lunes, 2 de agosto de 2010

Homilía: "Lo que a mi se me dio, ténganlo, es de ustedes" (Domingo XVIII del Tiempo Ordinario)

En la película “Corazón Valiente” (que supongo que la mayoría vio), después de que William Wallace con su ejército vence al ejército del Norte y toman York, vuelven a Escocia y se reúnen con los nobles. En esa reunión lo nombran a él “caballero”. En cuanto terminan de nombrarlo y festejan la victoria, aparece uno de los nobles que le dice: “William, tú eres un clan que siempre fue apoyado por esa casa, esa nobleza, entonces te decimos que nos apoyes a nosotros como legítimos herederos al reino.” A partir de ahí empiezan a pelearse entre todos, algunos recriminaban a otros por no haber ido a pelear, y ahí es cuando Wallace se enoja, da media vuelta y se va. Cuando se está yendo, los demás frenan porque se dan cuenta de que se iba y le preguntan por qué lo hace. “Porque ustedes no entienden. En vez de unirse, de luchar por algo juntos, de tener un mismo ideal y un objetivo, siempre se están peleando por migajas, por cosas pequeñas, descuidando cosas mucho más importantes. Ustedes sigan peleándose por eso, que nosotros vamos a ir por cosas más importantes”. Wallace se va de ahí, y también sale Robert Bruce (uno de los nobles más importantes), y le dice: “Vos tenés que entender que estos nobles tienen mucho para perder, tienen muchas cosas”. William Wallace le contesta: “Y el campesino, el obrero, cualquiera que vaya a pelear, ¿acaso no tiene nada para perder? Hay cosas mucho más importantes que esos bienes que ellos creen que tienen para sí, y no para dar y compartir con lo demás”. La conversación sigue, y Wallace lo invita Robert Bruce para que se anime a unir a todos los nobles.


Pensaba, entonces, cómo la tirantez de este dialogo, entre uno que invita al otro a que lo que tiene sea para todos, y otro que dice que los nobles tienen muchas cosas y se arriesgan mucho si van a la guerra, es una tensión que tenemos nosotros en el corazón, no solamente con las cosas, si no también con las actitudes y los deseos. ¿Cuantas veces tenemos deseos de entregarnos, de darnos? Decimos: “Yo quisiera hacer esto. Quiero vivir esto de una manera diferente”, y al poco tiempo, descubrimos que nos cuesta, que en vez de abrirnos nos cerramos; que en vez de darnos a los otros, nos mantenemos egoístas; que en vez de entregarnos, nos aferramos a las cosas; que en vez de tener un corazón mas generoso, tenemos un corazón egoísta que no se anima a entregarse. Vivimos siempre en esa tensión, entre los deseos de un corazón que pueda entregarse más y vivir más plenamente, una realidad de un corazón que pueda llegar a vivir de esa manera. Continuamente estamos en este camino y en esta lucha. Y creo que una cosa central para intentar vivir esto, es justamente, pensar de qué manera yo me aferro a las cosas, a lo que tengo, tanto bienes materiales como mis dones, o los dones que tienen las personas cercanas a mí. Porque muchas veces, yo miro todo lo que tengo como si fuera solamente mío, y cuando yo miro algo de esa manera, me lo termino creyendo, y no quiero que los otros, de ninguna manera, la compartan, la tengan, la vean (casi como en la película “El señor de los Anillos”, la actitud del personaje de Smigol para con el anillo. “Mi tesoro, mi tesoro”, repite y no deja que nadie lo pueda ver, ni siquiera compartir, es sólo para él).

Y es por eso que se nos invita cada vez a descubrir, a alegrarnos por lo que se nos da, pero también a entrar en esa dinámica de aprender a compartir y dar todo aquello que, como don, Dios nos ha regalado. Porque sino, nos puede suceder como en el Evangelio que acabamos de escuchar, donde creemos que todo es nuestro. Comienza con un pedido bastante simple que le hacen a Jesús: “Dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”, algo que podría ocurrir hoy en día (y que a veces ocurre). Jesús, que podría responderle de muchas maneras, le dice: “¿Quién me constituyó juez y árbitro de esto?”. Y creo que esto es lo primero central e importante: no siempre Dios o Jesús se meten en todo lo que hacemos y en todas las decisiones que tenemos que tomar. Diferente es que nos da criterios para tomar esas decisiones, que nos da valores. No nos dice: “Tenés que hacer esto porque…”, Jesús nos dice: “Esto es algo que ustedes tienen que resolver. No soy yo en esto, el juez o el árbitro”. Pero sin embargo, advierte el peligro de las riquezas o el peligro de la abundancia. ¡Ojo! Evangelio no está en contra de estas cosas. Las riquezas son un gran don, y al mismo tiempo un gran desafío. Podemos encontrar otro texto donde también, como acá, los hombres quieren que “se acumule” o “se hagan graneros”; como en el Antiguo Testamento, José (hijo de Jacob) está haciendo graneros, pero no para él, sino para el pueblo. Venían tiempos de hambre y pensó en cómo podía hacer para que todos vivan mejor. Entonces la riqueza siempre es un don, un regalo que Dios nos ha dado, pero también es una oportunidad para descubrir algo que se me dio. Porque también existe la tentación, como en el caso de este hombre, “tuve tanto que, ¿qué hago con esto?”, y en vez de descubrir que puedo tener un corazón mas generoso, construyo mas para mí, para mis bienes, mis graneros, mi vida. Todo es mío, y cuando yo veo que todo es mío, pierdo la alteridad, el descubrir que lo que Dios me ha dado es una oportunidad para que yo lo disfrute junto con los demás. Sino, es como que cada día, me voy aislando más del otro, y voy perdiendo el verdadero valor de las cosas; porque las cosas ( y todos tenemos experiencia) nunca terminan de llenarnos el corazón.

