lunes, 17 de febrero de 2014

Homilía: “La justicia de Dios llega hasta la misericordia más profunda” – VI domingo durante el año


Hay una parábola que cuenta la siguiente historia: Había un pueblo que quedaba en la desembocadura de un río. Parece que un día, mientras unos niños jugaban allí, vieron llegar flotando unos cuerpos, y fueron rápidamente a alertar a los adultos, que se acercaron a rescatarlos. Una de esas personas estaba muerta, así que la llevaron y la enterraron; otra de las personas estaba muy malherida, la llevaron al hospital, la ayudaron, la curaron; y otra de las personas era un niño pequeño, que como estaba solo, le buscaron una buena familia que lo cuidara, que lo adoptara, que lo ayudara en su educación y en su vida.
Ahora, esto que había pasado por primera vez, sorprendiendo al pueblo, empezó a pasar nuevamente los días subsiguientes. Entonces el pueblo, que era muy comprometido, fue creciendo en cómo ayudar en estos casos. Se fueron creando ONGs que ayudaban a los niños que llegaban perdidos en el río; había gente que se dedicaba a rescatar, gente que andaba en botes mirando cuando los cuerpos llegaban para rescatarlos un poco antes; crearon hospitales para poder cuidarlos, trabajos para poder insertar a la gente que llegaba desde el río. Y así se fueron enorgulleciendo de ese camino, de esa vida en la cual podían ayudar a toda esta gente.
Sin embargo, el problema es que nunca se preguntaron de dónde venían los cuerpos. Nunca fueron capaces de subir por el lecho del río e ir a ver qué causaba que esos cuerpos llegaran hasta ahí. Esto es lo que nos sucede también a nosotros muchas veces en la vida. Nos hemos acostumbrado a tantas cosas malas que están enquistadas en nuestra sociedad, y hasta a veces nos ponemos contentos cuando ponemos paliativos, como si estuviéramos dando una aspirina para el cáncer, como si de esa manera intentáramos curarlo. Nos hemos acomodado muchas veces en esa posición.
Más allá de eso, sabemos que Jesús nos invita a algo más; nos invita a dar un paso más profundo en esto. Esto es tan así que en este evangelio, en el cual hay bastantes cosas diferentes, hay una frase muy fuerte que dice Jesús: si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y los fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Vamos a explicar un poco esta frase, porque nosotros nos hemos acostumbrado tanto a que Jesús le dé bastante fuerte a los escribas y a los fariseos, que a veces partimos de la base de que eran personas que se comportaban mal. Sin embargo, eran personas muy buenas, religiosas, que vivían su fe y su piedad de la manera que ellos creían que la tenían que vivir. Eran personas que cumplían con sus ritos religiosos, rezaban, iban a la sinagoga, eran personas que se preocupaban por vivir la ley cumpliendo cada uno de los mandamientos, daban su limosna. Es decir, eran buenas personas. No obstante, Jesús les dice a sus discípulos: si su justicia no es superior, no entrarán en el Reino de los Cielos. Entonces, ¿cuál es el problema acá? Porque cualquiera de los discípulos le hubiera dicho, ¿cómo hacemos?, ¿tenemos que ser todavía más exigentes? Y Jesús les diría: No, es que hay que vivirlo desde otro lugar. La invitación de Dios es a un “programa” totalmente distinto y diferente.
