sábado, 14 de agosto de 2010

Homilía: "Cree y confía”, pero ¿en qué? “En qué no, en quién. En Mi”. (Domingo XIX del Tiempo Ordinario)

La comedia de suspenso“El caso Thomas Crown”, comienza cuando el actor Pierce Brosman (quien hace de Thomas Crown) se roba un cuadro de Monet del Museo Metropolitano, y a continuación una detective de seguros, la actriz Renee Russo, quien hace de Catherine Banning viene para intentar resolver quién es el que se lo robó y ayuda a la policía. La historia toma otros carriles, y en ese intentar descubrir quién es el que se lo robó (en este caso el mismo Thomas Crown, un multimillonario) empiezan ambos a enamorarse. Tienen una historia de idas y venidas de amor en ese camino, pero que nace polémicamente con muchos problemas, y es por eso que les cuesta entregarse, darse, y confiar en el otro. Hasta que llega un momento en la película en que ella ya entra en crisis en este camino, y le dice que no puede confiar en él. Entonces Thomas le dice: “Yo voy a confiar en vos. Mañana 3:30 de la tarde voy a ir al museo y voy a devolver el cuadro, lo voy a poner en el mismo lugar en el que estaba. Queda en tus manos entregarme o no”… Si la vieron, ya saben como sigue, y si no alquílenla.


Pensaba cómo muchas veces nos cuesta en la vida, mas allá de la película, ganarnos la confianza del otro. Aquello que sería lo más natural, que es la confianza que uno deposita en sus padres desde que es pequeño, es como que en la sociedad y el mundo en el que vivimos está en tela de juicio. Y creo que esta así porque está puesto en duda uno de los valores más importantes que como mundo/sociedad tenemos: el valor de la verdad. Animarse a ser veraz, porque desde la verdad es de donde surgen un montón de consecuencias: las palabras que uno da, la transparencia, el poder creer en el otro. Pero todo esto entra en tela de juicio cuando no terminamos de creer que el otro es veraz con nosotros, y cuando esto sucede, la confianza también tambalea.

Tal vez como un ejemplo de esto, lo mas natural seria preguntar “¿en quienes no confías?”, pero parece que hoy tendríamos que preguntar al revés “¿en quienes confías?”, porque sería mucho más fácil. Es mucho más simple decir “no confío en nadie”, que decir “en estos sí confío”, y no solamente los que están lejos, muchas veces nos pasa en los que están a nuestro lado. Es mucho más difícil crecer y madurar si no partimos de esa confianza, de esa fe básica del otro.


Tal vez otro claro ejemplo de la actualidad son las Instituciones que están en tela de juicio, por ejemplo, la política. Deberíamos poder creer en los proyectos y lo que los políticos dicen (no tengo nada en contra de la política) pero muchas veces nos cuesta. Casi no tenemos ganas de escuchar discursos, de leer, se hacen encuestas en la calle y la gente dice “¿qué se va a votar?”, ni siquiera eso saben. Y mucha veces me pasa que me dicen (sé que existen excepciones) que los jóvenes de hoy no están comprometidos con la política, y hay que empezar a decir que eso es una consecuencia de una causa que es ¿qué hemos hecho con esto? Y que uno dice: “yo no me quiero comprometer con algo que está viciado, que lo veo mal”. Es verdad que se podría mirar de otro lado y ver cómo transformalo, pero ese es el punto de partida: cómo podemos cambiar esto para que sea atrayente para todos, para que todos digamos que queremos luchar por esto y hacer algo diferente.


Pero no solo pasa en esa institución, pasa en muchas más, incluida nuestra Iglesia. Por no haber aprendido a ser veraces, hemos perdido esa confianza básica que uno tiene que tener. También nos pasa en el vínculo, en la relación con los demás. La confianza que muchas veces nos ayuda a construir caminos, que nos ayuda a crecer en el vinculo con los demás, en una amistad, en un noviazgo, en una pareja, en una relación padre-hijo, muchas veces entra en tela de juicio, y nos cuesta mucho confiar en el otro. Y por eso lo que buscamos es cómo lo podemos controlar, de qué manera: con un marido, con una mujer, con un novio/a: “a dónde vas, cuándo, cómo, dónde salís”. Y no siempre es por un tema de seguridad, si no que, muchas veces, es porque nos cuesta ir largando las riendas y confiar en el otro. Obviamente que esto siempre tiene un doble juego, y la confianza uno la tiene que aprender a cuidar, y no ganársela. La confianza tendría que ser algo de lo que partimos en un vínculo, y en todo caso podemos perderla y tener que aprender a recobrarla, pero no decir: “yo me tengo que ganar algo”, porque es ahí donde hemos cambiado los caminos, y hemos dado vuelta aquello que tendría que ser el punto de partida de un vínculo y una relación. Porque la confianza es lo que nos ayuda a creer en el otro, y también en los demás. Y tal vez porque nos cuesta creer en los demás, como sociedad y también como Iglesia. Antes, creer “era básico”, nosotros creíamos en lo que nos decían, creíamos en Dios, creíamos en Jesús. Sin embargo, hoy eso está en tela de juicio, y la fe, “el creer en Dios, es una gran pregunta: “por qué creo, en qué creo, de qué manera creo”. A veces pareciera que hay que dar razones para creer. Lo que pasa es que es muy difícil si uno tiene que tomar eso como punto de partida, pero es lógico en un camino. En un camino donde frente a vaivenes que tiene la vida, frente a cosas que nos pasan, frente a preguntas que nacen en nuestro corazón, empezamos a cuestionarnos si esto es lo que queremos en un vínculo y en nuestro vínculo con Jesús. Como muchas veces les digo a los jóvenes: la duda es parte del camino de la fe, pero parte de un camino para poder crecer.


