sábado, 21 de agosto de 2010

Homilía: Que nuestra esperanza sea una tentación para los demás (Domingo XX del Tiempo Ordinario)

Este año se llevó al cine un libro, “The Road”/“La Carretera” (que salvo que les guste mucho el cine no se las recomiendo), en la que un padre junto a su hijo del cual nunca sabemos el nombre, después de un cataclismo donde muere la mayoría de la humanidad, tienen que empezar a bajar una carretera, ir hacia el sur por el frío ya que no van a seguir resistiendo tanto tiempo casi sin comida, pasando todas esas calamidades que hay. Es por eso que empiezan ese camino en busca de zonas más cálidas, más benignas, con todos los peligros que ese camino tiene. Y nos muestra como una pérdida de la confianza en este padre que, después de ver todo lo que ha visto, cómo la humanidad ha cambiado y todo lo que queda de ella, lo único que busca es poder llevar a su hijo a un lugar un poco más seguro y un poco mejor. El problema es que ya no confía en nadie y ya no espera absolutamente nada. Pero, a pesar de todo ese clima en el cual la película se va desarrollando, queda como un atisbo de esperanza en el hijo, en ese niño que muestra una calidez, una espontaneidad, una manera de vivir que intenta romper con ese circulo vicioso. Y mientras el padre, como nos pasa a notros a veces, siente que todo es pesimismo, muchas veces por el miedo o por inseguridad, ve en el hijo, aún asumiendo riesgos a alguien que quiere vivir algo distinto.

Muchas veces en la inocencia de los niños o en personas más grandes que a veces uno dice: “Que inocente, ¿cómo puede pensar esto? ¿Cómo le puede parecer esto?”, uno muchas veces ve algo distinto, o deslumbra algo distinto. A veces a nosotros los más grandes nos pasa que cuando muchas cosas no han sido como uno esperaba, uno va perdiendo la confianza, como hablábamos la semana pasada, pero la pérdida de la confianza nos lleva casi inexorablemente a la pérdida de la esperanza. ¿Qué es lo que voy a esperar si ya no confío? ¿De quién voy a esperar si yo no confío? Y es por eso que muchas veces nos vamos cerrando en un círculo más pesimista. A veces puede ser por una acumulación de cosas, a veces puede ser por un hecho puntual en nuestra vida, y no tiene que ser grande, ya que a veces algo escala tan hondo en lo profundo de nuestro corazón que nos cuesta confiar. Aún más de lo que nos cuesta confiar, nos cuesta esperar. Pareciera que nada puede ser distinto.

Casi como en la película pareciera haber sucedido un gran Apocalipsis, algo que ya nada va a cambiar. El problema es que el Apocalipsis, justamente este libro que nos narra la Primera Lectura, Juan nos dice que viene en medio de todo lo que pasa, en medio de las calamidades, en medio de las desgracias a traernos esperanza. Tenemos un problema, que es que nunca se nos ha explicado del todo bien este libro y por acumulación de datos de las sectas o los nuevos movimientos religiosos, vemos esto como casi una palabra mala o una desgracia. En realidad, Juan escribe para darle esperanza a la gente. El Apocalipsis es el gran libro de la esperanza de todo el nuevo testamento, donde en medio de las dificultades, donde la gente esta muriendo por ser cristiana, y Juan les dice: “Sigan esperando. La esperanza de ustedes no es vana. Sigan caminando. Jesús les trae algo distinto”. Y eso es lo que escuchamos en este texto, pero el problema es que son imágenes que muchas veces nos cuesta descubrir y profundizar, en el cual María da a luz a este niño. Y cuando parece que todo se va a acabar porque, como dice la imagen, “este gran dragón va a acabar con este niño”, el niño triunfa.

Y esa es la esperanza que Juan les trae. Cuando quisieron terminar con todo, él trajo algo nuevo. “Por eso esperen con la cabeza levantada”, pero no solamente les dice ‘una esperanza para el más allá’ (como diciendo que el día que se acabe todo y que lleguemos al cielo todo va a ser distinto, aunque esperamos que muchas cosas sean distintas allá en el cielo), sino que esa esperanza los tiene que traer a vivir a de una manera diferente aún hoy en medio de las dificultades. “Ustedes tienen que vivir algo distinto”.

