Hay un
reformista socialista danés, Jacob Riis, que tiene una imagen que a mí me gusta
mucho. Él contaba que cuando las cosas no le salían bien, cuando se le hacía
difícil, cuando no encontraba los caminos, cuando se sentía desilusionado, iba
a donde estaban los hombres que picaban la piedra (esto era a principios del
siglo pasado). Veía cómo le daban cada vez más fuerte a la roca y la roca no se
rompía, no se rompía, hasta que en el “golpe 101” la roca se partía. Él tenía
la certeza de que la roca no se había roto por ese golpe, sino por los cien
anteriores. Esa es la imagen que me viene a la mente cuando escucho esta
parábola. Jesús termina diciendo: “El que tenga oídos que oiga.” En general en
esta parábola que todos conocemos mucho, ponemos la atención en la buena
tierra: que mi corazón sea buena tierra, un corazón que escuche… Pero lo
primero que llama la atención de la parábola es que hay un Jesús que esparce
esa semilla, esa Palabra de Dios, que “tira” la Palabra de Dios en todos lados.
No es que cuida a ver cuál es el terreno que hay.
En general, y
sobre todo en esta época de la agricultura donde hay que aprovechar al máximo
cada cosita, cuando uno siembra lo hace en el mejor terreno y espera el mejor
momento. Sin embargo, Jesús no dice que tira semillas al borde del camino y
vienen los pájaros y se las comen, y que tira otras entre las rocas, otras entre
espinas, y recién otras que caen en buena tierra. El sembrador siempre va
haciendo eso, no se cansa. Lo primero que nos muestra esta parábola, es que
Jesús se anima a esparcir esa Palabra de Dios, a intentar que germine, en
cualquier terreno y en cualquier circunstancia. Él no tiene miedo de lo que va
a pasar, no tiene miedo de que esa semilla se pierda. A veces a nosotros nos
pasa cuando tenemos que decirle algo a alguien y pensamos, “¿Para qué se lo voy
a decir de nuevo si ya se lo dije veintiocho veces y no me escucha”; “con él no
vale la vena”; o “no, acá yo no voy a decir lo que pienso porque en este lugar,
esta gente no escucha, no presta atención”. Tendemos a perder la esperanza, a
bajar los brazos, a creer que nada es posible. Jesús no dice, “bueno, hasta acá
llegué, se acabó”; Jesús dice, “Yo sigo tirando la semilla, Yo tengo esa
posibilidad y lo voy a hacer.”
¿Por qué hace
esto Jesús? ¿Por qué se anima a desaprovechar (según nuestra manera de ver las
cosas), esa Palabra? ¿Por qué “gasta saliva”, aunque está casi seguro de que no
va a pasar nada? Porque si lo hace, sabe que hay una oportunidad, aunque sea
una en cien o en doscientos; sabe que si lo sigue haciendo se puede escarbar
hasta llegar a la buena tierra. Jesús sabe que si sólo busca la buena tierra,
hay un montón de gente que queda en el camino; que si no tira entre piedras o
entre espinas, si no tira en el camino, hay un montón de gente que va quedando
de costado y que ya no tiene posibilidades, la Palabra no va a entrar en su
corazón. Entonces Jesús, por más que se tenga que cansar, por más que se tenga
que desgastar, por más que parezca muchas veces que se desilusiona, incluso que
fracasa, lo sigue intentando. Es más, en el evangelio a veces vemos que expresa
esto; en Juan leemos que una vez le dice a los discípulos: “¿Ustedes quieren
irse también?”, como diciendo: “nadie me escucha”. Pero aún desilusionado sigue
intentando, sigue buscando, sigue hablando, sigue esparciendo esa Palabra de
Dios. ¿Por qué lo hace? En primer lugar, como les digo, porque sabe que es la
única posibilidad, aun en esos terrenos duros, de que la Palabra llegue. Pero
en segundo lugar, porque Jesús nos conoce. Jesús sabe que en cada uno de
nosotros, aun en los que somos más duros de corazón, hay buena tierra. Jesús conoce
siempre nuestra profundidad, conoce bien cómo somos, y por eso no tiene miedo
de esparcir la semilla. Tal vez esa buena tierra nuestra en este momento esté
tapada por espinas, por rocas, por ocho capas de hormigón; pero Jesús sabe que
tirando e insistiendo esa semilla pueda llegar al corazón, casi como la gotita
de agua que va cayendo y de a
poquito va llegando hasta lo profundo. Por eso siempre insiste y siempre busca, porque tiene la esperanza en aquello que conoce y que ama. Sabe que si lo busca, va a encontrar nuestro corazón, va a encontrar nuestra buena tierra. No es una semilla que se pierde y que se vuela nada más. Es una semilla que va buscando hasta en los recovecos, para ir encontrando ese corazón y esa buena tierra. Jesús no va a perder nunca la posibilidad de tocar esa buena tierra; esa es la invitación para nosotros también. Cuando nos desesperanzamos, cuando creemos que no se puede, que no lo podemos lograr, que los caminos no se pueden seguir, que le hemos pegado cien veces a la piedra, animémonos a seguir buscando, a seguir intentando. En el fondo va a terminar dando fruto.
poquito va llegando hasta lo profundo. Por eso siempre insiste y siempre busca, porque tiene la esperanza en aquello que conoce y que ama. Sabe que si lo busca, va a encontrar nuestro corazón, va a encontrar nuestra buena tierra. No es una semilla que se pierde y que se vuela nada más. Es una semilla que va buscando hasta en los recovecos, para ir encontrando ese corazón y esa buena tierra. Jesús no va a perder nunca la posibilidad de tocar esa buena tierra; esa es la invitación para nosotros también. Cuando nos desesperanzamos, cuando creemos que no se puede, que no lo podemos lograr, que los caminos no se pueden seguir, que le hemos pegado cien veces a la piedra, animémonos a seguir buscando, a seguir intentando. En el fondo va a terminar dando fruto.
