sábado, 4 de septiembre de 2010

Nuestra capacidad de confiar

La confianza es una de las actitudes que nacen naturalmente en cada hombre y mujer. Sin embargo, es una de las actitudes que más nos cuesta en la medida que crecemos, más en el mundo de hoy.

Hay un juego que se llama el lazarillo en el cual hay uno que guía y otro que hace de ciego que es guiado, en el cual, aparecen las dificultades que tenemos en confiar en quien nos guía. Como no quiero lastimarme o herirme, busco tener seguridades o controlar la situación. Así arrastro los pies, no me animo a avanzar, pongo mis manos delante de mi, etc. Esto que surge a partir de un juego nos muestra una actitud que aparece también en la vida.

Ahora, así como el miedo engendra la necesidad de defenderse y protegerse frente al peligro, la confianza nos permite confiarnos a otro, dejarnos conducir por su voz, caminar sin defenderme. Confío, porque el otro sabe, el otro ve, me quiere y busca lo mejor para mí.

La confianza de la que hablamos, es aquella que nace de creer que Dios me quiere y que va disipando mis miedos y me purifica de mis seguridades construidas. Pero para eso tengo que dejar de controlar las cosas. Hay dos palabras muy parecidas pero con un significado totalmente diferente: confianza y control. Cuando yo tiendo a querer controlar las cosas, voy perdiendo mi capacidad de confiar. De confiar en Dios, de confiar en los demás y de confiar en mí. Por eso tengo que animarme a soltar mis seguridades y lanzarme hacia adelante. Y para esto tengo que jugarme. Si estoy siempre evitando lo que me pueda resultar conflictivo, si busco tomar distancia de todo aquello que me pueda complicar o movilizar, si no me animo a buscar nuevos horizontes y caminos, voy a tener muy poca disponibilidad para escuchar y entregarme. Obviamente que no estamos hablando de ser ingenuos, de no ser precavidos, de dejar todo en manos de cualquiera, sin conocerlo, siendo totalmente indiferentes. Pero sí de ir creciendo en la confianza día a día con Dios y con los que va poniendo a nuestro lado.

Vivimos en un mundo donde hoy se nos invita más a desconfiar que a confiar. Parece que los demás tienen que probar que son dignos de confianza (algo que tendría que ser natural). Y este camino no tiene salida. Justamente la confianza es dar un salto. Yo elijo confiar en vos. No es algo que se pueda probar, sino solamente comprobar con el paso del tiempo.

Es verdad que a veces seremos defraudados, es verdad que a veces seremos heridos, pero también es verdad que es el único camino para crecer y madurar en la vida. Confiar los unos en los otros.

Imagínense si Jesús hubiese tenido que esperar que nosotros diéramos pruebas de nuestra confianza. O que nos la hubiese quitado porque nos equivocamos o no actuamos como esperaba. Justamente lo que nos ayuda a crecer y cambiar es esa confianza profunda que Cristo sigue teniendo en nosotros. “Levantate, volvé a caminar, yo sigo confiando en vos”.

¿Por qué? Porque me ama. La confianza es la convicción profunda de que el Padre me quiere en casa. Yo no me dejo encontrar cuando dudo que merezco que me encuentren y creo que se me quiere menos que a otros. Por eso tengo que seguir repitiéndome: “El Padre te busca”. ÉL irá a cualquier parte para encontrarte. Te ama, te quiere en casa, no descansará hasta que estés con Él.

Viviendo en esta confianza se abrirá el camino de Dios hacia mí y se cumplirán así mis deseos más profundos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario