viernes, 10 de octubre de 2014

Homilía: “¿Cuál de los dos cumplió con la voluntad del Padre?” – XXVI domingo durante el año


Recuerdo cuando era chico, que como yo soy el mayor de los nietos de ambos lados, mis abuelos o mis tíos me hacían muchos regalos. Pero lo peor que me podía pasar era que un día vinieran, me trajeran un regalo, y me dijeran: “Es para compartir.” Entonces, yo tenía que luchar contra mí mismo en el corazón. Me daban algo, estaban el resto de mis hermanitos, o mis primos, y había que ver cuán mezquino era mi corazón en ese caso, ¿no? ‘¿Cuánto le tengo que dar?’ Es claro que me habían hecho un regalo, eso era mío, pero tenía que compartirlo con los otros. Entonces empezaba a mirar cuántos caramelos tenía, y me costaba abrir el corazón y descubrir que ese regalo que me habían hecho era algo que me habían dado gratuitamente, y que podía ser feliz si lo compartía con los demás. No es que haya madurado totalmente en eso, y todavía tengo algunos resabios en mi vida actual, pero cada uno de nosotros podría mirar: ¿qué de esas cosas que aún me caen como regalo me cuesta compartir? Tal vez podríamos mirar los armarios de nuestras casas para ver qué cosas guardamos en los cajones.
Tenemos un corazón en el que nos cuesta mucho entender lo gratuito. Nos cuesta mucho entrar en la dinámica del don. El pensar: esto es un don, es un regalo, es algo que se te dio. Y automáticamente tendemos a romper la dinámica, a abortarla. Un ejemplo es cuando viene alguien y les dice: tomá, te traigo un regalo por esto… y uno dice: “No, no. No tenías.” Claro que no tenías, sino deja de ser regalo. Si tiene que traerte algo entramos en algún tipo de transacción, pero no en la dinámica del regalo. Por eso nos cuesta mucho. Nos genera algo raro en el corazón; cuesta aceptar que venga de manera gratuita. Cuesta entenderlo. Cuesta aceptar desde el regalo, o un gesto de cariño, de amor, que se me ha dado como don. Lo primero que entonces empiezo a pensar es: ¿qué hago después? ¿Cómo se lo devuelvo? Y si me hizo, un buen regalo: “Uh, cuando llegue su cumpleaños le voy a tener que hacer un buen regalo.” Entramos de nuevo en eso de cómo devolver aquello que se nos dio. Pero si yo tengo que devolver lo que se me dio como regalo, deja de ser regalo. Desde el otro lugar pasa lo mismo. Si yo le hago un regalo a otro solamente esperando que el otro me lo devuelva, y si no me le voy a quejar, entonces no le di un regalo. Inventémosle otro nombre, pero no es un regalo. El regalo entra en la dinámica del don.
 Esto es algo que día a día la misma vida nos va pidiendo que volvamos a vivir. Esto que es tan simple de explicar con un regalo, pasa también con la dinámica del amor. La dinámica del amor es: yo te doy amor porque quiero. El amor es gratuito por definición. Si lo tengo que pagar hay un problema muy grave en lo que está pasando. Pero sin embargo, muchas veces genera en mí una reciprocidad. Ahora, la reciprocidad está muy bien siempre y cuando me llame a amar; quiero devolver el amor con amor, lo quiero dar, no lo quiero guardar, no lo quiero poseer. Tengo que entender que no es para poseerlo sino para darlo. La propia dinámica del amor es expansiva, se abre a los demás. Pero en general esto también nos cuesta, vamos como midiendo en función de lo que hizo el otro. Se hace como si fuera un laberinto de ir viendo cómo voy ampliando mi corazón. Me cuesta vivir esa dinámica del amor gratuito. Pero el don, como les decía, es gratuito por definición. Yo tengo que aprender a dar.
Para no dejarlos sin película este domingo, en la primera imagen de Cadena de Favores está Chris Chandler en la puerta de una casa, viendo que hay un montón de policías que están por atrapar un ladrón. Él habla con la policía, se distrae, sale el ladrón con un auto y le choca su auto. Él empieza a enojarse, y sale un hombre anciano y le tira las llaves de su Jaguar, y le dice: -tomá, para vos-. -¿Cómo para mí? ¿Cuál es la trampa? ¿Vos estás loco?- No puede entender cómo se le da algo así de gratuito. Pero el anciano le contesta: hazlo por otro. -Pero, pará, pará, ¿de dónde salió esto?- Entonces empieza a rastrear toda esta cadena, que comienza con Trevor haciendo un ensayo para el colegio. “Yo hago algo por tres personas para que eso se multiplique, para que eso se dé.” ¿Cómo? Gratuito, es un don. Llama a la reciprocidad, a que eso se expanda.
