miércoles, 5 de noviembre de 2014

Homilía: “Vivamos en comunión” – XXIX domingo durante el año

La película “Los Agentes del Destino” o “Destino Oculto” comienza con David Norris como candidato a senador de los EEUU por Nueva York. Él es muy joven y la carrera que ha hecho en ocho años es sorprendente. Proviene de Brooklyn, un lugar muy pobre; sus padres murieron cuando era joven, y a los 24 años comienza su carrera como congresista. Empieza a crecer, empieza a crecer, la gente le valora mucho su sinceridad, su franqueza, cómo intenta conectarse con ellos, cómo es uno más que ellos. Sorpresivamente empieza a quedar primero en las encuestas frente a su competidor, una persona mucho más grande que él. Pero, como sucede a veces, aparecen un poco antes de las elecciones, unas fotos de él en los diarios, con una broma universitaria que había hecho, que no lo dejan bien parado. Eso hace que se desplomen las encuestas y la gente toma de esas imágenes una cierta inmadurez, dicen que es muy impulsivo, que todavía no está listo para eso, y pierde la elección. A partir de ahí tiene que hacerse un replanteo de su vida.
Pensando en esto me acordaba de una frase que a veces se dice en la televisión, que es: “nadie resiste un archivo”. Si indagaran en todo lo que fuimos haciendo a lo largo de nuestras vidas, seguramente se van a encontrar con algunas incoherencias muy grandes. Pasamos del blanco al negro. Desde lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos. A veces, pasando por los diversos colores, a veces con cambios muy abruptos. Nos encontramos con esto en general cuando una persona está muy expuesta a algo. No sólo digo expuesta a la televisión o algún otro medio masivo, sino quizás una mamá o un papá en su casa, que está constantemente expuesto a los hijos. Y le recuerdan: “no, porque una vez vos hiciste…”, y no se olvidan nunca más. En estos casos es mucho más difícil, es mucho más complejo. ¿Por qué? ¿Qué es lo que se pide? Lo que se pide es coherencia. Y esto es complejo, esto nos cuesta a todos; tener una coherencia de vida. Todos lo deseamos y lo queremos. Si nos lo preguntan, lo vemos como un valor importante. Sin embargo, ser coherentes en nuestra vida es difícil. Ahora, esta incoherencia de la que yo hablaba se puede dar de dos maneras. Una puede ser porque vamos creciendo. Antes era inmaduro pero voy creciendo, voy madurando, voy descubriendo la vida de otra manera, voy poniéndole matices, voy descubriendo que no se puede ser tan duro, tan rígido, y voy cambiando. Eso es una madurez, un crecimiento. Por más de que si me sacan el archivo yo cambié, qué bueno que es cambiar cuando uno descubre que tiene que cambiar, cuando uno lo hace por convicción.
El problema es que esto no es siempre así. Muchas veces nuestras incoherencias se dan no sólo en un archivo sino en el momento, con lo que decimos y hacemos, con que predicamos una cosa y vivimos otra totalmente contraria, con que nos gusta hablar de todo y decir de todo pero a veces no tenemos ni idea; tomamos ese punto de vista porque nos parece un poquito mejor, o porque nos gusta, o solamente porque nos gusta pelear. Nos paramos en ese lugar y sabemos que no es coherente con lo que nosotros estamos viviendo pero lo decimos y lo ponemos de manifiesto de todas formas. Esto es un problema porque nos quita credibilidad. Y para que nosotros, de alguna manera, podamos crecer, como sociedad, como familia, en una amistad, en un vínculo, en la fe, necesitamos una coherencia de vida. Necesitamos elegir un camino y mantenernos fieles a eso que queremos, a eso que deseamos.
Ahora, esta misma incoherencia que se nos da en la vida, también nos sucede a veces en la fe, con aquello que vamos descubriendo de Jesús, y con aquello que vivimos. Ojo que cuando digo esto no hablo del pecado. Porque lo primero que podríamos decir es: bueno, sí, soy incoherente porque muchas veces caigo en el pecado. Esa es nuestra debilidad. Yo no estoy hablando de eso. Todos en distintos momentos de la vida somos tentados, todos pecamos; eso es parte del camino, de nuestro límite y de lo que nos cuesta. Yo a lo que me refiero es cuando uno es incoherente, cuando uno descubre que lo que quiere, lo que desea, lo que predica, lo que le dice al otro, es incoherente con su vida, es incoherente con lo que se le propuso en ese camino. Más allá de que uno esté haciendo un pecado o no. Sino una incoherencia en el proceder.
