En la
película “Noé”, él va construyendo el Arca junto con sus hijos. Van subiendo
las parejas de todas las especies de animales, pero, a diferencia de lo que
dice la Biblia, la gente se empieza a amontonar alrededor del arca (en la
Biblia dice que nadie le prestó atención). La gente se empieza a amontonar, se
empieza a amontonar, y Noé se pone firme y no los deja subir. No sólo no deja
subir a los del clan de Caín, sino que uno de sus mismos hijos, Cam, le pide
que deje subir una especie de amigovia, y Noé se pone firme. “No, no, esto es
lo que quiere el Señor.”; no deja subir a nadie más, y cierra el arca.
Cuando uno ve
la película le violenta un poco: ¿ese el corazón de Dios que no quiere que
nadie suba, que quiere que sufran, que quiere que la pasen mal, que se ahoguen?
Porque uno espera un corazón de Dios distinto, un corazón más grande que el
nuestro. A veces por tentación nos puede pasar que creamos que algunos son más
privilegiados. Pero si escuchamos el evangelio de Jesús, lo que queremos es un
lugar, un espacio, donde todos aquellos que quieran tengan su sitio, eso es lo
que esperamos. Esperamos que la invitación, el llamado, se pueda vivir con la
alegría de lo que nos dicen las lecturas de hoy.
La primera
lectura de Isaías dice que Dios invitará a todos los pueblos, ninguno va a
quedar afuera, va a hacer un gran banquete y todos serán invitados. El
evangelio de hoy nos dice que había un casamiento, una boda, y que Dios salió a
buscar a todos los invitados, mandó a los servidores a que buscaran a todos. Y
después de que éstos no escucharon, siguió buscando. “Vayan hasta los cruces de
los caminos”. Escuchamos a un Dios que tiene más que ver con esto que
esperamos, un Dios que se preocupa por el otro, un Dios que llama, un Dios que
invita, un Dios que continuamente sale al encuentro.
Pensaba en
este deseo que tenemos en el corazón cuando organizamos algo. ¿Vieron cuando
hacemos una comida, cuando hacemos un festejo de algo, y empezamos a invitar a
la gente? Ahora es mucho más fácil porque uno manda por whatsapp, y todos van
contestando si van o no van, y uno se va poniendo contento o triste según si
alguien dice: voy o no voy, participo o no participo. Supongo que esto pasa más
con los padres, que viven la alegría de que todos estén, pero cuántos de los
que están acá no hacen una listita también con los que vienen o no a la fiesta,
a ver quién me presta atención, quién no; y después me cuesta eso, hay que
remontarlo. Ese corazón, casi celoso, que quiere que el otro esté. Dios tiene
el mismo deseo. Dios llama, y no le da lo mismo. No es un Dios que está ahí
arriba, como diciendo: “Bueno, si vienen vienen, y si no vienen, mucho no me
preocupo.”, sino que es un Dios que se compromete y que busca, que desea y que
quiere, que se muere de ganas, esperando que nosotros compartamos esa fiesta,
esa mesa, con Él.
Esto nos
tiene que sonar conocido a nosotros, porque en general cuando nos reunimos
nosotros, nos reunimos a comer. Uno escucha, “nos juntamos a comer un asado”,
“tomamos el té”, “salimos a tomar una cerveza”, no sé; pareciera que siempre
para juntarse tiene que haber una mesa en el medio, un espacio de reunión. Para
los argentinos es casi el lugar donde más nos juntamos. Es más, el otro día
hablaba con una francesa, y me decía, “no, yo no entiendo nada. Para nosotros
no es un lugar de reunión la mesa.” Pero nosotros lo entendemos porque lo hemos
mamado de chicos, ese es el espacio de encuentro, y que sirve para que nuestro
corazón se encuentre con el corazón del otro. Pero cuando pensamos en esos
encuentros, pensamos en un espacio de alegría, en una fiesta. Esto es lo que
dice. Dios llamó a todos los pueblos para vivir la alegría de reunirse, de
festejar. Cuando hablamos de una boda, uno no piensa que estaban llorando en la
boda, sino en la alegría de la fiesta, la alegría de ese nuevo matrimonio que
se ha formado. Eso es lo que Dios quiere que vivamos, la alegría de la fe.
Porque lo que contagia es justamente cuando uno ve algo que lo atrae.
