Hace unos
años salió en el cine una película sobre la vida de Ed Wood, que fue un
director, actor, productor. Nació a principios del siglo pasado en Nueva York,
después estuvo en la Segunda Guerra Mundial, y en la década del ’50 se dedicó a
hacer películas, pero que no tuvieron mucha preponderancia. Si bien hoy es un
director de culto para grupos más pequeños, en su momento se lo calificó como
el peor director de la historia del cine así que es bastante curioso que se
haya llevado su vida al cine.
En un momento
él está en crisis, porque no era muy buen director de cine, le costaba mucho
conseguir sponsors para sus películas, entonces hacía obras de teatro y juntaba
plata para poder filmar, intentaba convencer a la gente, se la pasaba luchando
por aquello que quería. Cuando está a punto de largarlo todo, muy bajoneado, se
le aparece Orson Wells y le dice: “Vale la pena luchar por tus propios sueños,
o te vas a pasar toda la vida realizando los de los demás.”
Creo que esa
frase que a Ed lo vuelve a motivar, es algo que todos tendríamos que aprender
en la vida: pelear por aquello que verdaderamente queremos. Me hizo acordar al
deseo de las mujeres, cuando uno ve en las novelas o en las propagandas, “quiero
que luches por mí”, “quiero que pelees por mí”. Y es el deseo que todos
tenemos; que la otra persona se la juegue por mí en la vida, que la otra
persona pelee por aquello que es valioso. Pero a veces peleamos por tonterías
en la vida, gastamos un montón de energía y de tiempo, hasta nos ponemos
agresivos con un montón de cosas que son triviales y que no valen la pena, y a
la primera de cambio dejamos atrás nuestros sueños, nuestros deseos más
profundos. “Uh, esto es difícil”, y lo largamos. Sin embargo descubrimos en los
profundo de nuestro corazón este deseo. Aquello en lo que tendríamos que poner
nuestra energía, canalizar bien nuestra agresividad, lo vamos dejando de lado.
A veces
cuando escucho a la gente hablando del mundial me río, porque en vez de pensar “que
la selección juegue mejor”, decimos: que corran más, que pongan más ganas, que
pongan más garra; en vez de que jueguen al fútbol, que es lo que hacen. Les
exigimos eso; pero entonces la pregunta es ¿por qué no nos lo exigimos a
nosotros en la vida? Que en el fondo es lo que nos realiza.
A mí me pasa
muchas veces que de pronto siento que desaproveché el día, que no hice casi
nada, que estaba con fiaca, y cuando llego al final del día tengo como un gusto
amargo en el corazón. No solamente porque no hice nada, no por un deber ser,
sino porque siento que ese día no me dio nada en mi corazón, no me dejó nada. No
es necesario que uno esté trabajando, pero a veces uno llega re cansado de un
montón de cosas que hizo, y se siente como realizado, se va a dormir en paz, se
va a dormir tranquilo porque siente que pudo hacer un montón de cosas, que pudo
darse. Esto uno lo puede hacer hasta de vacaciones, no es que uno lo tiene que
hacer en medio del trabajo y acumular cosas; sino sentir que aproveché lo que
me iba apareciendo a lo largo del día. Más aún, si damos un paso más, sentir que
luché por aquello que quería y que deseaba.
Hoy en la
fiesta de los santos Pedro y Pablo; Pablo nos dice en la segunda lectura: “concluí
la carrera, peleé el buen combate de la fe”. Y uno lo primero que pensaría es, ¿la
fe es un combate, una pelea, una lucha? Es el buen combate dice Pablo,
aquello que yo quería y que yo deseaba. Parece que le costó, lo siente así. El problema
que tenemos nosotros es que en general pensamos en los santos de estampita, los
santos del final de la vida, como si fueran superhéroes. Nos olvidamos de que
tuvieron que hacer un recorrido largo durante su vida para llegar ahí, que les
costó. Pablo lo dice claro, “peleé el buen combate”; tuvo que pelear durante su
vida con un montón de cosas. “Conservé la fe”, uno siente como que llegó con la
lengua afuera directamente, como diciendo: “por fin llegué a la meta porque me
costó”. Todas las cosas importantes en la vida, en general cuestan. Podría hacer
pasar a los padres de familia, a ver que me digan si es fácil llevar una
familia adelante. Podrían pasar novios o matrimonios a contar si es fácil
llevar un matrimonio, llevar un noviazgo en serio; si no hay que pelearlo, si
no hay que lucharlo. Hasta una amistad, una amistad verdadera. No una amistad
de que me queda cómodo o bien con el otro, sino una amistad donde hay momentos
en la vida donde al otro lo quiero matar, donde me cuesta un montón. Ahí se
pone verdaderamente en juego, ahí profundizo mi amistad. Así podríamos ver cada
uno de los vínculos.
Ahora, como
les decía antes, luchamos por tantas cosas triviales, y a veces nos quejamos
cuando tenemos que luchar por cosas que verdaderamente valen la pena. Viene un
joven por ejemplo, y me dice: “la estoy luchando con la facultad”. ¡Qué bueno!
Qué bueno que la luches con la facultad y no con una pavada, qué bueno que
tengas que poner energías en eso. “La estoy luchando por mi familia”; ¿no te
gustaría luchar por tener una familia? Pensémoslo en abstracto, salgamos un
poquito de lo arduo; porque en general miramos lo arduo, y no lo bueno que
tiene eso. Gastemos la vida en las cosas importantes. Como hace poco les dije,
la vida no se trata de “pasarla bien” (a ver, a mí también me gusta pasarla
bien; no estoy loco); la vida se trata de amar, pelear por las cosas que
quiero. Eso es lo que me realiza. Eso es lo que descubrió Pablo. “Peleé el buen
combate”, es: pude amar a Jesús hasta el final de mi vida, pude mantener esa fe
que quiero y que deseo a pesar de los contratiempos, a pesar de lo difícil. Esa
misma invitación nos hace a nosotros. La misma invitación que nos podría hacer
Pedro.
