miércoles, 16 de julio de 2014

Homilía: “Jesús esparce la Palabra de Dios en todos lados” – XV domingo durante el año

Hay un reformista socialista danés, Jacob Riis, que tiene una imagen que a mí me gusta mucho. Él contaba que cuando las cosas no le salían bien, cuando se le hacía difícil, cuando no encontraba los caminos, cuando se sentía desilusionado, iba a donde estaban los hombres que picaban la piedra (esto era a principios del siglo pasado). Veía cómo le daban cada vez más fuerte a la roca y la roca no se rompía, no se rompía, hasta que en el “golpe 101” la roca se partía. Él tenía la certeza de que la roca no se había roto por ese golpe, sino por los cien anteriores. Esa es la imagen que me viene a la mente cuando escucho esta parábola. Jesús termina diciendo: “El que tenga oídos que oiga.” En general en esta parábola que todos conocemos mucho, ponemos la atención en la buena tierra: que mi corazón sea buena tierra, un corazón que escuche… Pero lo primero que llama la atención de la parábola es que hay un Jesús que esparce esa semilla, esa Palabra de Dios, que “tira” la Palabra de Dios en todos lados. No es que cuida a ver cuál es el terreno que hay.
En general, y sobre todo en esta época de la agricultura donde hay que aprovechar al máximo cada cosita, cuando uno siembra lo hace en el mejor terreno y espera el mejor momento. Sin embargo, Jesús no dice que tira semillas al borde del camino y vienen los pájaros y se las comen, y que tira otras entre las rocas, otras entre espinas, y recién otras que caen en buena tierra. El sembrador siempre va haciendo eso, no se cansa. Lo primero que nos muestra esta parábola, es que Jesús se anima a esparcir esa Palabra de Dios, a intentar que germine, en cualquier terreno y en cualquier circunstancia. Él no tiene miedo de lo que va a pasar, no tiene miedo de que esa semilla se pierda. A veces a nosotros nos pasa cuando tenemos que decirle algo a alguien y pensamos, “¿Para qué se lo voy a decir de nuevo si ya se lo dije veintiocho veces y no me escucha”; “con él no vale la vena”; o “no, acá yo no voy a decir lo que pienso porque en este lugar, esta gente no escucha, no presta atención”. Tendemos a perder la esperanza, a bajar los brazos, a creer que nada es posible. Jesús no dice, “bueno, hasta acá llegué, se acabó”; Jesús dice, “Yo sigo tirando la semilla, Yo tengo esa posibilidad y lo voy a hacer.”
¿Por qué hace esto Jesús? ¿Por qué se anima a desaprovechar (según nuestra manera de ver las cosas), esa Palabra? ¿Por qué “gasta saliva”, aunque está casi seguro de que no va a pasar nada? Porque si lo hace, sabe que hay una oportunidad, aunque sea una en cien o en doscientos; sabe que si lo sigue haciendo se puede escarbar hasta llegar a la buena tierra. Jesús sabe que si sólo busca la buena tierra, hay un montón de gente que queda en el camino; que si no tira entre piedras o entre espinas, si no tira en el camino, hay un montón de gente que va quedando de costado y que ya no tiene posibilidades, la Palabra no va a entrar en su corazón. Entonces Jesús, por más que se tenga que cansar, por más que se tenga que desgastar, por más que parezca muchas veces que se desilusiona, incluso que fracasa, lo sigue intentando. Es más, en el evangelio a veces vemos que expresa esto; en Juan leemos que una vez le dice a los discípulos: “¿Ustedes quieren irse también?”, como diciendo: “nadie me escucha”. Pero aún desilusionado sigue intentando, sigue buscando, sigue hablando, sigue esparciendo esa Palabra de Dios. ¿Por qué lo hace? En primer lugar, como les digo, porque sabe que es la única posibilidad, aun en esos terrenos duros, de que la Palabra llegue. Pero en segundo lugar, porque Jesús nos conoce. Jesús sabe que en cada uno de nosotros, aun en los que somos más duros de corazón, hay buena tierra. Jesús conoce siempre nuestra profundidad, conoce bien cómo somos, y por eso no tiene miedo de esparcir la semilla. Tal vez esa buena tierra nuestra en este momento esté tapada por espinas, por rocas, por ocho capas de hormigón; pero Jesús sabe que tirando e insistiendo esa semilla pueda llegar al corazón, casi como la gotita de agua que va cayendo y de a
poquito va llegando hasta lo profundo. Por eso siempre insiste y siempre busca, porque tiene la esperanza en aquello que conoce y que ama. Sabe que si lo busca, va a encontrar nuestro corazón, va a encontrar nuestra buena tierra. No es una semilla que se pierde y que se vuela nada más. Es una semilla que va buscando hasta en los recovecos, para ir encontrando ese corazón y esa buena tierra. Jesús no va a perder nunca la posibilidad de tocar esa buena tierra; esa es la invitación para nosotros también. Cuando nos desesperanzamos, cuando creemos que no se puede, que no lo podemos lograr, que los caminos no se pueden seguir, que le hemos pegado cien veces a la piedra, animémonos a seguir buscando, a seguir intentando. En el fondo va a terminar dando fruto.
