miércoles, 26 de noviembre de 2014

Homilía: “Cuando uno pone los talentos al servicio de Dios, siempre dan fruto” – XXXIII domingo durante el año

Hay una película que se llama Soul Surfer, que trata de una chica, Bethany, que le encanta el surf, y tiene mucho futuro en eso. Está basada en una historia real. Un día ella está entrenando, y aparece un tiburón y le come un brazo. Salva su vida casi milagrosamente, y luego comienza a preguntarse ¿qué hago con esto? Ella había dejado el colegio, lo hacía a distancia, para poder dedicarse al surf. ¿Qué es lo que hago?, se pregunta. Intenta seguir, porque tenía mucho empuje, pero no es lo mismo hacerlo con un brazo que con dos, especialmente haciendo el deporte profesionalmente. Entonces, se le empieza a complicar mucho, ella era una chica exitosa pero en los torneos no le va bien, y casi decide dejar. Sin embargo, encuentra que hay un montón de gente que se siente inspirada por ella. No por su éxito, sino por lo que hace, por el empuje, por intentarlo, por buscarlo. Un montón de chicos empiezan a escribirle y decirle que encuentran en ella un modelo. Más adelante, cuando ella ya logra procesar esto en su corazón, le hacen una entrevista, y le preguntan si cambiaría algo de ese día, si hubiera dejado de ir a hacer surf, si no se hubiera metido en el agua… Ella después de pensarlo, sorprendida por la pregunta, dice: “No, no cambiaría nada. Porque en este tiempo he podido abrazar a muchas más personas con un brazo que con dos.” Lo que pudo hacer es descubrir todo el cariño que recibió, a pesar de lo malo, a pesar de la situación difícil. Pero no sólo el cariño que recibió, sino lo que ella pudo dar; cómo eso le cambió la mirada, le cambió el corazón, cómo pudo procesar algo difícil y duro, que le tocó en la vida. Esto le agrandó el corazón, la hizo más buena. Puso al servicio el corazón, empezó a ver que esto servía también para los demás.
Creo que a veces nos pasa que tenemos un montón de posibilidades y de dones (con muchas menos dificultades que perder un brazo) y por distintas circunstancias de la vida los vamos apagando. No nos animamos a hacerlos producir, estamos como enojados, insatisfechos o sin ganas, y vamos como aplacando la vida. Y a todos nos cuesta ver alguien que va aplacando la vida, que vive apáticamente. ¿Vieron cuando vemos alguien que no hace nada? Y nos surge decir: dale, hacé algo, movete, hacé algo con tu vida. Cuando vemos alguien que nada lo motiva, que nada lo mueve, que no sabemos por dónde entrarle, por dónde convencerlo, queremos decirle: a ver, la vida tiene un montón de cosas lindas, anímate, buscá. Casi que nos violenta más que cuando alguien se equivoca.
No digo solamente cuando uno es más joven, que ahí eso se ve claro, sino también cuando uno es adulto, ya un poco más mayor. Uno siente que se acabaron las motivaciones, que no sabe hacia dónde va, cuál es el horizonte. Y nos da ganas de decir: la vida tiene un sentido, es un regalo, es un don que se nos dio, hay un Dios que nos invita siempre a caminar hacia Él. Creo que esta parábola tan conocida va en ese sentido. Esos talentos que se les dan a los hombres para que den fruto. Con alegría uno ve que los dos primeros los hicieron dar fruto, pero que hubo un tercero que lo escondió, que lo enterró, que no hizo nada. Y nos terminamos compadeciendo de que le quiten el talento, pensamos: no sé si hay que ser tan duro… pero más allá de eso, ese hombre es juzgado por sus propias palabras. Le dice a su amo: -yo sé que vos sos un señor severo-. -Entonces, si yo era severo, ¿por qué no buscaste?, ¿por qué no hiciste algo con esto? Aunque sea ponerlo en un banco y daba interés.- Algo se podría haber hecho.
