miércoles, 17 de septiembre de 2014

Homilía: “Si tu hermano peca, corrígelo en privado” – XXIII domingo durante el año

En la última versión de la película de Robin Hood, con Russel Crow, llega un momento en que Robin y William Marshal, el antiguo canciller, se dan cuenta de que hay toda una conspiración para invadir Inglaterra desde Francia; Godfrey acaba de traicionar al Rey Juan y se está viniendo todo el ejército francés a invadir Inglaterra. Entonces Marshal va a contarle a la Reina Leonor lo que está ocurriendo; ella, desde que murió Ricardo y asumió Juan, tiene una mala relación con Juan, no le gusta el camino que ha ido tomando, y sabe que no va a escuchar lo que le diga. Entonces, habla con la mujer de Juan, Isabel, una francesa, y le cuenta lo que tiene que decirle. Al oír lo que estaba pasando, que su mejor amigo lo había traicionado y lo venía a invadir, le dice: “No a mí no me va a escuchar.” Entonces Leonor le dice: “A vos te ama, a vos te va a escuchar. Y si algún día quieres ser reina, esta es tu última oportunidad, sino no habrá reino que puedas reinar.” Entonces, Isabel va, le empieza a contar todo a Juan, que se enfurece, no sabe si creerle o no, e Isabel termina diciéndole: “Si no me crees, si crees que miento, si no crees que esto lo hago por amor aun teniendo que decirte lo que te duela, acá tienes este cuchillo, puedes matarme, termina ahora.” Bueno, Juan le cree a Isabel, y la película sigue.
¿Por qué Leonor le pide a Isabel que hable con Juan? Porque sabe que él está enamorado, y por eso tiene la certeza de que le va a prestar atención, aun con aquello que no quiere o que le cuesta escuchar. Juan puede escucharlo de aquella persona que le tocó el corazón, de aquella persona con la que siente una deuda de amor en el corazón. A nosotros nos pasa lo mismo, aunque quizás a otro nivel;  en general escuchamos a las personas que queremos. Si voy por la calle, y alguna persona desconocida me dice: “Vos sos una mala persona”, me quedará dando vuelta un rato en la cabeza y nada más. Pero si mi mamá me dice eso, me va a afectar mucho más. Que una persona que quiero mucho me diga las cosas en las que tengo que corregir algo, me toca mucho más profundo el corazón. Uno se siente amado y sabe que el otro, por más que le cueste pasar un montón de barreras, lo hace por su bien.
De eso nos habla Pablo en la segunda lectura: que la única deuda entre ustedes sea en el amor. Si hay algo que se tienen que deber los unos a los otros, que sea justamente cuánto se quieren, cuánto se aman. Esto es complejo, porque en general cuando utilizamos la palabra “deuda”, en lo que menos pensamos es en el amor. Pensamos que debemos plata, una cosa u otra; pero la certeza más grande que podemos tener en el corazón de que estamos creciendo, es que nos sentimos hasta desbordados por el amor del otro. Seguramente alguna vez hemos experimentado que el otro como que nos ama demasiado, que el amor del otro nos desborda, que no podemos amar como el otro nos ama. No sólo en los noviazgos o matrimonios, sino también en una amistad, en un vínculo padre-hijo, en una relación de hermanos. Esto a veces nos angustia, nos da vértigo. ¿Por qué el otro me quiere tanto? ¿Por qué el otro me ama tanto? A veces, en vez de querer crecer en ese amor, para amar de la misma manera, terminamos tomando distancia. Me quiero ir, quiero escapar de esto. Me siento tan abrumado por eso amor que la primera reacción es: tengo que alejarme. Sin embargo, ese no es el camino. La Madre Teresa, “santasa” si las hay, decía: “el amor se paga con amor”. La única forma que tengo de devolver, de pagar el amor que me dieron, es amando. Si yo me siento desbordado por el amor del otro, lo que tengo que hacer es pedirle a Dios que me ayude a amar mejor, que aumente mi amor en cantidad y calidad, que yo pueda abrir mi corazón en vez de ponerle límites.
Hoy nos enseñan que yo tengo que medir hasta donde amo; no me tengo que entregar tanto, no tengo que amar tanto. Entonces me voy poniendo límites. Y cuando alguien me da un amor muy desinteresado se nota, porque me cuesta un montón. Pero la reacción que tendría que ser más natural es: quiero amar más, quiero amar como Jesús ama, quiero abrir el corazón, quiero amar de una manera nueva, quiero descubrir que yo también puedo amar así. ¿Por qué? Porque eso me hace feliz, porque la experiencia más grande que puedo tener es cuando me siento querido y amado. Esa es la experiencia de crecer en comunidad. Eso es lo que nos dice Pablo: si ustedes quieren crecer en comunidad, empiecen amarse cada vez más. Que otro sienta esa experiencia en el corazón, y quiera devolverla, y quiera pagarla, que sienta esa deuda. ¿Para qué? Para que también se convierta, para que también cambie.
A veces, cuando pasa algo, uno piensa, ¿cómo puedo castigar al otro? Y si lo pensamos bien, creo que la mejor manera es amarlo, amarlo más. Y el otro en algún momento va a sentir que alguien le toca el corazón de una manera diferente. Si quieren el mejor ejemplo es Jesús. Cuánto más se empiezan distanciar todos de Él, hace el más grande acto de amor: dar la vida. No dice: ustedes no se lo merecen. Se sigue entregando para que su amor quede manifiesto, y para que todos lo puedan ver. Por eso nos invita día a día, en comunidad, en familia, en sociedad, a crecer en ese amor.
Esto que venimos hablando se pone de manifiesto de una manera especial en el evangelio, porque esto que nos pide Jesús, corregirnos, solo se puede hacer en el amor. Yo no puedo corregir si no estoy amando al otro. Si quiero corregir sólo porque estoy enojado, o porque quiero dar una lección, eso no sirve para nada. Solamente lo estoy queriendo corregir porque tengo autoridad y quiero ejercerla. De esa manera tampoco sirve. La corrección del evangelio es la corrección del que ama, y por eso quiere lo mejor para el otro. Sin embargo, este camino que Jesús enseña es tan complicado y difícil hoy, que casi que lo vivimos al revés.
Creo que esto es tan central que lo que tendríamos que hacer es agarrar estas tres reglas que nos dio Jesús, y pegarlas en el lugar de la casa al que más vamos. Si se la pasan yendo a la heladera, peguenlo en la heladera; si están todo el día con el celular, pónganlo en el celular; si se tiran todo el día en la cama porque están con fiaca, péguenselo en el techo. Elijan el lugar, y empiecen a intentar grabarlo. Este es el camino que nos muestra Jesús para crecer. Cuando tu hermano peca (cuando hizo algo que está mal, no cuando hizo algo que a mí no me gusta, o cuando hizo algo que a mí no me cae bien), si hay una ruptura en su relación con Dios y con los demás, corrígelo en privado. Eso es lo primero que tenemos que hacer.
Sin embargo, creo que hoy el último que se entera de que hizo algo mal es mi hermano; casi que se entera el resto del mundo antes que mi hermano. Nos cuesta un montón ir a él y seguir este camino evangélico; empezamos a decírselo a los demás, y en el fondo no estamos viviendo lo que nos pide Pablo, amarnos. Cuando se lo digo a los demás, lo que menos estoy haciendo es queriendo a mi hermano; porque no me acerqué a él, porque lo hice para sacarme un peso de encima, porque lo hice porque quiero que el otro quede mal ante los demás aunque sea inconscientemente. Porque quiero que todos se enteren y lo miren de otra manera. Cada uno podrá pensar y hacer su examen de conciencia, pero esto muchas veces es puesto totalmente al revés. Jesús nos dice: primero tenés que ir a tu hermano porque eso es lo que sana, eso es amarlo. “Te doy una oportunidad.” Y porque lo que quiero, en amor, no es sacarme un peso de encima, no es sacarme mi enojo, o lo que me molesta, sino poder tratarnos como hermanos. Voy y te corrijo, voy y te doy esa posibilidad de que cambies y de que nadie más se entere, de que esto quede entre nosotros, como verdaderos hermanos.
Recién ahí, cuando me animé a ir a mi hermano y a tomar ese camino, tengo la posibilidad, si mi hermano no me escucha, de ir a dos más. Jesús dice, agarrá dos, contales, pero no para decirles: “mirá lo que pasó”, sino para con ellos ir a hablar con tu hermano. Esto tampoco lo hacemos mucho, en general cuando le contamos a alguien es para que se lo guarden, para que piensen mal; no para ir juntos y decir: “queremos que cambies”. No sólo acá en la Iglesia, en alguna comunidad, con amigos, en donde fuera. “Me da vergüenza”, a todos nos da vergüenza. “Cuesta”, sí, a todos nos cuesta. “Hay que tener valor”, mucho. El evangelio implica mucho valor. Vivir el evangelio implica coraje, implica querer dar pasos.
