sábado, 3 de octubre de 2009

Homilía: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»

En la película Corazón de Caballero, William comienza a ganar torneos compitiendo contra otros caballeros y así empieza a ganarse el corazón de Joselyn, que era la princesa del lugar. Eso lo va logrando a través de muchas cartas que le envía, que le escribían sus amigos. Así con esas poesías comienza a ganarse su corazón. Pero llega un momento en el que se encuentran, en una escena medio grotesca, en la que él entra con un caballo en un templo, y se ponen a charlar los dos. Ella le pide que le diga algo lindo, él esta en el horno porque no era lo que mejor le salía, no era lo que sabía hacer, y ella le pide que ya que no le puede decir nada lindo, que quiere saber que va a hacer por ella. William le responde: “yo voy a ganar el torneo por vos”. Y Jocelyn que ya estaba cansada de que todos los que se le acercaran dijeran que iban a ganar el torneo por ella, se enoja, no le importa, no quiere que gane el torneo por ella. “Si, lo voy a ganar, voy a vencer a todos” le responde William. “No, no quiero eso” le contesta Jocelyn. “Bueno, ¿qué es lo que querés?” le pregunta él a ella. Y Jocelyn le Contesta: “si me amas, si verdaderamente me querés, quiero que pierdas”. William le dice que esta loca pero Jocelyn le vuelve a insistir que si verdaderamente la quiere, que haga lo que le pide.
Y más allá de lo que pasa en la película, donde después de darle una lección, cuando esta compitiendo le va a pedir que ahora cambie y gane, lo que resuena es que están en otra sintonía. Que si bien de alguna manera ellos están enamorados y se quieren el uno al otro todavía no han podido encontrarse, todavía no han descubierto verdaderamente quién es el otro. Y él en especial no sabe exactamente qué es lo que ella necesita. Y le da aquello que cree que quizás es lo más importante, aquello que lo hace grande, y no verdaderamente lo que ella busca, que es el corazón de él, que es su propia vida, que es que de alguna manera él se entregue a ella.
Y esto nos sucede de diferentes formas y maneras también a lo largo de nuestra vida. Cuantas veces queremos entregarle algo al otro en los diferentes vínculos que tenemos pero no terminamos de encontrar qué es lo que le queremos dar al otro. O no terminamos de encontrar qué es lo que el otro nos quiere dar. O lo que el otro nos esta dando en ese momento no es lo que nosotros precisamos y necesitamos. Cuantas veces pasa por ejemplo en la relación entre padres e hijos, en la que uno siente que esta haciendo todo por el otro, que esta trabajando un montón, que le esta dando un montón de cosas y de pronto el hijo no siente que eso sea lo que quiere del padre o de la madre. Y uno comienza a frustrarse. O el mismo hijo, que siente que le va bien en el colegio, que siente que hace tal cosa, tal otra, y que ni la mamá o el papá terminan nunca de estar conformes con lo que hace. Más allá de que pase justo de esta manera, cuantas veces en esto o en otras cosas de la misma índole, sentimos como que estamos en otra sintonía, que queremos agradar, o entregarnos, o complacer al otro, pero que no encontramos cómo.
O también en otras facetas de nuestras vidas: en los noviazgos, en el matrimonio; donde muchas veces sentimos que las cosas se van apagando, donde nunca termino de entender y de comprender al otro, donde muchas veces sentimos, como en este caso, que quedamos en otra sintonía. Y también, cuantas veces quedamos como en otra sintonía en nuestra vida de fe. Cuantas veces no comprendemos lo que Dios nos esta pidiendo. O no sentimos que no escuchamos o descubrimos presente a Dios en aquello que hoy nos esta pasando. O no percibimos que Dios nos responda. Cuantas veces sentimos una aridez muy profunda en el corazón, o cuantas veces sentimos que lo que Dios me esta pidiendo no es verdaderamente lo que yo quiero, lo que yo deseo. Puede ser la manera de vivir, la manera que tengo de hacer las cosas, la manera de actuar. Y el problema es que eso hace que de a poquito nos vayamos separando del otro. De a poquito vaya como creándose un margen, una distancia, entre nosotros. Y creo que ese es el momento en el que necesitamos sobre todo animarnos a confrontar con el otro. Animarnos a sentarnos y discutir, dialogar, charlar, poner lo que pensamos en común; y descubrir qué es lo que le esta pasando en el corazón al otro y qué me esta pasando a mi. Porque sino puede suceder lo que acabamos de escuchar en el evangelio.
El domingo pasado escuchábamos que Jesús anunciaba su pasión y su resurrección. Él nos decía que era el Mesías, que iba a morir y resucitar y los discípulos le contestaban que eso no iba a pasar. Bueno, como escuchamos el domingo pasado Pedro se comió el reto más grande de todo el Nuevo Testamento. Y entonces cuando Jesús lo vuelve a repetir, lo vuelve a decir: “yo soy el Mesías, que voy a morir, que voy a sufrir, que voy a resucitar”, ahora no le dicen nada. Directamente callan, hacen silencio. Hay algo que los separa de Jesús. Entre lo que Jesús esta deseando, y lo que ellos están esperando de Jesús, hay una distancia tan grande que ya no se animan ni siquiera a confrontar. ¡Callan!. Y no es un silencio respetuoso de lo que el otro esta diciendo, o un silencio que brota de la aridez que hoy tengo en el corazón de que no se que decir o no se que hacer; sino un silencio de que estamos en dos polos totalmente opuestos. Y es por eso que hablan entre ellos sobre otras cosas y aún cuando Jesús les pregunta qué es lo que estaban hablando, se quedan callados. No quieren ni dialogar con Jesús porque se dan cuenta que se han alejado de Él, que no están viviendo lo que Jesús les esta pidiendo. Y es ahí en ese momento, que Jesús los confronta. Jesús sabe que de alguna manera tiene que hacerlos volver, que de alguna manera los tiene que hacer acercar a Él. No los puede dejar seguir distanciándose y por eso les sigue enseñando. No deja que se sigan alejando, sino que les enseña que es lo que tienen que vivir y de que manera.
