martes, 8 de julio de 2014

Homilía: “Vengan a Mí” – domingo XIV durante el año

En la película “7 años en el Tibet”, Heinrich y Peter, intentan escalar una montaña, no pueden por las condiciones climáticas, comienza la Segunda Guerra Mundial, quedan atrapados, se logran escapar, y después de un largo periplo llegan a Lhasa, al Tibet. Se encuentran con una cultura totalmente distinta, los dejan vivir en la ciudad (estaba prohibido para los extranjeros), y en un momento conocen a una chica, nativa del Tibet que va para hacerles unos trajes. Después de tantos años, ambos se enamoran e intentan seducirla. Buscan técnicas de seducción, cada uno tendrá las suyas. Heinrich, que había sido campeón olímpico, que escalaba, muy famoso, empieza a hacer alarde de todo lo que había logrado en la vida. Sin embargo, se encuentra con una cultura totalmente distinta, que no quiere eso, sino que busca más el abajamiento, el pasar desapercibido, el hacerse pequeño a los ojos de su dios.
Llega un momento en que están los tres dando vueltas por un mercado y encuentran unos zapatos para patinar sobre hielo. Después de una conversación graciosa -donde el dueño les dice que eran unos cuchillos para cortar elefantes porque no sabía para que servían- los compran, y le quieren enseñar a ella a patinar. Heinrich empieza a hacer cien millones de piruetas, y cuando termina de hacer la última, se da vuelta y se da cuenta de que Peter le está enseñando, y de que está mujer no le está prestando ningún tipo de atención. Mientras él quería deslumbrar con todas las “magias” que podía hacer, el otro se había puesto a su altura. Y de a poquito le iba enseñando, “caminá despacito”, “mirá para adelante”, “si te caes no pasa nada”. Alguien que de alguna manera le transmitía: yo te entiendo, te comprendo, y te acompaño.
Pensaba qué difícil es encontrar personas que sentimos que nos acompañan en la vida hoy. Que están con nosotros, que nos entienden, que nos esperan, que nos tienen paciencia. Creo que en general la mayoría de nosotros nos sentimos como exigidos en la vida. Como que siempre tenemos que hacer algo más, como que nunca se llega. Siempre falta, siempre hay que dar un paso más. Siempre se nos está pidiendo algo. Cuando llego a un lugar, como que no me puedo detener ahí, me siento que me vuelven a exigir algo nuevo. A veces esto se da en todos los ámbitos de nuestra vida, y me cuesta encontrar un lugar donde descansar, un lugar donde puedo compartir, abrirme, quedarme tranquilo, reposar.
Creo que si le preguntamos a alguien cómo se siente, la primera respuesta es clásica: “bien”. “¿Cómo estás?”, “Bien.”. Y que no nos digan nada más, porque decimos “¿Para qué le pregunté?”. A veces tendríamos que pensar las preguntas que hacemos, porque no tenemos muchas ganas de escuchar las respuestas del otro. Pero la segunda respuesta que creo que más se escucha es “cansado”. “¿Cómo estás?”, “Cansado.”. Siempre estamos cansados. Pareciera que la vida nos lleva para ese lado. Nos sentimos agobiados, cansados, exigidos; como que nunca alcanza. Creo que la mayoría de nosotros desearíamos que el día tuviera más de veinticuatro horas porque es muy difícil llegar a todo lo que tenemos que hacer. En alguna oportunidad, hablando con ustedes, les pregunto, ¿qué hiciste ayer?, y me contestan una lista eterna de cosas. ¿Dónde querían hacer algo más entonces? “Y no sé, pero tendría que haber hecho algo.” Tenemos esa ilusión de: “tendría que haber hecho algo más”. Pero no entra por ningún lado, no hay manera. Pero el mundo nos pide eso, no nos deja descansar. Vivimos en un mundo muy individualista, donde siempre se tiene que apostar por más, siempre se tiene que lograr más, y nunca termino. Es una carrera en la que se me pide una perfección tan grande que me siento angustiado. O me frustro porque no llego, o me angustio, o me canso y en algún momento quiero largar todo, y decir que esto no alcanza. Nos sentimos exigidos por todos lados, nos sentimos tironeados. Desde el colegio, desde la facultad, desde los trabajos. A veces hasta en las mismas familias. Siempre se pide algo más. Por eso el sentimiento que brota en nosotros es: “estoy cansado”. Cuando se nos hace un ratito libre uno quizás pregunta, “¿qué vas a hacer?” “Nada”. “No quiero hacer absolutamente nada”, ni siquiera algo recreativo a veces, porque siento que tengo que hacer algo, entonces prefiero no hacer nada.
