viernes, 24 de octubre de 2014

Homilía: “El problema es que creyeron que la viña era de ellos” – XXVII domingo durante el año

Hoy les voy a pedir un poco de ayuda. Necesito que se animen a pasar un matrimonio, un par de amigos, y dos familiares.
Les voy a hacer una pregunta muy simple: ¿Qué valores consideran ustedes importantes para vivir el matrimonio, para vivir como amigos, para vivir como familia? ¿Cuáles les parecen los pilares importantes para crecer en esos vínculos?
Matrimonio: “Creemos que los valores son el amor, la confianza.”
Familiares (madre e hijo): “A nosotros nos parece importante en la familia el respeto y la paciencia.”
Amigas: “Nosotras pensamos en la comunicación, el compartir tiempo para conocerse, el respeto, el cariño; el amor sobre todo.”
Ellos eligieron en estos vínculos, algunos valores que son importantes para poder crecer. Creo que en la teoría todos los sabemos; todos sabemos qué es bueno. En la familia, el respeto el diálogo, la comprensión, la paciencia, saber perdonarse; para crecer como matrimonio, el amor, la confianza, el saber consensuar, cómo a veces hay que animarse a ceder y eso también es parte del amor, el respetarse y perdonarse; en la amistad, que quizás es la que más necesitamos dedicarle un tiempo especial porque no estamos en la misma casa, en ese tiempo animarnos a abrir el corazón, charlar, ser transparente. Es decir, uno tiene más o menos claro cuáles son las necesidades dentro de los vínculos.
 Ahora, eso no implica que después en la práctica no sean complicados de vivir, difíciles de vivir. Todos tenemos la experiencia de lo que cuesta mantener una familia unida, estar de buen humor, entendernos los unos a los otros, comprendernos. Todos tenemos la experiencia de lo difícil que es el crecimiento como matrimonio, la maduración, la permanencia en los años, el poder vivir el uno con el otro acompañándose día a día. Lo mismo en la amistad, si pensamos en cuando éramos más chicos nos damos cuenta de que las amistades han ido cambiando por diversas razones; por lejanía, a veces porque cambiaron las maneras de vivir, las concepciones, los valores que cada uno teníamos. Eso también podemos aplicarlo al noviazgo, y a cada uno de nuestros vínculos. Uno sabe lo que tiene que hacer pero después la práctica lo hace más complejo. No es tan fácil poner en práctica aquello que uno sabe. Por eso los marcos se van corriendo un poco. Es decir, pensamos que la familia tendría que ser así, pero lo vamos estirando un poquito para poder consensuar, para perdonarnos, para reconciliarnos. Lo mismo en una amistad, lo mismo en cada uno de los vínculos. Y a veces se hace muy complejo, a veces se hace muy difícil. Y como decíamos antes, a veces por eso se rompen; se rompen las familias, se rompen los matrimonios, se rompen los noviazgos, se rompe una amistad.
¿Por qué? Porque muchas veces no podemos vivir en estos valores. No logramos vivir en ese amor que habíamos pensado, o hacemos algo que está mal, lastimamos al otro, lo herimos. Eso hace que sea complejo el crecimiento. Es mucho más fácil crear el vínculo que después mantenerlo en el tiempo, que permanecer. Porque la permanencia implica el valor, la confianza y la fuerza de saber que uno tiene que poner el corazón ahí. Por eso es continuo ese trabajo que tenemos que hacer. Tenemos que estar concentrados en eso, no nos podemos dormir, no podemos decir: “ya llegué”. Porque rápidamente nos lo recuerdan, o la vida nos lo recuerda, y nos invita a tener que volver a dar un paso.
