Hace unos
días, para continuar con uno de mis hobbies, empecé a ver una serie nueva que
se llama “Los cien” (“The Hundred”).
Es una serie apocalíptica cuya historia cuenta que hay que deshabitar la Tierra
porque hay una guerra nuclear, etc., etc. Estando en una plataforma espacial,
quieren ver si se puede volver a la Tierra. Para eso mandan cien jóvenes, que
de alguna manera se lo merecen porque son medio delincuentes, para ver si está
habitable, si puede haber un nuevo comienzo.
Es lo típico
de todo comienzo apocalíptico; unos pocos vuelven a recomenzar, vuelven a
cambiar las cosas. Y después, cuando sigue la serie, aparecen los buenos y los
malos. Todo vuelve a suceder. Pareciera como el arca de Noé; como esa tentación
de Dios de que queden solamente unos pocos para que todo cambie, y no cambia
nada; duran un minuto desde que bajan del arca más o menos. Empieza de nuevo a
crecer el mal, el bien.
Esto que sucede
en esta serie, en las películas, o en el relato del Arca de Noé, sucede también
en nuestras vidas. La tentación siempre es ¿cómo podemos comenzar de nuevo? Pareciera
que queremos hacer como en el colegio, cuando estábamos enojados y rompíamos
toda la hoja y arrancábamos de nuevo. A veces tenemos la sensación de que lo
más fácil es hacer eso: agarrarla, hacerla un bollito, y tirarla al tacho. Nos
cuesta mucho descubrir cómo desde el lugar en el que estamos se pueden
transformar las cosas. Esta tentación nos pasa en todo. Cuando nos está
costando nuestra vida familiar, como no podemos tirarla al tacho, vemos cómo
escaparnos un poco. Es más fácil recomenzar que lo que estoy viviendo ahora.
Pero también puede pasar en algo que no sea tan central, como en el trabajo.
Puede ser que me empiece a costar mi trabajo, que no me banque tanto a mis
compañeros, a mi jefe, ni a mí mismo a veces adentro del trabajo, entonces la
solución es cambiar de trabajo. Hasta que voy a otro trabajo, estoy chocho tres
meses, y al cuarto mes ya sé lo que pasa: “Cholo, no me banco más este
trabajo.” Lo mismo podría pasar en el colegio. Pienso, “tengo que terminar,
para que cuando salga del colegio, ahí empiezo mi vida.” O lo mismo con la
facultad, cuando se empieza a hacer más arduo, más difícil, agarro la facultad,
la tiro al tacho. Y entonces es más fácil cambiarme de facultad, porque más
allá de que tenga algunas razones, es más fácil si comienzo de nuevo, o si
cambio de carrera. Parece que siempre el paradigma es que lo nuevo va a ser
mejor. Como en la era del consumismo: cambiemos el celular; y de la misma forma
cambiemos la carrera, cambiemos de vínculo y de lo que fuese.
¿Por qué voy
a esto? Porque siempre lo más difícil es transformar las cosas. ¿Por qué? Porque
lleva todo un camino, lleva un proceso, lleva paciencia. Creo que estamos en un
mundo donde la paciencia es lo que más nos falta; vivimos en la época del fast food pero en la vida, (fast life si quieren). Cuesta descubrir
cómo tener paciencia en los procesos de transformación, cuesta ver que las
cosas llevan su tiempo, su trabajo. Cuesta ver que los procesos tienen momentos
más difíciles y momentos más fáciles, momentos más tranquilos. Por eso tal vez
tendríamos que pedirle a Jesús, en esta fiesta de la Ascensión, que nos dé esa
capacidad.
Hoy estamos
celebrando una fiesta que de alguna manera divide la historia. Hay un antes y
un después. Hay un antes y un después en el modo de la presencia de Jesús en
medio nuestro. Tal es así que en el Libro de los Hechos también se marca esta
diferencia. Lucas se dirige a Teófilo y le dice: en mi primer libro (el evangelio
según San Lucas), te conté todo esto; ahora te voy a contar la segunda parte.
Comienza la “segunda temporada”, podríamos decir. Lucas nos habla de ese gozne
que se da en ese momento, ese cambio. Y ¿qué es lo que va a cambiar? La
presencia de Jesús. Jesús estuvo con ellos de una forma hasta hace un tiempo,
caminó con ellos, vivió con ellos. Estaban felices, hasta que Jesús muere y se
acaban sus esperanzas. Pero Jesús resucita y se les aparece a sus discípulos,
lo que hemos escuchado durante este tiempo. Y no es la misma presencia de
Jesús, porque antes lo tenían con ellos, y ahora a veces está y a veces no. No
lo reconocen. Y cuando más o menos ya están diciendo: bueno, con este modo de
presencia zafo, con esto tiro, Jesús les dice: ya me voy. Comienza algo nuevo;
comienza algo distinto.
La ascensión
a los cielos va a marcar un nuevo comienzo de la comunidad. Ahora es el tiempo
de ustedes, ahora es el tiempo en el que ustedes tienen que ser testigos, les
dice Jesús. Y cuando la pregunta de los discípulos sería ¿cómo lo hacemos?,
Jesús les dice: “Yo les voy a enviar al Espíritu. ¿Por qué les voy a enviar al
Espíritu? Porque sé que la tarea es ardua, que lo que se viene es complicado;
que ese cambio, que es el tener que transformar la vida y las estructuras, es
muy difícil. Es por eso que envía al Espíritu para que les muestre el camino,
para que les enseñe, para que de alguna manera los vaya guiando en esa misión
que ellos tienen.
Es paradójico
que en este texto hay dos partidas: Jesús parte al cielo y los discípulos
tienen que partir al mundo; “vayan”, les dice. Ahora salgan de acá, salgan de
sus comunidades, salgan de sus estructuras, salgan de su modo de vivir la fe,
salgan del modo de descubrirme presente y descúbranme de un modo nuevo. El
mundo exterior no cambió, los que se transformaron son ellos, y su misión es ir
transformado lo que les toca. Esto mismo se nos pide a nosotros. ¿De qué manera
podemos salir?
Si hay algo
que hemos escuchado muchas veces durante este último tiempo es que tenemos que
cambiar, que tenemos que salir, que tenemos que vivir nuestra fe de una manera
nueva y distinta. Pero se nos hace difícil porque las tentaciones son en primer
lugar la comodidad, “bueno, quedémonos, más o menos zafamos, somos bastantes en
misa”, “bueno con esto más o menos estamos bien”, “con esta forma de transmitir
y vivir la fe estamos bien”, “con esta forma de hacer las cosas estamos bien”.
El número 33 de la última exhortación que escribió el Papa, Evangeli Gaudium, dice que tenemos que “abandonar
el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así»”, como si siempre se
tuvieran que hacer igual. Porque no hay nada más lejano de la encarnación. La
encarnación es cómo se vive hoy la fe, cómo Jesús se encarna hoy. Si yo me
quedo en ese paradigma de que todo siempre se hizo así, es lo más cómodo, lo
más fácil. Lo más difícil es cómo encarno la fe hoy, cómo la transmito.
Si quieren un
paralelismo, tal vez para los muchos papás que están hoy acá, podría ser ¿cómo
educo? Uno dice, “esto no me lo enseñaron”, “no me dijeron que mis hijos iban a
ser de esta manera, que iban a traerme estos problemas, estas dificultades,
estas alegrías, estos gozos”, “¿qué es lo que les tengo que decir?”. Si quieren
ustedes jóvenes pueden decir lo mismo de sus padres, de sus hermanos, de sus
amigos, de sus novios, de sus novias. Pero eso no se enseña, eso se aprende en
la praxis, en el vivirlo, en el compartirlo, y en el ver cómo en cada momento
yo puedo descubrir nuevas formas que me ayuden a vivir el evangelio y a vivir
ese vínculo. Lo que no cambia es el fondo, el sustrato, lo que hay debajo, que
es el evangelio de Jesús y que se basa en ese amor y en esa caridad que se nos
invita a tener. Todo lo demás es desechable, es descartable, es una estructura
que se pone encima para ver cómo puedo transmitir a Jesús. No hay nada más
ingenuo, más tonto, que creer que eso es lo central, y por eso ponerme rígido.
Por eso cuando vienen gestos distintos, eso llama la atención.
Si hay algo
que ha llamado la atención del mundo de Francisco son sus gestos. Eso es lo que
se nos pide a nosotros, ¿qué gestos del evangelio estamos dispuestos a poner?
¿De qué manera estamos dispuestos a encarnarlo? Hemos creído, y tal vez
respondido un tiempo, que la evangelización tenía que ser con valores y con
antivalores. “Estos son los valores que hay que transmitir, estos son los
antivalores”; casi como el bien contra el mal, más o menos como en las
películas. Sin embargo, hemos descubierto que llegamos a un punto en el que
todo hace crack, que se parte. Sobre
todo porque como no hemos sabido cómo hablar de los valores, cómo transmitirlos,
siempre transmitimos el “no”. No decimos: “sé veraz”, “sé transparente”,
decimos “no mientas”; y así con cada uno de los ejemplos. Nos cuesta mucho
mostrar el atractivo de los valores. Bueno, creo que hoy la cultura nos pide
algo más profundo; Francisco, en esa exhortación nos pide algo más profundo que
valores o antivalores, que es la cultura del encuentro. ¿Cómo salgo al
encuentro del otro? Cómo en algo distinto y diferente, hoy me animo a ser
testigo del evangelio. Eso no tiene recetas.