Hoy escuchamos en el evangelio alguien que nos dice que nos entiende en eso. Porque la invitación de Jesús es: Vengan a Mí todos los que están agobiados. Todos los que están cansados, todos los que se sienten exigidos, vengan y descansen en Mí.
Es curioso porque el comienzo de este evangelio es casi contrario a lo que el mundo hoy nos pide. Porque Jesús empieza diciendo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y  de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla.” Se las ocultaste a los que se la saben todas, a los que tienen éxito en todo, y se las revelaste a los pequeños, a los que sienten que no pueden, a los que necesitan de los demás, a los que el mundo deja de costado, a esos se las revelas.
Lo primero que nos dice Jesús es que para ir a Él, tenemos que sentir esa necesidad en el corazón. Tenemos que descubrir que no podemos por nosotros mismos. Algo que dicho así es una obviedad, pero que muchas veces no lo vivimos de esa manera. Necesitamos de los demás necesitamos de Jesús. En Él, Jesús nos dice: -Vengan y descansen. Cuando estén agobiados, vengan y anímense. Yo no les voy a pedir nada, ni les voy a exigir nada. Anímense a venir, y reposar; a encontrar en mí como un manantial, un lugar en el que uno reposa.- También cuando estamos afligidos, cuando tenemos un montón de cosas que no nos cierran, que no entendemos, que estamos mal, que estamos sufriendo, que las cosas son difíciles, Jesús nos dice: -Vengan a Mí; yo los voy a entender, los voy a comprender, los voy a acompañar. No les voy a estar exigiendo o pidiendo cosas. Vengan y descansen.-
Es llamativo porque casi que las dos cosas se pueden dar en nuestra vida de manera simultánea. Vivimos en un mundo que por un lado nos exige mucho, pero llega un momento en el que nos descarta, y dice: bueno, listo, ya está. Y no sólo por edad, sino porque quedás fuera del sistema, o porque no pensás de la misma manera, quedás como descartado. Uno pasa de sentir que no le alcanza el tiempo, a sentir que no sirve para nada, que no hay nadie que le importe lo que yo puedo decir, lo que yo puedo hacer, lo que yo pueda enseñar, lo que yo pueda acompañar. En ambos casos, la invitación que nos hace Jesús es: -Vengan y descansen en Mí, porque mi carga es liviana, mi yugo es suave.- Jesús está acostumbrado a ver que la gente está con un montón de cargas en la vida. En la vida y en la fe. Y nos dice: -Vengan, yo no les voy a poner cargas. Es más, esas cargas pónganlas sobre Mí; cuando se sienten mal, cuando están perdidos, cuando están cansados, pongan todo eso sobre Mí; Yo lo llevo por ustedes.-
Hoy podríamos pensar si nos animamos a poner en Jesús esas cargas, esas cosas en las que sentimos que nadie nos ayuda. A rezarle, a ponerlas en sus manos, a confiar en Él, a descubrir en Él ese lugar de descanso. Lo que pasa es que para eso, lo que tengo que hacer a veces es cambiar mi mirada sobre Jesús y sobre la fe. Porque volvemos a tener la misma tentación que aparece en este evangelio. Porque también en nuestra religión, en nuestra fe, nos ponemos un montón de cargas, un montón de preceptos, un montón de cosas que se tienen que hacer, que se tienen que cumplir. Y Jesús les dice: -miren, Yo no les pongo cargas, vengan y descansen.- Y nosotros siempre tenemos la misma tentación y volvemos a lo mismo; como Iglesia volvemos a hacer lo mismo, volvemos a poner un montón de cargas, de prescripciones, “tenés que hacer esto”, “tenés que cumplir con esto”, “si no hacés esto estás afuera”; exigimos y exigimos. Cuando empiecen a sentir esto, no escuchen tanto a los curas, no me escuchen a mí, y escúchenlo a Jesús que dice: -mi carga es liviana.- Cuando alguien tenga la tentación de decir algo contrario, escuchemos a Jesús: -Descansen en Mí. Esto no es lo que yo quiero para ustedes, Yo quiero que en Mí sientan un lugar de reposo.- ¿Por qué hace esto Jesús? Porque mira nuestros corazones. Porque descubre lo que necesitamos. Nos invita a nosotros a descubrir esa necesidad que tenemos del otro que está a mi lado.
