lunes, 21 de julio de 2014

Homilía: “Dejan que crezcan juntos” – XVI domingo durante el año

A lo largo de todas las películas de Harry Potter, ese niño pequeño e inocente va creciendo. Y en la medida que va creciendo, empieza a descubrir en su corazón que a veces aparecen un montón de actitudes, gestos, tentaciones, que no le gustan. Empieza a tener como una lucha en lo profundo de su corazón; tiene que empezar a hacer elecciones, a veces se da cuenta de que no se comporta bien, como nos pasa a nosotros, y hay un momento donde esa tirantez en el corazón se le hace muy fuerte. Decide entonces hablar esto con su tío, Sirius Black, y le dice: me cuesta esto, no sé qué quiero elegir, a veces no sé para dónde quiero ir, a veces tengo miedo de hacer las cosas mal, de equivocarme. Y Sirius le contesta: “Todos tenemos luz y oscuridad en el corazón. Lo importante es qué es lo que elegimos potenciar.”
Creo que esta frase podría ser una síntesis de lo que nos va pasando a todos. Tenemos nuestros momentos. Hay momentos en que estamos muy contentos con nosotros mismos, muy conformes con las elecciones que tomamos, con las decisiones, con cómo nos comportamos. Hay momentos en que estamos enojados con nosotros mismos, con las decisiones que tomamos, con cómo nos comportamos; en nuestra casa, con nuestros amigos, en los colegios, en los trabajos, en la facultad. Hay momentos donde las cosas nos cierran más, hay momentos donde las cosas nos cierran menos. Hay momentos donde nos maravillamos con las actitudes que tenemos, hay momentos donde nos escandalizamos con gestos y actitudes, y hasta llegamos a hacer cosas que pensamos que a nosotros nunca nos iban a pasar, que pensamos que iban a ser problema de otros. A veces nos pasa a nosotros, a veces les pasa a personas cercanas. Nos muestra que la vida no es tan blanco y negro como a veces lo queremos hacer parecer, o como nos sería más fácil. Es por eso que tenemos que aprender a descubrir que a lo largo del camino hay un montón de grises en los cuales caminamos y en los cuales nos movemos, en los cuales existimos.
Esto se da también en la Iglesia y en la vida de fe. En el Padre Nuestro dice: “venga tu Reino”. Todos rezamos “venga tu Reino”. La pregunta es, ¿qué pensamos cuando decimos “venga tu Reino”? ¿En qué pensamos? ¿En qué Reino pensamos? Porque a veces divagamos, pensando cosas que van más allá incluso de lo que Jesús nos dice. Porque hoy usa tres parábolas, y dice: “el Reino de los cielos es como…”, “se parece…”, que a veces son lejanas a la imaginación que nosotros tenemos de lo que debería ser el Reino de Dios en medio nuestro, acá con nosotros. Obviamente que lo que nos pasa es que nos proyectamos al reino final, al de la vida eterna; pero ese reino ya se hace presente con Jesús acá. Jesús nos muestra que tiene una manera de ser que a veces no nos cierra del todo.
Creo que el resumen de estas tres parábolas lo da esta frase que dice “Dejen que crezcan juntos”. Estas palabras tienen una fuerza muy importante. La primera dejar: hay cosas que tenemos que soltar. A nosotros nos gusta tener las cosas siempre en nuestras manos, tenerlas agarraditas, tenerlas controladas; pero Jesús nos dice “dejen”, empiecen a dejar que las cosas corran, que las cosas fluyan, que las cosas tengan su tiempo, que las cosas muchas veces se nos escapen de nuestras manos. Esto es difícil, implica una actitud del corazón que no siempre estamos dispuestos a tener. Implica soltar las cosas, dejarlas correr más allá de lo que pueda pasar, porque no están más en mis manos. Si las dejo correr es porque se me escapan. Esta es la sabiduría que en primer lugar nos transmite Jesús. Soltar las cosas en nuestra vida, en las cosas que suceden a nuestro alrededor.
