Hace poco miraba la película “Marta
y María”, que trata de dos madres que pierden a sus hijos en África, por la
malaria. María es una madre bastante acomodada que vive en EEUU, y que decide
hacer un viaje a África para acercarse más a su hijo, que es pre-adolescente;
éste es picado por un mosquito y contrae la enfermedad. Después en el hospital
de África, ella descubre lo que es este flagelo, y luego de esta tragedia le cuesta
mucho retomar su vida diaria en EEUU.
Todavía en medio de esto, quiere volver a las cosas rutinarias de todos
los días, y un día va al club con sus amigas. Mientras están charlando Alice,
una de sus amigas, cuenta que están discutiendo para cambiar el auto con su
marido. Una le dice, “sí, a mí me pasó lo mismo cuando tuvimos que comprar el
segundo auto”; “Sí, sí…”, dice Alice, “… lo que pasa es que él quiere un
Mercedes, yo prefiero un Lexus…”. Hasta que María, que está con la cabeza en
otro lado, les dice: “Perdón, disculpen, me retiro.” Alice se para, y le
pregunta, “¿por qué?, ¿qué pasa?”. “La respuesta honesta, no estoy lista para
volver a la realidad. Acabo de ver cosas terribles y se me rompe la cabeza
escuchando cómo pasar de un auto muy grande a otro más grande todavía.” Alice
le dice, “no te pongás así, no te pongás como loca.”, y María le contesta, “a
mí manera de ver las cosas hoy, las locas son ustedes. Nos pasamos cada minuto
de la vida enojados, obsesionados, por cosas que no tienen la menor
importancia, y de pronto vemos lugares donde a un niño se le permite morir por
una picadura de mosquito. Estos días lloraba por cómo había desperdiciado mi
vida, y lo que ahora descubro es que he desperdiciado la vida de mi hijo.”
Lo que le pasa a María es que una tragedia le cambia la mirada. Le hace
salir de lo superfluo de todos los días, de las cosas pequeñas que a veces nos
tapan el paisaje. Empieza a mirar de una manera nueva. Intenta ir a lo central,
valorar la vida, descubrir el significado que tiene para ella, como debería
tener para cada uno de nosotros.
Éste es un camino que todos deberíamos hacer en la vida, pero sabemos que
no es fácil. Tenemos que aprender a ir a lo central, aprender a ir a lo
esencial. A veces necesitamos cosas muy dolorosas para darnos cuenta, para
empezar a valorar. En este caso una tragedia, perder un hijo; un dolor muy
grande, alguien que no está más conmigo. Empezamos a valorar lo importante en
los momentos en que ya no lo tenemos. A veces, la gracia de Dios hace que la
sabiduría y la madurez nos permitan ese cambio de mirada, de poder valorar y
descubrir lo central y lo esencial. Eso es necesario para poder tener una
escala de valores bien centrada, que va a lo esencial. Porque si no nos pasa
que cosas que ni siquiera son secundarias, sino que no entran ni en el “top
ten” de lo importante, nos tapan todo el paisaje, no nos dejan ver, nos obnubilamos.
Nos quedamos como frenados, sin poder volver a lo central.
El adviento viene a despabilarnos un poco y a ayudarnos a volver a lo
central de nuestras vidas. Así es como comienza el evangelio de Marcos:
“comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios”. Marcos
viene a decirnos que en medio de nuestras vidas, de lo cotidiano de todos los
días, hay un Dios que irrumpe, hay una buena noticia que se hace presente. Él
la quiere transmitir, él la quiere dar a conocer. ¡Abran el corazón a esta
Buena Noticia, hay algo que está cambiando! Para eso, hay que mirar de una
manera distinta, de una manera nueva. No es que cambió la vida de la gente que
está ahí, no es que cambió la gente. Sino que en su vida cotidiana, tienen que
descubrir que irrumpe, que Dios se hace presente. Para eso tienen que abrir el
corazón para descubrir que hay una Buena Noticia.