El Papa decía
en la última exhortación que la fe no se transmite por proselitismo, sino por
atracción. Atrae lo que uno le gusta, lo que uno ve y le surge pensar “yo eso
lo quiero vivir también”. Y cuando uno ve un espacio donde la gente vive con
alegría, que le gusta, que la pasa bien, que le da vida, que le transforma la
vida, eso al otro lo cuestiona. Por eso lo primero que podríamos replantearnos
como familia cristiana, como comunidad, es cómo vivimos la alegría de la fe. Si
la fe es transformadora y nos causa esa alegría de corazón, esa alegría
profunda del que la vive y la quiere compartir, del que quiere que el otro
también la pueda vivir, y por eso lo busca y lo invita: “vení, vení que acá la
vas a pasar bien, está bueno”. Podemos compartir, podemos vivir la fe, y
podemos vivirla con Jesús, podemos hacer fiesta. Eso es lo que quiere hacer
Dios. A veces, algunas de nuestras reuniones parecieran más una sala de
velatorios que un lugar de fiesta, y eso no atrae, nadie quiere eso. Lo que
queremos son espacios de vida. Esto entonces es lo que tenemos que irnos
replanteando, de qué manera transmitimos la vida que Dios nos da. Esa vida que
tiene que transformar nuestro corazón, y que tiene que transformar el corazón
del otro, y que se vive con mucha mayor alegría cuando estamos todos, cuando en
la lista no me queda nadie por tildar, cuando vivo la alegría de que todos han
sido llamados, y de que todos se acercaron.
Sin embargo,
todos tenemos la experiencia de que no todos responden al llamado. Esto es lo
que pasa en el evangelio. El Señor invitó en primer lugar a los que estaban en
la lista y no vino ninguno, tenían distintas excusas, pero sin embargo eran los
primeros que vivían la fe. Lo que pasa es que la invitación de Dios siempre
está. Muchos son llamados, dice el final del evangelio, pero pocos elegidos.
¿Por qué? ¿Porque Dios no los llama? No. Porque la respuesta es personal, y yo
desde mi libertad tengo que responder, y nosotros mismos vemos momentos en la
vida en que las personas se van alejando, que en algún momento lo viven y en
algún momento dicen: no, esto no lo quiero, no es para mí, y se van alejando de
vivir esa alegría de la fe. La respuesta sigue siendo personal. Yo le tengo que
responder a Jesús, yo tengo que querer participar de eso. Dios nunca nos obliga
a nada, somos nosotros los que desde nuestro corazón tenemos que darle una
respuesta, somos nosotros los que le tenemos que decir: quiero estar ahí, quiero
compartir la vida con vos.
Ahora, cada
uno de nosotros sí es invitado a hacer ese llamado, porque cuando mucha gente
no vino, Dios volvió a mandar al resto de los caminos. Sigan buscando gente,
sigan llamando, sigan invitando. La invitación de Dios nunca termina, nunca se
cansa de invitar, de ir, de mandar tarjetitas, whatsapp, lo que quieran, lo que
les guste. Siempre busca la manera y la forma de llegar a nuestro corazón. Y se
alegra cuando están, a diferencia de nosotros no pregunta nada, porque llama la
atención la última invitación. Dice que la sala se llenó de gente, buenos y
malos. Y uno esperaría que diga que los malos quedaron afuera. Pero no, están
ahí también, y comparten. A nosotros esto nos hace un poquito de ruido. Pero
Dios no hace distinción de personas. ¿Quieren estar? Vengan. Dios sabe que la
mejor de manera de que eso se transforme es estando, no dejándolos afuera.
Ahora, esto es lo que hacemos nosotros en nuestras familias. Supongo que cuando
alguno de sus hijos, marido, mujer, está medio rebelde, no lo echan de la casa.
¿Por qué? Porque uno quiere revertir eso en familia. En el caso del hijo, uno
piensa: tengámosle paciencia, busquémoslo, uno a veces quisiera tirarlo por la
ventana, pero dice: sigamos intentando, sigamos teniendo la paciencia del que le
dio la vida, del que le hizo ese regalo y sabe esperar. Si nosotros con nuestro
corazón complicado le tenemos paciencia al otro, cuánto más paciencia nos tiene
Dios a nosotros. Sabe que con la paciencia del que ama, del que transmite
cariño, del que lo vuelve a intentar, aunque sienta que el otro le cierra el
corazón, que le da vuelta la cara, que no lo escucha, que no encuentra la
forma, que ningún reto que ponga valga la pena; Dios sigue buscando, sigue
esperando, a los buenos y a los malos. Lo único que pide es: pónganse el traje
de fiesta. Es decir, sientan con el otro. Todos están iguales, todos somos
iguales. Abran todo el corazón para amar, eso es lo que pide, eso es lo único
que nos exige. Estamos todos de la misma manera y de la misma forma
compartiendo esa fiesta.
Hoy Jesús
también nos quiere reunir como familia, y como familia quiere que nos
acompañemos, nos ayudemos, nos vayamos conociendo, nos preocupemos por nuestro hermano.
Tengamos el mismo corazón, sintamos igual que el otro, pongámonos el mismo
traje.
Escuchemos a
este Dios que nos invita a esta mesa, escuchemos a este Dios que en esta mesa
nos alimenta y nos hace familia, y como testigos nos invita a los cruces de los
caminos a buscar a nuestros hermanos.
Lecturas:
*Isa 25,6-10a
*Sal 22,1-6
*Fil 4,12-14. 19-20
*Mt 22,1-14
No hay comentarios:
Publicar un comentario