En segundo lugar dice que crezcan, que las cosas tienen su tiempo, las cosas tienen su momento. Hoy vivimos en un tiempo donde pareciera que todo crece muy rápido, donde los más jóvenes tienen que vivir la vida lo más rápido posible, donde a veces uno escucha cosas como “ya viví todo lo que tenía que vivir”, a los veinticinco años; o “si no vivo esto ahora, nunca me va a pasar”. Ayer a la noche por el día del amigo me junté con mis amigos del colegio que tienen mi edad, donde los hijos más grandes tienen aproximadamente doce o trece años. Me preguntaban entonces por los adolescentes, “¿cómo son los chicos de quince, dieciséis años?”. Entonces les contaba un poco lo que a mí a veces me cuentan; hasta que en un momento mis amigos me dicen, “Mariano, por favor, no nos cuentes más.”, como diciendo: “no quiero llegar a ese momento”. Y les digo, “te faltan dos años, prepárate.” Me decían: “pero esto a nosotros nos pasaba cuando teníamos veinticinco, qué tan rápido se vinieron las cosas.” Y ellos mismos contaban preguntas que sus hijos les hacían a los ocho o diez años, que no podían creer porque iba muy rápido el aprendizaje. Es más, uno de mis amigos el otro día se encerró veinte minutos en el baño para que su hijo no le pregunte nada más.
A veces sentimos que todo crece demasiado rápido; los chicos crecen demasiado rápido. La frase la escuchamos mucho: “mirá qué grande que está”. No sólo en estatura, sino también en lo que les pasa en el corazón. Pero parece que también hay momentos dónde se da lo contrario. No damos tiempo a que se crezca. Pareciera que el crecimiento es para los primeros veinte años, y después cuando uno tiene treinta, o cuarenta como yo, o cincuenta, y hay cosas en las que nos toca crecer, y bueno, “ahora no te doy tiempo”, ahora no. A uno le pasa algo en el corazón, o tiene que vivir algo nuevo, y en ese momento no damos tiempo para que crezca. Esto es un proceso de toda la vida. Siempre estamos en camino, siempre estamos creciendo porque en cada momento, tengamos la edad que tengamos, es algo nuevo que estamos viviendo, abrimos una nueva parte de la vida, nos abrimos a una nueva puerta y la tenemos que recorrer. Por más que me hayan dicho, que me hayan enseñado, que haya leído cuarenta mil libros de autoayuda de la mitad de la vida o lo que fuese, tengo que vivir ese momento y tengo que crecer. Por eso tengo que tener paciencia, tengo que esperar. Esto que nos cuesta tanto. A todos nos gusta crecer. Es más, a veces escucho la frase, “bueno, dejame crecer”, “dejame que me equivoque”. Ahora, eso mismo que exigimos y pedimos para nosotros, ¿se lo dejamos al otro? ¿Le damos la posibilidad al otro de lo mismo también? De que pueda crecer, de que pueda aprender, de que se pueda equivocar.
Por último, Jesús dice juntos. Las cosas crecen juntas, en la luz y en las tinieblas; cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan. No hay forma de separarlos. Es la tentación siempre. ¿Qué es lo primero que le dicen a Jesús cuando ven que ese trigo creció con la cizaña? “Vamos y la arrancamos.” Como diciendo: arranquemos esto, no lo queremos. Y Jesús les dice: no, no se puede ahora; si arrancamos lo malo, vamos a arrancar también lo bueno. No se puede discernir tan claramente, no es tan blanco y negro como para darse cuenta. Es más, de eso nos podemos dar cuenta cuando escuchamos dos campanas de un mismo hecho. Uno escucha una y parece como que “no, bueno, vamos a matar a todo el resto del mundo”, escuchamos la otra y pensamos “no, bueno, no es tan así”. No es tan claro, las cosas se dan mezcladas, se dan juntas. Por eso tenemos que dejar que crezcan. Yo pienso en esto cuando por ejemplo un niño se acerca y me dice que se peleó con su mejor amigo, “nunca más voy a jugar con él, nunca más lo quiero ver”; y uno que es un poquito más grande le dice: “no, bueno, ya va a pasar, quedate tranquilo. No es tan así, se equivocó.” Lo mismo nos pueden decir los jóvenes de los adolescentes, cuando dicen “no, me pasó esto, es el fin del mundo.”, y los otros piensan: “no es tan así”. Pero los adultos también lo deben decir de los jóvenes, y los más grandes de los adultos; y Jesús lo dice de todos. Es como que Jesús, que está un poquito, o bastante, más arriba nuestro, con otra sabiduría, casi como si siempre fuéramos niños, nos dice: tené paciencia, esto se da en la vida y se da junto. Por eso Él puede esperar hasta el final, porque tiene esa sabiduría de saber que hay cosas que no se pueden separar, que en la vida se van dando. Después yo tengo que discernir y elegir.