Entonces, la pregunta que nos podríamos hacer en este adviento es, ¿Jesús
es una buena noticia para nosotros? A ver, obvio que si yo les hago esta
pregunta, todos van a decir que sí. Nadie va a decir que no. Pero la pregunta
cala más profundo. ¿Descubro verdaderamente que en mi vida Jesús es una buena
noticia?, ¿lo vivo como una buena noticia? ¿Se nota en mi vida que Jesús me
hace trascender lo demás y que puedo vivirlo de una manera nueva? Eso es lo que
quiere Jesús en el adviento, volver a irrumpir como buena noticia en nuestras
vidas.
La semana pasada les decía: no miremos tanto para atrás, miremos para
adelante. El adviento tiene esa diferencia con la cuaresma. Hay algo que
irrumpe, Jesús es una buena noticia. Aprendamos a descubrir esto. No hagamos
sólo un balance del año, a ver qué pasó y qué no pasó. Miremos para delante.
Descubramos que hay algo nuevo, alguien nuevo que viene, dejémoslo irrumpir. En
mi vida, hoy, Jesús viene; como estoy, y como vivo; como soy. Pero para eso
quiere que lo descubra. Para eso tengo que abrir el corazón, descubrir que hay
una buena noticia. Porque si no puede pasar como cuando Jesús nació. Todos
esperaban el Mesías, pero el Mesías no pudo nacer en ninguna casa. María, la
que lo acogió en su vida, iba casa por casa y todos lo decían que no había
lugar. Tenían muchas preocupaciones y Jesús pasó de largo. Terminó naciendo en
un pesebre en una cueva, por ahí… ¿Por qué? Porque nadie quería recibir esa
buena noticia.
Ahora, si le preguntamos a los judíos, ¿esperan al Mesías? Sí, sí… ¿Lo
van a recibir? Sí, sí… Bueno, que esperen todavía. No se dieron cuenta. A
nosotros nos puede pasar lo mismo. Esperamos que Jesús irrumpa, pero no le
hacemos un lugar. El viene para que le hagamos un lugar. Pero para eso, como
venía diciendo, en primer lugar tengo que responderme si es una buena noticia.
En segundo lugar, tengo que
preparar el corazón a esta buena noticia. ¿Cómo nos preparamos? Esto lo dice
Juan. Allanen el camino, prepárense. Juan se prepara para esta buena noticia.
Es más, nos llama la atención, porque vive muy pobre y austeramente, porque
Jesús es la buena noticia que espera. A nosotros nos pide lo mismo. Todos
sabemos más o menos las cosas que hay que hacer para preparar el corazón.
Podemos rezar un poquito más, reconciliarnos, con nuestros hermanos y con Dios,
confesarnos, poner gestos, signos… Pero muchas veces las cosas, sobre todo a
fin de año, nos tapan. Hacemos un montón de cosas (que quizás habría que
revisar cuán importantes son) y Jesús siempre va quedando. Casi como las
dietas, que decimos, “mañana empiezo”; con Jesús nos pasa lo mismo, “mañana
empiezo”. Queda postergado, no le hago lugar. Jesús dice: preparate, te doy
otra oportunidad, comenzó el adviento, haceme un lugar, un ratito en tu vida.
¿Para qué? Para recibir esa buena noticia.
Ahora, para eso, yo me tengo que poner en sintonía de querer recibir esa
buena noticia. A veces pareciera que estamos con más ganas de recibir malas
noticias que buenas noticias, porque es de lo que más hablamos. Nos quejamos de
todo, todo es negativo, somos pesimistas… No vemos lo bueno que pasa. Obvio que
me van a decir: no, yo quiero que pasen cosas buenas; pero, ¿las percibo?, ¿las
descubro?, ¿las veo presentes? Esto se ve en nuestro lenguaje. Estamos tan
exigidos que vamos perdiendo la capacidad de alegrarnos por lo bueno. La semana
pasada hablábamos de alegrarnos porque tenemos trabajo, porque podemos
estudiar, porque tenemos una familia. En vez de ver lo que nos cuesta,
alegrarnos por eso. Porque eso se transmite en nuestro vocabulario. Por
ejemplo: los chicos mandan por WhatsApp cuando rinden las materias, “una
menos”, casi como por vía negativa. En vez de decir, di un examen, aprendí un
montón, es: me lo saqué de encima, ya falta menos. Lo mismo en el trabajo. Uno
pregunta cómo les está yendo y la respuesta es: muerto, cansado… en vez de:
pude hacer muchas cosas, pude desarrollarme, pude crecer. Nuestra vida siempre
está exigida; siempre resalta lo negativo.
