miércoles, 17 de diciembre de 2014

Homilía: “La Palabra de Dios es eficaz cuando le hacemos lugar en el corazón” – Inmaculada Concepción de la Virgen María

Cuentan que una vez le pidieron a un maestro muy sabio que diera una charla sobre comunicación, sobre el poder de la palabra. Este hombre empezó hablando sobre el poder y el influjo que tiene la palabra sobre cada uno de nosotros. Después de hablar sobre la palabra, la Palabra Sagrada, el valor y la eficacia que tiene, abrieron a preguntas. El primer hombre se levantó y le dijo que no estaba de acuerdo con las cosas que él decía, que no creía esto. El charlista, entonces, se puso muy enérgico y le dijo: “Cállese, usted no es el que sabe, el que sabe soy yo.” El hombre, sorprendido, se sentó; y cuando el maestro retomó la charla, le dijo: “perdón, le quiero pedir disculpas por lo que acabo de hacer, yo no tendría que haberlo tratado así. Tengo que aceptar su opinión aunque esté en desacuerdo con la mía.” Y siguió pidiendo disculpas. El hombre aceptó la disculpa, y para terminar, el charlista dijo: “lamento haber tenido que ser así de agresivo, pero, ¿vieron el influjo que tiene la palabra? Cuando yo fui agresivo con usted, usted, y muchos del público seguramente, estaban enojados con lo que yo había hecho. Al pedirle disculpas, usted las aceptó; por eso, la palabra que nosotros ejercemos, tiene un fuerte influjo en nuestra vida y en la vida de los demás.
Creo que la Palabra tiene una fuerza especial en todos nosotros. El problema es que hoy estamos bombardeados por muchas palabras. Todo el tiempo estamos escuchando un montón de cosas. Es más, podríamos preguntarnos si en algún momento del día estamos en silencio, sin escuchar nada. Hoy a veces uno está con dos o tres cosas a la vez porque necesita más, y quizás hasta se aburre. Uno se pone a escuchar algo y es aburrido, tengo que cambiar, tengo que ver. ¿Por qué? Porque se va perdiendo el poder de la palabra. Pero esto no significa que el poder de la palabra no influya en nuestra vida; influye. Tal es así, que según cómo se comuniquen con nosotros, según cómo nos traten: cómo estamos. Si han sido agresivos con nosotros por medio de la palabra, seguramente nosotros estemos agresivos. Cuando vamos en el auto, cuando estamos en casa… Si han sido buenos con nosotros, entonces estaremos de la misma manera. Ahora, para que la palabra tenga verdadero peso en nuestra vida, es una palabra que tiene que brotar del silencio. La palabra que brota del silencio es una palabra creadora (si quieren lean el Génesis). Cuando Dios habla crea. La palabra que brota de lo profundo del silencio de Dios, es una palabra creadora, es una palabra que hace que las cosas vivan.
También se da esto en nuestra vida. En general, si aparece una persona como yo, que habla mucho, a veces uno no tiene tantas ganas de escucharlo. Cuando aparece una persona que habla poco, uno le presta mucho más atención, a ver qué va a decir. ¿Por qué? Porque no está uno tan acostumbrado a escucharla.
La palabra entonces tiene su peso. Y la Palabra de Dios es eficaz, cuando uno le hace lugar en el corazón. Esto es lo que hizo durante toda su vida María. María fue rumiando, fue dándole lugar en el corazón a esa Palabra de Dios. Siempre la escuchó. Pudo recibir en su seno a la Palabra hecha carne, porque fue coherente con toda su vida. Lo que ella escuchó, lo que ella aprendió, a lo que ella le hizo lugar, fue el gran don que después se le dio. Es más, las dos fiestas que vamos a celebrar en muy poquitos días, tienen que ver con esto. María es preservada de pecado, es inmaculada, porque es lo que va a reafirmar durante toda su vida, que le dice que sí a Dios en el corazón. María va a dar a luz a la Palabra, a Jesús hecho hombre, porque quiso decirle que sí y reafirmar con ese sí, todo lo que había hecho durante su niñez, su adolescencia, su juventud.
En general cuando uno prepara su corazón, es cuando está listo para decir que sí. Esto lo podemos ver en las decisiones más importantes que tomamos en nuestra vida. Yo ¿cuándo me hice sacerdote? ¿Cuando entré al seminario? No. Ahí todavía decía, “pará, pará, no me apuren”. Cuando uno apura unos novios, le pregunta a uno quizás, ¿te estás por casar? Y te dice, “no, pará, pará”. ¿Por qué? Porque eso todavía tiene que decantar en el corazón todavía, tenemos que conocernos más, tenemos que charlar, tenemos que ir haciendo camino. Y ¿cuándo va a decantar? Cuando esa palabra esté lista. Cuando alguien esté listo para proponerlo y alguien esté listo para decir que sí. Esa es la vida de María. Hay un Dios que siempre le habló al corazón a María, para proponerle algo, al final, que era lo más importante: el anuncio del ángel. María durante mucho tiempo preparó su corazón para poder decir que sí a Dios. Y esto lo siguió viviendo a lo largo de su vida. María fue profundizando cada vez más para poder responder siempre que sí. Ese es el ejemplo más grande que nos da a nosotros. Cómo ir haciendo lugar, a lo largo del camino, a la Palabra de Dios, para poder decirle que sí a Dios.
