viernes, 7 de noviembre de 2014

Homilía: “El amor está por encima de la ley” – XXX domingo durante el año

Hace poco salió una nueva serie, que se llama Flash, basada obviamente en el superhéroe de DC Comics. La mamá de Barry Allen, el protagonista, había muerto cuando él era chico. Y llega un momento donde accidentalmente descubre sus poderes para ser Flash. Es así que un día va a visitar a su padre y le cuenta que este último tiempo estuvo extrañando mucho a su madre. Él lo mira con cariño y le dice: “¿te conté alguna vez de cuando comenzaste a caminar?” Barry se ríe y le dice, “sí, un par de veces…” Se ve que se lo había contado muchas veces, pero él se lo vuelve a contar, como para hacer memoria a su madre. Entonces empieza, “cuando vos eras bebé, empezaron a caminar todos los bebés que habían nacido en la misma época que vos en el barrio, pero vos no caminabas, no caminabas, no caminabas… Pero tu madre nunca se preocupó. Ella decía: ‘vas a caminar cuando tengas un lugar a donde ir.’ El día que lo hiciste, más que caminar, saliste como corriendo hasta los brazos de tu madre. Ese día tenías un lugar a donde ir.” Es decir, lo que le está diciendo es que vuelva a descubrir en el corazón qué es lo que lo moviliza, qué es lo que lo mueve. Cuando descubrió qué es lo que quería y a quién amaba, eso lo llamó a algo más, a caminar y a movilizarse.
A nosotros nos pasa un poco lo mismo. En general lo que nos motiva y nos mueve tiene que ver con el amor. Si uno le pregunta a cualquier persona, qué le parece importante, a qué nos invita Jesús, uno va a decir: amar. Es lo primero que nos va a surgir. Sin embargo, descubrimos lo complejo y lo difícil que es esto. Lo difícil que es poner cada cosa en su lugar. En general vivimos en un tiempo donde nos sentimos muy exigidos, muy tironeados. Sentimos que nunca alcanza lo que hacemos. Siempre se nos pide algo más. Tenemos el tiempo acotado, son veinticuatro horas, y en vez de darnos cuenta de eso queremos seguir metiendo cosas, y nos chocamos la cabeza contra la pared porque las demandas, las exigencias, son muy grandes, y no alcanza, uno siente que nunca llega. No sólo con las cosas que tenemos que hacer, sino con las personas. A veces uno también se siente muy tironeado por los vínculos. Le piden más, le dicen que no se preocupa, que “no me querés”, “no me dedicás tiempo”, “le dedicás siempre tiempo a los demás y a mí no”, y no sé cuántas cosas más. Nunca alcanza, nunca termino de aprobar. En esos momentos uno se pregunta, ¿qué es lo que tengo que hacer? ¿A qué le tengo que dedicar más tiempo? ¿Cómo ordeno las cosas?
También hay momentos, por el contrario, donde uno siente que no tiene nada que hacer. Uno siente que no hay nada que lo llene, no hay nada que a uno le guste, que no tiene nada para hacer en este momento de la vida, y también que los demás no se preocupan por uno. Que nadie me presta atención, que yo ya no soy importante para los demás, que nadie está al tanto de lo que me pasa, nadie me pregunta, nadie está a mi lado. Y en esos momentos también sentimos como que perdemos el centro y el sentido.
Aparte los que somos un poquito más grandes, sentimos que el tiempo va pasando, y que un montón de proyectos, de metas, objetivos que nos vamos poniendo, los vamos viviendo y van quedando atrás. Y nos preguntamos, ¿qué es lo que queda?
Este viernes vivimos con mucha alegría las ordenaciones de tres chicos, y justo fue mi aniversario sacerdotal, y después en el festejo de las ordenaciones me venían a saludar. ¿Cuántos años llevás?, me preguntaban. 11 años ya; y uno piensa, ‘¡cuánto ha pasado!, cuánto uno ha vivido. En general uno siente que es chico, con 41 años, 11 de sacerdote… y de repente mira para abajo y se da cuenta que ya no es de los más chicos. Entonces nos preguntamos, ¿qué es lo que queda cuando ya pasó tanto tiempo?
