Cuentan que
una vez le pidieron a un maestro muy sabio que diera una charla sobre
comunicación, sobre el poder de la palabra. Este hombre empezó hablando sobre
el poder y el influjo que tiene la palabra sobre cada uno de nosotros. Después
de hablar sobre la palabra, la Palabra Sagrada, el valor y la eficacia que
tiene, abrieron a preguntas. El primer hombre se levantó y le dijo que no
estaba de acuerdo con las cosas que él decía, que no creía esto. El charlista,
entonces, se puso muy enérgico y le dijo: “Cállese, usted no es el que sabe, el
que sabe soy yo.” El hombre, sorprendido, se sentó; y cuando el maestro retomó
la charla, le dijo: “perdón, le quiero pedir disculpas por lo que acabo de
hacer, yo no tendría que haberlo tratado así. Tengo que aceptar su opinión
aunque esté en desacuerdo con la mía.” Y siguió pidiendo disculpas. El hombre
aceptó la disculpa, y para terminar, el charlista dijo: “lamento haber tenido
que ser así de agresivo, pero, ¿vieron el influjo que tiene la palabra? Cuando
yo fui agresivo con usted, usted, y muchos del público seguramente, estaban
enojados con lo que yo había hecho. Al pedirle disculpas, usted las aceptó; por
eso, la palabra que nosotros ejercemos, tiene un fuerte influjo en nuestra vida
y en la vida de los demás.
Creo que la
Palabra tiene una fuerza especial en todos nosotros. El problema es que hoy
estamos bombardeados por muchas palabras. Todo el tiempo estamos escuchando un
montón de cosas. Es más, podríamos preguntarnos si en algún momento del día
estamos en silencio, sin escuchar nada. Hoy a veces uno está con dos o tres
cosas a la vez porque necesita más, y quizás hasta se aburre. Uno se pone a
escuchar algo y es aburrido, tengo que cambiar, tengo que ver. ¿Por qué? Porque
se va perdiendo el poder de la palabra. Pero esto no significa que el poder de
la palabra no influya en nuestra vida; influye. Tal es así, que según cómo se
comuniquen con nosotros, según cómo nos traten: cómo estamos. Si han sido
agresivos con nosotros por medio de la palabra, seguramente nosotros estemos
agresivos. Cuando vamos en el auto, cuando estamos en casa… Si han sido buenos
con nosotros, entonces estaremos de la misma manera. Ahora, para que la palabra
tenga verdadero peso en nuestra vida, es una palabra que tiene que brotar del
silencio. La palabra que brota del silencio es una palabra creadora (si quieren
lean el Génesis). Cuando Dios habla crea. La palabra que brota de lo profundo
del silencio de Dios, es una palabra creadora, es una palabra que hace que las
cosas vivan.
También se da
esto en nuestra vida. En general, si aparece una persona como yo, que habla
mucho, a veces uno no tiene tantas ganas de escucharlo. Cuando aparece una
persona que habla poco, uno le presta mucho más atención, a ver qué va a decir.
¿Por qué? Porque no está uno tan acostumbrado a escucharla.
La palabra
entonces tiene su peso. Y la Palabra de Dios es eficaz, cuando uno le hace
lugar en el corazón. Esto es lo que hizo durante toda su vida María. María fue
rumiando, fue dándole lugar en el corazón a esa Palabra de Dios. Siempre la
escuchó. Pudo recibir en su seno a la Palabra hecha carne, porque fue coherente
con toda su vida. Lo que ella escuchó, lo que ella aprendió, a lo que ella le
hizo lugar, fue el gran don que después se le dio. Es más, las dos fiestas que
vamos a celebrar en muy poquitos días, tienen que ver con esto. María es
preservada de pecado, es inmaculada, porque es lo que va a reafirmar durante
toda su vida, que le dice que sí a Dios en el corazón. María va a dar a luz a
la Palabra, a Jesús hecho hombre, porque quiso decirle que sí y reafirmar con
ese sí, todo lo que había hecho durante su niñez, su adolescencia, su juventud.
En general
cuando uno prepara su corazón, es cuando está listo para decir que sí. Esto lo
podemos ver en las decisiones más importantes que tomamos en nuestra vida. Yo
¿cuándo me hice sacerdote? ¿Cuando entré al seminario? No. Ahí todavía decía,
“pará, pará, no me apuren”. Cuando uno apura unos novios, le pregunta a uno
quizás, ¿te estás por casar? Y te dice, “no, pará, pará”. ¿Por qué? Porque eso
todavía tiene que decantar en el corazón todavía, tenemos que conocernos más,
tenemos que charlar, tenemos que ir haciendo camino. Y ¿cuándo va a decantar?
Cuando esa palabra esté lista. Cuando alguien esté listo para proponerlo y
alguien esté listo para decir que sí. Esa es la vida de María. Hay un Dios que
siempre le habló al corazón a María, para proponerle algo, al final, que era lo
más importante: el anuncio del ángel. María durante mucho tiempo preparó su
corazón para poder decir que sí a Dios. Y esto lo siguió viviendo a lo largo de
su vida. María fue profundizando cada vez más para poder responder siempre que
sí. Ese es el ejemplo más grande que nos da a nosotros. Cómo ir haciendo lugar,
a lo largo del camino, a la Palabra de Dios, para poder decirle que sí a Dios.