A ver, seguramente los discípulos no entendieron nada de lo que les estaba diciendo Jesús en ese momento. No comprendían lo que sucedía pero Jesús necesitaba volver a ponerlos en camino, volver a estar en contacto, intentar dialogar para encontrarse con ellos. Y ahí les dice: “el que quiera ser el más grande, que se haga servidor de todos”. Y ni ellos, ni nosotros, terminamos de comprender estas palabras que continúan “que los primeros sean los últimos”. Porque vivimos en un mundo donde se nos pide otra cosa en general. En la mayoría de las cosas se nos pide que seamos primeros, en la mayoría de las cosas se nos pide que luchemos siempre por más, por más y por más. Y el problema no es, podríamos decir, buscar una realización personal. Todos tenemos que encontrar aquello que nos realice. El problema es a costa de que yo hago eso. A costa de que los discípulos están diciendo quien es el más grande.
Porque sino terminamos en la Iglesia también como pasa en el mundo, haciendo una escala. Y bueno, hay ricos, entonces tiene que haber pobres; hay grandes, entonces tiene que haber chicos, hay gente que vive en abundancia, hay gente que tiene que pasar hambre. Hay gente que es muy linda, entonces hay gente que es muy fea. Hay gente exitosa, entonces hay gente que fracasa. Y siempre pareciera que tiene que haber una escala, quién esta arriba, y quién esta abajo. Quien es mejor. Y Jesús quiere romper con esto, Jesús quiere romper con nuestra manera tradicional de pensar las cosas, con lo que tal vez nuestro cuerpo, o nuestra vida, o nuestra mente nos lleva casi por inercia. Con la manera con que el mundo nos invita a vivir. Por lo menos, Jesús les dice: ustedes vivan de otra manera, relaciónense de otra manera. Y la manera de vivir, de seguir a Jesús es ponerse a servir. ¿Quieren ser el más grande? Sirvan más que cualquier otro. Pónganse al servicio de los demás, piensen en el otro.
Entonces nosotros podríamos pensar que Jesús nos esta pidiendo que nos olvidemos de nosotros. Eso quiere Jesús, ¿qué nos olvidemos de nosotros mismos? Creo que todos tenemos experiencia que cuando pensamos en el otro, cuando nos entregamos al otro, muchas veces eso nos realiza. Y también cuando el otro piensa en mi, cuando el otro se entrega a mi eso también a mi me realiza y así dándonos nos ayudamos a realizar a los demás.
Cuantos de acá han ido a misionar, han ayudado en alguna actividad solidaria, han ayudado a gente que lo ha necesitado, se han acercado a alguien que necesitaba de ustedes y no solo han sentido que han ayudado, sino que eso ha llenado sus corazones. Cuantas veces el otro cuando yo lo necesitaba se ha acercado a servirme, a ayudarme, a estar presente en mi vida y eso me ayudó, me hizo crecer, pero no solo a mi, sino también al otro. Es como que descubrimos, en ese entretejido que ayudándonos nos vamos realizando todos. Pero eso sucede cuando aprendemos a abrir el corazón, cuando aprendemos a pensar en los demás, cuando nos ponemos al servicio.
Y el mejor ejemplo de esto es Jesús. Porque por un lado podríamos pensar que por ponerse a servir no terminó muy bien ya que murió en la cruz, casi solo, abandonado, casi vacío. Pero ¿eso vació su corazón? El tener que entregarse de esa manera hasta el final, que vemos que lo fue dejando solo, ¿lo alejo o lo acercó a los demás? Porque Jesús murió porque ese era su deseo, porque esa era su manera de entregarse al otro. Y por eso logró el gran premio para todos, que es la resurrección. Por eso nos dio vida a todos. Porque se quiso hacer el último, porque se puso al servicio, porque descubrió que su vida podía ser para los demás. Y eso no lo dejaba vacío sino que a lo realizaba.
En la medida que también nosotros nos animamos a realizarnos juntos a crecer como familia, como matrimonio, como amigos, como comunidad, a fortalecer nuestros vínculos sirviéndonos, ayudándonos, eso nos ayuda a realizarnos, eso nos ayuda a crecer, eso nos ayuda mirar de otra manera. Pero para eso tenemos que animarnos a dialogar. Tenemos que animarnos a tener la misma sintonía, tenemos que animarnos a crecer juntos.
Miremos a Jesús, a aquel que se puso al servicio de los demás, a aquel que entregó la vida por el otro, que también nosotros encontremos en ello la realización, que también nosotros encontremos en eso la felicidad, en descubrir por quién o por quiénes quiero entregarme. En descubrir de qué manera y de qué forma quiero ir dando mi corazón, para que de esa manera podamos crecer todos juntos, para que de esa manera podamos encontrarnos con Jesús.
(Domingo XXV durante el año, lecturas: Sab 2, 12. 17-20; Sal 53, Sant 3, 16-4, 3 Mc 9, 30-37)

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