sábado, 4 de septiembre de 2010

Homilía: "Amigo, acércate más". Domingo XXII del Tiempo Ordinario

En la película “Avatar”, que seguramente la mayoría vio, Jake Sully llega casi de manera inesperada a un nuevo planeta, descubierto hace unos años, llamado Pandora. De esta manera se encuentra con un mundo totalmente nuevo y distinto, porque ya casi recién llegado, tiene que empezar a interactuar con este mundo. No comprende mucho de lo que pasa en ese lugar: no solo un mundo distinto sino un idioma distinto, una manera de vivir y ver las cosas totalmente diferente. Es por eso que él (que empieza a interactuar entre ese mundo mientras esta despierto, y el otro mundo estando en el mismo lugar, más desde su realidad de ser humano) tiene que empezar a hacer todo un camino en el corazón para entender algo distinto, ¡con toda la dificultad que eso tiene!


Creo que si hay una cosa que nos cuesta a todos es comprender lo distinto, interactuar con lo distinto a nosotros. Es mas, a veces nos sentimos agredidos cuando estamos frente a algo diferente, y a él le pasa lo mismo. Me quedo entonces, con dos imágenes sencillas de la película (para los que no la vieron quédense tranquilos, no son esenciales): una es apenas llega, Neytiri (una de los habitantes ‘na’vi’ que lo salva) termina matando a un animal para salvarlo y él le agradece por lo que ella hizo, “No me agradezcas nada, lo que hice esta mal. Yo no tenia por qué matar a este animal, pero él me estaba agrediendo y tiene que empezar a entender algo distinto”. A nosotros muchas veces el valor de los animales, el valor de las cosas nos es totalmente menor, tan mínimo que ni lo comprendemos. Para Neytiri, existía una interacción, algo diferente a lo que Jake vivía, y algo que no valía la pena hacer por una tontería de parte suya. En segundo lugar, hay un momento en el que Jake empieza a tener problemas con una frase que repetían mucho: ‘yo te veo’. Él les preguntó a aquellos que tenían más experiencia, como la doctora Grace o el doctor Norm, qué significaba. Ellos le decían ‘yo te veo no significa que te veo con la vista, sino algo más profundo, veo tu corazón, te veo a ti, veo lo que pensas, lo que sentís, lo que sos, la manera en que vivís. Puedo ver en tu interior, puedo ver algo mucho más profundo que esa fachada que muchas veces nosotros ponemos’.


Y así de esa manera tiene que empezar a acotejar y a vivir con un mundo nuevo. Algo que a veces (como alguna vez hablamos) también nos sucede a nosotros: cuántas veces tenemos que aprender a dialogar con un mundo distinto, con un mundo nuevo, y no porque nos mudamos a un país diferente y no entendemos la lengua, podríamos pensar en las distintas generaciones de personas que estamos acá, desde los más grandes a los mas pequeños, y seguramente si nos ponemos a dialogar vemos las cosas de manera diferente, tenemos valores diferentes. Es más, muchas veces eso nos preocupa, ¿por qué? porque el otro no vive lo que yo creo que tendría que vivir, o uno que mira mas para arriba, porque el otro no vive lo que a nosotros nos hubiera gustado que viva.


Y así muchas veces nos encontramos con maneras de vivir diferentes. Ni hablar cuando a veces nos alejamos un poco de nuestras realidades sociales, de nuestro microcosmo pequeño y reducido en el que vivimos, en donde muchas veces no entendemos lo que nos pasa. Hace poco me pasó estando en una casa con una persona, que estaba un poco enojado con la gente de clase un poco más baja por todo el tema de los delitos, de los robos, y varias cosas más como si fuera prioritario solamente de ellos. Pero más allá de eso, lo que decía era: ‘Lo que pasa es que ellos son todos iguales’, a lo que entonces yo le contestaba: ‘Es curioso… ¿y sabes por qué? Porque ellos piensan lo mismo de nosotros, que somos todos iguales, que no nos preocupamos por ellos, etc’: es este distinto mundo en el que interactuamos sin ponernos del lado de ninguno.


Y a todo esto podemos sumarle un mundo distinto en el que también nos encontramos cuando vamos creciendo, que es el mundo de Jesús, un mundo que nos invita a vivir de una manera diferente. Lo que pasa es que sentimos esa tirantes en el corazón, la tirantes de lo que nos invita Jesús y lo que nosotros queremos o vivimos, entonces continuamente buscamos cómo podemos adaptar el Evangelio a nosotros, porque muchas veces así como esta nos parece casi ‘invivible’ y no porque no sea bueno (al contrario, nos parece grandioso), pero muchas veces nos parece tan lejano lo que Jesús nos invita que en vez de decir “hago lo que puedo y hasta acá llego esforzándome”, preferimos decir “adaptémoslo un poquito, cambiémoslo porque por lo menos que no diga esto; no nos gusta y buscamos la manera de decir que Jesús en realidad dice otra cosa”.


Y esto sucede con muchas cosas, desde parábolas que son difíciles de entender, con la gran misericordia que Dios nos da y nos regala, hasta también las parábolas que hoy hemos escuchado. En la cual en la Primera Lectura, nos invita a “no buscar los primeros lugares”. ¿Quién de nosotros no busca los primeros lugares? Por lo menos podemos hacer una cosa que es ser sinceros: lo busco, empecemos por ahí, diciendo: “me cuesta, vivir de la manera que Jesús me invita”, y por eso es todo un camino y un dialogo. Un dialogo nuevo con un Jesús que me invita a vivir de una manera nueva. Yo me imagino, o intento imaginarme a los fariseos, o también a los que estaban cerca de Jesús (sus discípulos, sus apóstoles) cuando Jesús les decía esta parábola: “No busquen los primeros lugares”, ellos se preguntarían: “¿Qué esta diciendo Jesús? ¿Qué es esto de ‘buscar el último lugar’?” Es empezar por atrás. Y no estoy diciendo que se desinteresen de las cosas, “no se preocupen”, sino que busquen otra cosa. Y algo más llamativo es que ambas parábolas, desde un lugar diferente piden lo mismo: en la primera somos invitados a una fiesta y nos dice que elijamos el último lugar; en la segunda somos los que invitamos a una fiesta a comer y nos dice que elijamos a los últimos. Se nos trastocan los órdenes, porque nosotros pensamos de una manera diferente en un mundo donde se nos invita a vivir de una manera diferente, a ser el primero. Nos peleamos por quién es el primero o quién es el mejor, que en general no podemos serlo porque siempre hay alguien mejor que nosotros, o entonces tal vez con quién es el mejor futbolista, quién es el mejor actor, lo que fuera, y casi pareciera que hay que encontrar quién es el mejor. Y tal vez podríamos preguntarnos si Jesús no nos invita a lo mismo, pero de otra manera. Tal vez Jesús sí quiere que seamos el primero en muchas cosas, pero podríamos preguntarnos en qué nos invita a ser el primero… y tal vez es en la humildad, en el servicio, en el entregarnos, en el darnos, en la bondad, en esos valores que día a día nos va mostrando.


Creo que si hay algo que intentó Jesús durante toda su vida fue transmitir cuáles eran los medios de Dios, cuáles eran los valores que teníamos que vivir en el camino que elijásemos. Si hay algo que Jesús nos da es plena libertad para elegir: ¿hacia donde quiero ir? ¿Cuál es el camino que quiero recorrer? No dice: “hagan esto”, “vos tenés que ser esto”, sino: “viví de esta manera tu deseo”, “caminá de esta manera”, y en este caso siendo humilde, siendo sencillo.


