Hace poco
salió una nueva serie, que se llama Flash,
basada obviamente en el superhéroe de DC
Comics. La mamá de Barry Allen, el protagonista, había muerto cuando él era
chico. Y llega un momento donde accidentalmente descubre sus poderes para ser Flash.
Es así que un día va a visitar a su padre y le cuenta que este último tiempo
estuvo extrañando mucho a su madre. Él lo mira con cariño y le dice: “¿te conté
alguna vez de cuando comenzaste a caminar?” Barry se ríe y le dice, “sí, un par
de veces…” Se ve que se lo había contado muchas veces, pero él se lo vuelve a
contar, como para hacer memoria a su madre. Entonces empieza, “cuando vos eras
bebé, empezaron a caminar todos los bebés que habían nacido en la misma época
que vos en el barrio, pero vos no caminabas, no caminabas, no caminabas… Pero
tu madre nunca se preocupó. Ella decía: ‘vas a caminar cuando tengas un lugar a
donde ir.’ El día que lo hiciste, más que caminar, saliste como corriendo hasta
los brazos de tu madre. Ese día tenías un lugar a donde ir.” Es decir, lo que
le está diciendo es que vuelva a descubrir en el corazón qué es lo que lo
moviliza, qué es lo que lo mueve. Cuando descubrió qué es lo que quería y a
quién amaba, eso lo llamó a algo más, a caminar y a movilizarse.
A nosotros
nos pasa un poco lo mismo. En general lo que nos motiva y nos mueve tiene que
ver con el amor. Si uno le pregunta a cualquier persona, qué le parece
importante, a qué nos invita Jesús, uno va a decir: amar. Es lo primero que nos
va a surgir. Sin embargo, descubrimos lo complejo y lo difícil que es esto. Lo
difícil que es poner cada cosa en su lugar. En general vivimos en un tiempo
donde nos sentimos muy exigidos, muy tironeados. Sentimos que nunca alcanza lo
que hacemos. Siempre se nos pide algo más. Tenemos el tiempo acotado, son
veinticuatro horas, y en vez de darnos cuenta de eso queremos seguir metiendo
cosas, y nos chocamos la cabeza contra la pared porque las demandas, las
exigencias, son muy grandes, y no alcanza, uno siente que nunca llega. No sólo
con las cosas que tenemos que hacer, sino con las personas. A veces uno también
se siente muy tironeado por los vínculos. Le piden más, le dicen que no se
preocupa, que “no me querés”, “no me dedicás tiempo”, “le dedicás siempre tiempo
a los demás y a mí no”, y no sé cuántas cosas más. Nunca alcanza, nunca termino
de aprobar. En esos momentos uno se pregunta, ¿qué es lo que tengo que hacer?
¿A qué le tengo que dedicar más tiempo? ¿Cómo ordeno las cosas?
También hay
momentos, por el contrario, donde uno siente que no tiene nada que hacer. Uno
siente que no hay nada que lo llene, no hay nada que a uno le guste, que no
tiene nada para hacer en este momento de la vida, y también que los demás no se
preocupan por uno. Que nadie me presta atención, que yo ya no soy importante
para los demás, que nadie está al tanto de lo que me pasa, nadie me pregunta,
nadie está a mi lado. Y en esos momentos también sentimos como que perdemos el
centro y el sentido.
Aparte los
que somos un poquito más grandes, sentimos que el tiempo va pasando, y que un
montón de proyectos, de metas, objetivos que nos vamos poniendo, los vamos
viviendo y van quedando atrás. Y nos preguntamos, ¿qué es lo que queda?
Este viernes
vivimos con mucha alegría las ordenaciones de tres chicos, y justo fue mi
aniversario sacerdotal, y después en el festejo de las ordenaciones me venían a
saludar. ¿Cuántos años llevás?, me preguntaban. 11 años ya; y uno piensa,
‘¡cuánto ha pasado!, cuánto uno ha vivido. En general uno siente que es chico,
con 41 años, 11 de sacerdote… y de repente mira para abajo y se da cuenta que
ya no es de los más chicos. Entonces nos preguntamos, ¿qué es lo que queda
cuando ya pasó tanto tiempo?
En el fondo,
es siempre ir a lo central, ir a lo esencial, ir a lo que ordena todo. Esa es
la pregunta que le hacen a Jesús. ¿Cuál es el más grande de los mandamientos?