Esto es lo que se ha ido poniendo de manifiesto en lo que venimos escuchando todos estos domingos, con respecto a Jesús y las personas más religiosas de su época. Hemos escuchado toda esta pelea de Jesús con los fariseos, con los escribas, con los doctores de la ley, con los sumos sacerdotes, con los saduceos. ¿Qué es lo que pone de manifiesto en este camino Jesús? Que son hipócritas, que son incoherentes. Por un lado se creen personas religiosas pero por otro lado no viven su fe. Se da una incoherencia muy grande entre su fe y su vida. Casi como que si estuviera partida. Eso no es lo que Jesús quiere. En el evangelio de hoy esto se pone totalmente de manifiesto, porque dicen que hasta para poder agarrarlo a Jesús le hacen trampa. Le hago trampa a Jesús para ver si lo pueden agarrar en alguna afirmación. Creo que fue el primer examen de teología que le hicieron a Jesús, a ver si aprobaba. Es más, muchos teólogos dicen que si esa gente le tomaba examen de teología a Jesús, no aprobaba ninguno. Para muchas posturas de la Iglesia Jesús tampoco aprobaría hoy, ¿no?
¿Qué es lo que está pasando acá? Como su vida de fe está rota, está disociada, ¿qué es lo que buscan ellos? Bueno, agarrémoslo a Jesús, aunque sea en alguna afirmación, para poder desacreditarlo, para que aunque sea si yo no vivo mi fe, lo desacredito a Él. Como saben, el problema es que esta pregunta no tiene respuesta. Si Jesús contesta que sí, está reconociendo al Imperio Romano como un imperio sobre ellos, y los judíos no querían eso. Si Jesús contesta que no es subversivo porque no quiere pagar los impuestos. Entonces Jesús no puede contestar la pregunta, pero sin embargo la contesta. “Den al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios.” No hay una incoherencia en esto, dice. -Ustedes cumplan con sus deberes de ciudadanos, no importa si lo creen justos o no, pero también pongan el corazón en Dios. No empiecen con estas discusiones estériles que no llevan a nada, sino que déjense transformar. Aun en cosas que son difíciles, que creemos que no tienen que ser así, vívanlas.- ¿Por qué? Por su coherencia con Dios. Vívanlas en el mundo. Esa es la invitación que Jesús les hace. Y a veces nosotros también caemos como en ciertas trampas en la fe. “Bueno, yo hago esto total Dios me lo va a perdonar.” Eso es una trampa; es como decir: bueno, lo hago y no importa, total… Así podríamos pensar distintas trampas que también nosotros le vamos poniendo a Dios. Pero creo que la más clara es cuando vivimos una separación muy grande entre nuestra vida y nuestra fe. Esto mismo que pasa en los fariseos se manifiesta en nosotros. Por un lado va nuestra vida, por otro lado va nuestra fe.
Si lo ironizamos un poco, es como que alguien venga a hablar conmigo y me diga: “estoy bárbaro, me puse de novio, estoy bárbaro en casa, me estoy llevando re bien con mis papás que me estaba costando, en la facultad aprobé las materias, me costó pero lo logré…” ¿Y en tu fe cómo estás? “No, un desastre, no recé nada, me alejé de Jesús.” Y entonces en la vida me está yendo bárbaro pero en la fe un desastre. Es como si estuvieran separadas, no pueden ir unidas. O al revés. ¿Cómo andas en tu fe? “Bárbaro, fui a un montón de retiros, estoy laburando pastoralmente, etc.” ¿Y tu vida? “No, un desastre. Me peleé con mis viejos, mi novia me mandó a pasear…” Más allá de que puede llegar a pasar algo así, es como que hemos separado la vida y la fe; no van unidas. Parece que el ambiente de la fe es uno, y el de la vida el otro. Ahí se separan, se rompen.