Lo tercero
es, ¿qué es el fruto? En general tendemos a confundir o identificar los frutos
con el éxito. Esto lo hemos hablado alguna vez. Vivimos en un mundo donde lo
único que sirve es el éxito. Sin embargo, esa es la manera de mirar del mundo,
no es la manera de mirar de Jesús. ¿Solamente el que tiene éxito tiene fruto?
¿Esa es la manera de mirar? Vamos a poner un ejemplo: cuando tenemos que dar un
examen, ¿cuál es el fruto del examen? Aprobar. El fruto del examen es aprobar;
si yo no apruebo no di fruto, y si apruebo di fruto. Sin embargo, podemos
empezar a considerar un montón de cosas más, porque el aprobar puede ser un
fruto consecuencia de un camino, pero me puedo copiar, y ¿eso es un buen fruto?
Puedo no haber estudiado nada porque tengo mucha capacidad, porque “me sobra
para esto”, y aprobé. Pero, ¿eso dio fruto? Puedo haber dicho, “bueno, intento
zafar con un cuatro”, y ¿me sirvió de mucho eso? Sin embargo, más allá de si
aprobé o no, puedo haber estudiado, puedo haber aprendido, puedo haber
intentado varias veces con algo que me fue arduo, que me fue difícil, que me
fue moldeando el corazón, puedo haber permanecido. El problema es que los
frutos están un escalón más abajo; para descubrirlos tengo que profundizar, va
con las actitudes de corazón, ¿de qué manera soy y vivo? Eso lo podríamos
aplicar a un montón de otros ejemplos. En el trabajo, ¿el fruto está en el
empresario exitoso? O ¿no hay un montón de personas que trabajan en lo secreto
y buscan? Un montón de personas que tienen que ir de un trabajo al otro para
mantener una familia, ¿no tiene un montón de frutos eso también? El intentarlo,
el permanecer, el no bajar los brazos. Así podríamos ver un montón de cosas, en
las cuales los frutos se ven en cómo se va moldeando mi corazón. Por eso va más
allá de donde cae la semilla. La semilla va a buscar los frutos, y los frutos
se trabajan en lo arduo.
Hace unos
días me vino a ver una persona; había fallecido su mamá. Más allá de la
tristeza lógica, venía a dar gracias. Porque decía que después del responso de
la madre, ella había ido a tomar algo con el hermano, y se había reconciliado
después de veintidós años. “Durante veintidós años no me hablé con mi hermano;
y a pesar de este momento difícil, esto nos unió”. Aún en lo difícil de la muerte,
pudieron sacar un fruto de reconciliación, de perdón, de encuentro. Esa es la
manera con la que mira Jesús. Jesús mira el corazón y mira lo que hacemos. Mira
nuestras actitudes, nuestros valores, y cómo nos vamos formando. Mira cómo es
nuestro servicio, cómo es nuestra solidaridad, mira cómo es el perdón. Hasta en
momentos difíciles, donde nos peleamos, donde discutimos, ¿somos capaces de
sacar nuevos frutos? ¿Somos capaces de acercarnos a los otros, de escuchar, de
intentar entender, de perdonar, de pedir perdón, de ayudar al que lo necesita?
Eso es lo que nos invita hoy a mirar Jesús. El fruto es aquél que va moldeando
cada día un corazón más grande. Pero para eso tenemos que aprender a cambiar la
vida, tenemos que mirar no solamente el éxito, sino aquello que nos hace
mejores personas, aquello que nos acerca más a Jesús, aquello que cambia mi
mirada y la mirada de los demás.
Tal vez, como
cambio de miradas, les cuento otra historia que tiene que ver con gente que
picaba la piedra. Cuentan que un hombre iba caminado y llega a una cantera. Había
un hombre picando piedras y le pregunta, mientras él seguía golpeando y
golpeando al rayo del sol, ¿qué está haciendo? Este hombre enojado lo mira y le
dice: “estoy rompiendo piedras”, como diciendo: “qué pregunta tonta”. El hombre
no se desanima, sigue caminado y llega a un segundo hombre que también está
golpeando la piedra, sudando, cansado, y le pregunta que está haciendo. Éste contesta
también medio enojado: “estoy haciendo un escalón”. Sigue caminado, encuentra
un tercer hombre y repite la misma pregunta. El hombre se da vuelta con una
sonrisa y le dice “estoy construyendo una catedral”.
Jesús nos
invita a mirar los frutos, aquellos que nos ayudan a construir catedrales, a
caminar hacia el cielo.
Lecturas:
*Isa 55, 10-11.
*Sal 64,10.11.12-13.14
*Rom 8, 18-23
*Mt 13, 1-23
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