lunes, 16 de junio de 2014

Homilía: “Tanto amó Dios al mundo que envió a Jesús para salvarnos” – La Santísima Trinidad

Hay una historia que nos cuenta la vida de Guno, un hombre que nació ciego de nacimiento en la ciudad de Feis, en el país de Marruecos. Por su discapacidad, aprendió de pequeño a conocer la ciudad, a recorrer sus calles, a aprender donde estaban los pozos, los distintos ruidos, a tener una sensibilidad distinta para poder manejarse. Cuando era un hombre ya entrado en años, conocía con sumo detalle toda la ciudad. Era una persona buena, de mucha sabiduría, así que la gente de la ciudad lo quería mucho, lo amaba, se acercaba a él; pero le resultaba extraño que siempre andaba dando vueltas con un farol, cuando iba de noche por la ciudad. Y la gente se preguntaba, ¿para qué quiere un farol esta persona? Una noche, de luna cerrada, donde nada se veía, aparece Guno caminando por esas callecitas que tan bien conocía, dando vuelta. Se le acerca un hombre y le pregunta, por curiosidad, qué hacía con ese farol. ¿Por qué lo tenés si vos no lo necesitas? Y Guno le responde: “No, justamente. Yo no lo necesito. Yo conozco de memoria cada una de estas calles. Pero lo llevo conmigo para que aquellos que lo vean puedan encontrar el camino.”
Creo que esta historia que nos habla de un hombre que hace algo en favor de otros y no por necesidad propia, nos sintetiza lo que es la vida de Jesús. Él no necesita venir por Dios al mundo, no necesita venir para Él al mundo. Viene por nosotros. Viene para traernos esa luz que nos guía hacia el Padre. Para que en esos momentos en que caminamos a oscuras, aquellos momentos en que no encontramos los caminos, en que sentimos una avidez profunda en el corazón, en que sentimos que hemos perdido la fe; algo nos ilumine, algo nos vuelva a mostrar el camino. Pero no desde lejos, como si fuera un faro, sino desde al lado nuestro. Aquél que camina con nosotros; aquél que nos toma de la mano y nos dice cómo ir hacia Dios; aquél que nos vuelve a recordar cuál es la meta de nuestra vida, hacia dónde tenemos que ir. En ese mostrarnos el camino, también nos empieza a dar luz, para descubrir quién es Dios.
Hoy estamos celebrando el misterio de la Santísima Trinidad. Misterio que sólo conocemos y al que sólo hemos accedido gracias al testimonio de Jesús. Sin Jesús, nosotros no conoceríamos este Dios que es familia, este Dios que es trino, este Dios que nos acompaña, que nos quiere transmitir su amor. Y como los hombres, las mujeres, buscamos a Dios de distintas maneras; como a lo largo de la vida nos vamos haciendo distintas imágenes de Dios, no sólo a lo largo de la historia, sino nosotros mismos que vamos teniendo distintas comprensiones de este Dios; Jesús viene a mostrarnos realmente cómo es. Jesús viene a mostrarnos ese amor, esa bondad, ese cariño que nos tiene el Padre. Y para que cuando nos alejemos del camino, para que cuando no terminemos de entender bien quién es Dios, lo volvamos a mirar a Él.
En la primera lectura ya el pueblo sabe que Dios es compasivo. “Dios es bondadoso”, le dice Moisés. Sin embargo, ¿cuántas veces se van alejando de ese Dios? ¿Cuántas veces piensan que hay un Dios que los juzga, que los quiere castigar? Tiene que volver a recordarles, por medio de los profetas, que este Dios los sigue amando, que los quiere como un padre, como una madre. Se les acerca, los acompaña, pero no lo terminan de comprender. Por eso nos envía a Jesús, para que de primera mano podamos descubrir esto. Para que podamos abrir el corazón, y descubramos que hay un Dios que nos ama de una manera nueva.
Esto mismo nos dice Juan en el evangelio. Tanto amó Dios al mundo que envió a Jesús para salvarnos. Lo que mueve al Padre a enviar a Jesús es el amor. Lo que quiere que descubramos es justamente ese cariño y ese amor que nos tiene; y que a partir de ese cariño, nosotros nos podamos vincular, nosotros podamos crecer. Si miramos nuestra vida, lo que mueve nuestro corazón es cuando nos sentimos amados, lo que nos invita a algo más es cuando nos sentimos amados; nos sentimos casi como con más fuerza, con más fortaleza. A veces, cuando tendemos a decir “no, no tengo ganas”, y viene alguien que queremos mucho y nos pide algo, casi que saltamos de la silla. Entonces uno se pregunta, ¿qué pasó? Lo que pasó es que cuando nos sentimos amados, eso mueve nuestro corazón, eso nos da mucha más fuerza, eso nos impulsa a algo más. Esto es lo que nos quiere mostrar Jesús. Para sacar lo mejor de nosotros nos dice: Miren cuánto nos ama el Padre, lo que está dispuesto a hacer Dios. Descubran ese cariño y ese amor. Que ese amor los mueva, que ese amor les de fuerza cuando vienen los momentos difíciles, que ese amor siempre los acompañe. Esto es lo central que tenemos que descubrir de Él. A lo largo de la vida, pasaremos por distintos momentos en este vínculo que es la fe; como pasamos por distintos momentos en los diferentes vínculos. En un matrimonio, en una amistad, en una hermandad, en un ser padre e hijo, en una filiación, en una paternidad, en una maternidad; no siempre los momentos son iguales. Y con Jesús pasa lo mismo. Pero lo central es que lo podamos elegir. Lo que mantiene un vínculo es la elección, y la elección en el amor. El sentirnos amados y el poder amar. El elegir, el decir: “Esto lo quiero para toda la vida”.
Jesús nos muestra que Dios nos elige para siempre; que Dios día a día nos vuelve a elegir, y que nada podrá separarnos del amor de Él. Nos muestra que aun cuando de pronto sentimos que nos hemos alejado, seguramente es cuando más ese Jesús con esa luz viene y se para a nuestro lado y nos dice: “Vamos, vamos, animate.” Que cuando nosotros estamos mejor nos dice: bueno, los puedo dejar caminar solos. Como hace uno con un hijo, con un amigo. Lo deja solo, y cuando está más o menos se le acerca, lo guía. Esto es lo que hace Jesús con nosotros. Nos invita a tener los ojos fijos en Él; esos ojos que lo saben descubrir y que se dejan guiar por Él.
Hoy celebramos, como les decía antes, la Santísima Trinidad. Podríamos explicar un montón de cosas, dar tratados. Está bien, al que le interesa mucho, si quiere saberlo racionalmente lo puede hacer. Pero lo importante es si lo vivimos, lo central es que Dios toque nuestro corazón, que podamos sentir cuánto nos quiere y que lo podamos querer. En eso se resume todo; en que descubramos, como dice Juan, cuánto nos ama.
Abramos entonces el corazón al amor de Dios; dejémonos amar, inundar por ese amor de Él, y amémoslo también con toda nuestra vida.

Lecturas:
*Ex 34,4b-6.8-9
*Dn 3,52-56
*2Cor 13,11-13

*Jn 3,16-18

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