Hay una frase
del Dalai Lama que dice: “Si quieres que los demás sean felices, compadécete de
ellos. Si quieres ser feliz, practica la compasión.” Pone el ser compasivo como
camino para alcanzar la felicidad que todos deseamos y buscamos. Lo que pasa es
que este valor, esta virtud que es la compasión y que pone de manifiesto Jesús
en el evangelio, muchas veces ha sido minusvalorada. Casi que la compasión en
algunos ambientes es tenerle lástima al otro, es decirle “pobrecito” al que
está en aquel lugar. Sin embargo, la compasión en su sentido verdadero tiene un
significado mucho más profundo: el poder estar en el lugar del otro, el poder
sufrir con el otro, el poder tocar el corazón del otro y también el de uno
mismo. Eso me permite salir muchas veces de mí mismo, me permite romper mi
egoísmo, me permite romper mis propias barreras que no me dejan encontrarme y
acercarme. Es por eso que todos los signos de Jesús en este evangelio comienzan
diciendo: “tuvo compasión”; es decir: pudo descubrir lo que pasaba en el
corazón del que estaba delante de Él. No empezó a plantear teorías o
pensamientos (que lo alejarían del otro) sino que pudo ver la necesidad del corazón
del que estaba en frente y pudo sufrir con él. Por eso sanó a los enfermos, por
eso dio de comer a aquellos que lo necesitaban; por eso con esos cinco panes y
esos dos pescados comieron hasta saciarse.
Los problemas
empiezan cuando Jesús les pide a los discípulos que tengan esa misma compasión.
Les dice, “denles de comer ustedes mismos”, y esto los angustia: tenemos cinco
panes y dos pescados, no podemos hacer nada. ¿Qué es lo que yo puedo hacer
desde mi lugar? En vez de darles de comer, como dice Jesús, ellos piensan:
mandalos a sus casas, hasta acá llegamos. Se abruman, “¿Qué es lo que voy a
poder hacer yo frente a estos cinco mil hombres, sus mujeres y niños?”
Muchas veces
nosotros pasamos por la misma sensación que los discípulos. ¿Cuántas veces
pensamos que lo que nosotros podemos hacer es poco y nada? Desde lo sencillo,
desde cuando alguien nos pide algo en una esquina; tendemos a pensar, no en lo
que me pide el niño que están en la calle, sino, ¿qué es lo que yo puedo
cambiar de la situación de este chico?, o ¿qué es lo que yo puedo cambiar de la
situación del país? Cuando alguien se nos presenta y prácticamente nos vuelca
encima su vida, con todas sus angustias, pensamos ¿qué es lo que puede hacer
por el otro?, y la respuesta que nos surge es: “yo no puedo hacer nada”, en vez
de empezar a valorar el estar ahí, el poder escuchar. Nos preguntamos, ¿qué es
lo que puedo hacer yo por mi país desde mi lugar? Me angustio y siento que no
puedo hacer nada, que es demasiado el cambio que tiene que haber. Creo que
muchas veces tenemos, de diferentes maneras, la misma tentación que los
discípulos: yo no puedo hacer nada, entonces me saco esto de encima; con mi
propia vida, limitada, me quedo estático porque me paralizo frente a la
necesidad del otro. No obstante, cuando Jesús se hace presente, Él los
tranquiliza y les dice: Yo soy el que va a poner el signo, Yo soy el que voy a
hacer el gesto, ustedes repartan, ustedes den de esto que yo les doy. Ahí es
cuando todo de alguna manera se hace mucho más grande. Esta es muchas veces la
experiencia que tenemos cuando dejamos de lado nuestros propios miedos y
dejamos que Jesús actúe.
Voy a poner
algunos ejemplos de lo que me pasó esta semana. Como ustedes saben, acabo de
llegar de misionar; estuve en Misiones estos últimos diez días. La primera
experiencia cuando vamos a misionar es que todo nos desborda, que nosotros no
nos podemos hacer cargo de una situación. En general vamos a lugares mucho más
pobres del lugar en el que estamos nosotros, vemos la necesidad social que hay,
necesidad de educación, necesidad de alimentos, necesidad afectiva, gente
abandonada, y a uno le surge: ¿qué es lo que yo puedo hacer? Esa es la primera
tentación que uno tiene: yo vine acá, pero en realidad todo me desborda.
Más allá de
eso, cuando van transcurriendo los días, uno empieza a descubrir cuando pone a
Jesús en el medio, cómo hay un montón de gestos que multiplican, cómo hay un
montón de signos que van más allá. A mí me habían pedido que vaya a una casa
porque había una chica que estaba con muchos problemas que no quería hablar con
nadie y necesitaban que alguien hable con ella. Entonces, el último día antes
de venirme para acá, voy a visitarla, y creo que fue la casa más rápida de
todas. Llegué y le dije a la dueña de casa: “Hola, vengo a ver a tu hija, que
le pediste a los misioneros que la pase a visitar…”, y me dice: “No, Padre,
quédese tranquilo, ya no es necesario.” “¿Cómo que no es necesario?”, le digo
yo. Entonces me empieza a hablar del encuentro de jóvenes que nosotros habíamos
hecho. A éste se habían acercado alrededor de setenta jóvenes, una de las
chicas había dado un testimonio de su familia y después habían hecho grupos de
a cuatro; y me dice, “¿vio que había un grupito en el que lloraban mucho? Era
el grupo de mi hija, estaba contando su historia por primera vez.” En un
espacio donde uno piensa que no se hace nada fuera de lo común, un encuentro de
jóvenes, una chica pudo abrir el corazón por primera vez, pudo contar su vida. Después
salió, volvió a ir a la escuela cuando hace días no quería ir, empezó a estar
mucho mejor. Entonces uno se pregunta, ¿qué es lo que hice? No hice mucho. En realidad,
armamos una dinámica, hicimos grupitos, pero a una chica le cambió la vida.
¿Por qué?
Porque pusimos a Jesús ahí en el centro. Jesús nos llevó, y lo que nos dijo es:
pongan esos cinco panes y dos pescados y no se preocupen. Lo importante no es
qué era lo que había que hacer; lo importante es ponerse en el lugar, escuchar
al otro, compartir. Como éste podemos poner un montón de ejemplos de la misión,
donde un montón de estos gestos se iban multiplicando, donde estos gestos cada
vez se hacían más fuertes, donde los chicos sentían que todo los desbordaba. Yo
pensaba, cuando leía el evangelio, ¿cuál habrá sido el pensamiento de los
discípulos cuando al principio dijeron “mandalos a sus casa” y al final vieron
doce canastas llenas de alimentos? Seguramente se vieron desbordaros, no
entienden qué es lo que está pasando. Porque para entenderlo tengo que
compadecerme, tengo que vivir este sentimiento, tengo que no asustarme ni querer
sacarme el problema de encima. Tengo que estar con el otro, animarme, y desde
mi lugar, hacer lo pequeño que yo puedo hacer, que no es solamente dar de
aquello que parece comprado. Esto es lo que dice Isaías en la primera lectura,
¿por qué compran cosas o se alimentan de cosas que no valen la pena? “Vengan
conmigo”, dice Dios. Tomen y coman sin pagar vino y leche de madre. ¿De qué
cosas nos alimentamos? ¿Nos alimentamos de la Palabra de Dios? Porque nuestra
sensación es que no podemos solucionar económica, social o afectivamente la
vida del otro. Pero cuando nos dejamos alimentar de esa Palabra de Dios, hay un
montón de cosas en las cuales podemos acompañar y estar, en las cuales podemos
escuchar, acompañar, ponernos al servicio, ser solidarios, compartir la vida.
Tendremos que ver la situación, y fijarnos cómo podemos estar con el otro desde
ese lugar. Esa es la clave, no sacarme el problema de encima, sino el estar y
compartir. En el ejemplo que yo les ponía, ¿qué es lo que hace posible el gesto
en la misión? Que estamos ahí diez días. Las cosas y los días van pasando y uno
va viendo un montón de gestos y de signos, y cómo la gente se quiere aferrar a
eso. No les llevamos ropa, no les llevamos comida, no es que les solucionamos
la situación social, pero la gente les
pedía a los chicos: “Por favor, quédense. Estén con nosotros.” Eso es lo que
pide Jesús, que estemos presentes en la vida de los demás, que acompañemos. A veces
en el silencio, a veces en el dolor, a veces sufriendo, pero estando ahí. Todos
tenemos la experiencia, aún en los momentos más difíciles que hemos pasado en
la vida, de la presencia de alguien a nuestro lado como un sostén, un signo de
Dios para nosotros.
Pidámosle a
este Jesús que es el que hace los milagros, a este Jesús que con muy poco nos
da mucho, que nosotros nos demos cuenta que el que trabaja es Él, que nosotros
nos animemos a ser ese signo, ese gesto que está presente, para que de esa
manera, Jesús haga posible ese milagro.
Lecturas:
*Isa 55,1-3
*Sal 144
*Rom 8,35.37-39
*Mt 14,13-21
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