Hay una
parábola que cuenta la siguiente historia: Había un pueblo que quedaba en la desembocadura
de un río. Parece que un día, mientras unos niños jugaban allí, vieron llegar
flotando unos cuerpos, y fueron rápidamente a alertar a los adultos, que se acercaron
a rescatarlos. Una de esas personas estaba muerta, así que la llevaron y la
enterraron; otra de las personas estaba muy malherida, la llevaron al hospital,
la ayudaron, la curaron; y otra de las personas era un niño pequeño, que como
estaba solo, le buscaron una buena familia que lo cuidara, que lo adoptara, que
lo ayudara en su educación y en su vida.
Ahora, esto
que había pasado por primera vez, sorprendiendo al pueblo, empezó a pasar nuevamente
los días subsiguientes. Entonces el pueblo, que era muy comprometido, fue
creciendo en cómo ayudar en estos casos. Se fueron creando ONGs que ayudaban a
los niños que llegaban perdidos en el río; había gente que se dedicaba a
rescatar, gente que andaba en botes mirando cuando los cuerpos llegaban para
rescatarlos un poco antes; crearon hospitales para poder cuidarlos, trabajos
para poder insertar a la gente que llegaba desde el río. Y así se fueron
enorgulleciendo de ese camino, de esa vida en la cual podían ayudar a toda esta
gente.
Sin embargo,
el problema es que nunca se preguntaron de dónde venían los cuerpos. Nunca
fueron capaces de subir por el lecho del río e ir a ver qué causaba que esos
cuerpos llegaran hasta ahí. Esto es lo que nos sucede también a nosotros muchas
veces en la vida. Nos hemos acostumbrado a tantas cosas malas que están
enquistadas en nuestra sociedad, y hasta a veces nos ponemos contentos cuando
ponemos paliativos, como si estuviéramos dando una aspirina para el cáncer,
como si de esa manera intentáramos curarlo. Nos hemos acomodado muchas veces en
esa posición.
Más allá de
eso, sabemos que Jesús nos invita a algo más; nos invita a dar un paso más
profundo en esto. Esto es tan así que en este evangelio, en el cual hay
bastantes cosas diferentes, hay una frase muy fuerte que dice Jesús: si la
justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y los fariseos, no
entrarán en el Reino de los Cielos. Vamos a explicar un poco esta frase, porque
nosotros nos hemos acostumbrado tanto a que Jesús le dé bastante fuerte a los
escribas y a los fariseos, que a veces partimos de la base de que eran personas
que se comportaban mal. Sin embargo, eran personas muy buenas, religiosas, que
vivían su fe y su piedad de la manera que ellos creían que la tenían que vivir.
Eran personas que cumplían con sus ritos religiosos, rezaban, iban a la
sinagoga, eran personas que se preocupaban por vivir la ley cumpliendo cada uno
de los mandamientos, daban su limosna. Es decir, eran buenas personas. No
obstante, Jesús les dice a sus discípulos: si su justicia no es superior, no
entrarán en el Reino de los Cielos. Entonces, ¿cuál es el problema acá? Porque
cualquiera de los discípulos le hubiera dicho, ¿cómo hacemos?, ¿tenemos que ser
todavía más exigentes? Y Jesús les diría: No, es que hay que vivirlo desde otro
lugar. La invitación de Dios es a un “programa” totalmente distinto y
diferente.
Nosotros, por
el mundo en que vivimos, nos hemos acostumbrado a vivir la caridad como de
manera privada. Y nos contentamos a veces con eso, considerando que dentro de
todo entramos dentro de los parámetros aceptables: voy a misa, rezo, ayudo en
lo que puedo, no soy una mala persona… Sin embargo, Jesús nos invita a dar un
paso más, no nos dice que nos acomodemos en eso, el evangelio no es para
acomodarse. ¿Cuál es la invitación de Jesús? Justamente a que ese paso más sea
pensar en una justicia social, en cómo podemos trabajar para un mundo mejor. El
problema que tienen en este caso los escribas y los fariseos, es que pusieron
la Ley por encima de todo. Ellos pensaron que lo central era la justicia;
entonces, aquello que era un medio para encontrarse con Dios, lo transformaron
en un fin. Esto es tan así para el pueblo judío, que ustedes saben que los
judíos decían que a la derecha de Dios estaba la Ley. Por eso, Esteban, el primer
mártir, va a morir cuando diga que sentado a la derecha de Dios está Jesús.