Nosotros, por el mundo en que vivimos, nos hemos acostumbrado a vivir la caridad como de manera privada. Y nos contentamos a veces con eso, considerando que dentro de todo entramos dentro de los parámetros aceptables: voy a misa, rezo, ayudo en lo que puedo, no soy una mala persona… Sin embargo, Jesús nos invita a dar un paso más, no nos dice que nos acomodemos en eso, el evangelio no es para acomodarse. ¿Cuál es la invitación de Jesús? Justamente a que ese paso más sea pensar en una justicia social, en cómo podemos trabajar para un mundo mejor. El problema que tienen en este caso los escribas y los fariseos, es que pusieron la Ley por encima de todo. Ellos pensaron que lo central era la justicia; entonces, aquello que era un medio para encontrarse con Dios, lo transformaron en un fin. Esto es tan así para el pueblo judío, que ustedes saben que los judíos decían que a la derecha de Dios estaba la Ley. Por eso, Esteban, el primer mártir, va a morir cuando diga que sentado a la derecha de Dios está Jesús. ¿Cómo está Jesús si ahí está la Ley? La Ley era divinizada, era el camino que ellos seguían.
Pero Jesús trae un orden nuevo, un orden en el cual dice que ese tipo de justicia no es la que quiere vivir, sino la justicia que se compromete por el otro. Por eso toma cada uno de estos mandamientos y los lleva hasta el extremo: Ustedes se contentan con no matar, les dice; sin embargo, cada vez que se irriten con uno de sus hermanos, cada vez que no se preocupen, cada vez que lo maldigan, se están alejando de Dios. Así hace con cada uno de los mandamientos, los lleva hasta el extremo, se preocupa por las cosas delicadas. Ese amor se preocupa por los detalles. A mí me parece admirable cuando veo cómo las madres son con sus bebés, y saben todo: si llora, llora por esto, o por lo otro (para mí llora, y llora siempre igual), se preocupan por cada cosita que está pasando. O por ejemplo, algunos que estén muy enamorados se preocupan por todo cuando tienen que salir: la chica por cada cosita que se va a poner, y se mira dieciocho veces en el espejo; el varón también, se preocupa por todo, por dónde vamos a comer, que el mantel, la vela, el lugar a donde vamos a ir… Me preocupo por los detalles. Es el amor que me hace preocupar por cada uno de los detalles.
En la fe, la invitación es esa, cómo el amor me hace ir mucho más profundo a si fui justo o no. Muchas veces la pregunta que nos hacemos frente a algo que hicimos es: ¿fui justo? Ahora, la justicia puede ser vacía a veces, porque la pregunta más profunda sería: ¿yo amé?, ¿me comprometí en el amor en esa circunstancia? El amor va mucho más profundo que lo que es la justicia, y la encausa, le busca un fin mucho más profundo. El fin de nosotros como cristianos es comprometernos en una justicia social que transforma las cosas. No podemos ser cristianos y quedar impasibles frente a muchas cosas que pasan en nuestra sociedad. Frente a las desigualdades y las injusticias que suceden. En todos lados, no sólo en las desigualdades sociales tan grandes, sino a veces en nuestros colegios, en los lugares en los que estamos, en nuestras casas. No podemos hacernos a un lado.
¿Cómo nos comprometemos en transformar las estructuras injustas? ¿Cómo luchamos por algo diferente? Vamos a poner un ejemplo si quieren: yo puedo comprometerme con alguien que viene a mi casa, me toca la puerta y me pide algo para comer, y está muy bueno; le doy algo para comer y me quedo tranquilo con eso; o puedo trabajar por un mundo más justo, y puedo dar un paso más. No me quedo solamente con cumplir con eso, y me saco el problema de encima, sino que el ser cristiano me plantea ¿cómo yo trabajo para que, desde el lugar en que me toca, esta injusticia social no esté más?, ¿cómo yo me comprometo para que esto se transforme? Yo no puedo apoyar una ideología, un sistema político, económico, social, cultural, religioso, que termina dejando a algunos de lado, e incluyendo a otros. Un sistema en el cual yo me acomodo en esa desigualdad, en el cual casi que pasamos impasibles frente a muchas cosas que ocurren. Por ejemplo, cuando leemos los diarios: “hay siete mil chicos que van a quedar afuera del sistema educativo en la capital.” Bueno, es así, pensamos, ¿qué le vamos a hacer? No, no, como cristianos se nos invita a algo más, ¿cómo nos animamos a transformar esto? Así podemos ir agarrando cada una de las cosas.