Ésta es también la dinámica propia de la fe. Desde chiquitos nos enseñan que la fe es un don. Pero entenderla así nos cuesta. Primero, porque la tenemos que aceptar. ¿Cómo la fe es un don si yo tengo que aceptarla, hacerla crecer? Es como un regalo. A mí me dan un regalo y yo lo puedo abrir, o lo puedo dejar en un cajón, puedo decir “no me interesa, de vos no quiero nada”. Por eso es un don. No es algo mío, me lo tienen que dar. Eso me lo regaló Jesús. Jesús me regala la fe. Ahora eso no significa que no implique todo un camino, un proceso, un trabajo, donde yo lo tengo que hacer crecer. Pero siempre la fe entra dentro de la dinámica del don. Sigue siendo un regalo, algo que se me dio, y no me lo puedo apropiar. No puedo decir: es mío. Porque ahí es cuando empiezan los problemas. Eso está en consonancia con lo que hablábamos la semana pasada. Tiendo a apropiarme, tiendo a poner límites, tiendo a decir: “hasta acá”, “esto no”, “esta imagen de Dios no”. Empiezo a poner los límites; me apropio del don de la fe, y soy yo el que empiezo a decidir. Así comienzan los problemas.
Esto mismo es lo que sucede en el evangelio. Podemos ver dos actitudes en la parábola. Jesús dice que hay un hombre que tenía dos hijos. Al primero le dice: “ve a trabajar a mi viña”, éste le dice que no, y sin embargo, termina yendo. El segundo dice: -sí, sí, voy a ir-; pero al final no va. La pregunta de Jesús es muy clara, “¿cuál de los dos cumplió la voluntad del Padre?”. Y ellos le contestan: el primero, es claro. Eso es lo que le preocupa a Jesús, quién cumple la voluntad del Padre, quién va y lo hace. No todo lo que está en el medio. Dice que frente a esto hubo dos actitudes totalmente contrarias, totalmente opuestas; y con un signo claro de provocación, Jesús aclara qué es lo que les está diciendo: las prostitutas y los publicanos entran antes que ustedes al Reino de los Cielos. Les está echando en cara a los que creen que ya se apropiaron del don: yo decido quién entra y quién no, quién está adentro y quién está afuera. Jesús les dice: ustedes están totalmente afuera. Y están adentro los que ustedes creen que no están adentro. Se los está diciendo a hombres de mucha fe. No hombres que no tenían fe. Podríamos pensar qué tipo de fe tenían o de qué manera trabajaban la fe.
Nosotros tenemos un inconveniente con esto. Nos hemos acostumbrado tanto a escuchar esto que no nos hace ruido en el corazón. Pero era lo peor que les podían decir. Imagínense de cuáles personas ustedes dirían: “no pueden entrar en el cielo”, y de esos está hablando Jesús. Este que vos decís que no, este por esta situación de vida, por esto o por lo otro; ese va al Reino de los Cielos y vos no. Eso es lo que está diciendo. Por eso les hace un montón de ruido.
El primer problema que tenemos es que acá faltan dos actitudes (supongo que se dieron cuenta). La primera es el que dice, “no voy” y no va. No hay mucho que discutir. Supongo que ninguno la quiere vivir. La segunda, que es la que nos gustaría que nos dijera Jesús, es el que dice que sí y que va. Pero el problema es que en esta parábola hay una sola persona que vive eso: Jesús. El único que siempre le dice que sí al Padre y va es Jesús. A nosotros no nos queda otra que entrar dentro de los otros dos grupos. Por eso nos empieza a hacer un montón de ruido. ¿Qué es lo que nos tenemos que dar cuenta? Que vamos caminando intentando crecer en esto. Descubriendo que es un don, que es un regalo, que muchas veces no puedo, pero que intento abrir el corazón.