Si nosotros viviésemos de esa manera, vamos a seguir con este planteo; ¿cuánto tiempo le dedicamos a Dios en nuestra vida? ¿Cuánto tiempo? Vamos a suponer, voy a hablar por ustedes, que van a misa dos veces por semana: dos horas por semana; y que rezan todos los días quince o veinte minutos… Vamos a decir que entre eso y las misas llegan a (regalándoles un poco más) 5 horas… sumémosle que hacen trabajo pastoral, le dedican 2, 3, 4 o 5 horas de trabajo pastoral… entonces llegamos a diez horas por semana. En ese planteo le estoy dedicando a Dios diez horas por semana, y a mi vida, si lo puedo decir así, el resto. ¿Ese es el camino que elije Dios para nosotros? ¿Esa es la manera de vivir? ¿O lo que pide es que nuestra manera de vivir la vida y la fe sea una? Es decir que cuando uno se pone de novio, o se casa, y lucha por su matrimonio y por su noviazgo, y vive la alegría de lo que está pasando, ¿Dios no está presente ahí? En una amistad, o cuando uno consigue un trabajo, o lo está buscando, o se realiza profesionalmente en una carrera, ¿Dios no está presente ahí, y se alegra como un padre, como una madre? ¿No es eso parte del caminar con Dios? Eso es parte del caminar con Dios. Pero lo viviríamos mucho más unido si aprendiésemos a descubrir que la fe se encarna, que la fe no es solamente cuando voy a misa o rezo, la fe es cómo vivo.
En realidad el primer encuentro con Jesús, lo primero que tiene que hacer es transformar mi vida, no llevarme solamente a rezar. Ese el problema con estos hombres. Jesús les está diciendo: ustedes son unos tibios, son unos mediocres, porque viven su piedad, pero su vida no tiene coherencia con eso. Lo que Jesús quiere es que nuestra vida sea coherente con el evangelio, que nos dejemos transformar. El encuentro con Jesús me tendría que llevar en primer lugar a cambiar; ese cambiar me hace celebrarlo, y el celebrarlo me lleva a cambiar nuevamente. Se va como alimentando. Yo quiero vivir porque la vida de Jesús me transforma, me trae alegría, me hace feliz, y eso es lo que llena mi corazón. Eso es lo que Jesús me pide. Eso es lo que les está pidiendo. En este caso concreto, y ya que estamos celebrando esto en este mes, es: vivan como familia. Esto que veníamos hablando: ámense los unos a los otros, quiéranse, vivan en comunión. Si no viven en comunión, por más que recen todos los días, por más que vayan a misa, no tiene sentido esto. Ustedes rompieron la comunión, no se preocupan por los demás, todo lo demás no entra ya. Pueden vivir muy bien la ley, pueden hacer lo que quieren, pero se olvidaron de lo central; Jesús busca cómo crecer en familia, y cómo crecer en comunión. Si no vivimos eso, no estamos viviendo el evangelio. Eso es fundamental. Cimienta la fe, es donde comienza ese camino.
Para vivir en comunión, hay un requisito que es indispensable: me tengo que abrir. No hay forma sino. La comunión implica querer meterme en la vida del otro. Para eso tengo que abrir mi vida y mi corazón. Para eso a veces también tengo que resignar cosas, maneras de pensar; tengo que entender al otro, tengo que tenerle paciencia, darle tiempo, buscarlo… tengo que abrirme, tengo que salir un poco de mí mismo, de que yo las sé todas, de mis formas, y encontrarme con el otro. Esa es la tozudez con la que se encuentra Jesús en el evangelio.
Una de las cosas que me pone más triste al hablar con la gente es cuando veo una rigidez muy grande, cuando no hay forma de entrarle a la otra persona, no hay manera. “Esto es así”, “esto es así”, a veces, para peor, sin ningún fundamento, porque ni siquiera saben. Y uno le pregunta: ¿dónde leíste eso?, ¿quién lo dijo? “No sé, pero tiene que ser así.” Y aunque digan que sepan, porque estudiaron mucho, bueno, fíjense cómo eran los fariseos por saber mucho y no abrir el corazón. Ese es el problema. El problema no es si estoy cumpliendo o no. El tema es si yo tengo un corazón que se deja transformar por Jesús. Y si me dejo transformar por Jesús, me preocupo por mi hermano, esté en el momento en el que esté. Porque es mi familia; porque Jesús me invita a eso; porque eso me hace feliz; porque eso lo hizo feliz a Él, y por eso buscó ese camino. Por eso nos invita a nosotros a crecer en comunión, a crecer como familia, a buscarlo a Él.
Hoy Jesús se va a hacer presente en esta mesa para alimentarnos. Se llama “comunión”, comulgamos de Jesús, para vivir en comunión nosotros. Lo que tenemos que hacer es dejar que esa comunión nos transforme. No que nos haga soldaditos o más rígidos, sino que nos dé un corazón abierto. Un corazón que sabe abrazar, un corazón que sabe entrar al otro. Eso es lo que quiere.
Acerquémonos entonces hoy con alegría a comulgar de Jesús para que esa comunión nos lleve a la comunión con nuestros hermanos.

Lecturas:
*Isa 45,1.4-6
*Sal 95,1.3.4-5.7-8.9-10a.10e
*Tes 1,1-5b

*Mt 22,15-21

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