Hay un cuento
de José Irrarazabal, un chileno, que voy a abreviar un poco, y dice algo así:
“El frío de la noche calaba los huesos. Tras
la bufanda de un soldado podía verse un vapor que era fruto de su aliento, como
signo de vida. La guerra había terminado. El ejército invasor había dimitido; y
por eso podían verse en las calles niños, a través de los escombros, buscando a
sus padres; padres que deambulaban, como fantasmas, buscando a sus hijos. El
ejército todavía estaba apagando algún resto de la milicia invasora, y por eso
no era raro ver a un soldado vigilando de noche; frotando sus manos, caminando
de lado a lado, para entrar en calor. De pronto divisó una luz a lo lejos, algo
que le pareció extraño en medio de esas casas destruidas. Caminó para ver qué
ocurría y encontró en medio de los escombros de las casas una panadería
intacta, fruto de la esperanza que volvía, como signo de que la vida se abre
camino aún en medio de la muerte. Tan maravillado quedó por esto, que al
principio no se percató de que parado al lado de él había un niño, con una
humilde camisa mirando fijo a los panes de la ventana. El soldado vio a un
hombre corpulento tirando la masa para arriba, dejándola caer en la harina,
amasando esos panes, cuando miró al niño. Le preguntó, “¿quieres comer uno de
estos panes?”. El niño que hace varios días no comía, le respondió: “¿es
posible esto?”. El soldado entró en la panadería, y el niño vio cómo
intercambiaban unas palabras, cómo el soldado le daba unas monedas, y tomaba el
pan más grande que había en la vidriera. Salió hasta donde estaba el niño y lo
depositó en sus manos. Al niño se le dibujó una sonrisa, se calentaron sus
manos, llevó el pan a su cara, inhaló, y sintió cómo el calor entraba hasta sus
pulmones. Con inocencia, volvió a mirar al soldado, y le dijo, “Señor, ¿es
usted Dios?”.
Creo que este
cuento va a lo central de lo que es el pan de vida de Jesús para nosotros. Es
alimentarnos para que también nosotros seamos ese pan de vida para los demás.
Es casi como un cliché escuchar que tenemos que transmitir a Jesús, que tenemos
que ser Jesús, que tenemos que descubrir a Jesús en los otros. Sin embargo, no
creo que haya sido un cliché en la boca de Jesús; sino una esperanza, que en medio
de los dolores, en medio del sufrimiento, en medio de las incomprensiones,
Jesús siempre deposita y vuelve a tener en cada uno de nosotros; que como ese
soldado, seamos un signo de Dios para los demás. Ahora, la pregunta es, ¿nos
animamos a ser esto? Para eso tenemos que descubrir a Jesús en nuestro corazón.
Tal vez una pista de esto lo dan las lecturas. En la primera lectura, Moisés
está a las puertas de la tierra prometida, después de haber liberado al pueblo
de Egipto; y, como ustedes saben, Moisés no va a entrar en la tierra prometida,
para que quede claro que el que los sacó es Dios. En su testamento, le pide al
pueblo que siempre tenga memoria: recuerden lo que Dios hizo por ustedes.
Cuando estén en esa tierra que mana leche y miel, hagan memoria. Cuando vengan
momentos difíciles, descubran que siempre Dios les devolvió la esperanza. Eso
es lo primero que podríamos mirar en nuestro corazón. Nosotros tenemos memoria
del paso de Dios por nuestra vida. Y podríamos pensar en los dos extremos; a
veces estamos muy cómodos, estamos muy bien, y nos olvidamos de descubrir que
ahí también Dios se hace presente; a veces cuando las cosas se vuelven
difíciles y aparece claramente la pregunta: ¿dónde está Dios?
En la segunda
lectura, San Pablo le dice a su comunidad de Corinto, si no se da cuenta de que
ellos beben de un mismo cáliz, que reciben una misma carne, un mismo cuerpo que
los llama a caminar unidos. ¿Sacan consecuencias de aquello que reciben? Esa es
la pregunta de Pablo para su comunidad. Y en evangelio, le pide a todos
aquellos que lo están escuchando, que se alimenten de Él. “Si se alimentan de
Mí tendrán vida”. “¿Ustedes quieren alimentarse de Mí?” Podríamos empezar por
acá tal vez. Porque la pregunta podría ser si nosotros queremos alimentarnos de
Jesús. Obviamente que es mucho más fácil para nosotros que para los judíos, los
judíos no entienden nada de lo que está pasando. Nosotros tampoco entenderíamos nada tampoco,
tenemos que caminar un poco más en el evangelio. Dos mil años después, “somos
todos Gardel”. Imagínense que después se hace presente delante de ellos y les
dice: “cómanme”. Si yo les dijera algo así, me puedo imaginar lo que pensarían
de mí. Necesitan la Última Cena, necesitan la Pascua, para ir comprendiendo
esto. Para de a poco ir valorando ese regalo de la Eucaristía, del Pan de Vida.
