martes, 2 de diciembre de 2014

Homilía: “El amor no anda con piloto automático” – I domingo de Adviento

En la película Como si fuera la primera vez (50 First Dates), Henry conoce a Lucy en una cafetería. Se enamora de ella e intenta conquistarla. Pero curiosamente, cuando vuelve a la cafetería al día siguiente, Lucy no recuerda nada. Es así que se entera de que ella tuvo un accidente el año anterior, y por eso todos los días vuelven a ser como el primer día para ella. Pierde la memoria, tiene una amnesia que no le deja recordar lo último, siempre vuelve hacia el mismo día. Entonces Henry, en vez de darse por vencido, empieza a intentar enamorarla todos los días, volver a tocar su corazón. En un momento de la película, está hablando con un amigo, y le explica lo que le pasa. El otro, sorprendido, preguntándole medio retóricamente, a ver si entendió bien, le dice: “¿Entonces todos los días la ayudás a que vea lo que ocurrió, esperás pacientemente que ella lo acepte y volvés a intentar que se enamore de ti?” Él contesta: Sí, así es.
Podríamos decir que esta experiencia que tiene Henry con Lucy, es la experiencia que cada uno de nosotros hacemos en el corazón con Dios. Porque tenemos un Dios que día a día, pacientemente, vuelve a encontrarse con nosotros, intentando explicarnos en el corazón qué es lo que ocurrió, cómo estuvo presente a lo largo de nuestra vida y de nuestra historia. Intenta que lo aceptemos y que queremos vivir ese encuentro, intenta que nosotros nos volvamos a enamorar de Él como Él está enamorado de nosotros, de su creación.
Esta experiencia del enamoramiento que Dios intenta hacer surgir en nuestro corazón, es una de las experiencias más fuertes y más profundas en la vida de cada uno de nosotros. Es más, podríamos decir que es uno de los momentos más lindos en la vida de cada uno de nosotros. Hablo de todo tipo de enamoramiento, no sólo el de una pareja. Porque el enamoramiento es lo que te mantiene despierto, te mantiene en tensión. Alguien tocó tu corazón, y como tocó tu corazón lo dejó encendido. Uno quiere ir y encontrarse. Está esperando; suena el teléfono y está esperando que sea esa persona; está esperando que le llegue un mensajito, un whatsapp. Puede ser un novio, una novia, un marido, una mujer, un hijo que está lejos. Cada uno podría pensar en ese enamoramiento, qué es lo que espera.
Al mismo tiempo, cada uno intenta conquistar al otro. (Nosotros, los varones, somos un poco más torpes; las mujeres tienen un arte en esto.) Cuando uno está enamorado pone un montón de gestos y de signos a lo largo de la vida, quiere que el otro se dé cuenta de eso. ¿Por qué? Porque tocaste mi corazón y quiero más. No me basta con esto. Quiero seguir haciendo experiencia, quiero profundizar en este amor. Uno va teniendo gestos. Obviamente que cuando uno crece en el amor, que es la fuente de la vida, tiene que ir pasando por las distintas etapas, tiene que crecer. Podríamos decir que de alguna manera tiene que pasar ese enamoramiento, pero no tiene que morir. Esa es la diferencia. Tendríamos que incorporarlo en la siguiente etapa. Eso que viví, lo profundizo y lo sigo incorporando. ¿Para qué? Para que el amor siga siendo fuente en nuestra vida, sea aquello de donde nos nutrimos. No sólo es fuente, sino la salud del corazón (por decirlo de alguna manera). Cuando uno se siente amado y puede amar, se siente sano, se siente vital, se siente bien. Tiene fuerzas, quiere hacer cosas, encarar cosas nuevas, está con ganas. Cuando uno no se siente querido, nada le viene bien, todo cuesta, todo es pesado, no importa lo que me digan, no importa los gestos que el otro tenga; uno está de mal humor, todo cuesta en la vida. Es por eso que esos gestos que surgen cuando uno está enamorado tendrían que prolongarse a lo largo de la vida. Eso es lo que más cuesta.
Ayer, hablábamos con algunos de los chicos en una comida que tuvimos en Anchorena, sobre regalar flores, sobre quiénes se animan y quiénes no. Una de las chicas, que está hace varios años de novia, dijo: “a mí hace como tres años que no me trae flores”. El problema no son las flores o no; el tema es: ¿sigo teniendo gestos con el otro o se acabaron?, ¿o es para un momento de la vida? Las palabras de cariño, los gestos de cariño, las cosas que yo hago por el otro… ¿Sigo alimentando ese amor?, ¿sigo haciendo que crezca?, ¿sigo haciendo que arda?, ¿sigo haciendo que sea la fuente de nuestra vida y de nuestro vínculo?
¿Por qué? Porque si uno mira con atención, podríamos decir que el amor fracasa cuando lo dejo de alimentar día a día. Es casi inexorable, como una bomba de tiempo. En el amor no se puede vivir solamente de rentas. Lo tengo que alimentar en lo cotidiano. No basta con decir: “Uy, qué lindas vacaciones que pasé los últimos cinco días…” Es mucho más fuerte cuando puedo tener gestos concretos con el otro, en cada momento. Pensemos, por ejemplo, en una amistad. La amistad hay que alimentarla, hay que hacerla crecer, no podemos seguir de lo que vivimos antes, sino queda como un recuerdo. Tengo que mirar hacia el futuro. Pero para eso tengo que enamorarme. El enamorado, como decía antes, es el que está en vigilia, está mirando. Esto que pide Jesús en el evangelio: estén despiertos, no se duerman, estén atentos, estén vigilantes a lo que pasa. El que está vigilante es el que se siente enamorado. Eso es lo que busca Jesús: tocar nuestro corazón para que caminemos hacia Él; despertarnos para que tengamos ganas de ir de nuevo hacia ese Dios que quiere amarnos, y quiere recibir ese amor.
Lo que pasa es que esto cuesta. Todos tenemos la experiencia de lo que cuesta ir alimentando un amor día a día. Es lindísimo, esto lo sabemos, pero es mucho más complejo que eso. Podríamos decir, de alguna manera, que el amor de Dios es casi cruel con nosotros (ya voy a explicar a qué me refiero, quédense tranquilos). ¿Por qué? Porque Dios toca nuestro corazón, nosotros hacemos experiencia de ese amor, pero al mismo tiempo queremos más, y sentimos que no basta. Queremos volver a hacer experiencia. Pero no siempre lo encontramos. Queremos volver a encontrarlo, o volver a vivir una experiencia que tuvimos antes, y nos cuesta. Es difícil. A veces por eso nos desalentamos. En vez de que ese amor nos mantenga en tensión, nos cuesta, porque nunca lo terminamos de vivir, nunca alcanzamos la plenitud. Nuestro amor acá, es finito, como nosotros, en todos los vínculos que tenemos. Hacemos experiencia de ese amor pero no es totalmente suficiente, no es pleno. Necesito más, necesito dar otro paso. El amor pleno lo vamos a vivir en el cielo, cuando estemos con Jesús y podamos hacer experiencia de esa plenitud. Es por eso que el amor tendría que tenerme siempre en esa tensión del enamorado que quiere encontrarse con el otro. Eso es lo propio del tiempo de Adviento.
El Adviento es un tiempo difícil para nosotros; es más, casi siempre lo identificamos con la Cuaresma. Porque nosotros como cristianos somos mucho más cuaresmales que cristianos de Adviento. Porque lo cuaresmal nos sale mucho más fácil a nosotros: el flagelarnos, el mirar para atrás, lo que hicimos mal, lo difícil, lo arduo, lo sacrificial, el no perdonarnos las cosas. Siempre estamos mirando para atrás, siempre cargando una mochila. Siempre me es difícil aceptarme, quererme, amarme. Eso es lo que me cuesta. Entonces, la Cuaresma en vez de durar algunas semanas, dura todo el año más o menos. Porque siempre lo estamos viviendo; nos es más simple, nos es más fácil. ¿Por qué? Porque la Cuaresma, de alguna manera, mira más hacia el pasado. Pero si aprendiéramos a vivirla, tendríamos que mirar hacia el futuro. Esto es lo propio del tiempo de Adviento: mirar hacia el futuro. Si bien también quiero purificar mi corazón, es una purificación de algo que quiero que crezca, que nazca. El Adviento nos pone la mirada hacia la parusía, hacia la segunda venida de Jesús, hacia la Navidad. Algo nuevo tiene que nacer.
Sólo puede nacer algo cuando yo lo alimento. En cualquier circunstancia de la vida, yo tengo que alimentar el amor, para que algo nazca, para que algo dé fruto. Porque el amor tiene dos cosas que son esenciales. La primera es la libertad: yo tengo que elegirlo. No puede elegirlo otro por mí. Ni puedo comprarlo, el amor no se compra. Tengo que elegirlo y que el otro lo elija. Es un don, es gratuito. Pero al mismo tiempo, y esto es lo difícil, implica voluntad: tengo que reafirmarlo día a día. Tengo que hacer ejercicio del amor, porque si no caduca. Tengo que día a día querer alimentarlo, poner signos, ejercitar mi voluntad. ¿Para qué? Para que crezca.
El amor no anda con piloto automático. No es como la estufa que uno después de prenderla la deja en piloto por miedo a que de repente venga un poco de fresco, como estos días… tampoco la quiero prender mucho… la dejo ahí, anda. El amor tengo que encenderlo, tengo que cuidarlo. Para eso tengo que tener el ejercicio, tengo que encontrarme con el otro. Nosotros ejercitamos un montón de cosas: ejercitamos el conocimiento, estudiamos, ejercitamos el cuerpo para tener una linda imagen, ejercitamos el consumismo… pero, ¿ejercitamos el corazón?, ¿somos tan despiertos para eso como nos pide Jesús? Esa es la invitación de Él, ejercitemos lo esencial. Esto era clarísimo para las primeras comunidades cristianas. Ellos tenían la certeza, equivocada, de que Jesús venía ya. La parusía era inminente, la segunda venida de Jesús era ahí. San Pablo dice en sus cartas: ‘los que estemos vivos cuando venga Jesús…’ Iluso, San Pablo, pasaron dos mil años. Ellos estaban muy atentos a esto, estaban obsesionados. Por eso hay textos que nosotros no entendemos, que dicen: no se casen, no trabajen: miren a Jesús que viene. Y pasó tanto tiempo que nos fuimos para el otro extremo, nos dormimos. “Bueno, Jesús es algo más en mi vida…”