En esta religión donde se nos pide y se nos demanda tantas cosas, donde también
hay a veces muchas exigencias, ¿qué es lo que ordena todo esto? Y la novedad que
trae Jesús es que pone como complementarios estos dos mandamientos: el amor a
Dios y el amor al prójimo. Dice: esto es lo central, y está por encima de toda
ley y de los profetas. Esto es lo que le da un sentido a lo que se vive en la
fe, a lo que se vive en la religión. Tomando las palabras de Santa Teresita de
Lisieux, que dice: ‘yo quiero ser el amor en el corazón de la Iglesia’; el amar
es lo que le da sentido a todo lo demás, es lo que ubica a todo lo demás.
Cuando yo puedo amar, en mi vida, todo lo demás cobra sentido, mi vida cobra
sentido. Cobra sentido mi trabajo, mi estudio, mis vínculos. Cuando yo no puedo
amar, todo se va perdiendo, y me voy cerrando. Son como esos días, cuando uno
está bajoneado, de mal humor, cansado, con bronca, y uno dice: “no me molesten”,
“dejame solo”… nos vamos aislando. Cuando uno no se siente querido, pierde el
sentido de lo que hace. En cambio cuando uno está alegre, con gozo, se siente
amado, todo cobra un objetivo en nuestra vida. Uno se siente más proactivo, con
muchas más ganas. Esto es lo que dice Jesús. ¿Ustedes quieren vivir la fe?
Pongan en el centro el amor. El amor es lo que va a ordenar todo lo demás. El
amor es lo que va a dar sentido a todo lo demás.
Sin embargo,
vivir de esta forma nos cuesta. Como les decía antes, uno tiende a perder lo
esencial, lo central. Y ejercitamos un montón de cosas; ejercitamos el
intelecto y nos pasamos años estudiando, y haciendo masters y doctorados;
ejercitamos el físico con deporte, haciendo dietas, para vernos bien, para
cuidar nuestra imagen; ahora, ¿ejercitamos el corazón? ¿Enseñamos a trabajar
desde nuestra vida el corazón, que es el centro? ¿Nos ponemos metas en el
corazón? Así como nos ponemos metas en lo demás, ¿nos preguntamos, ‘¿cómo puedo
crecer en esto?’, y nos ponemos un objetivo? Eso se trabaja. El amor es un acto
de la voluntad, no es un sentimiento (como dice la canción). Lo tengo que
ejercitar, lo tengo que trabajar. A veces uno se violenta o se enoja porque ve
en la televisión, en la calle, muchas cosas, y dice ¡cuánto odio!, ¡cuánta
violencia!, ¡cuánta división!, ¡cuánta separación!, e incluso sentimos que hay
mucha gente que trabaja por eso. ¿Nosotros trabajamos por lo contrario? Por
enseñar a amar, por enseñar a ser generoso, por enseñar a ser respetuoso, a
escuchar, a ayudarnos. ¿Nos ponemos metas y objetivos en esto? Pequeños. Desde mi
casa, o cuando salgo, en otro lugar… ¿me animo a decir ‘quiero que mi corazón
crezca’? ¿O lo dejo así nomás? Porque pareciera que es una cosa que viene dada,
y que no lo tengo que trabajar. Pero todos tenemos la experiencia de que para
amar más y mejor, con mayor profundidad y mayor calidad, tengo que proponerme
cosas, y tengo que intentar ir viviéndolas. Y todo lo demás de mi vida, se va a
ordenar.
Jesús nos
dice que el amor está por encima de toda ley. La ley no tiene sentido si no se
ama. Como dice Pablo: el que ama ha cumplido la ley. Ya está. A partir de ahí,
todo lo demás se va a ir acomodando solo cuando uno ama. Como dice San Agustín:
“ama y haz lo que quieras”. Es más, podríamos dar un paso más, tomando el
evangelio. Vamos a tomar varios ejemplos conocidos. La parábola del padre
misericordioso, cuando el padre recibe a su hijo menor; lo perdona, le da el
anillo, las sandalias, lo besa, ¿no cumplió la ley al perdonarlo? Uno podría
decir, ¿por qué no se puso firme? Lo amó, fue por encima de la ley. Para que
quede más claro esto, podemos hablar también de la mujer adúltera. ¿Qué es lo
que manda hacer la ley?, pregunta Jesús. Pero ¿qué hace? La perdona, va por
encima de la ley. ¿Qué es lo que está por encima de la ley? Amar a esa persona.
