viernes, 24 de septiembre de 2010

Homilía: "Carguen con su cruz" Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Hace un par de años salio una comedia muy divertida, “Simplemente no te quiere” que se trata de una serie de parejas de novios, mirados siempre desde la perspectiva de la mujer. Muestra la ilusión que las mujeres ponen en el otro, y de que el hecho de que sea justamente el hombre que ellas buscan, es una excepción. Pero quiero detenerme en una escena en la cual Jennifer Connelly, que hace de Jenny, quien esta viviendo con el novio (algo bastante común para la época en que vivimos), pero se entera de algunas cosas que le hacen darse cuenta que su noviazgo y la convivencia que está llevando no parece ir a llegar a buen puerto como ella esperaba. Ella se da cuenta y lo encara al novio y le dice: “Quiero hablar con vos. Algún día te vas a casar conmigo ¿sabes no?”, por lo que el novio le contesta: “De nuevo este tema, ya la charlamos”. “No me importa si lo charlamos, yo quiero saber si te vas a casar o no conmigo. No me des más vueltas”, dice ella, y entonces él le responde: “Vos sabes lo que yo pienso del matrimonio”. Jenny le vuelve a preguntar, y él no responde nada. Se va triste por no haber encontrado la respuesta que esperaba del otro, y la entrega que esperaba del otro más allá del significado que para uno o para cada uno de nosotros tenga el matrimonio.

Porque, si somos sinceros con nosotros mismos, todos esperamos del otro una entrega total en la vida. Eso es lo que queremos, lo que deseamos, y lo que buscamos día a día. Por eso cuando somos jóvenes vamos escalando y buscando cuáles son los verdaderos deseos que tenemos en el corazón. Esto muchas veces nos cuesta o nos lleva tiempo: encontrar qué es lo que quiero, cuál es mi lugar en el mundo, con qué persona uno quiere hacer un camino y entregarle la vida, cuál es la propia vocación, cuando vemos que a los chicos les cuesta encontrar la carrera y después comprometerse con ella, o con un trabajo…

No sólo es encontrar. También vemos que hay dificultad para recorrer ese camino, para poder llevar a cabo eso que queríamos y deseábamos durante toda la vida. Ahí es cuando las cosas no se dan como uno quiere o espera. Para eso basta mirar lo que pasa en nuestra sociedad (sin juzgar) cuando vemos que los matrimonios que se casaron con ese deseo en el corazón de vivir toda la vida, no lo pueden llevar adelante. O la vida religiosa o sacerdotal donde muchas veces uno se consagra con ese deseo en el corazón pero tampoco lo puede llevar adelante de la manera que esperaba o quería. Y así podríamos mirar muchas cosas y muchas áreas de nuestra vida donde nos cuesta recorrer ese camino que pensábamos y queríamos lograr.

Sin embargo, podríamos hacernos una pregunta frente a esto: ¿entonces vivir un deseo tan profundo en el corazón es una utopía, es un ideal que no se puede llevar adelante? Y creo que para esto podemos mirar realmente si lo que deseamos es otra cosa. Por ejemplo: podemos mirar la situación de un casamiento, en la que el marido o la futura mujer les dijera: “yo me caso con vos pero por unos años, por 3, por 5, o de lunes a viernes, el fin de semana olvidate de mí”, ¿uno se casaría de esa manera? ¿uno espera ese tipo de entrega del otro? O espera que la entrega sea: “Yo te quiero en las buenas y en las malas”… después veremos cómo se recorre ese camino, pero uno espera ese deseo de uno o del otro. En una amistad, por ejemplo: que uno le diga al amigo: “yo voy a ser amigo tuyo pero por un tiempo, no me quiero comprometer en ninguna circunstancia”, ¿uno espera eso del otro? O espera que un amigo justamente esté siempre, más cuando uno lo necesita, ¿no es ese el deseo que buscamos? Entonces creo que muchas veces cuando se relativizan los vínculos, no se está respondiendo al deseo profundo que uno tiene en el corazón, sino tal vez a un modo de vivir no tan comprometido pero que en el fondo no termina de saciarnos porque nos estamos mintiendo unos a otros. Porque claramente no es lo que buscamos ni queremos, sino que justamente lo que nos va a hacer felices es lo que verdaderamente colma al corazón, que es el deseo que uno tiene de poder entregarse y poder recibir del otro esa misma entrega en la vida. Obviamente que después en el camino hay mucha dificultades, y todos las hemos experimentado o la vamos experimentando, pero de diferentes formas y maneras intentamos vivir estos deseos, y aun cuando se frustren no tenemos que abortarlos, sino buscar la manera, aunque a veces sea un poquito rebuscada, de poder llevarlos adelante.