Y por eso, al principio se pasa mucho tiempo escribiendo cartas a muchas comunidades, las cuales les pide que vuelvan a vivir con fuerza y esa esperanza que alguien les trajo, que es Jesús. Esa confianza que se había perdido, esa esperanza que el pueblo ya no tenía. Ese cambio se tiene que dar cuando uno descubre a Jesús en la vida, que se da de alguna manera en esta comunidad de Corinto, en la Segunda Lectura, cuando Pablo les anuncia algo distinto que es que Jesús dio la vida por ellos. Sin embargo, con el correr del tiempo, el pueblo va perdiendo esa fuerza, va perdiendo esas ganas, no entiende qué significa tanto esto de que Jesús haya dado la vida, casi como que se acostumbró, como muchas veces nos pasa a nosotros y todo nos cuesta un poco más. Entender a Jesús, seguirlo, rezar, muchas veces no sentimos que eso dé los frutos que uno espera. Y es ahí donde Pablo les recuerda: “Jesús dio la vida por ustedes y resucitó, y eso les trae algo distinto a ustedes hoy. No vuelvan a vivir como antes, si no que miren hacia delante de una manera distinta porque todo esta puesto bajo los pies de Jesús hoy”. Eso nos dice este himno. Eso es lo que nos dice Pablo a nosotros: “Jesús resucitó, y eso los invita a ustedes a esperar y a vivir de una manera diferente”.

Esto es lo que descubrió María. Tuvo una invitación, y como esperaba, le abrió el corazón a Jesús. Cuando hemos dejado de esperar las cosas nos pasan de largo, no nos damos cuenta porque no esperamos que algo pueda ser diferente. ¿Qué es lo que puede haber de diferente en esto? ¿Qué es lo que puede haber de diferente que merece que yo lo vuelva a intentar? ¿Qué es lo que puede pasar si yo vuelvo a confiar? Y preferimos quedarnos donde estamos… sin embargo para esperar, para poder tener esa gracia, uno tiene que animarse a optar, a elegir, y esto es lo que hizo María: “Feliz de ti por haber creído” le dice Isabel. María creyó y por eso esperó. Esperó con confianza esta promesa que Dios le había hecho, y durante 9 meses siguió caminando con confianza esperando algo distinto. ¡Y vaya que tuvo motivos seguramente María para abortar esa esperanza! Poría haber dicho que no entendía, que no comprendía, o pudo haber dicho “murió, se acabo todo”, pero siempre siguió esperando, siempre siguió confiando. Cuando los discípulos no entendían nada porque Jesús había muerto, María estaba con ellos, seguramente dándoles confianza, diciendo que esperen, creyendo. Cuando Jesús resucita sigue con ellos, cuando Jesús ascendió a los cielos siguió con ellos, siempre esperó. Aún en los momentos difíciles.

Y esa es la invitación que hoy nos hace a nosotros. Que creamos y por eso esperemos, y eso es lo que vive hoy María en esta fiesta que celebramos: la gloria de estar con Jesús. Pero ¿por qué? Porque en eso creyó. En el fondo podríamos decir que vive hoy en el cielo lo que vivió acá, creyó en Jesús, optó por Jesús, esperó en Jesús. Y ahora vive esa gloria y ese fruto de lo que le ha dado.

Eso es lo que se nos invita hoy a vivir a nosotros: creer en Jesús, optar en Él, esperar con Jesús, haciendo lo que hizo María: compartiéndolo. En un clima difícil, María fue a compartir con Isabel aquello que tenía, le llevó a Jesús. Muchas veces nos preguntamos qué le podemos llevar a los demás, o cómo podemos cambiar las cosas, o cuál es la mirada que debemos tener en un mundo tan difícil, tal vez lo central que hoy Jesús nos invita a transmitir es la esperanza.

Muchas veces tenemos la sensación de que lo que falta es mas fe. A mi no me parece, porque a lo largo de la historia la gente tuvo fe, el pueblo de Israel creyó en algo, y nuestros hermanos en la fe nos mostraron el camino; los paganos creían en algo, creían en los dioses. Aún hoy, el mundo oriental que no conoce a Jesús o que no cree en Él, cree y por eso sigue otra religión como el budismo, hinduismo. Cuando el cristianismo entró en crisis, la gente puso su confianza más en el hombre, creyó en el racionalismo, es decir, el hombre tiende a poner la fe. Pero tal vez algo distinto que les mostraron es que podían vivir y esperar de una manera diferente. Creo que los primeros cristianos transmitieron esa esperanza de una manera distinta. Y vivir y transmitir esa esperanza de una manera distinta, los hizo creer en algo distinto y los hizo invitar a seguir a Jesús.

Y esa es la invitación que nos hace hoy a nosotros. Casi podríamos decir que nuestra esperanza sea como una tentación para los demás, un impulso, que puedan ver algo diferente en nosotros, que esa fe nos lleve a esperar de una manera nueva.

Esto es lo que vivió María, esto es lo que le invitó Jesús, y esto es lo que nos invita hoy Jesús a nosotros, a que nos animemos a esperar en Él. Pidámosle entonces a María, aquella que creyó en Dios y esperó con un corazón abierto, que también nosotros a ejemplo de ella podamos poner nuestro corazón en Jesús, esperarlo y transmitirlo a los demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario