viernes, 8 de agosto de 2014

Homilía: “Jesús se compadeció” – XVIII domingo durante el año


Hay una frase del Dalai Lama que dice: “Si quieres que los demás sean felices, compadécete de ellos. Si quieres ser feliz, practica la compasión.” Pone el ser compasivo como camino para alcanzar la felicidad que todos deseamos y buscamos. Lo que pasa es que este valor, esta virtud que es la compasión y que pone de manifiesto Jesús en el evangelio, muchas veces ha sido minusvalorada. Casi que la compasión en algunos ambientes es tenerle lástima al otro, es decirle “pobrecito” al que está en aquel lugar. Sin embargo, la compasión en su sentido verdadero tiene un significado mucho más profundo: el poder estar en el lugar del otro, el poder sufrir con el otro, el poder tocar el corazón del otro y también el de uno mismo. Eso me permite salir muchas veces de mí mismo, me permite romper mi egoísmo, me permite romper mis propias barreras que no me dejan encontrarme y acercarme. Es por eso que todos los signos de Jesús en este evangelio comienzan diciendo: “tuvo compasión”; es decir: pudo descubrir lo que pasaba en el corazón del que estaba delante de Él. No empezó a plantear teorías o pensamientos (que lo alejarían del otro) sino que pudo ver la necesidad del corazón del que estaba en frente y pudo sufrir con él. Por eso sanó a los enfermos, por eso dio de comer a aquellos que lo necesitaban; por eso con esos cinco panes y esos dos pescados comieron hasta saciarse.
Los problemas empiezan cuando Jesús les pide a los discípulos que tengan esa misma compasión. Les dice, “denles de comer ustedes mismos”, y esto los angustia: tenemos cinco panes y dos pescados, no podemos hacer nada. ¿Qué es lo que yo puedo hacer desde mi lugar? En vez de darles de comer, como dice Jesús, ellos piensan: mandalos a sus casas, hasta acá llegamos. Se abruman, “¿Qué es lo que voy a poder hacer yo frente a estos cinco mil hombres, sus mujeres y niños?”
Muchas veces nosotros pasamos por la misma sensación que los discípulos. ¿Cuántas veces pensamos que lo que nosotros podemos hacer es poco y nada? Desde lo sencillo, desde cuando alguien nos pide algo en una esquina; tendemos a pensar, no en lo que me pide el niño que están en la calle, sino, ¿qué es lo que yo puedo cambiar de la situación de este chico?, o ¿qué es lo que yo puedo cambiar de la situación del país? Cuando alguien se nos presenta y prácticamente nos vuelca encima su vida, con todas sus angustias, pensamos ¿qué es lo que puede hacer por el otro?, y la respuesta que nos surge es: “yo no puedo hacer nada”, en vez de empezar a valorar el estar ahí, el poder escuchar. Nos preguntamos, ¿qué es lo que puedo hacer yo por mi país desde mi lugar? Me angustio y siento que no puedo hacer nada, que es demasiado el cambio que tiene que haber. Creo que muchas veces tenemos, de diferentes maneras, la misma tentación que los discípulos: yo no puedo hacer nada, entonces me saco esto de encima; con mi propia vida, limitada, me quedo estático porque me paralizo frente a la necesidad del otro. No obstante, cuando Jesús se hace presente, Él los tranquiliza y les dice: Yo soy el que va a poner el signo, Yo soy el que voy a hacer el gesto, ustedes repartan, ustedes den de esto que yo les doy. Ahí es cuando todo de alguna manera se hace mucho más grande. Esta es muchas veces la experiencia que tenemos cuando dejamos de lado nuestros propios miedos y dejamos que Jesús actúe.
Voy a poner algunos ejemplos de lo que me pasó esta semana. Como ustedes saben, acabo de llegar de misionar; estuve en Misiones estos últimos diez días. La primera experiencia cuando vamos a misionar es que todo nos desborda, que nosotros no nos podemos hacer cargo de una situación. En general vamos a lugares mucho más pobres del lugar en el que estamos nosotros, vemos la necesidad social que hay, necesidad de educación, necesidad de alimentos, necesidad afectiva, gente abandonada, y a uno le surge: ¿qué es lo que yo puedo hacer? Esa es la primera tentación que uno tiene: yo vine acá, pero en realidad todo me desborda.