Como todo enamorado, Jesús no quiere eso, es celoso. Jesús nos dice: yo quiero tu corazón y quiero tu vida. Despertate, vení hacia mí, encontrate conmigo. Lo que quiere es día a día encontrarse con nosotros. Podríamos decir que la base donde todo lo demás se va a ir cimentando, es la oración. Podríamos pensar en aquellas personas que nos gustaría encontrarnos todos los días, o que nos llamen, o tener un momento… eso es lo que quiere Jesús con nosotros día a día. No le basta con decir: bueno, ayer me llamaste, ayer viniste un ratito, hace dos días… No quiere, quiere un poco más. Y siempre nos pide un poquito más. Nos sale al encuentro cada día. Nos dice: te pido un ratito para encontrarme con vos. Creo que la base de esto es animarnos a la oración cotidiana. Está bueno hacer algún retiro, algo más especial, pero el encuentro con Jesús lo tengo que alimentar diariamente. Cada uno puede pensar cuál es el paso que puede dar. Tal vez hacer una pequeña oración diaria: María, te doy este día; te agradezco por este día. O también podemos rezar un Ave María. Otro quizás da otro paso. Pero es necesario día a día encontrarnos con Jesús, alimentarnos de Él, para que Él vaya tomando nuestro corazón.
Hay dos cosas que a veces cuestan más en la oración. Lo primero, muchas veces me dicen que la oración se les hace ardua, cuesta. Y sí, lo cotidiano cuesta, en todas las áreas de la vida. Cuesta lo de todos los días. Y con Jesús también cuesta, encontrar todos los días un ratito de oración. Aparte no es pleno acá el encuentro de oración con Jesús, es un anticipo que hacemos de lo que vamos a vivir en el Cielo, entonces no hay oración que nos baste (ni la misa, que es la oración por excelencia, ni la adoración, ni la que a ustedes les guste). Siempre nos va a poner en tensión, siempre nos va a faltar algo más. La oración por excelencia será en el Cielo, cuando vivamos ese amor por excelencia. Entonces la experiencia de todos es que a veces cuesta, que a veces se transforma en rutina. Pero esa no es la pregunta. La pregunta de Jesús es, ¿hoy querés estar conmigo? Casi como esa madre que quiere compartir un ratito con el hijo, y el hijo le dice: “eeh, bien…”, y sigue de largo. Pero la madre quiere ese ratito, no importa qué es lo que digamos. Dios pide lo mismo, también quiere ese ratito.
El segundo tema es que nos distraemos. Pero todos nos distraemos, eh. Desde Francisco para abajo, todos nos distraemos. ¿Por qué? Porque somos finitos, no mantenemos una concentración todo el tiempo. Es normal distraerse, no es un problema; es más, si uno practica, va logrando vencer distracciones. Pero para eso tenemos que intentarlo, para eso tenemos que sentarnos, tenemos que rezar.
Hoy Jesús nos dice que quiere alimentarnos. Y nos da la certeza, en el tiempo de Adviento, de que si nosotros alimentamos el día a día con Él, Él va a nacer. Ahora, Él no quiere nacer abstractamente, Él quiere nacer en nuestras vidas, y para eso nos ponemos en tensión hacia la Navidad. Y tenemos que prepararle un pesebre que es nuestro corazón. La pregunta de Jesús es ¿quieren hacerme un lugar? En un humilde pesebre, como es nuestro corazón.
Creo que el ejemplo de esto es María. Todos nos admiramos frente al sí de María. Pero el sí de María es solamente una continuación de su vida. Lo que María hizo fue cotidianamente encontrarse con Jesús, cotidianamente vivir la fe, la esperanza y la caridad. Por eso, cuando llegó el momento, ese sí fue natural. –Sí, yo estoy a tu servicio, yo soy tu esclava.- No necesitaba nada más María. Sólo que casi caiga como por efecto dominó ese sí que confirmaba su vida. Y cuando María le dijo que sí a Jesús, ¡vaya el fruto que dio! Estamos todos acá celebrando el Adviento.
Hoy nos invita a nosotros a que cotidianamente preparemos nuestro corazón en este Adviento, teniendo la certeza de que si lo preparamos, Jesús va a dar fruto, y fruto en abundancia.

Lecturas:
*Isa 63,16b-17.19b;64,2b-7
*Salmo 79
*Cor 1,3-9

*Mc 13,33-37

No hay comentarios:

Publicar un comentario