Jesús cuando va a lo profundo plantea ¿cómo yo me comprometo por algo distinto? Podríamos tomar distintos temas: la discriminación, el racismo. Si nos preguntan, seguramente la primera respuesta va a ser: yo no discrimino, yo no soy racista. A ver, ¿y si miramos nuestro lenguaje nomás?, ¿cómo muchas veces hablamos de los que son distintos de nosotros, de los que viven en barrios más pobres, de los que no queremos tanto?, ¿cómo hablamos? En la facultad, en el colegio, con el famoso “bullying”. ¿Cómo me comprometo yo para que eso sea distinto? ¿Solamente dejo de hacerlo? ¿O trabajo por un mundo distinto? ¿O me comprometo a transformar eso? En mi casa, con el que tratan mal; en mi familia, con el que dejan de lado. ¿Cómo me comprometo como cristiano para que esto se viva de una manera distinta? Podríamos pensar en todo lo que es la desigualdad, lo que se habla del género, el sexismo. Podríamos empezar por lo más básico, trabajando por la dignidad de la persona; no mirando páginas pornográficas y favoreciendo todo eso que toma a las personas como objetos. Me puedo fijar en mi lenguaje, tratar de hablar en un lenguaje mucho más igualitario, cómo me comprometo para que sea justo el mundo para el hombre y para la mujer. ¿Cómo hago para ensalzar la dignidad del otro y no pisarla día a día en lo que me toca, insultándolo, riéndome del otro… por lo que fuera, porque me gusta o por lo que no me gusta?
Creo que el evangelio va dando distintos pasos. El primer paso es: no hacer el mal, y eso es claramente lo primero en el camino. Pero muchas veces nos quedamos a mitad de camino, como que: yo no hago esto, pero dejo las estructuras injustas. No me comprometo desde el lugar en que me toque, (cada uno de nosotros tenemos una responsabilidad diferente), por ir a lo profundo, por cómo yo transformo las cosas. Eso es lo que hace Jesús. En Jesús, lo central no es la Ley, es el Reino. Por eso nosotros rezamos: venga tu Reino. El mundo no vive en el Reino de Dios; el Reino de Dios no aparece mágicamente, sino cuando yo me comprometo, cuando yo desde mi lugar vivo como Jesús me invita para transformar las cosas.
Tal vez si habláramos de justicia, si fuera por justicia, Jesús jamás se sube a la cruz, es injusto que Él muera por nosotros. Pero Jesús se sube a la cruz porque su justicia es mucho más profunda, porque no se queda en lo que es justo o no, lo que es cumplir la Ley o no, se queda en el amor. La justicia de Dios llega hasta la misericordia más profunda, que es capaz de dar la vida, cueste lo que cueste, aun cuando es injusto, aun cuando con todo lo que está pasando alrededor, uno se pregunta: ¿cómo puede estar pasando esto? Porque yo quiero dar la vida por amor en esto. ¿Por qué? Porque quiero transformar las cosas. Esa es la invitación que nos hace como cristianos, cómo cada uno desde su lugar, desde los más chicos a los más grandes, nos comprometemos por transformar algo distinto; cómo cuando rezamos el Padre Nuestro, no nos quedamos en un “venga tu Reino” que no sabemos qué es, una cosa etérea que anda por ahí, sino un: yo quiero traer tu Reino acá, yo quiero que se encarne acá, y por eso me quiero comprometer con esto.
Pidámosle entonces a Jesús, aquel que da la vida para que esa justicia de Dios se encarne verdaderamente, que también nosotros, por amor, sepamos dar la vida, sepamos comprometernos con los demás, hagamos presente el Reino de Dios.

Lecturas:
*Ec 15,16-21
*Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34
*Cor 2,6-10

*Mt 5,17-37

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