viernes, 24 de septiembre de 2010

Homilía: "Hagan ustedes también experiencia mía", Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

Hace unos 10 años salio una película con Robin Williams, un poco trágica que se llama “Más allá de los sueños” en la que él, Chris, junto con Annie forman un matrimonio muy lindo, tienen 2 hijos que lamentablemente mueren en un accidente de tránsito, y por si esto fuera poco, al tiempo muere el marido también en un accidente. El marido después de fallecer va al cielo, se encuentra con sus hijos y empieza a hacer su camino, pero su mujer obviamente entra en una gran depresión por todo esto que le va sucediendo y termina suicidándose. Entonces van a él que está en el cielo y le dicen que justamente su mujer había fallecido, por lo que él espera poder encontrarla, y le dicen que no está en el cielo porque se ha suicidado, que se encuentra en el infierno (así pensaba antes la Iglesia). Y él no acepta eso en su corazón, no entra en su lógica del amor, no concibe perder aquello que tanto amaba y quería. Y es por eso que empieza a buscar la manera de poder hacer un puente, de llegar hasta donde ella está.

Nos muestra este deseo del corazón humano que va más allá, muchas veces, de lo que uno puede entender. Nosotros podríamos decir (obvio porque es una película) cómo hace uno para saltar de un lugar al otro, cómo puede ser que en un lugar tan pleno uno piense así. Pero podemos trasladar eso a nuestra vida cotidiana en esta lógica del amor: cuando no entendemos un montón de cosas que justamente uno hace por amor, ¿cómo puede ser que esta chica/o siga esperando a este chico/a, o a pesar de que le hace esto y esto? O en un matrimonio, que no entendemos cómo puede vivir así, cómo puede seguir perdonado, esperando. O en cualquier otro vinculo, la paternidad, la maternidad, la amistad…

Uno no entiende porque en realidad no hay mucho que entender porque no pasa por la razón, sino que es la lógica del amor y pasa por el corazón. Como la otra persona, en el fondo, sigue siendo un misterio para mí, yo no puedo entender ni comprender aquello que siente y vive, aquello por lo que vibra y espera. Y es por eso que en esa nueva lógica que es la ‘lógica del corazón humano’ empiezan a pasar nuevas cosas, cosas que van más allá de lo que uno entiende o comprende. En esta experiencia es en donde entra el regalo que Dios nos hace a nosotros, porque también Dios quiere hacer experiencia de nosotros.

Podríamos decir: “Bueno, Dios nos dio la vida, Dios nos creó”, entonces a partir de ahí decir que Dios nos entiende, que nos comprende. Sin embargo quiere vivir la experiencia de lo que nosotros vivimos, de lo que significa ser hombre, y en Jesús, Dios hace la experiencia del hombre. Dios se hace uno de nosotros, vive como nosotros, siente como nosotros, se hace cercano a nosotros. Lo que no entra en ninguna lógica: cómo Dios siendo lo que es se va a ser hombre. Y en el fondo no entra en ninguna lógica, porque entra en la lógica del amor: un Dios que ama y por eso busca a los que estaban perdidos, y nos viene a buscar a nosotros, para que podamos empezar a entender, comprender y vislumbrar un poco cómo funciona el corazón de Dios. En Jesús nosotros tenemos experiencia de lo que siente Dios. En Jesús nosotros hacemos experiencia del corazón de Dios.

Muchas veces nos han enseñado que Dios está más allá de todo, que Dios no siente, pero podemos entender el corazón en Dios en Jesús. Lo que siente, lo que vibra Dios por nosotros empezamos a comprenderlo en este Jesús que viene a nosotros, y que por eso, muchas veces, nos es difícil comprender cómo puede ser que Dios se haga hombre, cómo puede ser que Dios camine con nosotros. Dios hace experiencia del hombre en Jesús, y nosotros hacemos experiencia de Dios en Jesús en ese encuentro porque tenemos esa necesidad. ¿Cuántas veces nos pasa que quisiéramos entender o poder ver lo que pasa en el corazón de la persona que amamos? Y por eso le decimos y le preguntamos: ¿qué te pasa? ¿Qué sentís? ¿Qué queres que haga por vos? ¿Qué necesitas de mí? Porque no podemos terminar de ver ese corazón. Bueno, podríamos decir que Jesús hace lo mismo en un corazón humano, empieza a entender de una manera nueva quiénes somos nosotros. Y nosotros empezamos a entender de una manera nueva quién es Dios, un Dios que viene en Jesús a buscarnos.

Y es por eso que nos pone estas parábolas hoy. En la primera nos habla de una oveja que se perdió, y de un pastor que deja a las 99 ovejas en el campo (el único pastor en el mundo porque nadie dejaría a sus 99 ovejas. ¡Para perder el resto mejor perdernos una sola!), y va a buscarla. En otra de las parábolas hay una mujer que pierde una dragma y da vuelta la casa para buscarla, (cosa que tampoco haría ninguna mujer) y aquí también encontramos una mujer que busca algo que nadie buscaría. En la última parábola, ya tan conocida, de un hijo que se va de la casa: el hijo prodigo, y el padre espera día y noche que el hijo vuelva.

Un Dios que busca, un Dios que revuelve hasta encontrar, un Dios que espera, un Dios que nos sale al encuentro. Un Dios al que no le importan las 99 ovejas que tenga, si no esa que está perdida. Un Dios al que no le importa cuántas monedas andan dando vuelta, si no esa que no encuentra. Un Dios al que no le importa cuántos hijos tiene, si no ese que está perdido. Podríamos decir que más allá de las ovejas, las monedas, o lo hijos, en Dios cada uno es todo, y perder uno para Dios es perderlo todo. Y por eso sale al encuentro, y por eso busca hasta lo imposible, haciendo cosas que nadie haría, abriendo caminos donde nadie los abriría, buscando donde nadie encuentra.

Por eso Dios hace lo que nadie hace: nos envía a Jesús para poder buscarnos, para que nosotros lo encontremos, para que nosotros podamos empezar a entender qué es lo que hace Jesús. Esa es la gran pregunta. ¿Cuántas veces nos pasa que no entendemos qué es lo que hace Jesús? Porque muchas veces no entendemos su corazón. ¿Por qué? Porque tenemos que empezar haciendo experiencia de Él.

El Evangelio empieza diciendo que publicanos y pecadores comían con Jesús. ¿Qué hacen estos hombres comiendo con Jesús? Esa es la gran pregunta, y la respuesta es que están haciendo experiencia de Dios. Y los que están afuera no entienden: Los escribas, los fariseos se preguntan: ¿qué es lo que hace este hombre? ¿Quién es Jesús que come con estas personas? ¿No se da cuenta? Y la respuesta de Jesús sería: “Siéntense ustedes. Hagan ustedes también experiencia mía”.

En primer lugar, siempre Dios nos sale al encuentro. En segundo lugar, siempre lo primero que hace es posibilitar que uno pueda hacer experiencia de Él… y a partir de ahí empieza el camino.

Podríamos decir que Dios primero se nos da. En Dios está el don, no la exigencia. Eso es lo que nos pasa muchas veces: antes de empezar un camino empezamos a decir “no, porque hay que hacer esto y esto”. Pero eso no es lo que hace Dios. Antes de empezar Dios busca, antes de empezar Dios espera, antes de empezar Dios sale al encuentro.

Pablo hizo experiencia de lo que significa la misericordia de Dios, y lo que significa un Dios que espera. Y por eso la transmite: “Dios tuvo paciencia conmigo como nadie la tuvo. Dios me esperó”. Pablo reconoce en esa paciencia, en esa espera de Dios esa posibilidad de encontrarse con Él: hizo hasta lo imposible, salió al encuentro de Pablo en Damasco. Y Pablo sale a transmitirles a los demás esta experiencia que dentro de la justicia no se entiende. ¿Por qué? porque dentro de la justicia es o ‘lo vive’ o ‘no lo vive’, ‘lo cumple’ o ‘no lo cumple’. Y Dios sale de esa túnica, Dios se revela, Dios se da, Dios nos muestra su amor. No lo juzga a Pablo, le muestra su corazón, le dice: “Este soy yo, ¿querés venir? ¿queres seguirme?”. Esa es la experiencia de la misericordia que Dios tiene con Pablo, y frente a ese regalo o ese don Pablo se convierte en la oveja perdida, y encuentra el camino a casa guiado por Jesús de los hombros.

Esa es la experiencia que Dios quiere que nosotros tengamos de Él. Esa es la experiencia de un corazón de Dios que nos va a buscar hasta lo imposible, que nos va a esperar siempre, y que va a hacer lo posible para encontrarnos.

Pidámosle a Jesús poder hacer nosotros esta experiencia de Dios, el poder descubrir a este Dios que nos busca hasta donde no parece que puede haber más búsqueda, y haciendo esa experiencia en el corazón podamos vivirla, seguirla, y transmitirla a los demás.


Primera Lectura: Éxodo 32, 7-11. 13-14
Salmo: 50
Segunda Lectura:
Primera carta del apóstol San Pablo a Timoteo 1, 12-17
Evangelio:
Lucas 15, 1-32

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