Lo tercero es, ¿qué es el fruto? En general tendemos a confundir o identificar los frutos con el éxito. Esto lo hemos hablado alguna vez. Vivimos en un mundo donde lo único que sirve es el éxito. Sin embargo, esa es la manera de mirar del mundo, no es la manera de mirar de Jesús. ¿Solamente el que tiene éxito tiene fruto? ¿Esa es la manera de mirar? Vamos a poner un ejemplo: cuando tenemos que dar un examen, ¿cuál es el fruto del examen? Aprobar. El fruto del examen es aprobar; si yo no apruebo no di fruto, y si apruebo di fruto. Sin embargo, podemos empezar a considerar un montón de cosas más, porque el aprobar puede ser un fruto consecuencia de un camino, pero me puedo copiar, y ¿eso es un buen fruto? Puedo no haber estudiado nada porque tengo mucha capacidad, porque “me sobra para esto”, y aprobé. Pero, ¿eso dio fruto? Puedo haber dicho, “bueno, intento zafar con un cuatro”, y ¿me sirvió de mucho eso? Sin embargo, más allá de si aprobé o no, puedo haber estudiado, puedo haber aprendido, puedo haber intentado varias veces con algo que me fue arduo, que me fue difícil, que me fue moldeando el corazón, puedo haber permanecido. El problema es que los frutos están un escalón más abajo; para descubrirlos tengo que profundizar, va con las actitudes de corazón, ¿de qué manera soy y vivo? Eso lo podríamos aplicar a un montón de otros ejemplos. En el trabajo, ¿el fruto está en el empresario exitoso? O ¿no hay un montón de personas que trabajan en lo secreto y buscan? Un montón de personas que tienen que ir de un trabajo al otro para mantener una familia, ¿no tiene un montón de frutos eso también? El intentarlo, el permanecer, el no bajar los brazos. Así podríamos ver un montón de cosas, en las cuales los frutos se ven en cómo se va moldeando mi corazón. Por eso va más allá de donde cae la semilla. La semilla va a buscar los frutos, y los frutos se trabajan en lo arduo.
Hace unos días me vino a ver una persona; había fallecido su mamá. Más allá de la tristeza lógica, venía a dar gracias. Porque decía que después del responso de la madre, ella había ido a tomar algo con el hermano, y se había reconciliado después de veintidós años. “Durante veintidós años no me hablé con mi hermano; y a pesar de este momento difícil, esto nos unió”. Aún en lo difícil de la muerte, pudieron sacar un fruto de reconciliación, de perdón, de encuentro. Esa es la manera con la que mira Jesús. Jesús mira el corazón y mira lo que hacemos. Mira nuestras actitudes, nuestros valores, y cómo nos vamos formando. Mira cómo es nuestro servicio, cómo es nuestra solidaridad, mira cómo es el perdón. Hasta en momentos difíciles, donde nos peleamos, donde discutimos, ¿somos capaces de sacar nuevos frutos? ¿Somos capaces de acercarnos a los otros, de escuchar, de intentar entender, de perdonar, de pedir perdón, de ayudar al que lo necesita? Eso es lo que nos invita hoy a mirar Jesús. El fruto es aquél que va moldeando cada día un corazón más grande. Pero para eso tenemos que aprender a cambiar la vida, tenemos que mirar no solamente el éxito, sino aquello que nos hace mejores personas, aquello que nos acerca más a Jesús, aquello que cambia mi mirada y la mirada de los demás.
Tal vez, como cambio de miradas, les cuento otra historia que tiene que ver con gente que picaba la piedra. Cuentan que un hombre iba caminado y llega a una cantera. Había un hombre picando piedras y le pregunta, mientras él seguía golpeando y golpeando al rayo del sol, ¿qué está haciendo? Este hombre enojado lo mira y le dice: “estoy rompiendo piedras”, como diciendo: “qué pregunta tonta”. El hombre no se desanima, sigue caminado y llega a un segundo hombre que también está golpeando la piedra, sudando, cansado, y le pregunta que está haciendo. Éste contesta también medio enojado: “estoy haciendo un escalón”. Sigue caminado, encuentra un tercer hombre y repite la misma pregunta. El hombre se da vuelta con una sonrisa y le dice “estoy construyendo una catedral”.
Jesús nos invita a mirar los frutos, aquellos que nos ayudan a construir catedrales, a caminar hacia el cielo.

Lecturas:
*Isa 55, 10-11.
*Sal 64,10.11.12-13.14
*Rom 8, 18-23

*Mt 13, 1-23

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