Nos llama entonces a esa responsabilidad que tenemos nosotros con nuestra propia vida. Cuando nos cuesta ver a alguien muy apático, que no aprovecha la vida, es porque estamos descubriendo la vida como un don, algo que se me dio, algo que yo no elegí. No elegí nacer, ni dónde nacer, ni en qué familia, ni en qué lugar. Es un regalo, un don. Y ¿qué hago yo con esto?, ¿de qué manera lo llevo adelante?, ¿de qué manera vivo la vida?, ¿de qué manera la aprovecho?, ¿de qué manera camino hacia esa felicidad que Dios me da? Creo que esto tiene mucho que ver con cómo recibimos la vida, con qué corazón la recibimos. Para ser más claros, en general cuando uno recibe un regalo se sorprende, se alegra, y después piensa: bueno, ahora ¿qué hago con esto?, ¿cómo le saco provecho?
Con la vida pasa lo mismo. Si yo descubro que la vida es un regalo, algo que se me dio, yo quiero sacar provecho de esa vida. Ahora, si yo digo: “la vida es un garrón”, “qué bajón”, como dice Jeremías: “maldito sea el día que nací”, si yo vivo todo como una obligación, llega un momento en que me canso, no tengo ganas de estar siempre arrastrando algo que es como una piedra. Ahora, si yo descubro que es un regalo lo que se me dio, quiero hacer algo distinto. Eso me pasa con todo. Si yo siento que la facultad es un garrón, es una obligación, es algo que tengo que hacer, bueno, así la voy a pasar todos esos años, o voy a claudicar en el camino. Si yo descubro que es un don (no digo que no es arduo, eh, lleva trabajo), si descubro que tengo la gracia de estudiar, que muchos no tienen, entonces voy a poder aprovecharlo. Me acuerdo estando en el seminario, que uno de nuestros compañeros nos contó que terminó el colegio de adulto. Y cuando le preguntamos, ‘¿por qué dejaste el colegio cuando eras chico?’, nos dijo: ‘porque no tenía ropa digna para ir al colegio.’ Uno muchas veces se queja de muchas cosas, pero de pronto descubre que alguien no iba al colegio porque le daba vergüenza. Y yo tal vez me quejaba de tener que ir al colegio, de tener que estudiar, de ir a inglés, etc., en vez de descubrirlo como un regalo, como algo que se me dio. Así con un montón de cosas en la vida. La posibilidad de trabajar, el don de una familia, etc. No digo que no haya momentos arduos y difíciles, pero cuando yo descubro la gratuidad del don que se me dio, de lo que se me puso delante, lo vivo de una manera diferente, y hago que dé fruto de una manera diferente. Algo se me dio, busquemos la forma de darle provecho, la forma de que esto no quede enterrado, sino que sirva para mí, y para los demás.
Creo que ésta siempre es la invitación de Jesús, y con un paso más incluso. Voy a ser un poco osado. Hay algo que no aparece en esta parábola. Fíjense que están estos hombres a quienes les dan los talentos y los hacen dar fruto. Hay otro que lo entierra pero (y Jesús no lo dice), no está el caso de que a uno le hayan dado tres talentos y los haya perdido. La pregunta es ¿por qué? Creo que porque los talentos, cuando uno los pone al servicio de Dios, siempre dan fruto. Por eso aunque sea los hubiera puesto en el banco para que dieran interés. Con que hagas un poquito, va a dar fruto. Porque no depende de nosotros. Dios no mira como miramos nosotros, no mira si tuvimos éxito. Dios mira el corazón, lo que hicimos. Cuando nosotros miramos el éxito, medimos cuánto logro uno. Dios mira lo que hay en nuestro corazón, cómo lo logramos. Volviendo a la película, no importa si ganaste o no la competencia, sino cuál es el esfuerzo qué hiciste, cómo te dedicaste, cómo inspiraste a otros. Eso es lo que va mirando en cada uno de nosotros, de qué manera vivimos. Aun en las dificultades, cómo vamos poniendo la vida y el corazón. En Él siempre va a dar fruto. Si quieren un ejemplo, nosotros en un ratito vamos a poner pan y vino en esta mesa nomás, y ¿Jesús va a hacer que esto sea su cuerpo y su sangre? ¡Vaya si dan fruto las cosas en Dios! Las transforma totalmente. Pero tenemos que mirar con los ojos de la fe para ver eso. Si yo sigo mirando con mis ojos de ser humano, voy a decir: acá hay pan y vino. Pero si miro con los ojos de la fe, ahí está Jesús que me alimenta. Lo mismo me hace ver en mi vida. Pero para eso tengo que animarme a dar un paso más, mirar de una manera distinta y diferente.
