jueves, 3 de julio de 2014

Homilía: “¿Quién dicen ustedes que soy Yo?” – Santos Pedro y Pablo

Hace unos años salió en el cine una película sobre la vida de Ed Wood, que fue un director, actor, productor. Nació a principios del siglo pasado en Nueva York, después estuvo en la Segunda Guerra Mundial, y en la década del ’50 se dedicó a hacer películas, pero que no tuvieron mucha preponderancia. Si bien hoy es un director de culto para grupos más pequeños, en su momento se lo calificó como el peor director de la historia del cine así que es bastante curioso que se haya llevado su vida al cine.
En un momento él está en crisis, porque no era muy buen director de cine, le costaba mucho conseguir sponsors para sus películas, entonces hacía obras de teatro y juntaba plata para poder filmar, intentaba convencer a la gente, se la pasaba luchando por aquello que quería. Cuando está a punto de largarlo todo, muy bajoneado, se le aparece Orson Wells y le dice: “Vale la pena luchar por tus propios sueños, o te vas a pasar toda la vida realizando los de los demás.”
Creo que esa frase que a Ed lo vuelve a motivar, es algo que todos tendríamos que aprender en la vida: pelear por aquello que verdaderamente queremos. Me hizo acordar al deseo de las mujeres, cuando uno ve en las novelas o en las propagandas, “quiero que luches por mí”, “quiero que pelees por mí”. Y es el deseo que todos tenemos; que la otra persona se la juegue por mí en la vida, que la otra persona pelee por aquello que es valioso. Pero a veces peleamos por tonterías en la vida, gastamos un montón de energía y de tiempo, hasta nos ponemos agresivos con un montón de cosas que son triviales y que no valen la pena, y a la primera de cambio dejamos atrás nuestros sueños, nuestros deseos más profundos. “Uh, esto es difícil”, y lo largamos. Sin embargo descubrimos en los profundo de nuestro corazón este deseo. Aquello en lo que tendríamos que poner nuestra energía, canalizar bien nuestra agresividad, lo vamos dejando de lado.
A veces cuando escucho a la gente hablando del mundial me río, porque en vez de pensar “que la selección juegue mejor”, decimos: que corran más, que pongan más ganas, que pongan más garra; en vez de que jueguen al fútbol, que es lo que hacen. Les exigimos eso; pero entonces la pregunta es ¿por qué no nos lo exigimos a nosotros en la vida? Que en el fondo es lo que nos realiza.
A mí me pasa muchas veces que de pronto siento que desaproveché el día, que no hice casi nada, que estaba con fiaca, y cuando llego al final del día tengo como un gusto amargo en el corazón. No solamente porque no hice nada, no por un deber ser, sino porque siento que ese día no me dio nada en mi corazón, no me dejó nada. No es necesario que uno esté trabajando, pero a veces uno llega re cansado de un montón de cosas que hizo, y se siente como realizado, se va a dormir en paz, se va a dormir tranquilo porque siente que pudo hacer un montón de cosas, que pudo darse. Esto uno lo puede hacer hasta de vacaciones, no es que uno lo tiene que hacer en medio del trabajo y acumular cosas; sino sentir que aproveché lo que me iba apareciendo a lo largo del día. Más aún, si damos un paso más, sentir que luché por aquello que quería y que deseaba.
Hoy en la fiesta de los santos Pedro y Pablo; Pablo nos dice en la segunda lectura: “concluí la carrera, peleé el buen combate de la fe”. Y uno lo primero que pensaría es, ¿la fe es un combate, una pelea, una lucha? Es el buen combate dice Pablo, aquello que yo quería y que yo deseaba. Parece que le costó, lo siente así. El problema que tenemos nosotros es que en general pensamos en los santos de estampita, los santos del final de la vida, como si fueran superhéroes. Nos olvidamos de que tuvieron que hacer un recorrido largo durante su vida para llegar ahí, que les costó. Pablo lo dice claro, “peleé el buen combate”; tuvo que pelear durante su vida con un montón de cosas. “Conservé la fe”, uno siente como que llegó con la lengua afuera directamente, como diciendo: “por fin llegué a la meta porque me costó”. Todas las cosas importantes en la vida, en general cuestan. Podría hacer pasar a los padres de familia, a ver que me digan si es fácil llevar una familia adelante. Podrían pasar novios o matrimonios a contar si es fácil llevar un matrimonio, llevar un noviazgo en serio; si no hay que pelearlo, si no hay que lucharlo. Hasta una amistad, una amistad verdadera. No una amistad de que me queda cómodo o bien con el otro, sino una amistad donde hay momentos en la vida donde al otro lo quiero matar, donde me cuesta un montón. Ahí se pone verdaderamente en juego, ahí profundizo mi amistad. Así podríamos ver cada uno de los vínculos.
Ahora, como les decía antes, luchamos por tantas cosas triviales, y a veces nos quejamos cuando tenemos que luchar por cosas que verdaderamente valen la pena. Viene un joven por ejemplo, y me dice: “la estoy luchando con la facultad”. ¡Qué bueno! Qué bueno que la luches con la facultad y no con una pavada, qué bueno que tengas que poner energías en eso. “La estoy luchando por mi familia”; ¿no te gustaría luchar por tener una familia? Pensémoslo en abstracto, salgamos un poquito de lo arduo; porque en general miramos lo arduo, y no lo bueno que tiene eso. Gastemos la vida en las cosas importantes. Como hace poco les dije, la vida no se trata de “pasarla bien” (a ver, a mí también me gusta pasarla bien; no estoy loco); la vida se trata de amar, pelear por las cosas que quiero. Eso es lo que me realiza. Eso es lo que descubrió Pablo. “Peleé el buen combate”, es: pude amar a Jesús hasta el final de mi vida, pude mantener esa fe que quiero y que deseo a pesar de los contratiempos, a pesar de lo difícil. Esa misma invitación nos hace a nosotros. La misma invitación que nos podría hacer Pedro.