Esto es lo que dice Coelet en la Primera Lectura: “Vanidad, todo es vanidad”. Coelet no tiene problema: tiene una buena vida, tiene cosas, pero descubre que eso no le sirve de nada. ¿Por qué? En la época en que se escribe esa lectura, no había una visión del mas allá, ni una vida después de la muerte. “¿Para qué quiero esto, si un día se va acabar, si un día se va a terminar? ¿Qué sentido tienen mis luchas y mis penas?” Bueno, nosotros creemos que hay un mas allá, y que hay un Dios que nos invita a ir día a día creciendo en riqueza para eso. Pero tenemos que aprender a descubrir qué es ser rico a los ojos de Dios. Es una gran tentación en el día de hoy poseer las cosas, apropiarnos de ellas y perder esta dinámica a la que nos invita Jesús, la dinámica del día a día: “Yo recibo también para dar”. Creo que todos tenemos experiencia de haber recibido en la vida, de haber recibido de Jesús, de nuestras familias y de los demás, y está en nosotros si continuamos con este camino, con esta dinámica. Y eso es porque Jesús nos va mostrando el camino. Cuando a Jesús se le pregunta si es juez o árbitro, Él dice: “No, yo vengo a mostrarles qué es lo que tienen que hacer, y cómo tienen que vivir, para que ustedes también den testimonio de eso”. La vida de Jesús fue una vida que se dio continuamente, y por eso nos invita a nosotros, de alguna manera, a entrar en esa dinámica, porque sino el camino no termina nunca.

Vayamos a los bienes, no más, algo más simple. Creo que este evangelio es uno de los más actuales, porque el mundo de hoy cada vez nos invita a tener, tener, tener y tener más, ¿y dónde termina? ¿Dónde termino ese camino? ¿Qué es lo que yo tengo que asegurar? Porque si miramos al mundo de hoy, agarramos la revista Forbes y vemos que Tiger Woods gana 90 millones al año y no se cuanto más, surge la pregunta: ¿dónde está el límite? ¿A quién le tengo que asegurar el futuro? Porque acá es: “aseguro mi vida”, pero parece que hoy decidimos asegurar nuestra vida, la de nuestros hijos, la de nuestros nietos, nuestros bisnietos… parecería que tengo que asegurar a toda la generación. Pero después termina siendo como lo que vemos hoy, es injusto como las cosas se reparten. Pero parte de que yo creo que “todo lo mío es mío, porque yo me lo gané”. El gran cuestionamiento de Jesús es ese: ¿yo me lo gane o alguien me lo dio? ¿Por qué yo nací acá? ¿Por qué yo tuve el don, el regalo de nacer en una familia que estaba bien, que me dio una vocación? ¿Por qué? ¿Por qué no nací en el medio de África, en el medio de Asia? ¿Por qué tuve un montón de posibilidades? ¿No será que con eso Jesús me quiso decir algo? ¿No será que es para que yo aprenda que puedo vivir y ayudar a que los demás vivan de una manera diferente? Pero para eso tengo que salir de esa dinámica de “el poseer”, de pensar que “esto es mío. Mi plata, mis cosas, mis dones”, y pueda poner eso en la dinámica del Reino: lo que a mi se me dio, es para los demás.

El más rico hizo eso, Jesús: “Lo que a mí se me dio, ténganlo, es de ustedes. Hasta la última gota.” Ahora nos invita a nosotros, a que descubramos qué es lo que debemos hacer con todas las riquezas que Dios nos dio, con todos los dones, con todos los talentos.

Pidámosle a Jesús, aquel que vino para mostrarnos lo que significaba darse, lo que significaba entregarse, lo que significaba compartir la vida con los demás, que nosotros, viendo su ejemplo, viendo todo lo que Él y otros nos han dado a lo largo de la vida, podamos hacer lo mismo.



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