No mirar qué es lo que se tiene que hacer. Ahora, al perdonarla, ¿Jesús cambió
sus convicciones? ¿Jesús no tiene las mismas convicciones que antes? ¿Está a
favor del adulterio? Porque a veces nosotros tenemos miedo de que por ser
buenos, o por amar, no cumplimos la ley, o no somos justos. No se contraponen,
¿eh? Es más, el amor, las engloba. Cuando yo amo, estoy dando un paso mucho más
profundo que cumplir con algo. A eso invita Jesús. Anímense a vivir el amor.
Eso es lo que nos alegra, eso es lo que nos cambia la vida, eso es lo que nos
mueve; cuando podemos amar. Bueno, vuelvan a eso, vuelvan a sentirse amados,
anímense a amar, hagan este ejercicio, vívanlo, eso es lo que les va a llenar
el corazón. En el fondo esto es lo que vivió Jesús. Si Jesús lo que quiere
hacer es cumplir la ley, entonces nunca se sube a la cruz, no sube a Jerusalén,
no se encarna más o menos. No tiene sentido eso. Pero por amor, ahí sí todo
cobra sentido. Por amor él da la vida. ¿Y acaso no cumple la ley haciendo eso?
¿Por qué? Porque descubrió un sentido mucho más profundo; el vincularnos, el
vivir como familia, el amarnos los unos a los otros. Esa es la invitación que
nos hace. Animémonos a volver a amarnos.
El amor se
ve. En gestos, en cosas. Ese es el último paso que Dios le pide a su comunidad.
Pero sólo voy a poder dar ese paso cuando me sienta amado. Podríamos decir que
voy a haber hecho experiencia verdadera de Dios cuando vea cómo ama. Si a mí me
cuesta amar, la pregunta es ¿qué experiencia he hecho en el corazón del amor de
Dios? Porque es lo que me moviliza.
A ver, cuando
uno se siente re amado, por un novio, una novia, uno quiere amarlo al otro,
quiere mostrarle cuánto lo quiere, cuánto lo ama, o se lo exige al otro. Con Dios
pasa lo mismo. Si yo hice experiencia del amor de Dios en mi corazón, eso me
envía, me lanza, me mueve. Dios lleva este pedido al extremo. En la primera
lectura, le pide a un pueblo que tiene que haber hecho experiencia de Dios en
el desierto: ustedes ahora amen a los más desprotegidos. Amen a la viuda, amen
al huérfano, amen al forastero; preocúpense por los que más lo necesitan. ¿Por
qué? Porque Dios se preocupó por ustedes cuando estaban en esa situación. También
hagamos experiencia de Dios y vivamos esto.
Una vez
escuché que si uno quería conocer el corazón de las personas, tenía que mirar
cómo trataba a las personas que no eran sus pares. Porque en general, cuando
uno se comporta con sus pares, se comporta de cierta manera, se cuida, no
quiere quedar mal. El tema es cuando uno tiene que amar a los que están a cargo
de uno, en un trabajo u otro lugar. ¿De qué manera los amo? No necesariamente a
cargo, que me acompañan y están a mi servicio. Muchos van al colegio, ¿cómo
trato a los directivos, a los profesores, a los preceptores? ¿De qué manera los
amo? Los que van a la facultad, o en el trabajo, ¿de qué manera voy poniendo mi
corazón ahí? Ahí veremos todos, ese camino que Jesús, con paciencia, nos va
invitando a que recorramos. Eso es aprender a amar, a Dios y al prójimo. En la
primera lectura se unen. – Amen al forastero, a la viuda, al huérfano, y ahí
van a amarme a mí. Eso es lo que nos pide a nosotros. Que nos animemos a vivir
las dos cosas; que abramos el corazón; que hagamos experiencia de Dios en el
corazón; para llevar ese amor a los demás.
Como siempre
ahora al terminar vamos a cantar una canción. Les hago una invitación, porque
el amor se tiene que ver en gestos. Entonces los invito a que, mientras nos
deleitamos un poco con el canto del coro, pensemos en alguna persona concreta a
la que podemos amar esta semana. Alguien que me está costando, alguien que me
necesite, que lo escuche, que esté, que le dé una mano, que tenga que
soportarlo porque está pasando por un momento difícil. Pensemos un gesto
concreto de amor que podamos vivir. Pidámosle a Jesús que nos ponga en ese
camino.
Lecturas:
*Isa 45,1.4-6
*Sal 95,1.3.4-5.7-8.9-10a.10e
*Tes 1,1-5b
*Mt 22,15-21
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