Empecemos a mirar lo positivo. Empecemos a mirar que hay un Dios que
irrumpe. A veces en medio de sufrimientos, a veces en medio de dolores; otras
veces en medio de alegrías, de gozo; hay un Dios que irrumpe, hay un Dios que
se hace presente. Y quiere que le hagamos un lugar. Quiere que lo recibamos.
Pero para eso tenemos que abrir el corazón, tenemos que prepararnos. Tenemos
que descubrir que Jesús quiere ser buena noticia, y tenemos que ser portadores
de buenas noticias. ¿Transmitimos y hablamos de cosas buenas?, ¿se las decimos
a los demás? ¿O vivimos criticando, enojados? Empecemos a transmitir esto, como
hizo San Juan Bautista. Pongamos el corazón y descubramos esta buena noticia.
Cuando alguien se deja irrumpir por la buena noticia, luego la quiere
transmitir. Juan vive la pobreza, y va y les dice: prepárense. Isaías hace lo
mismo, vemos en la lectura que dice: consuelen a mi pueblo, háblenle al
corazón, que Dios se haga presente. A nosotros en primer lugar nos pide que
recibamos esta buena noticia; en segundo lugar nos dice: sean portadores de
esta buena noticia. Miremos de qué forma y de qué manera podemos poner signos
que ayuden a que Dios sea una buena noticia. Busquemos que a través de nuestra
vida, Dios sea una buena noticia para los demás.
Podemos pensar en cosas simples. Vamos a preparar un montón de cosas para
fin de año. Las fiestas de fin de año, las fiestas de Navidad… tenemos un
montón de cosas… Bueno, preparémonos también para Jesús, hagámosle un lugar en
lo central que es la buena noticia. Que no pase de largo. Fijémonos que también
debe haber cosas que podemos transformar y cambiar, cosas simples… El 24 a la
noche, por ejemplo, todos vamos a levantar después de las 12 la cabeza al cielo
mirando y maravillándonos por fuegos artificiales por todos lados. Cada vez hay
más, nos peleamos por quién tira mejores fuegos artificiales… Qué lindo sería
que en vez de mirar eso, nuestra vida se iluminara. En vez de que se ilumine el
cielo, que se ilumine nuestra vida, que podamos iluminar a los demás.
Por ejemplo, en vez de perder el tiempo en ir a comprar eso, ¿por qué no
vamos a escuchar a alguien? ¿Por qué no “perdemos” el tiempo siendo una buena
noticia para el otro? Doy esa plata para alguien que la necesita, que puedo
iluminarle esa noche, puedo hacer que viva esa noche un poquito mejor. Pongo
este ejemplo porque es algo completamente trivial. Pero podríamos poner un
montón de ejemplos de cosas superfluas, de cosas que compramos para tener más
cosas, que no sabemos dónde poner.
Empecemos a poner gestos. Cada uno de nosotros puede poner gestos, cada
uno de nosotros tendría que mirar en el corazón. Que no quede tapado todo y que
Jesús no pueda entrar, sino que quede despojado, libre, para que Jesús se pueda
hacer presente. Esa es la invitación que nos hace. Esta es la invitación que
nos hizo María; con ese corazón sencillo acogió esa buena noticia, la recibió y
la vivió. Le hizo un lugar, la compartió, la entregó.
Jesús nos invita a que, tomando como ejemplo a María, preparemos el
corazón para esta buena noticia. Para que en esta Noche Buena la podamos
acoger, podamos hacerle un lugar en nuestra vida, en nuestras familias y en
nuestras comunidades. Dejándole iluminar esos rincones, para que también
nuestras vidas, nuestras familias, puedan ser una buena noticia para los demás,
puedan ser ese reflejo de Jesús que quiere ser luz para el mundo; para que
podamos brillar con esa luz que Jesús nos transmite.
Lecturas:
*Is 40, 1-5. 9-11
*Salmo 84
*2Pedro 3, 8-14
*Mc 1, 1-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario