martes, 2 de diciembre de 2014

Homilía: “El camino al Reino de los Cielos comienza preocupándose por el otro” – XXXIV domingo durante el año


Hay una película que salió hace poco, Maze Runner (Correr o Morir en castellano), que empieza con Thomas, un niño, que sube en un ascensor y aparece en un área delimitada, como si fuera un lugar cerrado, con cuatro paredes muy altas, donde había jóvenes adolescentes que vivían ahí, sin poder escapar. Nadie sabía cómo habían llegado ahí, y se las tenían que arreglar entre ellos. El lugar estaba rodeado por un laberinto, que llevaba a la salida. En éste, cada uno tenía distintas funciones. Algunos recorrían el laberinto, para intentar escapar, otros se encargaban de cosechar un poquito, para poder comer algo más aparte de lo que les mandaban, y demás tareas que tenían cada uno.
Cuanto Thomas llega, no le gusta mucho cómo está estructurado y organizado todo. Más allá de que un podría estar de acuerdo o no, lo que a él más le cuesta aceptar es que no se preocupan tanto por el otro. Todo cambia cuando uno de los que estaba recorriendo el laberinto queda encerrado ahí, las puertas se están cerrando (a la noche se cerraban), y bueno, mala suerte, si quedó ahí, quedó ahí. Thomas, a pesar de que lo quieren detener, se mete en el laberinto a buscarlo. Se preocupa por Abby, que era el encargado del lugar. Va más allá de lo que le pedían, de lo que establecían las leyes, de lo que sus propios compañeros le decían. El camino hacia la libertad, de alguna manera, comienza preocupándose por el otro. Comienza diciendo, tenemos que jugárnosla por aquél que tenemos al lado. Podríamos decir que en la fe sucede lo mismo. En última instancia, el camino hacia el Reino de los Cielos es el camino de nuestra libertad, es el camino de poder estar con Jesús, de poder gozar de aquél que nos regaló la fe. Ese camino comienza preocupándose por el otro, mirando a aquél que Jesús puso a mi lado.
Es curioso porque en realidad esto sale muy poco en las charlas. En general discutimos cosas más teológicas, si esto es así o no, somos más abiertos o más cerrados con que algo debería ser de una manera o de otra, pero no discutimos ni nos preguntamos tanto si te preocupaste por tu hermano que te necesitaba, si te preocupaste por esta persona que estaba a tu lado, si ayudaste a la persona que te cruzaste en la calle, etc. Sin embargo, en el evangelio de hoy, parece que eso es el pasaporte para ir al cielo. Cuando Jesús tiene que explicar cómo es ese Reino, y cómo es el Juicio Final, dice que quedarán algunos a su derecha y otros a su izquierda. La pregunta pasa por que ‘tuve hambre y me diste de comer; estuve sediento y me diste de beber; estuve enfermo y me viniste a ver; desnudo y me vestiste.’ La pregunta es, ¿cuándo hice esto? Curiosamente, lo mismo va a preguntar los que no pueden entrar. ¿Cuándo hice esto? Cuando te preocupaste por el más pequeño de mis hermanos, cuando te preocupaste por aquél que estaba a tu lado y te necesitaba. En el fondo, cuando te animaste a abrir el corazón. Ese es el camino que nos invita a hacer a cada uno de nosotros Jesús; y es nuestro pasaporte para ir al Cielo.
Cada vez que pienso en este texto, me imagino el día en que me toque llegar ahí (no hay mucho apuro), y que ahí va a haber un montón de gente. De un lado van a estar hombres y mujeres que van a decir: él estuvo a mi lado, me ayudó, me socorrió, me dio de comer, me dio de vestir, me escuchó…; y del otro lado van a estar los que me van a decir: él no me escuchó, no me prestó atención, no me perdonó, no me dio de comer, me dio vuelta la cara, se rió de mí, me burló… Espero que no esté tan parejo (o sino que Dios sea bastante misericordioso), sino que haya más del primer grupo. Porque esa es la invitación de Jesús, eso es lo que nos pide constantemente. Sin embargo, las cosas centrales y esenciales son las más difíciles. Esto sucede en cualquier lugar. En casa por ejemplo. Cuando nos peleamos, ¿es por cosas importantes? ¿O en el fondo termina por pavadas? Estaría bueno pelearse por cosas importantes y no por pavadas, que a veces no tienen sentido. En los noviazgos, ¿por qué cosas se pelean a veces? “No pasaste”, “hiciste tal cosa”, “le dedicaste más tiempo al otro”, ¿nos peleamos por cosas importantes?, ¿o a veces por cosas que son triviales?
En la fe pasa lo mismo. En el fondo lo que Jesús nos pide es simple de saber. Nos pide que seamos buenos, que seamos generosos, que perdonemos. Todos sabemos esto. Pero tal vez al ser tan sencillo y tan simple, vamos perdiendo el foco, y terminamos fijándonos en las cosas más complicadas, a veces nos quedamos hasta en discusiones teológicas, y nos perdemos lo central, que es cómo servir a Jesús. Ese es el paso que dio Jesús. Le dijo a un pueblo que cada vez ponía más leyes: el paso hacia la libertad es tu hermano, preocupate por él. Tal vez lo que nos pasa es que decir eso es jugársela un poco. Porque decirle a alguien, che ¿te preocupaste por el pobre?, ¿estás cerca?, y tenemos miedo de que el otro piense: qué caradura este que me dice esto. ¿Fuiste a visitar a los enfermos?, y ¿cuándo fuiste vos a visitar a los enfermos? Quedás como en offside, tenés que ser la Madre Teresa, más o menos, o San Francisco, para animarte a decirle algo así al otro, a tu hermano.