Nosotros nos
encontramos en nuestra vida en algunas encrucijadas en las que es difícil
decirle que sí a Dios. Hay momentos que son difíciles. Y vamos a poder decirle
que sí en la medida en que hayamos hecho un camino con la Palabra, le hagamos
hecho un lugar, la hayamos escuchado, la hayamos dejado decantar. A partir de
ahí brota nuestro sí. A ver, este sí que María le dice al ángel, uno puede
decir: “qué fácil que era” (esto se puede discutir, igualmente), pero hubo
otros “sí” de María que fueron
difíciles. A ver, el más grande es la cruz. Tuvo muchos años para rumiar esa
Palabra, para aceptar que Dios entregara a su único hijo por nosotros, para
poder entregar también ella a su hijo. Hubo también momentos donde María no
entendía. “Tu padre y yo te buscábamos por todas partes. ¿Dónde estabas?” –
“Tengo que hacer las cosas de mi padre”. ‘¿De qué me estás hablando?’ podría
haber dicho María. Tuvo que seguir haciéndole lugar en el corazón para
entenderla y comprenderla más. Pero lo central es que fue dócil a esa Palabra
en el corazón, y le hizo un lugar. Esa es la invitación que María nos hace en
este camino del adviento. A que nosotros recibamos con un corazón dócil la Palabra
de Dios.
Esto es
complejo porque en general nosotros queremos recibir en el corazón la Palabra
de Dios siempre y cuando coincida con nuestra voluntad. “Hágase tu voluntad”,
siempre y cuando coincida con la mía; lo que no coincide mucho no nos gusta, ¿no?
Aún con cosas que sabemos que no son así. ¿Por qué? Porque tenemos que aprender
a descubrir a qué nos llama Dios. Y eso implica una lucha interior en el
corazón, no es fácil. ¿A quién le es fácil perdonar? ¿A quién le es fácil amar
entregadamente? ¿A quién le es fácil dar la vida? ¿A quién le es fácil
escuchar, bancar, soportar, por amor? Pero ese es el camino de hacerse dócil a
la palabra, para poder decirle que sí, para poder recibirla. Ese es el gran
regalo que María nos hace.
Cuando María
visita a Isabel, la respuesta de Isabel es “bendita tú” ¿Por qué? Por haber
aceptado esa Palabra de Dios en el corazón. También nosotros le decimos en la
oración: bendita tú María, por este regalo que nos haces. Esa bendición de
María, de aceptar esa Palabra de Dios en el corazón, hizo que se la pudiera
llevar a Isabel, hizo que todos nosotros recibiéramos a Jesús, hizo que con
mucha alegría nos estemos preparando para celebrar la Navidad. Ahora, también
nosotros hemos sido bendecidos con la Palabra. Pablo nos dice en la segunda
lectura que escuchamos recién: ustedes han sido bendecidos con un montón de
dones. El gran don es este regalo de Jesús. Qué lindo sería que esta Navidad
nos haga testimonio de esa Palabra de Dios; a cada uno de nosotros con nuestra
vida, nos haga hombres y mujeres del Espíritu, que acogen la Palabra, que la
reciben y la llevan. Pero para eso le tengo que dar un lugar en mi vida, para eso
me tengo que tomar un momento para escucharla. Si tenemos este gran regalo que
es la Palabra de Dios, animémonos a irla escuchando. No sé si todos los días,
pero cada tanto abrir la Palabra, escucharla, prestarle atención, descubrir qué
me dice Dios, aprender a escucharlo.
Como creo que
alguna vez les dije, cuando yo le entrego la Palabra a los chiquitos, les pregunto
si alguna vez escucharon a Dios. Obviamente los chicos me dicen, “no, nunca lo
escuché”. Y yo siempre les digo: cuando yo termino de leer, ¿qué digo?, ¿’es
palabra del Padre Mariano’? “No. Es Palabra de Dios”, me dicen. Bueno,
escuchemos con atención esa Palabra entonces. Primero hay que abrir el libro,
para dejar que vaya haciendo camino en nuestro corazón. Nosotros decimos:
quiero escuchar a Dios. Bueno, abramos su Palabra, hagámosle lugar para que
después pueda habitar, para que después, dócilmente le podamos decir que sí.
Cuando uno recibe con alegría algo en el corazón, el sí sale solo, ¿no?, el sí
sale con ganas. Casi como una novia ansiosa, que está esperando que llegue esa
propuesta, a la vida y al corazón. Con Dios debería ser igual. Voy haciendo
camino, esperando que me proponga algo, para decirle que sí, ¿no?
Uno no se
imagina a María en el ángelus pensándolo un rato largo, sino (más allá del
miedo) diciéndole que sí a Dios con muchas ganas y alegría. Bueno, eso es lo
que quiere que brote en nosotros. Ese sí a Dios que se hace carne y que lo
podemos llevar a los demás.
Pidámosle a
María, aquella que acogió la Palabra de Dios, aquella que la acogió en su seno,
aquella que le dio vida, aquella que la acompañó en la cruz, que acompañó a los
discípulos; que nos ayude también a nosotros en esta Navidad a recibir a ese
niño que nace, a recibir su Palabra, a hacerle lugar en el corazón, y a ser
testigo de ella.
Lecturas
*Gen 3, 9-15. 20
*Salmo 97
*Ef 1, 3-6. 11-12
*Lc 1, 26-38
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