quedó grabada una imagen. Estábamos comenzando el ciclo escolar en el Colegio María Santísima de la Luz (muy carenciado), y al comenzar las clases vino una mamá a preguntarnos por qué no habíamos incorporado a su hijo a primer grado. No lo habíamos incorporado porque era imposible, no teníamos manera; ya estábamos sobrepasados de alumnos en las clases, y le decíamos: “Mirá no podemos, no podemos, no podemos.” Y la frase de la madre fue, “Bueno, no hay problema. Anótenmelo para el año que viene. Yo espero, y mi hijo empieza el colegio un año más tarde; pero a un colegio estatal yo no lo mando.” Y uno ahí se da cuenta del abismo que hay. Porque ese colegio no está ni cerca de los colegios a los que nosotros estamos acostumbrados, pero para ella era un refugio aunque sea poder encontrar este lugar. Y esas cosas se van haciendo cada vez más grandes, y las separaciones cada vez más fuertes.
Creo que el único camino es animarnos a ver cómo podemos tender puentes. Si no tendemos puentes entre las distintas realidades, si no trabajamos para que las cosas sean diferentes, la diferencia es cada vez mayor. La separación es cada vez mayor. Y eso es lo que ocurre en esta parábola que acabamos de escuchar. Tiene dos partes muy diferenciadas. En la primera, un hombre que tiene mucho, rico, que hace banquetes y come opulentamente; y por otro lado un pobre, llamado Lázaro. En esto me quiero detener un momento, porque ¿saben una cosa?, es el único nombre propio que Jesús pone en una parábola. Fíjense en cualquier parábola del evangelio: el Padre Misericordioso: hijo mayor e hijo menor; el Buen Samaritano: sacerdote, levita, samaritano; el Sembrador; nunca pone un nombre. Pero acá sí Jesús nos dice que ese pobre es Lázaro. Llamativo, ¿no? La única vez que nombra a alguien es a una persona muy pobre. Y nos dice que esta persona no podía acceder ni siquiera a lo que se caía de esa mesa en la que comían.
La siguiente imagen es una vez que ambos han muerto. Uno en el cielo, y el otro parece que bastante lejos. Nos dice que Lázaro, que sólo recibió males en la vida, ahora está en el cielo; lo que ellos llamaban estar “junto a Abraham”. Este hombre rico en cambio, está en lo que nosotros llamaríamos el infierno, sufriendo. Acá viene la pregunta a Jesús, ¿por qué sucede esto? La respuesta es: porque vos recibiste tus bienes en vida. En cambio, el recibió males. Llegamos acá, y la condición cambia. Lo más llamativo es que no hay ninguna apelación moral en esto. No dice, “este hombre era una mala persona”. No dice si la persona pobre era buena o mala, no dice si la persona rica era buena o mala; lo único que dice es la condición. No marca nada más. Esa condición cambia cuando llegan al cielo. En esto el evangelio es muy parecido a la primera lectura, donde el profeta Amós le reprocha al pueblo que pasa lo mismo. “Ustedes, que comen manjares opulentos, que se acuestan en palacios de marfil, que se olvidan del otro, ya verán lo que va a pasar.” Es decir, el problema es cuando no se tienden estos puentes.
¿Qué es lo que se le está pidiendo a este hombre? Nada extraordinario. La parábola va a algo muy concreto: vos tenías mucho para comer, y alguien que estaba al lado tuyo no lo tenía, y vos no le diste. Es muy simple el resultado de lo que está pasando acá. Sin embargo, ese abismo no lo posibilita. Dicho así es un poco duro pero este evangelio de Lucas es determinante con la gente rica. Para Lucas no es un milagro que un rico entre al cielo, son como siete u ocho juntos más o menos. Es fuertísimo esto. Se ve que Lucas vio una opresión tan grande que dijo: si acá hay alguien que tiene más y no hace algo por los otros, no hay salida. Por suerte tenemos otros evangelios porque acá se nos complicaría a muchos que hemos sido favorecidos en la vida. Lucas nos invita a a ver qué es lo que está a nuestro alcance para tender puentes, porque si no cada vez nos separamos más, cada vez hacemos más abismos, cada vez la diferencia es más grande. Nos tenemos que preguntar ¿qué es lo que yo tengo para dar y qué es lo que cuestiona mi corazón?
