En la
película Como si fuera la primera vez (50
First Dates), Henry conoce a Lucy en una cafetería. Se enamora de ella e
intenta conquistarla. Pero curiosamente, cuando vuelve a la cafetería al día
siguiente, Lucy no recuerda nada. Es así que se entera de que ella tuvo un
accidente el año anterior, y por eso todos los días vuelven a ser como el
primer día para ella. Pierde la memoria, tiene una amnesia que no le deja
recordar lo último, siempre vuelve hacia el mismo día. Entonces Henry, en vez
de darse por vencido, empieza a intentar enamorarla todos los días, volver a
tocar su corazón. En un momento de la película, está hablando con un amigo, y
le explica lo que le pasa. El otro, sorprendido, preguntándole medio
retóricamente, a ver si entendió bien, le dice: “¿Entonces todos los días la
ayudás a que vea lo que ocurrió, esperás pacientemente que ella lo acepte y
volvés a intentar que se enamore de ti?” Él contesta: Sí, así es.
Podríamos
decir que esta experiencia que tiene Henry con Lucy, es la experiencia que cada
uno de nosotros hacemos en el corazón con Dios. Porque tenemos un Dios que día
a día, pacientemente, vuelve a encontrarse con nosotros, intentando explicarnos
en el corazón qué es lo que ocurrió, cómo estuvo presente a lo largo de nuestra
vida y de nuestra historia. Intenta que lo aceptemos y que queremos vivir ese
encuentro, intenta que nosotros nos volvamos a enamorar de Él como Él está
enamorado de nosotros, de su creación.
Esta experiencia
del enamoramiento que Dios intenta hacer surgir en nuestro corazón, es una de
las experiencias más fuertes y más profundas en la vida de cada uno de
nosotros. Es más, podríamos decir que es uno de los momentos más lindos en la
vida de cada uno de nosotros. Hablo de todo tipo de enamoramiento, no sólo el
de una pareja. Porque el enamoramiento es lo que te mantiene despierto, te
mantiene en tensión. Alguien tocó tu corazón, y como tocó tu corazón lo dejó
encendido. Uno quiere ir y encontrarse. Está esperando; suena el teléfono y
está esperando que sea esa persona; está esperando que le llegue un mensajito,
un whatsapp. Puede ser un novio, una novia, un marido, una mujer, un hijo que
está lejos. Cada uno podría pensar en ese enamoramiento, qué es lo que espera.
Al mismo
tiempo, cada uno intenta conquistar al otro. (Nosotros, los varones, somos un
poco más torpes; las mujeres tienen un arte en esto.) Cuando uno está enamorado
pone un montón de gestos y de signos a lo largo de la vida, quiere que el otro
se dé cuenta de eso. ¿Por qué? Porque tocaste mi corazón y quiero más. No me
basta con esto. Quiero seguir haciendo experiencia, quiero profundizar en este
amor. Uno va teniendo gestos. Obviamente que cuando uno crece en el amor, que
es la fuente de la vida, tiene que ir pasando por las distintas etapas, tiene
que crecer. Podríamos decir que de alguna manera tiene que pasar ese
enamoramiento, pero no tiene que morir. Esa es la diferencia. Tendríamos que
incorporarlo en la siguiente etapa. Eso que viví, lo profundizo y lo sigo
incorporando. ¿Para qué? Para que el amor siga siendo fuente en nuestra vida,
sea aquello de donde nos nutrimos. No sólo es fuente, sino la salud del corazón
(por decirlo de alguna manera). Cuando uno se siente amado y puede amar, se
siente sano, se siente vital, se siente bien. Tiene fuerzas, quiere hacer
cosas, encarar cosas nuevas, está con ganas. Cuando uno no se siente querido,
nada le viene bien, todo cuesta, todo es pesado, no importa lo que me digan, no
importa los gestos que el otro tenga; uno está de mal humor, todo cuesta en la
vida. Es por eso que esos gestos que surgen cuando uno está enamorado tendrían
que prolongarse a lo largo de la vida. Eso es lo que más cuesta.
Ayer,
hablábamos con algunos de los chicos en una comida que tuvimos en Anchorena,
sobre regalar flores, sobre quiénes se animan y quiénes no. Una de las chicas,
que está hace varios años de novia, dijo: “a mí hace como tres años que no me
trae flores”. El problema no son las flores o no; el tema es: ¿sigo teniendo
gestos con el otro o se acabaron?, ¿o es para un momento de la vida? Las palabras
de cariño, los gestos de cariño, las cosas que yo hago por el otro… ¿Sigo
alimentando ese amor?, ¿sigo haciendo que crezca?, ¿sigo haciendo que arda?, ¿sigo
haciendo que sea la fuente de nuestra vida y de nuestro vínculo?
¿Por qué? Porque
si uno mira con atención, podríamos decir que el amor fracasa cuando lo dejo de
alimentar día a día. Es casi inexorable, como una bomba de tiempo. En el amor
no se puede vivir solamente de rentas. Lo tengo que alimentar en lo cotidiano.
No basta con decir: “Uy, qué lindas vacaciones que pasé los últimos cinco días…”
Es mucho más fuerte cuando puedo tener gestos concretos con el otro, en cada
momento. Pensemos, por ejemplo, en una amistad. La amistad hay que alimentarla,
hay que hacerla crecer, no podemos seguir de lo que vivimos antes, sino queda
como un recuerdo. Tengo que mirar hacia el futuro. Pero para eso tengo que
enamorarme. El enamorado, como decía antes, es el que está en vigilia, está
mirando. Esto que pide Jesús en el evangelio: estén despiertos, no se duerman,
estén atentos, estén vigilantes a lo que pasa. El que está vigilante es el que se
siente enamorado. Eso es lo que busca Jesús: tocar nuestro corazón para que
caminemos hacia Él; despertarnos para que tengamos ganas de ir de nuevo hacia
ese Dios que quiere amarnos, y quiere recibir ese amor.
Lo que pasa
es que esto cuesta. Todos tenemos la experiencia de lo que cuesta ir
alimentando un amor día a día. Es lindísimo, esto lo sabemos, pero es mucho más
complejo que eso. Podríamos decir, de alguna manera, que el amor de Dios es
casi cruel con nosotros (ya voy a explicar a qué me refiero, quédense
tranquilos). ¿Por qué? Porque Dios toca nuestro corazón, nosotros hacemos
experiencia de ese amor, pero al mismo tiempo queremos más, y sentimos que no
basta. Queremos volver a hacer experiencia. Pero no siempre lo encontramos. Queremos
volver a encontrarlo, o volver a vivir una experiencia que tuvimos antes, y nos
cuesta. Es difícil. A veces por eso nos desalentamos. En vez de que ese amor
nos mantenga en tensión, nos cuesta, porque nunca lo terminamos de vivir, nunca
alcanzamos la plenitud. Nuestro amor acá, es finito, como nosotros, en todos
los vínculos que tenemos. Hacemos experiencia de ese amor pero no es totalmente
suficiente, no es pleno. Necesito más, necesito dar otro paso. El amor pleno lo
vamos a vivir en el cielo, cuando estemos con Jesús y podamos hacer experiencia
de esa plenitud. Es por eso que el amor tendría que tenerme siempre en esa
tensión del enamorado que quiere encontrarse con el otro. Eso es lo propio del
tiempo de Adviento.
El Adviento
es un tiempo difícil para nosotros; es más, casi siempre lo identificamos con
la Cuaresma. Porque nosotros como cristianos somos mucho más cuaresmales que
cristianos de Adviento. Porque lo cuaresmal nos sale mucho más fácil a nosotros:
el flagelarnos, el mirar para atrás, lo que hicimos mal, lo difícil, lo arduo,
lo sacrificial, el no perdonarnos las cosas. Siempre estamos mirando para
atrás, siempre cargando una mochila. Siempre me es difícil aceptarme, quererme,
amarme. Eso es lo que me cuesta. Entonces, la Cuaresma en vez de durar algunas
semanas, dura todo el año más o menos. Porque siempre lo estamos viviendo; nos
es más simple, nos es más fácil. ¿Por qué? Porque la Cuaresma, de alguna
manera, mira más hacia el pasado. Pero si aprendiéramos a vivirla, tendríamos
que mirar hacia el futuro. Esto es lo propio del tiempo de Adviento: mirar
hacia el futuro. Si bien también quiero purificar mi corazón, es una
purificación de algo que quiero que crezca, que nazca. El Adviento nos pone la
mirada hacia la parusía, hacia la segunda venida de Jesús, hacia la Navidad. Algo
nuevo tiene que nacer.
Sólo puede
nacer algo cuando yo lo alimento. En cualquier circunstancia de la vida, yo
tengo que alimentar el amor, para que algo nazca, para que algo dé fruto. Porque
el amor tiene dos cosas que son esenciales. La primera es la libertad: yo tengo
que elegirlo. No puede elegirlo otro por mí. Ni puedo comprarlo, el amor no se
compra. Tengo que elegirlo y que el otro lo elija. Es un don, es gratuito. Pero
al mismo tiempo, y esto es lo difícil, implica voluntad: tengo que reafirmarlo
día a día. Tengo que hacer ejercicio del amor, porque si no caduca. Tengo que
día a día querer alimentarlo, poner signos, ejercitar mi voluntad. ¿Para qué? Para
que crezca.
