miércoles, 12 de noviembre de 2014

Homilía: “El sentido que le damos a la muerte tiene que ver con el sentido que le damos a la vida” – Conmemoración de los fieles difuntos


En la película “Guerra Mundial Z”, Jerry Lane es un corresponsal de la ONU que está en Philadelphia. Cuando comienza, él está en su auto y empieza a haber una congestión muy grande de tránsito, y un caos bastante grande. No saben qué es lo que está pasando, hasta que aparece, un camión descontrolado, manejado por un zombi. Ahí comienza todo el lío de los zombis mordiendo a los humanos. Logra escapar, cuenta cuántos segundos tarda una persona desde que se la muerde hasta que es infectada y tiene esta epidemia, y comienza todo un camino de cómo poder curar o cómo evitar esto. Trata sobre esta gente que está entre medio de la muerte y la vida, o más muerta que viva.
En un momento va a Israel y se encuentra con Jurgen Warmbrunn que es un espía israelita que está ahí, y él le cuenta que venía analizando este fenómeno que pasaba. “Lo que pasa es que el hombre no se da cuenta de que las cosas pasan hasta que pasan.”, dice. “No es estupidez ni debilidad, es sólo la naturaleza humana.”
Creo que esta frase nos muestra cómo hay veces en las que queremos guardar las cosas debajo de la alfombra; que no queremos ver por más que las tengamos delante; las vamos esquivando. Una de ellas tiene que ver con una de las pocas certezas que tenemos todos los que estamos acá: todos vamos a pasar por la muerte. Es una de las pocas certezas que compartimos todos. Sin embargo, creo que vivimos en un tiempo donde esto nos cuesta; no queremos hablar de esto hasta que nos pasa, hasta que lo tenemos que enfrentar, hasta que es parte de la vida. Es algo que en general hoy se tiende a querer esquivar.
Esta semana estuve confesando a muchos chiquitos que tomaban la primera comunión, o que hacían su primera reconciliación y una de las preguntas que les hago es: “¿por qué le querés dar gracias a Dios?” Y varios chiquitos me dijeron: “porque mi abuela murió y ya está en el cielo”, y entonces yo les preguntaba por qué, y me decían: “porque ya está grande, y es bueno que se haya muerto y vaya al cielo”. O sea, qué bueno que uno pueda educar en eso. Porque muchas veces nos encontramos con lo contrario: “no hablemos de esto”; “tapémoslo”; “que los chicos no se enteren.” ¡Qué bueno entonces que haya familias que hablen esto con naturalidad, que se animen a ponerlo como parte de la vida, como una de las pocas certezas que todos tenemos!
Por el contrario, hoy en día uno a veces se encuentra con que es algo que uno lo quiere pasar lo más rápido posible. Uno de los ejemplos de eso son los velorios, todo lo que tiene que ver con los funerales, que cuanto más cortos sean mejor. Es más, para la práctica de los curas a veces eso es complicado, porque me llaman, por ejemplo, y me dicen: “Mariano, mañana a las 9.47 [con 22 segundos más o menos], lo vamos a enterrar en tal lado”. “Y ¿hay velorio?” “No, no…” Obviamente que estoy generalizando, porque hay razones muy distintas, y algunas muy válidas, pero muchas tienen que ver con que: “que esto pase”, “que de esto no se hable”, “escondámoslo”.
Sin embargo, es algo que es parte de la vida, y algo con lo que nos tenemos que enfrentar cada uno de nosotros en nuestra vida, pero también con la vida de los que queremos y de los que están a nuestro lado. Qué lindo que es cuando aun las cosas difíciles las podemos compartir y charlar, las podemos poner delante de la mesa. ¿Por qué? Porque sino por algún lugar se escapan, por algún lugar salen, y en algún momento las tenemos que enfrentar.
Creo que es un momento donde nos cuesta mucho hablar. No obstante, así como cité esta película, es el momento donde tal vez más series hay que tienen que ver con este tema, como Walking Dead por ejemplo. ¿Por qué? Porque se escapa. Porque el sentido de la vida y de la muerte está frente a nosotros siempre. Es algo que exige una respuesta de nosotros. Y aunque nosotros no lo queramos decir, algo tenemos que decir, aun inconscientemente. Por eso se nos invita a que nos animemos a hablar, a compartir, a descubrirlo como un paso de lo que nosotros tenemos que vivir. ¿Por qué? Porque según el sentido que le demos a la muerte, cómo vamos a vivir. El sentido que le damos a la muerte tiene que ver con el sentido que le damos a la vida.
Voy a poner un ejemplo de esto: si yo vivo la muerte con miedo, voy a vivir con mucho miedo. Porque voy a tener miedo de lo que pasa, porque no lo puedo controlar. Porque es algo que supera mi capacidad, no lo puedo manejar, no está en mis manos, sino que está en manos de Dios. Dios lo decide. Como dice el libro del Eclesiástico: ninguno de nosotros puede agregar ni quitar un segundo a lo que Dios ha elegido para nosotros. Es por eso que según cómo lo enfrentamos, cómo vivimos hoy.