En la primera
lectura Pedro está preso. Y podríamos imaginarnos qué es lo que está pensando: “¿cómo
me metí en esto?”. Está preso, lo acaban de matar a Santiago, así que ya sabe
lo que se le viene. Si lo mataron a Santiago, por efecto dominó, te toca a vos.
Le están dando un escarmiento. Sin embargo, yo me imagino a Pedro mucho más
contento que cuando traicionó a Jesús. Me imagino que el momento donde estuvo
triste fue cuando no peleó por esa fe, cuando no peleó por Jesús, cuando no se
la jugó. Se siente triste porque no pudo pelear por lo que quería. Sin embargo
en esto que es mucho más arduo, mucho más difícil; cuando está en la cárcel, a
punto de dar la vida, debe estar realizado. Tendría miedo, pero está feliz. “Hago
lo que quiero.” “Ahora sí me la juego por esto.”
Entonces,
podríamos decir que nuestra vida se va a determinar por aquello por lo que
estamos dispuestos a pelear y a luchar. También se va a determinar cuando
bajemos los brazos. Pero cuando tendemos a bajar los brazos tenemos una
ventaja, porque Pablo dice, “el Señor estuvo a mi lado”. En los momentos de
oscuridad, en los momentos difíciles, en los momentos que sentía que las cosas
se acababan, Dios estuvo a mi lado. Eso uno recién lo mide cuando mira para
atrás; en el momento es muy difícil darse cuenta. Esta es la invitación que se
nos hace en la fe.
¿Queremos una
fe que sea por etapas?: un rato cuando soy chico, un rato cuando soy joven y la
estiro un poco más, un rato más adulto, y un rato cuando no me queda nada mejor
en la vida, y bueno, mejor arreglar las cosas con Dios antes de tener que
vernos cara a cara. O ¿quiero que sea todo un camino y un proceso? Pero para
eso hay que pelearlo, para eso hay que lucharlo, para eso tengo que decir en el
corazón: “yo estoy dispuesto a sacrificarme por esto”. No hay vuelta atrás. Si no,
la pregunta es ¿en qué momento lo voy a dejar de hacer? Porque a veces pueden
venir momentos difíciles en la vida. Para los que son más jóvenes, se va a
acabar el momento, varias veces algunos de ustedes vienen a hablar y me dicen, “no
siento tanto a Jesús”, “rezo y no pasa nada, no descubro nada”, “tengo aridez
en el corazón”. La pregunta ahí es si quiero permanecer, si lo quiero volver a
elegir, y si profundizo. Obvio, cuando sentimos estamos todos ahí. Cuando me
cuesta más sentir presente a Jesús, ahí tengo que elegirlo, ahí me la tengo que
jugar, ahí tengo que ver si yo quiero permanecer, si quiero que Jesús sea parte
de mi vida. Puede ser porque pasa algo que no encuentro sentido, que no lo
entiendo, porque alguien está sufriendo, porque yo estoy sufriendo, y me tengo
que repreguntar sobre la imagen de Dios. Puede ser por mi propio pecado, que
siento que soy limitado. Sin embargo, si tomamos las figuras de hoy, San Pedro
y San Pablo no son un modelo en ese sentido; tenían pecados, y bastante
grandes, y la Biblia no los esconde. San Pedro negó a Jesús, lo traicionó;
digo: yo no lo conozco, no sé quién es. San Pablo mataba cristianos, así que no
eran pinturitas en su vida. En la estampita quedan muy bien pero en su momento les
costó. Ahora, ¿por qué son lo que son? Porque descubrieron a Jesús.
La pregunta
del evangelio de hoy es, “¿Quién dicen ustedes que soy Yo?” Si se la hubieran
hecho al final de su vida a Pablo y a Pedro, seguramente habían alcanzado una
madurez en la fe, donde entendieron mucho más quién es Jesús. Porque pasaron
por todos los momentos de la vida. Una de las cosas que aprendieron es que
Jesús era totalmente misericordioso, que estaba siempre dispuesto a perdonar y
a dar nuevas posibilidades. Por eso sobre ellos se funda la Iglesia, porque
entendieron el corazón de Jesús. Esa es la pregunta para nosotros, quién es
Jesús para nosotros. A veces me preguntan ¿cómo rezamos? Podríamos rezar así
esta semana. Podríamos detenernos un rato y preguntarnos en el corazón, ¿quién
es Jesús para nosotros?, ¿qué significa Jesús para mí?, animarnos en el corazón
a responder esta pregunta, animarme en el corazón a ver si voy descubriendo
esta faceta de Dios; este amor, esta misericordia, esta entrega, esta generosidad
que tiene. ¿Para qué? Para poder llevarla a los demás. Una vez que Pedro y
Pablo encuentran su propio límite y debilidad, se encuentran con los demás. Ya no
los asusta el límite, la debilidad, el pecado del otro. Saben que Dios llega
hasta lo más profundo.
Hoy la
pregunta para nosotros es si como Pedro y Pablo, estamos dispuestos a descubrir
nuestra vocación cristiana, y a llevarla a los demás. Pero para eso tenemos que
pasar por este evangelio, siempre. Respondernos quién es Jesús para nosotros.
Animémonos esta
semana a dejar resonar esta pregunta en nuestro corazón, y darle una respuesta
a Jesús.
Lecturas:
*Hech 12,1-11
*Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9
*2Tim 4,6-8.17-18
*Mt 16,13-19
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