Creo que la clave acá es la segunda lectura, porque Pablo le dice a Timoteo: “pelea el buen combate de la fe”.  Es decir: luchá por tu fe, peleá por tu fe. ¿Qué significa eso? Significa que la fe trae problemas en la vida. Y si la fe no nos cuestiona, si la fe no nos causa una tensión en el corazón, si esto que nos pasa no nos complica la vida, entonces tenemos que preguntarnos qué fe tenemos, en qué Jesús estamos pensando. Porque continuamente Jesús nos está diciendo: mirá, acá tenés que esforzarte un poquito más, acá hay algo que tenés que hacer, acá hay algo que tenés que cambiar. Obviamente que nos tiene mucha paciencia, pero la fe nos tiene que cuestionar en el corazón. ¿Qué es lo que hacemos por los demás? Porque si no nos vamos distanciando cada vez más; y las diferencias son tan grandes que a veces hacen un ruido grandísimo.
El fin de semana pasado fui a un casamiento. En un retiro al que fui después unos chicos me preguntaron qué pensaba yo de las fiestas de casamiento. Y sin juzgar a nadie (no quiero que nadie se sienta agredido por esto), yo le dije: “Mirá, la verdad que hay muchas fiestas de casamiento que me parecen una vergüenza, o por lo menos a mí me hacen mucho ruido. Ver cierta riqueza tan grande y tanta gente que no tienen ni para comer, por lo menos, evangélicamente nos tendría que cuestionar. A nosotros que somos cristianos nos tendría que hacer ruido.” Por suerte estos chicos pensaban más o menos igual, o no me dijeron si pensaban distinto, pueden hacerlo; pero creo que hay desigualdades que nos tienen que empezar a hacer ruido en el corazón. Tengo que empezar a pensar cómo yo puedo trabajar por el otro.
Podríamos pensar en un montón de cosas; el fin de semana pasado leía en la revista de La Nación algo de “party planners”, ¿de qué estamos hablando? Gente que hacía fiestas para chicos, que gastaba una fortuna; seguimos haciendo cada vez más separaciones. Gastamos una fortuna para los chicos. “Buzos de egresados para los de jardín”, ya no sé qué quieren inventar, pero a ver, ¿eso no hace ruido en los corazones de los cristianos? ¿No nos cuestiona qué es lo que estamos haciendo? ¿Hacia dónde estamos caminando con esta desigualdad tan grande que se produce?
Podemos pensar en las cosas que hacemos siempre. Las fiestas de 15, por ejemplo. Hay muchos jóvenes acá. Cuando salen los sábados a la noche, lo que se gasta en un pre-boliche, ¿no nos cuestiona eso? ¿No nos hace ruido la plata que de alguna manera tiramos en cosas superficiales o que no nos sirven para nada? Hay otro que está a nuestro lado que no tiene nada. Eso es lo que está diciendo Jesús. Lo que nos está diciendo es que si no creamos puentes no lo estamos escuchando. Si no nos empieza a tensionar en el corazón, y a cuestionar nuestro modo de vida, y cómo podemos ayudar al otro desde nosotros, hay algo que falta. Ayudar se puede de muchas maneras, eh. Hoy había un montón de jóvenes acá trabajando para Un Techo Para Mi País, me pararon como en ocho semáforos más o menos. Esa es una manera de ayudar, tal vez muchos habrán estado. Hay muchos de los jóvenes de acá que hacen un montón de tareas solidarias, por ejemplo, algunos van al barrio de acá cerquita; los de San Agustín dedican un rato de su sábado, otros que van a las tutorías o al apoyo escolar. Hay mil maneras de ayudar, hay mil maneras de tender puentes. Hay mil maneras de decir: “yo fui favorecido con esto, ¿cómo me puedo preocupar por el otro?
La primera pregunta es si lo voy a hacer. La segunda pregunta es ¿cuándo? Porque muchas veces, como pensamos solamente en nosotros, todo lo demás se posterga. Siempre es: “más adelante”, “cuando esté un poco mejor”, “cuando tenga un poco más de tiempo”, “cuando tenga un poco más de ganas”… Siempre hay una excusa. Jesús va a que se acaben las excusas, a que la vida es preocuparse por el que más necesitado está. Esto es lo que hizo Jesús. Siendo Dios, se hizo hombre, vino, y dijo: ¿Quiénes son los más alejados? Hace poco escuchamos la parábola de la oveja perdida; fue y la buscó.
¿Quiénes son aquellos que encontramos que están perdidos? Y, ¿cómo nos preocupamos? Ese es el combate de la fe que dice Pablo, cómo el evangelio nos hace ruido, para preocuparnos los unos por los otros, cómo desde el cristianismo vamos tendiendo puentes para hacer un mundo más justo.
Pidámosle a Pablo, aquel que peleó el buen combate de la Fe, que nos ayude a nosotros a poder hacer lo mismo.

Lecturas:
* Am 6,1a.4-7
* Sal 145,7.8-9a.9bc-10
* 1Tm 6,11-16
* Lc 16,19-31

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