Esto que sucede a todos en nuestro camino con Jesús. Si a nosotros nos preguntasen qué es lo que nos parece importante en cuánto a la fe, diríamos: es importante la oración, el amar a Dios, el ser generoso, el ser solidario, el permanecer. Sin embargo, empieza a suceder lo mismo. Sabemos con los años lo que cuesta permanecer en Jesús, lo que cuesta mantener una constancia en la oración, lo que nos cuesta ser generosos, ser solidarios, cómo muchas veces nos empezamos a poner egocéntricos, nos olvidamos de los demás, no lo entendemos a Jesús y nos olvidamos de Él, nos cuesta abandonarnos. Esto hace que también muchas veces en la práctica se vuelva difícil nuestro camino de fe. Sin embargo, Dios siempre nos sigue buscando, y muchas veces también los otros nos siguen reclamando para poder crecer en esos vínculos. Pero para crecer tenemos que volver a mirar hacia delante. Ese es en general el problema. Generalmente queremos vivir de lo anterior, como de rentas; es verdad que lo anterior me da los cimientos, es lo que me da el piso. Pero para poder crecer yo tengo que mirar hacia el futuro y qué es lo que hoy decido que va alimentar mi futuro, qué es lo que yo voy a dar en mi matrimonio, qué es lo que voy a dar en mi amistad, qué es lo que voy a dar en esta vocación, qué es lo que voy a dar en este ser hermano, en esta familia. Día a día tengo que ir poniendo el corazón. Esa es la invitación de Jesús. Él nos invita a que como familia, iglesia doméstica, la familia de cada uno, y también la familia de Dios, pongamos el corazón y miremos de qué manera queremos caminar.
Para seguir caminando existen unos marcos. Así como les dije que vivimos en ciertos marcos, y que a veces los estiramos, lo que no podemos es borrarlos. Ninguno va a decir: en la amistad vale todo, en la familia vale todo, o en un matrimonio vale todo; o en la fe vale todo. Es claro que hay una forma y una manera de vivir ahí. Cuando eso se estira mucho se rompe, necesariamente se rompe. Dejamos de vivir en aquella confianza a la que se nos había invitado. Esto es lo que sucede en el evangelio de hoy. Jesús invita, invita, invita; invita a la conversión, va haciendo un camino con ellos, hasta que llega al extremo. Llega un punto en el que hay que tomar decisiones; llega un punto en el que las posibilidades y el discernimiento se terminan; tengo que elegir. Si yo quiero mantener este vínculo tengo que cambiar, y tengo que elegir ese camino al que se me invita.
Hace dos semanas escuchamos que Jesús decía: “los últimos serán los primeros”, y cómo eso hacía ruido. ¡Qué difícil es querer hacerse último! Qué difícil es esperar al otro, caminar con el otro, tener paciencia. La semana pasada escuchamos que Jesús les recriminaba diciendo: las prostitutas y los republicanos van a entrar antes que ustedes, los hombres religiosos, al Reino de los Cielos; movilizándolos, cacheteándolos, para que quieran reaccionar. Pero se ve que no reaccionan porque en este evangelio que es el último de esta trilogía, Jesús ya les dice: hasta acá llegamos. Pone este ejemplo: había un hombre que tenía una viña (la viña es la imagen del Reino de Dios en la Biblia), que fue enviando gente (claramente los profetas), para que le anuncien al pueblo, y los rechazaron, los mataron, los apedrearon, hasta que por último envió a su hijo, y también lo mataron. Entonces, ¿qué va a pasar con ese Pueblo? Hasta acá llegó, dice, se le va a quitar la viña y se le va a dar a otro. El Reino de Dios va a ser para otros. ¿Por qué? Porque no vivieron de la manera a la que se los invitaba; no cuidaron el Reino de Dios como Él.
¿Cuál es el problema grave? Ellos creyeron que esa viña era de ellos. Terminan diciendo: “apropiémonos de la viña”; pero la viña no es de ellos. Las reglas, la forma de vivir, no las ponían ellos ahí. El dueño define la forma de vivir, y por eso el dueño se la quitó. El riesgo siempre es a apropiarnos de las cosas. Como hemos hablado estas últimas semanas, la fe es un don, es un regalo, y como regalo, se me invita a vivir en ese regalo de Jesús, no a apropiármelo, no a creer que es mío, que yo pongo las reglas, sino a dejarme cotejar y escuchar. Y hay una continua conversión pastoral, conversión en la fe.