Y por eso siempre se nos invita a animarnos a confiar. Esta invitación se le hace a Abraham. Él, nuestro padre en la fe, es al que se le dice primero de una manera especial “Cree y confía”, pero ¿en qué? “En qué no, en quién. En Mi”. Y uno podría haber hecho un montón de preguntas: cómo se cuándo, de qué manera va a pasar esto que me dijiste, que deje todo que vaya a otra tierra, que me vas a dar una familia que ya no esperaba. Y Dios le dice: “Tenés que creer en esta promesa, tenés que creer en mí“. Y Abraham vio cumplido su deseo porque creyó, porque se animó a caminar detrás de ese deseo, ¡y miren que tardó! Tuvo que caminar, tuvo que dar vueltas, pero se animó a continuar ese camino a pesar de que a veces no entendía ni comprendía. Aprendió a esperar lo que no ve, lo que todavía no llegó, porque cuando lo tenemos no tenemos que esperar nada más porque ya llegó. Justamente la esperanza es creer en algo que en el futuro se me promete, creer que eso va a suceder, y que por eso lo espero con esa esperanza que Dios me regala, que Dios me trae.


Lo mismo hicieron los discípulos, se los invitó a seguir a Jesús, y ellos creyeron en Él. Sin embargo esa fe entró en duda muchas veces. Llegó un momento en el que no entendían a Jesús, donde no veían, no comprendían, y Jesús en ese momento los invitó a dar un salto. Hay momentos en la vida en todos lo vínculos (incluido el de Jesús) en el que tenemos que dar saltos, y en ese momento, en esos cruces de caminos, en esas encrucijadas, es donde se va jugar nuestra fe, si creemos o si confiamos, si nos animamos a dar el salto, si nos animamos a cruzar ese camino, a elegir qué es lo que yo quiero.


Esa es la fe que nos invita a tener Jesús. Animarnos a decir: “Hoy no veo claro, pero camino por acá, detrás de esto que se nos prometió, detrás de esta esperanza, detrás de este regalo que Dios nos trae.” Ese es el regalo que Dios nos hace y que nos invita a cuidar: “No temas pequeño rebaño” les dice Jesús, “¿por qué? porque se les ha dado algo grande, un Reino”. Ese es el regalo, ese es el tesoro, eso es lo que día a día se nos va dando, eso es lo que día a día tenemos que aprender a descubrir. Una de las cosas que les costó al principio a los discípulos fue descubrir que Jesús no lo invitaba solamente a algo futuro, sino a algo que en ese momento se iba a hacer presente. Y también nosotros tenemos que aprender a descubrir la manera en la que Dios se nos hace presente en cada momento, pero no basta solamente con eso, sino con poner la mirada en el futuro y caminar, aún sin entender, sin comprender, pero detrás de una promesa, sabiendo que hay alguien que la cumplió y que nos invita a creer que la volverá a cumplir. Por eso nos invita a estar vigilantes, a caminar con esperanza, a ir preparando en esta vida nuestro corazón y ponerlo al servicio del Reino.


Y es ahí donde pone esta Parábola. Dice que un amo, había ido a un casamiento, a una fiesta. Sus esclavos (sus siervos) estaban esperando en la casa. ¿Y qué es lo que tienen que hacer como buenos esclavos? Esperar. Porque no saben en qué momento de la fiesta el amo va a volver. Y esperaban con las túnicas ceñidas, con las lámparas encendidas hasta que el amo llegara para abrirle la puerta y para volverle a preguntarle: “¿Qué es lo que quiere que haga por ti?”. Los esclavos ya no elijen, tienen que cumplir. Ya no esperan nada, tienen que hacer lo que se les dice. Y Jesús nos dice a nosotros en esta parábola, que tambien nosotros tenemos que esperar y prepararnos. Pero la cambia, porque al final dice que cuando llegue el amo, se va a poner a servirnos a nosotros. Él es el que va a tender la mesa, Él es el que los va a atender a ustedes y se va a poner al servicio.

Jesús siempre es el que se pone como servidor de todos. Lo hizo en su vida, y lo va a volver a hacer, pero nos invita a nosotros, mientras tanto, en el camino a ponernos al servicio de los demás, porque ahí está el tesoro, el descubrir de qué manera yo puedo servir al otro, de qué manera yo encuentro en la vida de los otros un tesoro para mí, de qué manera yo puedo con ese tesoro irme enriqueciendo día a día. Y donde esté ese tesoro es donde yo voy a ir poniendo mi corazón. Por eso Jesús puso el corazón en las personas, porque ahí estaba el tesoro. A nosotros pareciera que a veces se nos desvía, pero tenemos que aprender a mirar como Jesús, que nuestro verdadero tesoro está en los demás, y descubrir de qué manera podemos aprender a servirlos, de qué manera podemos crecer en la confianza en ellos, de qué manera podemos creer en ellos.


Hoy Jesús, como Abraham, nos invita a tener fe, a creer en lo que Dios nos promete. Creer en eso significa ponernos en camino, ir detrás de eso sabiendo que tenemos un inmenso tesoro en quien buscar que es Jesús, un inmenso tesoro en quién bucear, que es Él, poniendo la esperanza en que tiene un regalo mucho más grande para nosotros.


Pidámosle en este día que poniendo nuestra fe en Él, nos animemos a creer justamente en lo que Él nos regala. A poner la esperanza en Él y en los demás, y a que creciendo en esa confianza los unos con los otros como comunidad, podamos caminar detrás de aquel tesoro que Él nos regala.

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