La madurez implica que hay momentos en que las elecciones más importantes de mi vida tienen que ser por aquello que es trigo, por aquello que da vida, que alimenta, pero que no se da totalmente puro, que no lo puedo separar. Tenemos experiencias en las que queremos arrancar todo; en nuestro país por ejemplo: “Que se vayan todos”. No existe que se vayan todos. Pensemos en las consecuencias políticas, económicas, sociales, religiosas que trae cuando decimos, “esto no sirve más, y hay que arrancarlo”. Tenemos experiencia de las elites: “yo soy el bueno, y los otros son los malos”; de las estructuras rigoristas: “con esto que hizo él no puede estar de este lado”.
Gracias a Dios la Iglesia nace de un libro, la Biblia, que no oculta nunca los defectos de los demás. Uno hasta puede preguntarse qué tanta necesidad había de eso. ¿Qué necesidad había de remarcarle tantas veces a Pedro que lo negó a Jesús? ¿No lo podrían haber dejado pasar un poquito de lado? Cuando habla de la vida de Pablo, que mataba cristianos, ¿por qué no empezar con la conversión? ¿Por qué no escondemos lo anterior debajo de la alfombra? En el comienzo de la historia del pueblo elegido, con la promesa de Abraham que no cree en Dios y tiene un hijo con la esclava, y Dios tiene que volver a apostar por Abraham y decirle que confíe. Moisés, cuando quiere empezar la historia mata a alguien y se tiene que escapar, y Dios lo vuelve a elegir. Así podemos elegir cualquier personaje. La Biblia no oculta el pecado del pueblo nunca; Dios no oculta el pecado de los personajes. ¿Por qué? Porque ese pueblo santo crece con su pecado, con su cizaña. En la Iglesia pasa lo mismo. Si no soy capaz de aceptar eso, no soy capaz de aceptar a la Iglesia y de elegir a Jesús. Podemos fundar otra cosa. Y si encuentran alguna comunidad o alguna iglesia que sea perfecta, avísenme, invítenme. (Bah, no me inviten porque no va a ser más perfecta si me invitan a mí.) Se acabó, porque la tentación es: yo elijo que es hasta acá. ¿Por qué? ¿Yo soy la medida? Si la medida, que es Jesús, elige todo, elige la cizaña y el trigo juntos, ¿por qué yo me pongo en el lugar de Jesús a veces?, ¿por qué yo digo “este sí y este no”, “esto hasta acá sí y hasta acá no”?, porque es la tentación a arrancar de raíz. Pero Jesús dice: eso no se hace. ¿Por qué dice eso? Creo que por esas otras dos parábolas.
En primer lugar porque es como esa semilla de mostaza, que es pequeña, no se ve; está en el corazón de todos y Jesús siempre tiene la esperanza de que va a crecer. Esa esperanza que nosotros a veces perdemos, ese pesimismo, Jesús nunca lo tiene. Jesús tiene la esperanza de que esa semilla que está en cada corazón, en cada comunidad, en cada familia, aun en medio de las luchas y de las dificultades lleva una promesa. Dios cumple sus promesas y va a buscar la forma de que aunque esté tapada, aun cuando parezca que el ámbito no se da para eso, pueda crecer. Al final, en algún momento puede ser un gran arbusto. Esa esperanza que Jesús tiene en cada uno de nosotros no la pierde. Por último, porque cree y confía en cada uno de nosotros, en que somos levadura. Nosotros tenemos la tentación, en casi todo, de que siempre venga un salvador (ya vino, les aviso por las dudas), y que cambie todo. Que venga algo de afuera, una mega estructura; en el país, en el trabajo, en el colegio, en nuestros amigos, y cambie las cosas desde afuera. Pero Jesús dice, las cosas no se cambian desde afuera, se cambian desde adentro, se cambian cuando yo quiero ser parte y quiero luchar por eso. Esa es la levadura, ¿no? La levadura hay que trabajarla, hay agarrar la masa, hay que amasar, hay que saber cuándo hay que cocinar, cuánto tiempo lleva, qué temperatura; no es tan fácil. Es como un arte, y la vida es lo mismo. Jesús nos dice a cada uno: ustedes son los cristianos que pueden transformar las cosas desde adentro si tienen paciencia, si dejan que las cosas crezcan juntas, pero sabiendo que las pueden transformar, sabiendo que podemos ser ese trigo para el mundo. Esa es la apuesta que hace Jesús, siempre cree y apuesta por nosotros. Eso es lo que nos invita a hacer.
Animémonos a descubrirnos también como personas, como comunidades donde las cosas crezcan juntas, donde tengamos paciencia, donde descubramos esa semilla que pone en nuestro corazón, esa semilla que pone en nuestras comunidades, esa semilla que pone en nuestras familias. Animémonos a ser esa levadura que hace fermentar la masa.

*Sab 12,13.16-19
*Sal 85,5-6.9-10.15-16ª
*Rom 8,26-27

*Mt 13,24-43

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