Ahora, sin
embargo nosotros tenemos una ventaja, que es ya nos han enseñado desde
chiquitos. Supongo que todos recuerdan su primera comunión, ese gran regalo que
Dios nos ha hecho de recibir la comunión. Es decir, el saber que tenemos que
comer a Jesús, ya no es una pregunta para nosotros. Eso lo entendemos. Pero
podríamos dar un paso más. La pregunta para nosotros no sería si lo comemos o
no; la pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿lo valoramos? Cada uno de
nosotros podría preguntarse, ¿es importante para mí recibir a Jesús en la
Eucaristía? Es lindísimo recibirlo. Ahora, la pregunta es, ¿me es algo
rutinario?, ¿me es algo más en la semana?, ¿me es intrascendente?
Esto que voy
a decir pensé mucho si decirlo o no, porque no quiero que suene a reto.
Imagínense cuánta gente había acá a la noche el domingo pasado, ¿no? Jugaba
Argentina. Yo hubiera hecho lo mismo, nada más que tengo el problema de que
tengo que celebrar misa. Ahora, la pregunta es, el fin de semana pasado, ¿les
fue importante ir a misa?, ¿buscaron otra misa? ¿O fue, “bueno, un domingo más,
un domingo menos que reciba a Jesús, no cambia la ecuación.”? Por lo menos para
ver dónde paramos, si nos es tan importante o no. Si quieren para poner otro ejemplo:
en el verano, cuando nos vamos de vacaciones, ¿son vacaciones de Jesús también?
Me voy de vacaciones y cuando vuelvo retomo la Eucaristía. Para ver qué valor
ocupa Jesús en mi vida. ¿Descubro el valor que tiene este alimento? ¿Me es
central? ¿Me es importante en la semana? Porque a veces nos pasa como
desapercibido. Nos hemos acostumbrado tanto a esto, y que lindo poder tener la
gracia de tener a Jesús semanalmente, o un poco más los que van un poco más a
misa, que a veces nos pasa desapercibido. ¿Me es importante? ¿Vibro con esto?
¿Me llena el corazón? ¿De qué manera me dejo alimentar por Jesús?
Creo que en
esta fiesta de Corpus Christi, lo importante es aprender a descubrir en primer
lugar eso. Porque en realidad, si uno piensa, lo más loco de Jesús es la
Eucaristía. Nosotros podríamos reunirnos acá a rezar un rato, a adorar la cruz,
y a Jesús que murió en la cruz; pero Él se dio cuenta de que no bastaba con
eso, que a veces nos faltan fuerzas, que a veces no podemos, que a veces no
llegamos. Se dio cuenta de que no tenía que hacer algo desde afuera nomás, de
que la transformación la tenía que hacer desde adentro. Por eso se queda en el
Pan y se queda en el Vino, con su Cuerpo y con su Sangre, porque quiere que ese
alimento nos transforme. A ver, la analogía es muy clara: comemos para tener
vida, lo necesitamos para vivir. Nos alimentamos de Jesús porque lo necesitamos
en nuestro espíritu, en nuestra vida. ¿Me doy cuenta de que Él va alimentando
mi espíritu? ¿Me doy cuenta de que Él me llama a algo más? ¿Me doy cuenta de
que Él me invita a algo más? Creo que frente a esta fiesta, la primera pregunta
que me puedo hacer hoy es, sin juzgarme, ¿en qué lugar del camino estoy? ¿Cuán
importante me es Jesús? ¿Qué lugar ocupa? Alguno de los chicos me decía: “un ratito
en Facebook, algunos grupitos de Whatsapp, un retiro al año, alguna que otra
cosa más”, u ¿ocupa un lugar importante?, o ¿me es imprescindible recibirlo?
Espero ese momento para por lo menos mirar hacia dónde está mi horizonte, hacia
dónde tengo que caminar, cuál es el próximo paso que yo puedo dar. Ahora, esa
Eucaristía se hace alimento para ir transformando nuestras vidas. Creo que está
en relación con esto, ¿cuánto incorporo yo a Jesús en mi vida? Con mis gestos,
con mis palabras, ¿cuán trascendental me es? Porque a veces pareciese en
nuestra vida que Jesús es como algo más. Tengo mi trabajo, mi estudio, mi
familia, mis amigos… y también tengo a Jesús, que le dedico algo de tiempo, más
o menos, según cómo lo estoy sintiendo, cómo está mi espíritu… Ahora, la
pregunta es, ¿me dejo transformar por Jesús? Porque Jesús nos llama a ser
cristianos con toda nuestra vida. ¿De qué manera Jesús impregna mi vida? ¿Esto
se nota? ¿Esto se ve?
