En la
película “Guerra Mundial Z”, Jerry
Lane es un corresponsal de la ONU que está en Philadelphia. Cuando comienza, él
está en su auto y empieza a haber una congestión muy grande de tránsito, y un
caos bastante grande. No saben qué es lo que está pasando, hasta que aparece, un
camión descontrolado, manejado por un zombi. Ahí comienza todo el lío de los
zombis mordiendo a los humanos. Logra escapar, cuenta cuántos segundos tarda
una persona desde que se la muerde hasta que es infectada y tiene esta
epidemia, y comienza todo un camino de cómo poder curar o cómo evitar esto.
Trata sobre esta gente que está entre medio de la muerte y la vida, o más
muerta que viva.
En un momento
va a Israel y se encuentra con Jurgen Warmbrunn que es un espía israelita que
está ahí, y él le cuenta que venía analizando este fenómeno que pasaba. “Lo que
pasa es que el hombre no se da cuenta de que las cosas pasan hasta que pasan.”,
dice. “No es estupidez ni debilidad, es sólo la naturaleza humana.”
Creo que esta
frase nos muestra cómo hay veces en las que queremos guardar las cosas debajo
de la alfombra; que no queremos ver por más que las tengamos delante; las vamos
esquivando. Una de ellas tiene que ver con una de las pocas certezas que
tenemos todos los que estamos acá: todos vamos a pasar por la muerte. Es una de
las pocas certezas que compartimos todos. Sin embargo, creo que vivimos en un
tiempo donde esto nos cuesta; no queremos hablar de esto hasta que nos pasa,
hasta que lo tenemos que enfrentar, hasta que es parte de la vida. Es algo que
en general hoy se tiende a querer esquivar.
Esta semana
estuve confesando a muchos chiquitos que tomaban la primera comunión, o que
hacían su primera reconciliación y una de las preguntas que les hago es: “¿por
qué le querés dar gracias a Dios?” Y varios chiquitos me dijeron: “porque mi
abuela murió y ya está en el cielo”, y entonces yo les preguntaba por qué, y me
decían: “porque ya está grande, y es bueno que se haya muerto y vaya al cielo”.
O sea, qué bueno que uno pueda educar en eso. Porque muchas veces nos
encontramos con lo contrario: “no hablemos de esto”; “tapémoslo”; “que los
chicos no se enteren.” ¡Qué bueno entonces que haya familias que hablen esto
con naturalidad, que se animen a ponerlo como parte de la vida, como una de las
pocas certezas que todos tenemos!
Por el
contrario, hoy en día uno a veces se encuentra con que es algo que uno lo
quiere pasar lo más rápido posible. Uno de los ejemplos de eso son los
velorios, todo lo que tiene que ver con los funerales, que cuanto más cortos
sean mejor. Es más, para la práctica de los curas a veces eso es complicado,
porque me llaman, por ejemplo, y me dicen: “Mariano, mañana a las 9.47 [con 22
segundos más o menos], lo vamos a enterrar en tal lado”. “Y ¿hay velorio?” “No,
no…” Obviamente que estoy generalizando, porque hay razones muy distintas, y
algunas muy válidas, pero muchas tienen que ver con que: “que esto pase”, “que
de esto no se hable”, “escondámoslo”.
Sin embargo,
es algo que es parte de la vida, y algo con lo que nos tenemos que enfrentar
cada uno de nosotros en nuestra vida, pero también con la vida de los que queremos
y de los que están a nuestro lado. Qué lindo que es cuando aun las cosas
difíciles las podemos compartir y charlar, las podemos poner delante de la
mesa. ¿Por qué? Porque sino por algún lugar se escapan, por algún lugar salen,
y en algún momento las tenemos que enfrentar.
Creo que es
un momento donde nos cuesta mucho hablar. No obstante, así como cité esta
película, es el momento donde tal vez más series hay que tienen que ver con
este tema, como Walking Dead por ejemplo. ¿Por qué? Porque se escapa. Porque el
sentido de la vida y de la muerte está frente a nosotros siempre. Es algo que
exige una respuesta de nosotros. Y aunque nosotros no lo queramos decir, algo
tenemos que decir, aun inconscientemente. Por eso se nos invita a que nos
animemos a hablar, a compartir, a descubrirlo como un paso de lo que nosotros
tenemos que vivir. ¿Por qué? Porque según el sentido que le demos a la muerte,
cómo vamos a vivir. El sentido que le damos a la muerte tiene que ver con el
sentido que le damos a la vida.
Voy a poner
un ejemplo de esto: si yo vivo la muerte con miedo, voy a vivir con mucho
miedo. Porque voy a tener miedo de lo que pasa, porque no lo puedo controlar.
Porque es algo que supera mi capacidad, no lo puedo manejar, no está en mis
manos, sino que está en manos de Dios. Dios lo decide. Como dice el libro del
Eclesiástico: ninguno de nosotros puede agregar ni quitar un segundo a lo que
Dios ha elegido para nosotros. Es por eso que según cómo lo enfrentamos, cómo
vivimos hoy.