¿Cómo está Jesús si ahí está la Ley? La Ley era divinizada, era el camino que
ellos seguían.
Pero Jesús
trae un orden nuevo, un orden en el cual dice que ese tipo de justicia no es la
que quiere vivir, sino la justicia que se compromete por el otro. Por eso toma
cada uno de estos mandamientos y los lleva hasta el extremo: Ustedes se
contentan con no matar, les dice; sin embargo, cada vez que se irriten con uno
de sus hermanos, cada vez que no se preocupen, cada vez que lo maldigan, se
están alejando de Dios. Así hace con cada uno de los mandamientos, los lleva
hasta el extremo, se preocupa por las cosas delicadas. Ese amor se preocupa por
los detalles. A mí me parece admirable cuando veo cómo las madres son con sus
bebés, y saben todo: si llora, llora por esto, o por lo otro (para mí llora, y
llora siempre igual), se preocupan por cada cosita que está pasando. O por
ejemplo, algunos que estén muy enamorados se preocupan por todo cuando tienen
que salir: la chica por cada cosita que se va a poner, y se mira dieciocho
veces en el espejo; el varón también, se preocupa por todo, por dónde vamos a
comer, que el mantel, la vela, el lugar a donde vamos a ir… Me preocupo por los
detalles. Es el amor que me hace preocupar por cada uno de los detalles.
En la fe, la
invitación es esa, cómo el amor me hace ir mucho más profundo a si fui justo o
no. Muchas veces la pregunta que nos hacemos frente a algo que hicimos es: ¿fui
justo? Ahora, la justicia puede ser vacía a veces, porque la pregunta más
profunda sería: ¿yo amé?, ¿me comprometí en el amor en esa circunstancia? El
amor va mucho más profundo que lo que es la justicia, y la encausa, le busca un
fin mucho más profundo. El fin de nosotros como cristianos es comprometernos en
una justicia social que transforma las cosas. No podemos ser cristianos y
quedar impasibles frente a muchas cosas que pasan en nuestra sociedad. Frente a
las desigualdades y las injusticias que suceden. En todos lados, no sólo en las
desigualdades sociales tan grandes, sino a veces en nuestros colegios, en los
lugares en los que estamos, en nuestras casas. No podemos hacernos a un lado.
¿Cómo nos
comprometemos en transformar las estructuras injustas? ¿Cómo luchamos por algo
diferente? Vamos a poner un ejemplo si quieren: yo puedo comprometerme con
alguien que viene a mi casa, me toca la puerta y me pide algo para comer, y
está muy bueno; le doy algo para comer y me quedo tranquilo con eso; o puedo
trabajar por un mundo más justo, y puedo dar un paso más. No me quedo solamente
con cumplir con eso, y me saco el problema de encima, sino que el ser cristiano
me plantea ¿cómo yo trabajo para que, desde el lugar en que me toca, esta
injusticia social no esté más?, ¿cómo yo me comprometo para que esto se
transforme? Yo no puedo apoyar una ideología, un sistema político, económico,
social, cultural, religioso, que termina dejando a algunos de lado, e
incluyendo a otros. Un sistema en el cual yo me acomodo en esa desigualdad, en
el cual casi que pasamos impasibles frente a muchas cosas que ocurren. Por
ejemplo, cuando leemos los diarios: “hay siete mil chicos que van a quedar
afuera del sistema educativo en la capital.” Bueno, es así, pensamos, ¿qué le
vamos a hacer? No, no, como cristianos se nos invita a algo más, ¿cómo nos
animamos a transformar esto? Así podemos ir agarrando cada una de las cosas.