El amor no
anda con piloto automático. No es como la estufa que uno después de prenderla
la deja en piloto por miedo a que de repente venga un poco de fresco, como
estos días… tampoco la quiero prender mucho… la dejo ahí, anda. El amor tengo
que encenderlo, tengo que cuidarlo. Para eso tengo que tener el ejercicio,
tengo que encontrarme con el otro. Nosotros ejercitamos un montón de cosas:
ejercitamos el conocimiento, estudiamos, ejercitamos el cuerpo para tener una
linda imagen, ejercitamos el consumismo… pero, ¿ejercitamos el corazón?, ¿somos
tan despiertos para eso como nos pide Jesús? Esa es la invitación de Él,
ejercitemos lo esencial. Esto era clarísimo para las primeras comunidades
cristianas. Ellos tenían la certeza, equivocada, de que Jesús venía ya. La parusía
era inminente, la segunda venida de Jesús era ahí. San Pablo dice en sus
cartas: ‘los que estemos vivos cuando venga Jesús…’ Iluso, San Pablo, pasaron
dos mil años. Ellos estaban muy atentos a esto, estaban obsesionados. Por eso
hay textos que nosotros no entendemos, que dicen: no se casen, no trabajen:
miren a Jesús que viene. Y pasó tanto tiempo que nos fuimos para el otro
extremo, nos dormimos. “Bueno, Jesús es algo más en mi vida…”
Como todo
enamorado, Jesús no quiere eso, es celoso. Jesús nos dice: yo quiero tu corazón
y quiero tu vida. Despertate, vení hacia mí, encontrate conmigo. Lo que quiere
es día a día encontrarse con nosotros. Podríamos decir que la base donde todo
lo demás se va a ir cimentando, es la oración. Podríamos pensar en aquellas
personas que nos gustaría encontrarnos todos los días, o que nos llamen, o
tener un momento… eso es lo que quiere Jesús con nosotros día a día. No le
basta con decir: bueno, ayer me llamaste, ayer viniste un ratito, hace dos días…
No quiere, quiere un poco más. Y siempre nos pide un poquito más. Nos sale al
encuentro cada día. Nos dice: te pido un ratito para encontrarme con vos. Creo que
la base de esto es animarnos a la oración cotidiana. Está bueno hacer algún
retiro, algo más especial, pero el encuentro con Jesús lo tengo que alimentar
diariamente. Cada uno puede pensar cuál es el paso que puede dar. Tal vez hacer
una pequeña oración diaria: María, te doy este día; te agradezco por este día.
O también podemos rezar un Ave María. Otro quizás da otro paso. Pero es
necesario día a día encontrarnos con Jesús, alimentarnos de Él, para que Él
vaya tomando nuestro corazón.
Hay dos cosas
que a veces cuestan más en la oración. Lo primero, muchas veces me dicen que la
oración se les hace ardua, cuesta. Y sí, lo cotidiano cuesta, en todas las
áreas de la vida. Cuesta lo de todos los días. Y con Jesús también cuesta,
encontrar todos los días un ratito de oración. Aparte no es pleno acá el
encuentro de oración con Jesús, es un anticipo que hacemos de lo que vamos a
vivir en el Cielo, entonces no hay oración que nos baste (ni la misa, que es la
oración por excelencia, ni la adoración, ni la que a ustedes les guste). Siempre
nos va a poner en tensión, siempre nos va a faltar algo más. La oración por
excelencia será en el Cielo, cuando vivamos ese amor por excelencia. Entonces la
experiencia de todos es que a veces cuesta, que a veces se transforma en
rutina. Pero esa no es la pregunta. La pregunta de Jesús es, ¿hoy querés estar
conmigo? Casi como esa madre que quiere compartir un ratito con el hijo, y el
hijo le dice: “eeh, bien…”, y sigue de largo. Pero la madre quiere ese ratito,
no importa qué es lo que digamos. Dios pide lo mismo, también quiere ese ratito.
El segundo tema
es que nos distraemos. Pero todos nos distraemos, eh. Desde Francisco para
abajo, todos nos distraemos. ¿Por qué? Porque somos finitos, no mantenemos una
concentración todo el tiempo. Es normal distraerse, no es un problema; es más,
si uno practica, va logrando vencer distracciones. Pero para eso tenemos que
intentarlo, para eso tenemos que sentarnos, tenemos que rezar.
Hoy Jesús nos
dice que quiere alimentarnos. Y nos da la certeza, en el tiempo de Adviento, de
que si nosotros alimentamos el día a día con Él, Él va a nacer. Ahora, Él no
quiere nacer abstractamente, Él quiere nacer en nuestras vidas, y para eso nos
ponemos en tensión hacia la Navidad. Y tenemos que prepararle un pesebre que es
nuestro corazón. La pregunta de Jesús es ¿quieren hacerme un lugar? En un
humilde pesebre, como es nuestro corazón.
Creo que el
ejemplo de esto es María. Todos nos admiramos frente al sí de María. Pero el sí
de María es solamente una continuación de su vida. Lo que María hizo fue cotidianamente
encontrarse con Jesús, cotidianamente vivir la fe, la esperanza y la caridad. Por
eso, cuando llegó el momento, ese sí fue natural. –Sí, yo estoy a tu servicio,
yo soy tu esclava.- No necesitaba nada más María. Sólo que casi caiga como por
efecto dominó ese sí que confirmaba su vida. Y cuando María le dijo que sí a
Jesús, ¡vaya el fruto que dio! Estamos todos acá celebrando el Adviento.
Hoy nos
invita a nosotros a que cotidianamente preparemos nuestro corazón en este
Adviento, teniendo la certeza de que si lo preparamos, Jesús va a dar fruto, y
fruto en abundancia.
Lecturas:
*Isa 63,16b-17.19b;64,2b-7
*Salmo 79
*Cor 1,3-9
*Mc 13,33-37
No hay comentarios:
Publicar un comentario