viernes, 14 de noviembre de 2014

Homilía: “Celebrar y compartir la fe nos tiene que llevar a una forma de vivir” – Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

En nuestra vida hay lugares, sitios, espacios que cobran un significado especial. Pongamos algunos ejemplos: cuando era más joven, pasando por un edificio en Capital Federal, mi papá me decía, “Ésta fue tu primera casa”. A mí no me decía mucho ya que no recuerdo nada más que la curiosidad del lugar, pero a mi padre, aunque vivió solamente cuatro años, le decía mucho. Allí se casó y tuvo sus primeros tres hijos. También me pasa los domingos, que voy a almorzar con mis padres y no digo, “voy a la casa de mis padres”, sino “voy a casa”. Hace dieciocho años que me fui, es decir que no vivo ahí, pero de alguna manera nunca me terminé de ir, es mi casa, así lo siento. Vivir, viven mis papás y mis tres hermanos más chicos, pero sentimos que es de todos nosotros. Por último, este fin de semana estoy predicando un retiro de jóvenes en el ex seminario. Si bien ya no vivo más ahí, volver es como regresar a un lugar muy importante, donde pasé muchos años, donde discerní y elegí mi vocación. Estar con los chicos en esa capilla donde pasé tantos días y tantas horas era muy significativo. Es decir que hay lugares que por años transcurridos o por la intensidad de lo que vivimos significan mucho para nosotros. Y esto se da tanto en la vida como en la fe.
Hoy al celebrar la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, celebramos justamente eso; hay espacios sagrados muy especiales para nosotros. Lugares que fueron o son muy importantes en nuestra vida de fe. No solamente por que sea más lindo o más feo, nos guste más o menos sino por lo que vivimos y compartimos. Hoy estamos celebrando en esta catedral porque es donde nos reunimos nosotros pero podría ser  una capilla o parroquia. Lo importante es lo que significa para nosotros. ¿Cuántas veces tenemos que ir a misa a otro sitio y si bien lo central se da, que es encontrarme con Dios, siento que hay muchas cosas que me faltan? Una forma de celebrar, de cantar, gente con la que tengo historia, vida compartida. Es mi familia, que tiene sus códigos, su forma de hablar, que a mí me llegan, me tocan el corazón más profundamente. Es mi lugar.
Y también la historia que tiene. Hay muchos que pasaron por acá, que vivieron y compartieron su fe, que fueron testigos silenciosos para que yo hoy este acá. Muchos que se bautizaron, nacieron a la fe, se casaron, tomaron la comunión, se confirmaron o, aun de paso, se detuvieron para reconciliarse. Toda esa historia es parte de mi historia cuando me reúno a celebrar.  Seguramente si ustedes no celebraron acá alguno de los sacramentos, también recuerden ese sitio especialmente. Y sea parte de tu historia y de la historia de una comunidad. Porque lo central es la vida que hay en un lugar. No se acaba en un sitio, a la vida no se la puede contener, pero sí tiene su gran importancia.
Sin embargo, puede haber momentos en que tengo que mudarme, o cambiar de lugar o de misa y tendré que aprender de nuevo una forma de celebrar, de reunirme. Esto, de una forma mucho  más radical, es lo que pasa en la primera lectura. El profeta Ezequiel predica en el destierro, en Babilonia. A un pueblo que siente que al perder su Templo, al estar destruido el Templo de Jerusalén, ya no tiene Dios. Y tiene que volver a encontrarlo, tiene que volver a descubrir que no sólo se celebra en un lugar o en un momento de la vida. También nosotros muchas veces necesitamos profetas como Ezequiel que nos recuerden que Dios nos espera. Que hay manantiales de agua que brotan y traen vida. Que hay un Dios que nos busca, que viene a nosotros.
Y, como nos dice el evangelio, que hay una forma de dar alabanza a Dios. Que no se puede hacer cualquier cosa. Jesús entra a la casa de su Padre y se enoja. Hasta nos resulta raro ver enojado a Dios. Pero descubre que hay una forma de vivir que no es la que Dios quiere. ¡Esta casa es una casa de oración, ¿en qué la convirtieron?! En esa época una parte del Templo se dedicaba al comercio para los sacrificios que se tenían que hacer u otras necesidades. Y Jesús les dice: así no. Y esto no tiene que ver solamente con que hay cosas que no se deben o se tienen que hacer en ciertos espacios, sino con la vida. Mi vida tiene que ser signo de Dios, Jesús ve que han perdido eso, han perdido su horizonte, se han alejado cada vez más de Dios. Sus corazones no están con Él. Celebrar y compartir la fe nos tiene que llevar a una forma de vivir. Elegir a Jesús, significa renunciar a ciertas cosas en nuestra vida. Y no siempre estamos dispuestos a hacerlo. Dios es un Dios celoso, nos quiere para él y no le gusta cuando estamos por otros caminos, y no se lo puedo ocultar. Si hago otras cosas él se entera, se lo diga o no. Es como en la oración, puedo decirle cosas lindas, pero cuánto más lindo es que le abra mi corazón y le presente toda mi vida. Mis acciones me gusten o no, mis pensamientos sean lindos o feos, elevados o bajos, orgullosos o vergonzosos, dolorosos o alegres. Y así me presente ante Él para que Jesús me vaya guiando y enseñando a vivir según Dios.
Voy a poner un ejemplo de esto. Hoy en el país estamos celebrando el día de los enfermos. Estamos rezando por ellos y en un rato vamos a darles el sacramento de la unción de los enfermos a quienes lo deseen y necesiten.  Este sacramento es uno de los primeros que existieron y tenemos testimonio de él en la escritura. En la segunda lectura escuchamos cómo Santiago dice: “Si [alguien] está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor.”  Es decir, viendo como Jesús estuvo cerca de los enfermos, desde el comienzo la Iglesia tuvo conciencia de esta responsabilidad.  Acompañar a los enfermos no es optativo.
Recuerdo que en la película 50/50 el protagonista, Adam, sufre de cáncer. El cáncer es grave y tiene que empezar un tratamiento oncológico. Ahí comparte con otros enfermos de los cuales se hace amigo. Y en uno de los tratamientos él habla de su pareja. Uno de los otros le pregunta por qué no la conocieron nunca ni la vieron por el hospital. Él les dice que a ella no le gustan los hospitales. Y ellos le contestan: “A nadie le gustan los hospitales”.  A nadie le gusta estar enfermo, sufrir. Pero Jesús nos mostró cómo acompañar al que le toca vivir ese momento, y cómo lo hacemos habla de nuestro ser cristiano.  Si hemos madurado en la fe, como cristianos y como Iglesia tenemos que estar presentes y acompañar a los enfermos.  Y esto no es optativo. Es más Jesús dijo “estuve enfermo y me visitaste” (Mt 25). Y lo pone como condición para estar con Él en el Reino de los Cielos. Y como esto habrá cosas que me costarán y otras que me saldrán más fáciles; pero vivir, celebrar y compartir la fe, significa querer vivir como Jesús vive. Y Él me enseña a acompañar, a perdonar, a ser generoso…
Hoy estamos reunidos escuchando a Jesús y compartiendo su eucaristía. Porque queremos seguirlo, porque queremos aprender de él. Porque queremos ser signos de Dios en medio de nuestros hermanos. Que esta Palabra y este alimento nos hagan signo de su presencia.

Lecturas:
*Ez 47,1-2.8-9.12
*Sl 45
*St  5, 13-16

*Jn 2,13-22

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