Lamentablemente, a lo largo de la historia, este texto siempre se usó de manera apologética. ¿Qué significa esto? Para defender la fe. Entonces decían: la viña se le quitó al pueblo de Israel y se le dio a la Iglesia, y ahora nosotros somos los dueños. Pero que yo sepa no habla de la Iglesia, sino de la viña. Habla de los que se apropiaron. Lo que dice es que es el Reino de Dios, y que la forma de vivir en ese Reino la decide Dios, y nos la transmite por medio de los evangelios. La tentación nuestra muchas veces es la misma, me vuelvo a apropiar de esto y yo empiezo a poner las reglas. Uno cuando piensa en una viña piensa en algo abierto, adonde se puede entrar, se puede estar; pero la imagen va cambiando, empezamos a levantar paredes, poner vigilantes, cerramos las puertas, hay que saber ocho claves, que contestar los ocho escalones de preguntas; hay que hacer un montón de cosas para entrar.
Lo que tendría que ser de libre acceso para que todos podamos gozar de esa alegría de estar con Dios empieza a dificultarse. Lo que era: “salgan a buscar a los caminos”, termina siendo, “metámonos adentro y protejámosla”. Pero Jesús no quiere eso; en la primera lectura dice: esa viña que ustedes hicieron así no da fruto. La voy a tirar abajo y voy a hacer una nueva. El riesgo nuestro es el mismo. El Reino es de Dios; no es del pueblo de Israel, que se creían los elegidos, no es de la Iglesia, que a veces se creen los elegidos, sino que es de Dios, es su Reino. Y el riesgo es siempre el mismo, que un día nos digan: bueno, que la usen otros, que vivan según su corazón. Por eso la invitación es a vivir según el corazón de Dios, como se vive en una familia, como intentamos vivir en familia. Con muchos de los valores, respeto, fe, oración, confianza, generosidad, aguantarnos, soportarnos, reconciliándonos, yendo a buscar al otro. Esa es la invitación de Jesús, esa es la invitación constante. A que volvamos a descubrir ese Reino de Dios y a que lo pongamos en práctica. Que descubramos que Él nos invita como don y como regalo. Pero ese don, ese regalo, es para todos. El problema es cuando nos creemos elegidos y creemos que por nuestro mérito es nuestro. Es regalo de Jesús y es un regalo para todos.
Lo que tendríamos que vivir es la felicidad y la alegría de poder compartirlo. Cuando uno, más allá de las razones que tenga, puede vivir como una familia unida, uno está feliz. Cuando uno se pelea en familia, por más de que a veces haya dolores e injusticias muy grandes, uno no está nunca contento. Puede tener razones, puede pasar lo que quieran, pero cuando mi hermano no está conmigo, cuando mi padre o madre no puede vivir conmigo, un hijo, o lo que fuera, uno está triste por eso, uno nunca puede vivir eso con alegría. Por eso, este Dios que tiene un amor mucho más incondicional, busca siempre los caminos para acercarse al otro, busca siempre los caminos para vivir ese amor, para que podamos hacer experiencia de Dios. Uno escucha muchas veces, (si bien no se pueden medir por el éxito las cosas, porque no es un parámetro evangélico), que a veces la gente se queja: “este mundo secular”, “este mundo que no escucha a Dios”, “este mundo descristianizado”, “estas capillas que están vacías”, o la pregunta: “¿por qué la gente no viene?”. Pero la pregunta no es esa. Primero deberíamos preguntarnos, ¿qué transmitimos? Segundo, ¿los fuimos a buscar?, ¿les dimos un lugar?, ¿los comprendimos?, ¿los entendimos?, ¿les dimos una posibilidad? Porque eso es lo que hizo Jesús, fue, los buscó, se puso a su altura, se abajó, y cuando se pudo encontrar con ellos los atrajo. Porque siempre confiaba en la conversión, siempre confiaba en las personas.
Dios también confía y cree en nosotros para hacer este camino, para que como familia, como comunidad, podamos transmitir ese amor de Dios. Para que podamos ser una familia abierta en la que todos puedan vivir la alegría de encontrarse con Jesús. Sintámonos llamados a pertenecer a esta comunidad, a cuidar esta viña de Jesús y a hacerle un lugar a todos.
Pidámosle entonces en este día descubrir este amor incondicional.

Lecturas:
*Isa 5,1-7
*Sal 79,9.12.13-14.15-16.19-20
*Fil 4,6-9
*Mt 21,33-43

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