Más allá de
esto, el problema es que frente a la muerte, cuando uno busca el sentido,
cuando se pregunta por el porqué, muchas veces no encuentra. ¿Por qué? Porque
no es ahí donde voy a encontrar el sentido. Justamente la muerte es el sin
sentido, es donde todo termina, donde todo se acaba, donde la oscuridad parece
que vence a la luz. El sentido lo da la vida. Por eso nos aferramos a ella. Ese
sentido nos lo da Jesús, con su muerte y resurrección. Esa es la pregunta que
le hacen a las mujeres en el evangelio: ¿Por qué buscan al que está vivo entre
los muertos? ¿Por qué lo buscan acá? No hablan de alguien que está muerto,
hablan de alguien que está vivo.
El sentido de
la muerte lo da la vida eterna. Si yo me animo a mirar a Jesús y a la
resurrección de Jesús, aprendo a mirar a la muerte de una manera diferente. Lo
que nos da sentido, es justamente esa vida que Jesús nos regala, esa vida que
nos da la fe. Esa esperanza que se nos invita a tener, en una vida que va más
allá. El problema es que esto lo entiendo posteriormente. Tengo que mirar para
atrás. Eso es lo difícil. A veces nos paralizamos o retrocedemos en los
momentos de fracaso, de crisis, en los momentos difíciles, de dudas. Pero los
vamos a entender cuando nos animemos a atravesarlos, cuando pasamos del otro
lado. Es ahí donde en perspectiva, puedo decir qué sentido tuvo.
Preguntémosles
a los discípulos qué sentido tuvo la muerte de Jesús cuando Jesús está en la
cruz. Nos van a decir: “ninguno.” Preguntémosles qué sentido tuvo la muerte de
Jesús, cuando están con Jesús resucitado, y ahí lo van a comprender, ahí lo van
a entender. Esa es la invitación a nosotros, a que nos animemos a descubrir que
hay algo más, que hay un paso más, que ahí no se acaba. Y ponerle nombre a las
cosas. “Jesús hace nuevas todas las cosas”, nos dice la primera lectura, pero
para eso tengo que pasar eso.
Esto también
nos pasa a veces para hablar del fracaso. ¿Educamos para el fracaso? Los papás,
los jóvenes, ¿aceptan fracasar? En lo que eligieron, en lo que les toca.
Hace poco
escuchaba una entrevista a Manu Ginóbili, el basquetbolista más grande de la
historia argentina, y cuando le preguntaban por todo el éxito que tuvo, él
frenó al que lo entrevistaba y le dijo: “pará, pará, yo fracasé mucho más que
lo que gané. Perdí muchos más torneos que los que gané. Erré muchos más tiros
de los que metí.” Y no era porque era pesimista, sino porque quería quitar esa
visión del éxito, en la que el éxito es para pocos y en ciertos momentos. No es
así; hay que aprender a incorporar en la vida que a veces se fracasa. No voy a
fracasar si no intento, no voy a fracasar sino busco. O mejor dicho, voy a
Fracasar (con mayúscula), si no busco, si no intento. Si aprendemos a
incorporar eso, a enseñar lo arduo, lo difícil, también vamos a empezar a
encontrarle un sentido a la muerte. ¿Por qué? Porque hay una vida que nos
queda, hay una esperanza nueva.
Pablo habla
de esto también. Hay una comunidad que tiene miedo y que se está preguntando
qué pasa frente a la muerte. ¿Qué les dice Pablo? Jesús, con su resurrección,
nos trae la resurrección. Él resucitó primero entre todos, para que todos
resucitemos. Él es el que nos da vida. Esa es la esperanza que se nos invita a
tener.
Alguna vez
hemos compartido ya esto, pero creo que más que nunca hoy, como cristianos,
tenemos que ser hombres de esperanza. Es lo que el mundo necesita, y creo que
es lo que Jesús nos pide. No sólo frente a la muerte, y frente a no querer
hablar de eso, sino frente a los signos de muerte; frente a las cosas
difíciles, frente a lo arduo, frente al pesimismo, al “nada puede cambiar”, al
“todo va a ser siempre igual”, al “todo es un bajón”… Jesús nos dice: hay una
esperanza que va más allá; hay una esperanza que va más allá de lo que vos ves.
Es Él. Tenemos que aprender a atravesar las crisis. Él es el que da luz a las
cosas, Él es el que trae una esperanza nueva. Ahí se juega nuestra fe. ¿En
dónde pongo yo la fe?, ¿en lo que yo controlo o en Jesús que me da vida?
A partir de
ahí podré empezar a vislumbrar un poquito esas respuestas, a entender a aquél
que ilumina lo que parece que no tiene luz. Aquel que trae luz aun sobre la
muerte.
Jesús nos
invita a vivir esto con esperanza, a poner esto en sus manos. Como estas
mujeres que fueron al sepulcro a buscar al que estaba muerto, y se encontraron
con que estaba vivo. Eso es lo que hace Jesús cuando ponemos la esperanza y la
fe en Él. En donde parece que todo muere, Él trae vida.
Pongamos
entonces con mucha confianza, nuestra fe y nuestra esperanza en Él, en aquél
que hace nuevas todas las cosas, para que a través de Él también nosotros
podamos ser testigos de la esperanza de su resurrección.
Lecturas:
*Ap 21,1-5a.6b-7
*Sal 26
*1Cor 15,20-23
*Lc 24,1-8
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