En el fondo, es siempre ir a lo central, ir a lo esencial, ir a lo que ordena todo. Esa es la pregunta que le hacen a Jesús. ¿Cuál es el más grande de los mandamientos? En esta religión donde se nos pide y se nos demanda tantas cosas, donde también hay a veces muchas exigencias, ¿qué es lo que ordena todo esto? Y la novedad que trae Jesús es que pone como complementarios estos dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. Dice: esto es lo central, y está por encima de toda ley y de los profetas. Esto es lo que le da un sentido a lo que se vive en la fe, a lo que se vive en la religión. Tomando las palabras de Santa Teresita de Lisieux, que dice: ‘yo quiero ser el amor en el corazón de la Iglesia’; el amar es lo que le da sentido a todo lo demás, es lo que ubica a todo lo demás. Cuando yo puedo amar, en mi vida, todo lo demás cobra sentido, mi vida cobra sentido. Cobra sentido mi trabajo, mi estudio, mis vínculos. Cuando yo no puedo amar, todo se va perdiendo, y me voy cerrando. Son como esos días, cuando uno está bajoneado, de mal humor, cansado, con bronca, y uno dice: “no me molesten”, “dejame solo”… nos vamos aislando. Cuando uno no se siente querido, pierde el sentido de lo que hace. En cambio cuando uno está alegre, con gozo, se siente amado, todo cobra un objetivo en nuestra vida. Uno se siente más proactivo, con muchas más ganas. Esto es lo que dice Jesús. ¿Ustedes quieren vivir la fe? Pongan en el centro el amor. El amor es lo que va a ordenar todo lo demás. El amor es lo que va a dar sentido a todo lo demás.
Sin embargo, vivir de esta forma nos cuesta. Como les decía antes, uno tiende a perder lo esencial, lo central. Y ejercitamos un montón de cosas; ejercitamos el intelecto y nos pasamos años estudiando, y haciendo masters y doctorados; ejercitamos el físico con deporte, haciendo dietas, para vernos bien, para cuidar nuestra imagen; ahora, ¿ejercitamos el corazón? ¿Enseñamos a trabajar desde nuestra vida el corazón, que es el centro? ¿Nos ponemos metas en el corazón? Así como nos ponemos metas en lo demás, ¿nos preguntamos, ‘¿cómo puedo crecer en esto?’, y nos ponemos un objetivo? Eso se trabaja. El amor es un acto de la voluntad, no es un sentimiento (como dice la canción). Lo tengo que ejercitar, lo tengo que trabajar. A veces uno se violenta o se enoja porque ve en la televisión, en la calle, muchas cosas, y dice ¡cuánto odio!, ¡cuánta violencia!, ¡cuánta división!, ¡cuánta separación!, e incluso sentimos que hay mucha gente que trabaja por eso. ¿Nosotros trabajamos por lo contrario? Por enseñar a amar, por enseñar a ser generoso, por enseñar a ser respetuoso, a escuchar, a ayudarnos. ¿Nos ponemos metas y objetivos en esto? Pequeños. Desde mi casa, o cuando salgo, en otro lugar… ¿me animo a decir ‘quiero que mi corazón crezca’? ¿O lo dejo así nomás? Porque pareciera que es una cosa que viene dada, y que no lo tengo que trabajar. Pero todos tenemos la experiencia de que para amar más y mejor, con mayor profundidad y mayor calidad, tengo que proponerme cosas, y tengo que intentar ir viviéndolas. Y todo lo demás de mi vida, se va a ordenar.