La gran pregunta es: ¿qué es esa humildad? Si vamos a la etimología, la humildad viene de ‘humus’ que es “tener los pies sobre la tierra”, lo cual es una de las virtudes más difíciles porque nos cuesta mucho (aunque los tenemos continuamente). Y Santo Tomás decía que era: “aprender a descubrir quién era o no”; o Santa Teresa “la verdad de uno, esa es la humildad”. Es decir, descubrir que estos son mis dones, mis talentos, todo lo que Dios me dio y puedo poner yo al servicio de los demás, y al mismo tiempo descubrir mis pobrezas, mis miserias, mis pecados que le quiero dar a Jesús para que reconcilie, que tengo que pedirle día a día que los transforme. Lo que pasa es que vivir ese equilibrio nos cuesta mucho, porque siempre tendemos a querer dejar algo de lado. A veces las cosas que no nos gustan de nosotros las tapamos; en primer lugar para que no las vean las demás, en segundo lugar para que no las veamos nosotros. El problema es que si tapamos nosotros mismos nuestras pobrezas y debilidades, no las vamos a poder cambiar, no las podemos transformar porque las estamos negando. Pero muchas veces no nos pasa esto, nos pasa que no descubrimos nuestros talentos, nuestros dones. Como algunas veces hablo con alguno, que le pido que me diga un don suyo, y me responde: “no, yo no tengo ningún don”. Yo le digo “bueno, ¡qué mal te hizo Dios! Porque no puede ser que no te haya dado ni uno”. Y nos cuesta vivir ese equilibrio, y eso mismo es la humildad. La humildad es poder descubrir quién soy. ¿Acaso Jesús no era bueno en muchas cosas? ¿Pero qué hacia con eso? Lo ponía al servicio de los demás, lo daba, lo entregaba. No buscaba el primer lugar por eso, y varias veces, hasta escapó porque querían hacerlo rey, querían ponerlo primero, querían elogiarlo, y el esquivaba ese lugar.


Y esa es la manera como nos invita a que vivamos. ¡Cuánto mejor estaríamos si no lucháramos por esas cosas, por entregarnos, por ser serviciales, por escuchar sin esperar hablar, por no contestar aunque me cueste, por no seguir en esa escalada cuando las cosas van subiendo, y dejarme en ese último lugar!


Eso es lo que Jesús nos invita a hacer. Nos invita a vivirlo con desinterés. Esta segunda parábola, creo que es más difícil que la primera, donde podríamos preguntarnos quién en el mundo vive esto: “no inviten a sus familiares, amigos, a nadie que conozcan; inviten a lisiados, pobres”, preséntenmelo porque no lo conozco. Tal vez, profundizándolo, podríamos decir qué es lo que estamos viviendo o nos esta invitando a vivir Jesús acá. Tal vez, el comienzo de este camino es ‘vivir con desinterés’, no estar mirando lo que hago y por qué lo hago. “Te doy esto para que vos me des esto”, “te entrego esto para que vos me entregues esto”, y vas perdiendo el sentido de las cosas. O por ejemplo como pasa ahí: hago una cena, un almuerzo, y a la hora de invitar gente, pienso en alguna persona que sé que si la invito después me va a dar algún beneficio o me va a invitar a algún lugar. En cada uno de los vínculos o la relaciones hago esto porque quiero darme, no estoy pensando recíprocamente qué es lo que tengo que hacer, si no qué es lo que yo quiero y de qué manera quiero amar. ¿Por qué? Porque de esa manera yo me voy realizando, y cuando vivo esto el otro también se alegra.


Hoy hemos elegido esta frase que dice: “Amigo, acércate más”. Y pensaba qué pensará uno cuando se sienta en el último lugar y le dicen “ven, acércate”. Qué pensaría uno de nosotros que está mirando de lejos, si Jesús nos dice “Ven, te quiero más cerca, quiero que estés conmigo”, porque muchas veces tendemos a distanciarnos, no nos sentimos dignos de ocupar ese lugar (obviamente no lo somos), pero es Él el que nos lleva, es Él el que nos toma de la mano, es Él el que nos acompaña, Él que humildemente nos dice: “Podés ocupar ese lugar”.


Ese es el camino que nos invita a vivir Jesús. ¿Por qué? Porque Él lo vivió primero. Él fue humilde, y se dio sin buscar interés, por nuestros intereses, dando la vida por nosotros.


Pidámosle entonces en este día, poder descubrir este llamado en el corazón que nos hace vivir con humildad, poder descubrir este llamado en el corazón que nos hace poder darnos y entregarnos, y que de esta manera podamos caminar y acercarnos como amigos cada día más a Él.


Lecturas

1º Lectura: Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29

Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11(R.: cf. 11b)

2º Lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24a

Evangelio: Lucas 14, 1. 7-14

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