Más allá de eso, cuando van transcurriendo los días, uno empieza a descubrir cuando pone a Jesús en el medio, cómo hay un montón de gestos que multiplican, cómo hay un montón de signos que van más allá. A mí me habían pedido que vaya a una casa porque había una chica que estaba con muchos problemas que no quería hablar con nadie y necesitaban que alguien hable con ella. Entonces, el último día antes de venirme para acá, voy a visitarla, y creo que fue la casa más rápida de todas. Llegué y le dije a la dueña de casa: “Hola, vengo a ver a tu hija, que le pediste a los misioneros que la pase a visitar…”, y me dice: “No, Padre, quédese tranquilo, ya no es necesario.” “¿Cómo que no es necesario?”, le digo yo. Entonces me empieza a hablar del encuentro de jóvenes que nosotros habíamos hecho. A éste se habían acercado alrededor de setenta jóvenes, una de las chicas había dado un testimonio de su familia y después habían hecho grupos de a cuatro; y me dice, “¿vio que había un grupito en el que lloraban mucho? Era el grupo de mi hija, estaba contando su historia por primera vez.” En un espacio donde uno piensa que no se hace nada fuera de lo común, un encuentro de jóvenes, una chica pudo abrir el corazón por primera vez, pudo contar su vida. Después salió, volvió a ir a la escuela cuando hace días no quería ir, empezó a estar mucho mejor. Entonces uno se pregunta, ¿qué es lo que hice? No hice mucho. En realidad, armamos una dinámica, hicimos grupitos, pero a una chica le cambió la vida.
¿Por qué? Porque pusimos a Jesús ahí en el centro. Jesús nos llevó, y lo que nos dijo es: pongan esos cinco panes y dos pescados y no se preocupen. Lo importante no es qué era lo que había que hacer; lo importante es ponerse en el lugar, escuchar al otro, compartir. Como éste podemos poner un montón de ejemplos de la misión, donde un montón de estos gestos se iban multiplicando, donde estos gestos cada vez se hacían más fuertes, donde los chicos sentían que todo los desbordaba. Yo pensaba, cuando leía el evangelio, ¿cuál habrá sido el pensamiento de los discípulos cuando al principio dijeron “mandalos a sus casa” y al final vieron doce canastas llenas de alimentos? Seguramente se vieron desbordaros, no entienden qué es lo que está pasando. Porque para entenderlo tengo que compadecerme, tengo que vivir este sentimiento, tengo que no asustarme ni querer sacarme el problema de encima. Tengo que estar con el otro, animarme, y desde mi lugar, hacer lo pequeño que yo puedo hacer, que no es solamente dar de aquello que parece comprado. Esto es lo que dice Isaías en la primera lectura, ¿por qué compran cosas o se alimentan de cosas que no valen la pena? “Vengan conmigo”, dice Dios. Tomen y coman sin pagar vino y leche de madre. ¿De qué cosas nos alimentamos? ¿Nos alimentamos de la Palabra de Dios? Porque nuestra sensación es que no podemos solucionar económica, social o afectivamente la vida del otro. Pero cuando nos dejamos alimentar de esa Palabra de Dios, hay un montón de cosas en las cuales podemos acompañar y estar, en las cuales podemos escuchar, acompañar, ponernos al servicio, ser solidarios, compartir la vida. Tendremos que ver la situación, y fijarnos cómo podemos estar con el otro desde ese lugar. Esa es la clave, no sacarme el problema de encima, sino el estar y compartir. En el ejemplo que yo les ponía, ¿qué es lo que hace posible el gesto en la misión? Que estamos ahí diez días. Las cosas y los días van pasando y uno va viendo un montón de gestos y de signos, y cómo la gente se quiere aferrar a eso. No les llevamos ropa, no les llevamos comida, no es que les solucionamos la situación social,  pero la gente les pedía a los chicos: “Por favor, quédense. Estén con nosotros.” Eso es lo que pide Jesús, que estemos presentes en la vida de los demás, que acompañemos. A veces en el silencio, a veces en el dolor, a veces sufriendo, pero estando ahí. Todos tenemos la experiencia, aún en los momentos más difíciles que hemos pasado en la vida, de la presencia de alguien a nuestro lado como un sostén, un signo de Dios para nosotros.
Pidámosle a este Jesús que es el que hace los milagros, a este Jesús que con muy poco nos da mucho, que nosotros nos demos cuenta que el que trabaja es Él, que nosotros nos animemos a ser ese signo, ese gesto que está presente, para que de esa manera, Jesús haga posible ese milagro.

Lecturas:
*Isa 55,1-3
*Sal 144
*Rom 8,35.37-39

*Mt 14,13-21

No hay comentarios:

Publicar un comentario