Tal vez, volviendo a la película, Jesús es el que patina con nosotros, es el que se pone a nuestro lado. No es el que se pone a hace piruetas, diciendo: mirá todo lo que sé, mirá todo lo que yo puedo hacer, mirá lo bueno que soy, todos los preceptos con los que cumplo. Jesús no hace eso. No porque cumpliera o no cumpliera. Lo primero que hizo fue eso, ponerse a nuestro lado. Era Dios, no tenía ninguna necesidad; y bajó. Dijo: me encarno, estoy con ustedes, patino con ustedes; estoy a su lado, los acompaño.
A mí una imagen del deporte que me encanta es el patinaje artístico en parejas, cuando están los dos juntitos, y que hay momentos que están juntos, momentos que se sueltan. Siento que Jesús hace lo mismo. Hay momento que nos levanta, hay momentos que nos lleva de la mano, hay momentos que nos suelta, que nos dice: ya podés patinar vos solo. Y cuando sentimos que nos vamos a caer nos vuelve a levantar, nos vuelve a llevar. “Podés descansar en mí”, “quedate tranquilo”, “yo te voy a enseñar”, “yo soy paciente y humilde”, dice Jesús. Creo que son dos de los atributos que más nos falta descubrir hoy en día. Estas dos virtudes. Paciencia; si preguntase quiénes tienen paciencia, serían muy pocos, yo no voy a levantar mucho la mano. Empezando por la comida, por ejemplo. Todo es fast food, si tarda más de tres minutos espero que me den algo. Vamos al banco y hay cola, “¿cómo puede haber cola?” Está lenta Internet, “no, ¿cómo puede tardar tanto?” No tenemos paciencia para nada. El profesor tarda en entregarme la nota, “es un chanta.” ¿A quién le tenemos paciencia hoy? Y Jesús dice: Yo soy paciente, vengan; Yo tengo paciencia. Y la humilidad; la humildad de que es el más grande y no le importa brillar, está tranquilo en quién es. Sabe que si se hace el más grande hay un montón que quedan afuera. Si Jesús se la cree, hay un montón que no se van a acercar. ¿Quién se acerca al que se la cree?, ¿quién es capaz de abrirle el corazón a aquél que saca chapa? Uno se siente pequeño y no se anima a abrir el corazón. O piensa: “no, para que me diga esto”, “para que piense esto de mí”. Se ve que Jesús mostraba algo totalmente distinto, ¿por qué? Porque era humilde. La gente se acercaba, le contaba sus problemas, sus dificultades. Tal vez Jesús sólo los escuchaba, y en otros momentos les decía, ¿por qué no probás por acá? Esa humildad y esa paciencia que siempre nos tiene, es la que hace que nosotros podamos descansar en Él. Esa es la invitación hoy de Jesús, que nos animemos a descubrir en Él ese lugar de reposo: “Vengan a Mí”.
Animémonos esta semana a ir a Él. A rezarle, a descansar; a encontrar alguien que nos entiende, que nos acompaña y que nos     protege y nos cuida. Cuando sintamos que ya estamos un poco mejor, que ya estamos cómodos, animémonos a ser eso. Pablo dice, “el Espíritu habita en ustedes”; bueno, también nosotros podemos ser humildes, pacientes, podemos ser un lugar de descanso para los demás.
Pidámosle a Jesús que pongamos nuestro corazón en sus manos, que dejemos nuestros problemas, nuestras cargas en Él. Que descubriendo esta humildad y esta paciencia que también a nosotros se nos invita a tener, seamos también un lugar de descanso para los demás.

Lecturas:
*Zac 9, 9-10.
*Sal 144,1-2.8-9.10-11.13cd-14
*Rom 8,9.11-13
*Mt 11, 25-30

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