Jesús cuando
va a lo profundo plantea ¿cómo yo me comprometo por algo distinto? Podríamos
tomar distintos temas: la discriminación, el racismo. Si nos preguntan,
seguramente la primera respuesta va a ser: yo no discrimino, yo no soy racista.
A ver, ¿y si miramos nuestro lenguaje nomás?, ¿cómo muchas veces hablamos de
los que son distintos de nosotros, de los que viven en barrios más pobres, de
los que no queremos tanto?, ¿cómo hablamos? En la facultad, en el colegio, con
el famoso “bullying”. ¿Cómo me comprometo yo para que eso sea distinto? ¿Solamente
dejo de hacerlo? ¿O trabajo por un mundo distinto? ¿O me comprometo a
transformar eso? En mi casa, con el que tratan mal; en mi familia, con el que
dejan de lado. ¿Cómo me comprometo como cristiano para que esto se viva de una
manera distinta? Podríamos pensar en todo lo que es la desigualdad, lo que se
habla del género, el sexismo. Podríamos empezar por lo más básico, trabajando
por la dignidad de la persona; no mirando páginas pornográficas y favoreciendo
todo eso que toma a las personas como objetos. Me puedo fijar en mi lenguaje,
tratar de hablar en un lenguaje mucho más igualitario, cómo me comprometo para
que sea justo el mundo para el hombre y para la mujer. ¿Cómo hago para ensalzar
la dignidad del otro y no pisarla día a día en lo que me toca, insultándolo, riéndome
del otro… por lo que fuera, porque me gusta o por lo que no me gusta?
Creo que el
evangelio va dando distintos pasos. El primer paso es: no hacer el mal, y eso
es claramente lo primero en el camino. Pero muchas veces nos quedamos a mitad
de camino, como que: yo no hago esto, pero dejo las estructuras injustas. No me
comprometo desde el lugar en que me toque, (cada uno de nosotros tenemos una
responsabilidad diferente), por ir a lo profundo, por cómo yo transformo las
cosas. Eso es lo que hace Jesús. En Jesús, lo central no es la Ley, es el
Reino. Por eso nosotros rezamos: venga tu Reino. El mundo no vive en el Reino
de Dios; el Reino de Dios no aparece mágicamente, sino cuando yo me comprometo,
cuando yo desde mi lugar vivo como Jesús me invita para transformar las cosas.
Tal vez si
habláramos de justicia, si fuera por justicia, Jesús jamás se sube a la cruz,
es injusto que Él muera por nosotros. Pero Jesús se sube a la cruz porque su
justicia es mucho más profunda, porque no se queda en lo que es justo o no, lo
que es cumplir la Ley o no, se queda en el amor. La justicia de Dios llega
hasta la misericordia más profunda, que es capaz de dar la vida, cueste lo que cueste,
aun cuando es injusto, aun cuando con todo lo que está pasando alrededor, uno
se pregunta: ¿cómo puede estar pasando esto? Porque yo quiero dar la vida por
amor en esto. ¿Por qué? Porque quiero transformar las cosas. Esa es la
invitación que nos hace como cristianos, cómo cada uno desde su lugar, desde
los más chicos a los más grandes, nos comprometemos por transformar algo
distinto; cómo cuando rezamos el Padre Nuestro, no nos quedamos en un “venga tu
Reino” que no sabemos qué es, una cosa etérea que anda por ahí, sino un: yo
quiero traer tu Reino acá, yo quiero que se encarne acá, y por eso me quiero
comprometer con esto.
Pidámosle
entonces a Jesús, aquel que da la vida para que esa justicia de Dios se encarne
verdaderamente, que también nosotros, por amor, sepamos dar la vida, sepamos
comprometernos con los demás, hagamos presente el Reino de Dios.
Lecturas:
*Ec 15,16-21
*Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34
*Cor 2,6-10
*Mt 5,17-37
No hay comentarios:
Publicar un comentario