Y este deseo que tenemos en la vida, en el fondo es el mismo deseo que Dios tiene para nosotros en nuestra vida de Fe. En primer lugar porque es lo que Él hizo por nosotros. Él no nos dijo: “Les doy la vida, ahora es problema de ustedes”, sino que justamente se comprometió por nosotros: nos creó, se hizo hombre, estuvo con nosotros, nos mostró el camino, dio la vida, y día a día se sigue comprometiendo con nosotros. Ahora, esa entrega de Dios, de toda la vida por nosotros exige una reciprocidad de nosotros, y eso es lo que espera, que nos entreguemos, que nos demos.

Es esa entrega reciproca que se ve en este Evangelio. Tal vez uno de los Evangelios más exigentes que nos dice Jesús en el cual nos pide primero ‘un amor como el que Él tuvo por nosotros’. Él amó con todo el corazón y hasta dar la vida, y nos pide de nosotros un amor que se comprometa por eso, y no un amor que el día de mañana diga “ahora quiero más a este o este o tal cosa y ya no me comprometo más en este camino”, sino un amor que diga “Yo quiero caminar con vos y quiero caminar hasta siempre”.

El Evangelio dice que había mucha gente con Jesús. Ahora, seguramente Jesús descubrió que en esa ‘mucha gente’ que estaba con él había muchos tipos de personas: seguramente algunos que quisieron conocerlo, otros que pensaban (como se dice hoy) que ‘Jesús estaba de moda’, o ‘en este momento me viene bien’ o ‘me esta ayudando’, y Jesús les dice: “Yo quiero algo más de ustedes, no solamente que me rodeen, no solamente que caminen conmigo, si no que se entreguen y me sigan”. Podríamos decir que hay una diferencia entre caminar con Jesús para verlo, que decir “Yo te quiero seguir, yo me quiero entregar por vos”, porque esa entrega, primero exige un amor mucho más grande, y en segundo lugar también exige una renuncia a muchas cosas.

Y esa es la segunda cosa que nos pide Jesús: “Carguen con su cruz”, porque muchas veces habrá cosas que nos cuesten, que no vamos a entender, o que nos duelen, pero Jesús nos dice: “Yo también tuve que cargar con esa cruz. Ahora en ese camino también anímense ustedes, y vívanlo”. Cargar la cruz siempre tiene un objetivo más grande, que es el amor. Dios nos carga en la cruz por amor, y nos invita a nosotros a que descubriendo ese amor también nos animemos a cargar con las cosas que nos duelen, nos cuestan y que no entendemos de nosotros, de los demás, de nuestra Iglesia, de nuestra comunidad, para animarnos a seguir caminando igual.

Por último un ‘renunciar’ a lo que tenemos, en orden a Jesús. Y no porque no se pueda tener todas las cosas, creo que todos las tenemos y en general en abundancia (nos sobra), sino porque ellas estén supeditadas a Jesús. No puede ser que por las cosas o por cosas superfluas dejemos ese camino de Jesús, y es por eso que Él nos dice que todo lo demás tiene que estar supeditado a Él y al servicio de Él.

En el fondo nos invita a seguirlo con un corazón entregado, y a querer animarnos a recorrer el camino durante toda la vida, no durante un momento. Obviamente que ese seguimiento de Jesús implica también todo lo que Él nos invita, y también que vuelve a invitarnos, que vuelve a llamarnos, que es misericordioso, que nos perdona, que nos levanta, que esta a nuestro lado. Pero lo que nos pide es que nos animemos, que el deseo de nuestro corazón sea una entrega total y para toda la vida.

Pidámosle entonces en este día a Jesús, que así como Él se entregó por nosotros, nosotros también podamos tener esa entrega por Él, y que entregándonos por Él podamos amarlo y seguirlo con todo el corazón y toda nuestra vida.

Primera lctura: Sabiduría 9, 13-18
Salmo: 89
Segunda lectura: Carta de San Pablo a Filemón 9b-10. 12-17
Evangelio:
Lucas 14, 25-33

No hay comentarios:

Publicar un comentario