María es un ejemplo de esto, ella nos muestra tres dones que todos tenemos: fe, esperanza y caridad. Si uno mira la vida de María, no es que ella hizo cosas extraordinarias (lo digo con mucho respeto), sino que aun las cosas pequeñas las vivió extraordinariamente. Dijo un sí que cambió la humanidad. Confió en Dios, se animó a decirle sí en el corazón y nos trajo a Jesús. Todos gozamos de ese don. María no tenía ni idea de la repercusión que ese don iba a tener en todos nosotros cuando decía que sí a Dios. Pero creyó, y creyendo dio frutos. Le tocó vivir las virtudes en diferentes momentos. El amor: le tocó tener que aceptar que su hijo dé la vida, acompañarlo en la cruz, y después ese amor dio fruto; acompañó también a los apóstoles, ayudó a fundar la Iglesia, porque puso el corazón. Esperó cuando tuvo que esperar: ‘tu padre y yo te buscábamos por todos lados, no sabíamos dónde estabas…’; cuando Jesús tiene que dar la vida, cuando tiene que empezar a alejarse un poco de la familia para celebrar su ministerio; y María siempre miró con confianza. ¡Vaya si eso da fruto! En eso es un ejemplo para nosotros. ¿De qué manera queremos, amamos, confiamos? Eso es lo que va a transformar las cosas.
Hace poco uno de los jóvenes me preguntaba si sabía más o menos cuántos son cristianos hoy en la Argentina; si eran el 90% más o menos o cuántos. Los últimos estudios dieron un poco menos. Pero más que cristianos, le dije, deberíamos hablar de bautizados, porque si fuéramos cristianos, la Argentina no estaría así. Es decir, no somos tan cristianos; miremos la desigualdad, la violencia que hay, Jesús quiere otra cosa. Cristianos no es solamente estar bautizados. Tiene que ver con cómo dejo que Jesús transforme mi corazón, y cómo eso me llama a transformar el mundo. Esa es la fe que tenemos que tener, esa es la confianza que Dios deposita en nosotros. Nos pide que nos animemos, que busquemos. Creo que esto está en mi capacidad de ver cuánto Dios me da. Si yo mirara no cuánto creo en Dios, sino cuánto Dios cree y confía en mí, eso me movilizaría mucho más; sería mucho más audaz, mucho más creativo, me animaría mucho más. No sería tan conservador, como a veces somos en la familia, en la Iglesia, que queremos enterrar las cosas y que queden ahí guardaditas. Diríamos: Jesús me llama a algo más; me animaría, confiaría. Si yo viera cuánto Dios me ama incondicionalmente, a pesar de las cosas que hago bien o mal, creo que hasta un poco me asustaría de que me ame tanto, pero también me llamaría a amar mucho más, desbordaría tanto de amor mi corazón, que me animaría. Creo que esto se da justamente en la medida en que voy descubriendo eso. Lo que Dios pone en mi corazón, si lo descubro me llama a mucho más. En el fondo me llama a que las cosas se transformen, a dar fruto.
Hoy Jesús transforma este pan y este vino, porque tiene la certeza de que cuando nos alimentamos de él, eso va a dar fruto en nuestra vida, y nuestra vida va a dar fruto en la de los demás.
Tengamos esa fe y esa confianza que Dios deposita en nosotros, hagámosla propia, y así vamos también a dar fruto con todos los talentos y los dones que Dios nos dio.

Lecturas:
*Prov 31,10-13.19-20.30-31
*Salmo 127
*Tes 5,1-6

*Mt 25,14-30

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