Jesús nos dice que el amor está por encima de toda ley. La ley no tiene sentido si no se ama. Como dice Pablo: el que ama ha cumplido la ley. Ya está. A partir de ahí, todo lo demás se va a ir acomodando solo cuando uno ama. Como dice San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Es más, podríamos dar un paso más, tomando el evangelio. Vamos a tomar varios ejemplos conocidos. La parábola del padre misericordioso, cuando el padre recibe a su hijo menor; lo perdona, le da el anillo, las sandalias, lo besa, ¿no cumplió la ley al perdonarlo? Uno podría decir, ¿por qué no se puso firme? Lo amó, fue por encima de la ley. Para que quede más claro esto, podemos hablar también de la mujer adúltera. ¿Qué es lo que manda hacer la ley?, pregunta Jesús. Pero ¿qué hace? La perdona, va por encima de la ley. ¿Qué es lo que está por encima de la ley? Amar a esa persona. No mirar qué es lo que se tiene que hacer. Ahora, al perdonarla, ¿Jesús cambió sus convicciones? ¿Jesús no tiene las mismas convicciones que antes? ¿Está a favor del adulterio? Porque a veces nosotros tenemos miedo de que por ser buenos, o por amar, no cumplimos la ley, o no somos justos. No se contraponen, ¿eh? Es más, el amor, las engloba. Cuando yo amo, estoy dando un paso mucho más profundo que cumplir con algo. A eso invita Jesús. Anímense a vivir el amor. Eso es lo que nos alegra, eso es lo que nos cambia la vida, eso es lo que nos mueve; cuando podemos amar. Bueno, vuelvan a eso, vuelvan a sentirse amados, anímense a amar, hagan este ejercicio, vívanlo, eso es lo que les va a llenar el corazón. En el fondo esto es lo que vivió Jesús. Si Jesús lo que quiere hacer es cumplir la ley, entonces nunca se sube a la cruz, no sube a Jerusalén, no se encarna más o menos. No tiene sentido eso. Pero por amor, ahí sí todo cobra sentido. Por amor él da la vida. ¿Y acaso no cumple la ley haciendo eso? ¿Por qué? Porque descubrió un sentido mucho más profundo; el vincularnos, el vivir como familia, el amarnos los unos a los otros. Esa es la invitación que nos hace. Animémonos a volver a amarnos.
El amor se ve. En gestos, en cosas. Ese es el último paso que Dios le pide a su comunidad. Pero sólo voy a poder dar ese paso cuando me sienta amado. Podríamos decir que voy a haber hecho experiencia verdadera de Dios cuando vea cómo ama. Si a mí me cuesta amar, la pregunta es ¿qué experiencia he hecho en el corazón del amor de Dios? Porque es lo que me moviliza.
A ver, cuando uno se siente re amado, por un novio, una novia, uno quiere amarlo al otro, quiere mostrarle cuánto lo quiere, cuánto lo ama, o se lo exige al otro. Con Dios pasa lo mismo. Si yo hice experiencia del amor de Dios en mi corazón, eso me envía, me lanza, me mueve. Dios lleva este pedido al extremo. En la primera lectura, le pide a un pueblo que tiene que haber hecho experiencia de Dios en el desierto: ustedes ahora amen a los más desprotegidos. Amen a la viuda, amen al huérfano, amen al forastero; preocúpense por los que más lo necesitan. ¿Por qué? Porque Dios se preocupó por ustedes cuando estaban en esa situación. También hagamos experiencia de Dios y vivamos esto.
Una vez escuché que si uno quería conocer el corazón de las personas, tenía que mirar cómo trataba a las personas que no eran sus pares. Porque en general, cuando uno se comporta con sus pares, se comporta de cierta manera, se cuida, no quiere quedar mal. El tema es cuando uno tiene que amar a los que están a cargo de uno, en un trabajo u otro lugar. ¿De qué manera los amo? No necesariamente a cargo, que me acompañan y están a mi servicio. Muchos van al colegio, ¿cómo trato a los directivos, a los profesores, a los preceptores? ¿De qué manera los amo? Los que van a la facultad, o en el trabajo, ¿de qué manera voy poniendo mi corazón ahí? Ahí veremos todos, ese camino que Jesús, con paciencia, nos va invitando a que recorramos. Eso es aprender a amar, a Dios y al prójimo. En la primera lectura se unen. – Amen al forastero, a la viuda, al huérfano, y ahí van a amarme a mí. Eso es lo que nos pide a nosotros. Que nos animemos a vivir las dos cosas; que abramos el corazón; que hagamos experiencia de Dios en el corazón; para llevar ese amor a los demás.
Como siempre ahora al terminar vamos a cantar una canción. Les hago una invitación, porque el amor se tiene que ver en gestos. Entonces los invito a que, mientras nos deleitamos un poco con el canto del coro, pensemos en alguna persona concreta a la que podemos amar esta semana. Alguien que me está costando, alguien que me necesite, que lo escuche, que esté, que le dé una mano, que tenga que soportarlo porque está pasando por un momento difícil. Pensemos un gesto concreto de amor que podamos vivir. Pidámosle a Jesús que nos ponga en ese camino.
Lecturas:
*Isa 45,1.4-6
*Sal 95,1.3.4-5.7-8.9-10a.10e
*Tes 1,1-5b

*Mt 22,15-21

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