El problema es que Jesús lo puede decir porque lo hace. No lo dice porque es un caradura, sino porque Él da testimonio de eso. Nosotros leemos un evangelio en el que Jesús se está preocupando por los enfermos día a día, Dios escucha al que lo necesita, dio de comer a los que no tenían, aun cuando los discípulos los querían largar. Jesús hace esto, y les dice a sus discípulos: háganlo también ustedes. Esa es la invitación. Porque el juicio va a ser en el amor. El juicio de Jesús va a ser de aquello que nosotros hemos vivido en el corazón, y en la manera y en la forma en que lo hemos podido hacer crecer. Jesús nos hace esta invitación porque cree y confía en nosotros. En general, cuando uno piensa en la fe, piensa en cómo yo creo en Dios, de qué manera, ¿creo mucho? Pero la fe nuestra es posterior a la fe que Dios pone en nosotros. Dios nos da la vida, y nos dice: yo creo en vos, yo confío en vos, animate a vivir esto, animate a poner en práctica esta invitación, porque sé que podés, porque sé que tenés esa capacidad en el corazón. Lo que pasa es que esa fe casi incondicional, esa confianza más allá de todo que Dios pone en uno, a nosotros nos resulta demasiada. Uno dice: pará, tanto no. Porque cuando alguien confía mucho, lo sentimos raro. Algunas veces he escuchado cosas como: “No, los que pasa es que me quiere mucho”, casi como si fuera malo que alguien me quiera mucho. Me exige, al quererme tanto, que yo lo quiera tanto.
En la fe a veces nos sentimos así. Si Dios cree y confía tanto en mí; si Dios sabe la capacidad de servicio, el don que yo tengo en mi corazón, eso a veces se me torna exigente. Pero el evangelio a veces es exigente, la invitación de Jesús a veces es difícil. ¿Por qué? Y porque mi vida a veces no tira para ese lado. A veces mi vida tira para adentro, para mirar mis preocupaciones, mis problemas (que los hay, todos los tenemos), para mirar qué es lo que necesito, qué es lo que me falta, para luchar por tener un mejor auto, un mejor celular, tal cosa…, tal otra… Y no para mirar para los costados, adonde está el otro, para mirar al que está a mi lado. Ojalá muchas veces pusiéramos tanto empeño en preocuparnos por los demás, como ponemos en tantas cosas triviales que no nos llevan hacia Jesús. Sin embargo, hay otras que son pasaje directo.
Es muy llamativo, porque acá no dice ni si eran cristianos, ni si eran paganos, ni si eran buenos, ni si eran malos… Lo que dice es que se preocuparon por el otro. Si viviste eso tenés free pass, entrás directo. Eso es lo que nos dice Jesús. Ojalá que cada uno de nosotros, los cristianos, luchara por esto. Casi como si fuéramos contando en la pared, cuántas veces pudimos vivir esto. En el fondo eso es trivial porque estos hombres no sabían que lo hicieron. Se preocuparon por el otro sin saber que lo hacían por Jesús. Y ahí Jesús les dijo: pasen, éste es lugar, vivan acá lo que ya están viviendo en la tierra. Porque hacer eso es hacer presente el Reino de Dios. “Vengan benditos de mi Padre”, les dice. Ustedes viven el Reino en la tierra, sigan viviéndolo ahora acá con nosotros. Jesús nos invita a que, como Él, nosotros podamos vivir el reino presente acá, para después también poder compartirlo con Jesús. Para poder también compartirlo con tantos hermanos que nos necesitaban, y tuvieron de nosotros un gesto, una palabra; con los que pudimos estar presentes, escucharlos, ser cariñosos.
Mirando a mi alrededor veo varios de los jóvenes que estuvieron ayudando en el campamento y antes de misa les pregunté que hacían acá. Venimos a rezar y agradecerle a Dios me dijeron. Es decir, su servicio no es que fue un garrón sino que lo hicieron y lo vivieron con alegría. Ojalá esto se repitiera en cada uno de nosotros en cada una de las facetas de nuestra vida. Servir porque nos hace feliz el hacerlo. Pienso la cantidad de veces que llego cansado a la noche, molido de todo lo que tuve que hacer pero con una sonrisa en la cara y en el corazón. Y por el contrario otras veces que me quedo tirado haciendo fiaca y después no me queda nada, siento un gusto amargo. Dios me enseña a servir porque eso llena mi corazón, me hace feliz.
Pidámosle a Jesús, aquél que nos dio de comer, aquél que nos dio de beber, aquél que siempre nos visitó, nos escuchó, aquél que nos vistió, aquél que nos da tantos dones en el día a día, que podamos reconocer todo lo que nos regala, para que también nosotros queramos darle a los demás.

Lecturas:
*Eze 34,11-12.15-17
*Salmo 22
*Cor 15,20-26.28

*Mt 25,31-46

No hay comentarios:

Publicar un comentario