Por último, si con mis hermanos no me escucha, el próximo paso es ir a la comunidad. Porque el pecado daña la comunidad, el pecado lastima y termina dividiendo y separando la comunidad. Por eso ahí todos juntos tienen que ir a corregir. La comunidad se tiene que acercar. ¿Por qué? Porque quiere sanarse, porque quiere salvar al hermano que está en ese pecado, porque quiere cambiarlo. Este es el camino de la corrección fraterna que es central para crecer. Todos en algún momento nos hemos sentido lastimados y nos vamos a sentir lastimados; hemos lastimado y vamos a lastimar; la única manera de crecer con madurez en la fe es esta. Cuando leía este evangelio y descubría lo mucho que me cuesta muchas veces seguir estos caminos, pensaba que al final uno se preocupa por tantas cosas, si cumplimos o no con esto o aquello, si se prendió esta luz o no, cosas triviales, y nos olvidamos de leer verdaderamente lo que es central en el evangelio.
Esto es tan central, que en la primera lectura Dios le dice a Ezequiel: Tú eres centinela, tú eres el guardián de mi pueblo; y como centinela tenés que estar mirando. Cuando un hermano tuyo se equivoque, tenés que corregirlo. ¿Por qué? Porque si él no quiere corregirse, el pecado caerá sobre él, y la justicia caerá sobre él. Pero si vos no vas a corregirlo, el peso caerá sobre vos. Si vos no te preocupás por tu hermano, el que vas a ser juzgado sos vos. Esto no es un añadido más en el evangelio, no es algo que queda de lado. Es algo que es constitutivo de la fe. Yo me tengo que preocupar por mi hermano. Y si no lo corrijo, estoy en problemas frente a Dios. No estoy siguiendo el camino al que me invita Él, porque no estoy queriendo sanar a la comunidad. No es una carrera que corro solo y tengo que llegar a Jesús. Es una carrera en la que si voy hacia Jesús, tengo que ir levantando necesariamente a los demás, tengo que llegar con el otro, aunque vaya mucho más despacio, aunque me cueste mucho más, aunque implique romper mi vergüenza, tener valor, tener coraje. El evangelio se vive de esa manera, preocupándonos los unos por los otros. Si yo en este mundo individual empiezo a vivir mi fe, mi piedad, cada vez más individualistamente, me voy alejando de todo; me voy alejando de Jesús. Podré rezar mucho, podré hacer muchos actos de caridad, pero me olvido de leer el evangelio. El evangelio es: creemos juntos, caminamos juntos, nos preocupamos los unos por los otros. Esto es lo que hizo Jesús. Y ¿cuesta? Cuesta. Pero tenemos una certeza, esto es tan difícil, que el evangelio termina diciendo: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Jesús sabe que lo que está pidiendo es difícil, por eso les dice: tengan la certeza de que Yo estoy ahí, cuando eso lo están haciendo por amor, yo los acompaño, yo voy a estar, confíen, crean. De esa manera van a crecer como comunidad, de esa manera van a crecer como familia, de esa manera se van a sanar.
Hay una historia que cuenta que después de que arrasaron con una aldea, en África, se logró escapar un chiquito de nueve años. Este chiquito se encontró con otros hombres y mujeres de otras aldeas que también habían logrado escapar del genocidio, y empezaron a caminar juntos. Al ratito, su hermanito de cuatro años, que había escapado con él, se cansó. Entonces él lo cargó en sus hombros y siguieron caminando por el desierto. Después de unas horas uno de los hombres se acercó al niño y le dijo, “Te admiro. ¿No te cansa llevar a tu hermano sobre tus hombres?” Y el niño contestó: “No me pesa, es mi hermano.”
En el fondo no es un peso caminar con mis hermanos, sino no entendí la palabra hermano. Me compromete intrínsecamente, quiero lo mejor para Él. Por eso lo amo y quiero lo mejor para él. Por eso me preocupo, por eso busco algo nuevo. Esto es lo que hace Jesús, se compromete porque nos ama y porque nos siente verdaderamente hermanos. Eso es lo que nos invita a vivir a nosotros.
Pidámosle entonces en esta noche a Jesús, que podamos crecer como familia, que podamos crecer como comunidad, que nos podamos comprometer los unos a los otros en este camino del amor, en este camino de la corrección, en este camino del perdón.

Lecturas:
*Eze 33,7-9
*Sal 94,1-2.6-7.8-9
*Rom 13,8-10

*Mt 18,15-20

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