Ustedes saben
que esta semana nos fuimos los sacerdotes a reflexionar con el obispo sobre la
evangelización. Y lo más curioso es que después de estar tres días no tenemos
ni idea de lo que vamos a hacer. ¿Por qué? Porque antes los sacerdotes hacían
la “Planificación Pastoral”, es decir: esto hay que hacerlo así… a), b), c),
d), este es el manual, esta es la forma. Pero frente a la cultura de hoy que no
es tan homogénea sino totalmente heterogénea, híbrida, es mucho más difícil.
Porque tengo que encontrarme con el otro, tengo que abajarme. Por eso la
encarnación; Jesús se hizo como nosotros, se hizo hombre, y eso es lo que no
terminamos de entender. Vengo del retiro de Post-confirmación, y les mostramos
que Jesús era hombre, que comía, que iba al baño, que hacía lo mismo que
nosotros, y fue un problema más o menos. ¿Por qué? Porque no lo tenemos a eso
metido en la cabeza, tenemos la parte sobrenatural, la del cielo. Pero entender
que Jesús fue un hombre como nosotros, que caminó, que vivió en una familia,
que aprendió, que lloró, que se alegró, casi que no entra en nuestro manual.
Por eso tenía que encontrarse con los demás; Jesús se abajaba y se encontraba,
charlaba con cualquiera. Por eso eran escandalosos sus gestos, eran
controversiales los gestos de Jesús. Así como lo mataron a Francisco después de
que besó el muro en Belén, de alguna manera pasaba lo mismo con Jesús, lo
criticaban. “¿Cómo va a poner este gesto?”
Creo que lo
que más pudimos charlar entre los sacerdotes es que es una cultura que requiere
que nos preguntemos ¿qué gestos voy a poner yo del evangelio?, ¿de qué manera
lo voy a vivir?, ¿de qué manera quiero encarnar eso de Jesús?, y ¿de qué manera
estoy dispuesto a dejar partir una manera anterior de cómo transmitíamos la fe
y que se viva una manera nueva
Creo que en
esto de que no sabemos está el camino; tal vez las cosas nos salen un poco
mejor porque dejamos de querer controlarlas nosotros. Le podemos pedir al
Espíritu, que va a venir en Pentecostés, el fin de semana que viene, que nos
ayude a eso. “Mostranos vos el camino ahora.” No tanto esto que creo yo que se
puede plasmar, casi como si fuera una maqueta que cae armada del cielo, sino un
Espíritu que me guía por nuevos senderos y formas, de cómo transmitir la fe. En
la familia, en los amigos, en los colegios, en los trabajos; en cada lugar. Y
creo que el primer lugar en el que tengo que descubrir esto es en mi persona.
¿De qué manera quiero ser testimonio del evangelio? Y tomarme esto en serio.
Porque a veces pareciera como que fuera un lifting nomás, algo de afuera;
entonces, ¿cómo me lo quiero tomar en serio yo?, ¿de qué manera quiero encarnar
esos valores, llevarlos a algo más profundo? Pero encarnar en mi la vida de
Jesús es descubrir que vivo para él, que lo puedo transmitir, que lo puedo
llevar al otro. Salir al encuentro, escucharlo, entenderlo, abajarme
verdaderamente, amarlo, quererlo. A partir de esos gestos de amor concretos
poder llevar a ese Reino que nos invita Jesús, a ese Reino que quiere que esté
en medio nuestro. “Vayan”, les dice. Creo que tenemos una semana importante
para rezar, una semana importante para Jesús que nos dice que va a estar en
medio nuestro, por medio del Espíritu, en la medida que nos animemos. Tenemos
una semana para pensar en la oración, de qué manera queremos ir nosotros, de
qué manera queremos partir al encuentro del otro.
Pongámonos
entonces en esta semana en oración, pidamos al Espíritu que recibimos en
nuestra confirmación, o que están preparándose para recibir en las próximas
confirmaciones, que viene a nosotros, que sopló para hacernos testigos; que nos
ayude a descubrir los caminos, a mirar de qué manera podemos ir al encuentro de
los demás, a transmitir a Jesús.
Lecturas:
*Hech 1,1-11
*Sal 46,2-3.6-7.8-9
*Ef 1,17-23
*Mt 28,16-20
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