En la primera lectura Pedro está preso. Y podríamos imaginarnos qué es lo que está pensando: “¿cómo me metí en esto?”. Está preso, lo acaban de matar a Santiago, así que ya sabe lo que se le viene. Si lo mataron a Santiago, por efecto dominó, te toca a vos. Le están dando un escarmiento. Sin embargo, yo me imagino a Pedro mucho más contento que cuando traicionó a Jesús. Me imagino que el momento donde estuvo triste fue cuando no peleó por esa fe, cuando no peleó por Jesús, cuando no se la jugó. Se siente triste porque no pudo pelear por lo que quería. Sin embargo en esto que es mucho más arduo, mucho más difícil; cuando está en la cárcel, a punto de dar la vida, debe estar realizado. Tendría miedo, pero está feliz. “Hago lo que quiero.” “Ahora sí me la juego por esto.”
Entonces, podríamos decir que nuestra vida se va a determinar por aquello por lo que estamos dispuestos a pelear y a luchar. También se va a determinar cuando bajemos los brazos. Pero cuando tendemos a bajar los brazos tenemos una ventaja, porque Pablo dice, “el Señor estuvo a mi lado”. En los momentos de oscuridad, en los momentos difíciles, en los momentos que sentía que las cosas se acababan, Dios estuvo a mi lado. Eso uno recién lo mide cuando mira para atrás; en el momento es muy difícil darse cuenta. Esta es la invitación que se nos hace en la fe.
¿Queremos una fe que sea por etapas?: un rato cuando soy chico, un rato cuando soy joven y la estiro un poco más, un rato más adulto, y un rato cuando no me queda nada mejor en la vida, y bueno, mejor arreglar las cosas con Dios antes de tener que vernos cara a cara. O ¿quiero que sea todo un camino y un proceso? Pero para eso hay que pelearlo, para eso hay que lucharlo, para eso tengo que decir en el corazón: “yo estoy dispuesto a sacrificarme por esto”. No hay vuelta atrás. Si no, la pregunta es ¿en qué momento lo voy a dejar de hacer? Porque a veces pueden venir momentos difíciles en la vida. Para los que son más jóvenes, se va a acabar el momento, varias veces algunos de ustedes vienen a hablar y me dicen, “no siento tanto a Jesús”, “rezo y no pasa nada, no descubro nada”, “tengo aridez en el corazón”. La pregunta ahí es si quiero permanecer, si lo quiero volver a elegir, y si profundizo. Obvio, cuando sentimos estamos todos ahí. Cuando me cuesta más sentir presente a Jesús, ahí tengo que elegirlo, ahí me la tengo que jugar, ahí tengo que ver si yo quiero permanecer, si quiero que Jesús sea parte de mi vida. Puede ser porque pasa algo que no encuentro sentido, que no lo entiendo, porque alguien está sufriendo, porque yo estoy sufriendo, y me tengo que repreguntar sobre la imagen de Dios. Puede ser por mi propio pecado, que siento que soy limitado. Sin embargo, si tomamos las figuras de hoy, San Pedro y San Pablo no son un modelo en ese sentido; tenían pecados, y bastante grandes, y la Biblia no los esconde. San Pedro negó a Jesús, lo traicionó; digo: yo no lo conozco, no sé quién es. San Pablo mataba cristianos, así que no eran pinturitas en su vida. En la estampita quedan muy bien pero en su momento les costó. Ahora, ¿por qué son lo que son? Porque descubrieron a Jesús.
La pregunta del evangelio de hoy es, “¿Quién dicen ustedes que soy Yo?” Si se la hubieran hecho al final de su vida a Pablo y a Pedro, seguramente habían alcanzado una madurez en la fe, donde entendieron mucho más quién es Jesús. Porque pasaron por todos los momentos de la vida. Una de las cosas que aprendieron es que Jesús era totalmente misericordioso, que estaba siempre dispuesto a perdonar y a dar nuevas posibilidades. Por eso sobre ellos se funda la Iglesia, porque entendieron el corazón de Jesús. Esa es la pregunta para nosotros, quién es Jesús para nosotros. A veces me preguntan ¿cómo rezamos? Podríamos rezar así esta semana. Podríamos detenernos un rato y preguntarnos en el corazón, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué significa Jesús para mí?, animarnos en el corazón a responder esta pregunta, animarme en el corazón a ver si voy descubriendo esta faceta de Dios; este amor, esta misericordia, esta entrega, esta generosidad que tiene. ¿Para qué? Para poder llevarla a los demás. Una vez que Pedro y Pablo encuentran su propio límite y debilidad, se encuentran con los demás. Ya no los asusta el límite, la debilidad, el pecado del otro. Saben que Dios llega hasta lo más profundo.
Hoy la pregunta para nosotros es si como Pedro y Pablo, estamos dispuestos a descubrir nuestra vocación cristiana, y a llevarla a los demás. Pero para eso tenemos que pasar por este evangelio, siempre. Respondernos quién es Jesús para nosotros.
Animémonos esta semana a dejar resonar esta pregunta en nuestro corazón, y darle una respuesta a Jesús.

Lecturas:
*Hech 12,1-11
*Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9
*2Tim 4,6-8.17-18

*Mt 16,13-19

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