Nosotros nos encontramos en nuestra vida en algunas encrucijadas en las que es difícil decirle que sí a Dios. Hay momentos que son difíciles. Y vamos a poder decirle que sí en la medida en que hayamos hecho un camino con la Palabra, le hagamos hecho un lugar, la hayamos escuchado, la hayamos dejado decantar. A partir de ahí brota nuestro sí. A ver, este sí que María le dice al ángel, uno puede decir: “qué fácil que era” (esto se puede discutir, igualmente), pero hubo otros “sí” de  María que fueron difíciles. A ver, el más grande es la cruz. Tuvo muchos años para rumiar esa Palabra, para aceptar que Dios entregara a su único hijo por nosotros, para poder entregar también ella a su hijo. Hubo también momentos donde María no entendía. “Tu padre y yo te buscábamos por todas partes. ¿Dónde estabas?” – “Tengo que hacer las cosas de mi padre”. ‘¿De qué me estás hablando?’ podría haber dicho María. Tuvo que seguir haciéndole lugar en el corazón para entenderla y comprenderla más. Pero lo central es que fue dócil a esa Palabra en el corazón, y le hizo un lugar. Esa es la invitación que María nos hace en este camino del adviento. A que nosotros recibamos con un corazón dócil la Palabra de Dios.
Esto es complejo porque en general nosotros queremos recibir en el corazón la Palabra de Dios siempre y cuando coincida con nuestra voluntad. “Hágase tu voluntad”, siempre y cuando coincida con la mía; lo que no coincide mucho no nos gusta, ¿no? Aún con cosas que sabemos que no son así. ¿Por qué? Porque tenemos que aprender a descubrir a qué nos llama Dios. Y eso implica una lucha interior en el corazón, no es fácil. ¿A quién le es fácil perdonar? ¿A quién le es fácil amar entregadamente? ¿A quién le es fácil dar la vida? ¿A quién le es fácil escuchar, bancar, soportar, por amor? Pero ese es el camino de hacerse dócil a la palabra, para poder decirle que sí, para poder recibirla. Ese es el gran regalo que María nos hace.
Cuando María visita a Isabel, la respuesta de Isabel es “bendita tú” ¿Por qué? Por haber aceptado esa Palabra de Dios en el corazón. También nosotros le decimos en la oración: bendita tú María, por este regalo que nos haces. Esa bendición de María, de aceptar esa Palabra de Dios en el corazón, hizo que se la pudiera llevar a Isabel, hizo que todos nosotros recibiéramos a Jesús, hizo que con mucha alegría nos estemos preparando para celebrar la Navidad. Ahora, también nosotros hemos sido bendecidos con la Palabra. Pablo nos dice en la segunda lectura que escuchamos recién: ustedes han sido bendecidos con un montón de dones. El gran don es este regalo de Jesús. Qué lindo sería que esta Navidad nos haga testimonio de esa Palabra de Dios; a cada uno de nosotros con nuestra vida, nos haga hombres y mujeres del Espíritu, que acogen la Palabra, que la reciben y la llevan. Pero para eso le tengo que dar un lugar en mi vida, para eso me tengo que tomar un momento para escucharla. Si tenemos este gran regalo que es la Palabra de Dios, animémonos a irla escuchando. No sé si todos los días, pero cada tanto abrir la Palabra, escucharla, prestarle atención, descubrir qué me dice Dios, aprender a escucharlo.
Como creo que alguna vez les dije, cuando yo le entrego la Palabra a los chiquitos, les pregunto si alguna vez escucharon a Dios. Obviamente los chicos me dicen, “no, nunca lo escuché”. Y yo siempre les digo: cuando yo termino de leer, ¿qué digo?, ¿’es palabra del Padre Mariano’? “No. Es Palabra de Dios”, me dicen. Bueno, escuchemos con atención esa Palabra entonces. Primero hay que abrir el libro, para dejar que vaya haciendo camino en nuestro corazón. Nosotros decimos: quiero escuchar a Dios. Bueno, abramos su Palabra, hagámosle lugar para que después pueda habitar, para que después, dócilmente le podamos decir que sí. Cuando uno recibe con alegría algo en el corazón, el sí sale solo, ¿no?, el sí sale con ganas. Casi como una novia ansiosa, que está esperando que llegue esa propuesta, a la vida y al corazón. Con Dios debería ser igual. Voy haciendo camino, esperando que me proponga algo, para decirle que sí, ¿no?
Uno no se imagina a María en el ángelus pensándolo un rato largo, sino (más allá del miedo) diciéndole que sí a Dios con muchas ganas y alegría. Bueno, eso es lo que quiere que brote en nosotros. Ese sí a Dios que se hace carne y que lo podemos llevar a los demás.
Pidámosle a María, aquella que acogió la Palabra de Dios, aquella que la acogió en su seno, aquella que le dio vida, aquella que la acompañó en la cruz, que acompañó a los discípulos; que nos ayude también a nosotros en esta Navidad a recibir a ese niño que nace, a recibir su Palabra, a hacerle lugar en el corazón, y a ser testigo de ella.

Lecturas
*Gen 3, 9-15. 20
*Salmo 97
*Ef 1, 3-6. 11-12

*Lc 1, 26-38

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