A veces yo
escucho que nos quejamos mucho de los demás, que el mundo esto, que el mundo lo
otro, y ¿nosotros?, ¿qué hacemos como cristianos? ¿Somos iguales al resto? Y no
estoy hablando de ser mejor o peor, porque eso sería ser fariseo y no es lo de
Jesús. La pregunta es, ¿yo puedo transmitir a Jesús con mi vida? Acá hay un montón
de jóvenes, ¿la vida de ustedes es igual a la de los demás?, ¿o hay alguna
diferencia cuando están con ellos? No hablemos de lo más difícil, cuando van a
un boliche, o cosas así. Sino en otras cosas cotidianas, cuando hacen un
deporte, en una reunión, ¿se nota que yo vivo a Jesús? Con mis gestos, con mis
palabras. Los más adultos, en sus trabajos, ¿son iguales que los demás?, ¿se
comportan igual? ¿Nos comportamos igual?, ¿hacemos lo mismo? O ¿se nota que yo
soy cristiano y que quiero vivir otra cosa? Que quiero vivir en la generosidad,
en la caridad, en el escuchar, en el perdonar, en todo lo que Jesús dice y que
a veces nos pasa casi como desapercibido. Creo que es claro. “Amen al prójimo
como a ustedes mismos”. ¿Amamos verdaderamente? Y no empecemos por el evangelio
que hubo esta semana no, “amen a los enemigos”, porque estamos hundidos con ese
tema. Pero ¿amamos verdaderamente? O ¿es todo lo mismo? Jesús nos ha dicho,
“ustedes son luz del mundo”, yo los quiero iluminar, ¿de qué manera iluminamos?
¿Alguien podrá decir de nosotros, como dijo este niño en el cuento, “Señor, ¿es
usted Dios?”? ¿Hemos sido signo para los demás? ¿Queremos serlo? ¿Nos animamos
a dar ese paso con nuestra vida? ¿O pasamos desapercibidos frente al mundo?
Para eso nos
da la Eucaristía Jesús; para que ese alimento haga de nosotros nuevos
cristianos. Cristianos que se animan a veces hasta a ser contraculturales.
Porque para Jesús las cosas no son relativas, es muy claro que está bien y qué
está mal, y es muy importante que nosotros lo tengamos en claro. Ayer escuchaba
con mucha alegría que el Papa decía: los mafiosos, los corruptos, están todos
excomulgados. No es lo mismo. No puedo vivir a Jesús si vivo eso. Hay una
incoherencia en mi corazón. Eso no es lo que quiere Jesús. Podemos entonces
trasladarlo a nuestra vida, ¿cuál es mi incoherencia?, ¿qué es lo que no he
encarnado en mi corazón?, y ¿qué le tengo que pedir a Jesús? Tengo que
descubrir a un Jesús que hoy me vuelve a decir: ¿te cuesta esto?, bueno, ponete
en camino, vení, alimentate, pedí que te transforme. Pero para eso tengo que
verlo, si no lo veo nunca puedo dar el paso. Para eso tengo que descubrirlo.
Para
terminar, Pablo le dice esto a su comunidad: ¿acaso ustedes no beben la Sangre
de Jesús?, ¿no comen un mismo Pan? Porque se están peleando entre ellos. Jesús
los une, hay algo enorme que los une, la Eucaristía, y se pelean por pavadas.
¿Dónde viven la comunión de la Eucaristía, si como comunidad no lo pueden
vivir? Podríamos plantearnos qué nos preguntaría a nosotros Pablo hoy. ¿Acaso
ustedes no viven la Sangre de Cristo, no comen su Cuerpo y viven esto? Pónganlo
en manos de Jesús, pídanle que lo cambie y que lo transforme.
Pidámosle a
este Jesús, aquel que hace nuevas todas las cosas, aquél que transforma
nuestras vidas, que este alimento nos transforme, nos cambie, nos haga signo
para los demás, nos haga luz del mundo para que Jesús pueda brillar a los ojos
de todos.
Lecturas:
*Deut 8,2-3.14b-16ª
*Sal 147,12-13.14-15.19-20
*1Cor 10,16-17
*Jn 6,51-58
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