Más allá de esto, el problema es que frente a la muerte, cuando uno busca el sentido, cuando se pregunta por el porqué, muchas veces no encuentra. ¿Por qué? Porque no es ahí donde voy a encontrar el sentido. Justamente la muerte es el sin sentido, es donde todo termina, donde todo se acaba, donde la oscuridad parece que vence a la luz. El sentido lo da la vida. Por eso nos aferramos a ella. Ese sentido nos lo da Jesús, con su muerte y resurrección. Esa es la pregunta que le hacen a las mujeres en el evangelio: ¿Por qué buscan al que está vivo entre los muertos? ¿Por qué lo buscan acá? No hablan de alguien que está muerto, hablan de alguien que está vivo.
El sentido de la muerte lo da la vida eterna. Si yo me animo a mirar a Jesús y a la resurrección de Jesús, aprendo a mirar a la muerte de una manera diferente. Lo que nos da sentido, es justamente esa vida que Jesús nos regala, esa vida que nos da la fe. Esa esperanza que se nos invita a tener, en una vida que va más allá. El problema es que esto lo entiendo posteriormente. Tengo que mirar para atrás. Eso es lo difícil. A veces nos paralizamos o retrocedemos en los momentos de fracaso, de crisis, en los momentos difíciles, de dudas. Pero los vamos a entender cuando nos animemos a atravesarlos, cuando pasamos del otro lado. Es ahí donde en perspectiva, puedo decir qué sentido tuvo.
Preguntémosles a los discípulos qué sentido tuvo la muerte de Jesús cuando Jesús está en la cruz. Nos van a decir: “ninguno.” Preguntémosles qué sentido tuvo la muerte de Jesús, cuando están con Jesús resucitado, y ahí lo van a comprender, ahí lo van a entender. Esa es la invitación a nosotros, a que nos animemos a descubrir que hay algo más, que hay un paso más, que ahí no se acaba. Y ponerle nombre a las cosas. “Jesús hace nuevas todas las cosas”, nos dice la primera lectura, pero para eso tengo que pasar eso.
Esto también nos pasa a veces para hablar del fracaso. ¿Educamos para el fracaso? Los papás, los jóvenes, ¿aceptan fracasar? En lo que eligieron, en lo que les toca.
Hace poco escuchaba una entrevista a Manu Ginóbili, el basquetbolista más grande de la historia argentina, y cuando le preguntaban por todo el éxito que tuvo, él frenó al que lo entrevistaba y le dijo: “pará, pará, yo fracasé mucho más que lo que gané. Perdí muchos más torneos que los que gané. Erré muchos más tiros de los que metí.” Y no era porque era pesimista, sino porque quería quitar esa visión del éxito, en la que el éxito es para pocos y en ciertos momentos. No es así; hay que aprender a incorporar en la vida que a veces se fracasa. No voy a fracasar si no intento, no voy a fracasar sino busco. O mejor dicho, voy a Fracasar (con mayúscula), si no busco, si no intento. Si aprendemos a incorporar eso, a enseñar lo arduo, lo difícil, también vamos a empezar a encontrarle un sentido a la muerte. ¿Por qué? Porque hay una vida que nos queda, hay una esperanza nueva.
Pablo habla de esto también. Hay una comunidad que tiene miedo y que se está preguntando qué pasa frente a la muerte. ¿Qué les dice Pablo? Jesús, con su resurrección, nos trae la resurrección. Él resucitó primero entre todos, para que todos resucitemos. Él es el que nos da vida. Esa es la esperanza que se nos invita a tener.
Alguna vez hemos compartido ya esto, pero creo que más que nunca hoy, como cristianos, tenemos que ser hombres de esperanza. Es lo que el mundo necesita, y creo que es lo que Jesús nos pide. No sólo frente a la muerte, y frente a no querer hablar de eso, sino frente a los signos de muerte; frente a las cosas difíciles, frente a lo arduo, frente al pesimismo, al “nada puede cambiar”, al “todo va a ser siempre igual”, al “todo es un bajón”… Jesús nos dice: hay una esperanza que va más allá; hay una esperanza que va más allá de lo que vos ves. Es Él. Tenemos que aprender a atravesar las crisis. Él es el que da luz a las cosas, Él es el que trae una esperanza nueva. Ahí se juega nuestra fe. ¿En dónde pongo yo la fe?, ¿en lo que yo controlo o en Jesús que me da vida?
A partir de ahí podré empezar a vislumbrar un poquito esas respuestas, a entender a aquél que ilumina lo que parece que no tiene luz. Aquel que trae luz aun sobre la muerte.
Jesús nos invita a vivir esto con esperanza, a poner esto en sus manos. Como estas mujeres que fueron al sepulcro a buscar al que estaba muerto, y se encontraron con que estaba vivo. Eso es lo que hace Jesús cuando ponemos la esperanza y la fe en Él. En donde parece que todo muere, Él trae vida.
Pongamos entonces con mucha confianza, nuestra fe y nuestra esperanza en Él, en aquél que hace nuevas todas las cosas, para que a través de Él también nosotros podamos ser testigos de la esperanza de su resurrección.


Lecturas:
*Ap 21,1-5a.6b-7
*Sal 26
*1Cor 15,20-23

*Lc 24,1-8

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