En el fondo Pablo lo dice a su comunidad de Filipo: ‘tengan un mismo corazón, un mismo sentimiento. No hagan las cosas por su propio interés. Háganlo por los demás. Fíjense cuál es el problema que tiene el otro y preocúpense.’ En palabras del fin de semana pasado sería: “los últimos serán los primeros”. ¿Cómo nos ponemos en el último lugar para incluir a todos? No que seamos nosotros los que decimos: hasta acá entran. Sino cómo llego hasta el último para que todos entren. Cuando no lo hacemos Jesús nos dice: ¿por qué te molesta que yo sea bueno? ¿Por qué te molesta que yo deje entrar a las prostitutas, a los publicanos? Tengan ese corazón que va y busca al otro. Porque ese es el sentimiento de Jesús, porque esto es lo que nos cuesta. Lo que podemos hacer es mirar en el corazón a ver de qué cosas nos quejamos.
Voy a poner un ejemplo bien claro de algo que me pasó hace unos días. Se me acercaron una cantidad de personas desilusionadas, enojadas, por ciertas personas que visitan al Papa. La verdad que no entiendo nada. ¿Somos nosotros los que le tenemos que decir al Papa a quién tiene que visitar y a quién no; a quien le tiene que abrir la puerta y a quien no? A Jesús le pasaba lo mismo. Le decían: vos con estos no te tenés que juntar. Nosotros nos estamos poniendo en ese papel. Le decimos al Papa que no sabe nada y que le tenemos que enseñar con quién se tiene que juntar. Bueno, acá tenemos una respuesta clarísima. ¿Por qué? Porque nos falta tener ese corazón que incluye a los demás. Ahora, la respuesta es fácil. Seguramente el Papa es mucho más bueno que nosotros. Entendió esta parábola; entendió que toda persona tiene posibilidad de conversión.
Cuando yo me empiezo a quejar, a dejarlo afuera, me dejo yo afuera. Porque no busqué la manera de incluir a mi hermano y a mi hermana. No descubrí  que la fe no es de mi propiedad sino que es un regalo y es un don. Y es para compartir. El que elije quién está y quién no está en ese Reino no soy yo, es Jesús. No puedo cerrar la puerta, porque me la cierro a mí. Cuando quiero cerrar la puerta, el que me estoy quedando afuera soy yo. Es muy simple. Entonces tengo que tener esa humildad, que es lo que pide Pablo en la segunda lectura, de vivir la alegría de que estamos todos. Esto fue lo que hizo Jesús, esto es lo que dice Pablo en la segunda lectura. El que era de condición divina, no se quedó con eso; se abajó, se hizo esclavo, se humilló, hasta dar la vida. ¿Por qué? Para estar debajo de todos e incluirlos. ¿Por qué hizo esto? Porque eso es lo que lo hacía feliz. Poder ayudar a que todos estuvieran incluidos lo hacía feliz. Ese es el sentimiento que nos pide a nosotros, ayudar a que todos estén incluidos, tener ese mismo sentimiento. Intentar vivir ese amor incondicional, ese amor del que se alegra por lo que vive el hermano.
Tal vez para que sea un poquito más claro, a los que son papás quizás les pasa que tienen un hijo que está en cualquiera. Rezan, pidiendo que cambie, que cambie, que cambie, y un día se acerca y les dice que quiere vivir distinto. Esperemos que si pasa eso, uno diga: ¡Qué bueno! Y no me estoy fijando en todo lo anterior, sino que este hijo vino, que este hijo cambió. No estoy viendo los méritos que hizo para que yo le abra la puerta o no, sino que me alegro. Por el contrario, me pasa muchas veces cuando algunas personas vienen y me dicen: mi hijo/mi amigo/mi mujer, después de muchos años se acercó de nuevo a la Iglesia. Uno se alegra. ¿Por qué? Porque esa persona que era de su familia, que estaba lejos, que tuvo que buscar muchísimo en su vida, se acercó. El corazón de Jesús es el que nos pide que eso lo hagamos por todos. Jesús quiere que así como me alegro por el que está cercano a mí, esto también lo entienda en la dinámica de la fe. Todos los bautizados son mi familia; y más allá de los bautizados son mi familia. Me tengo que preocupar por todos, y tengo que buscar los caminos de abajarme, de hacerme el último para que queden incluidos. Esa es la alegría. Eso es lo que le podemos pedir hoy a Jesús. Tener un corazón que lo sabe incluir, tener un corazón que se sabe abrir. Que rompe, que no dice hasta donde tiene que vivir el amor, porque eso no es amor verdadero; sino que quiere vivir ese amor que es incondicional.
Pidámosle a Jesús, aquél que nos mostró el camino, que podamos vivir con ese mismo sentimiento y amor para integrar a todos.




Lecturas:
*Eze 181,25-28
*Sal 24,4bc-5.6-7.8-9
*Fil 2,1-11
*Mt 21,28-32


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