miércoles, 17 de septiembre de 2014

Homilía: “Me sedujiste y me dejé seducir” – XXII domingo durante el año

Una de las preguntas que me gusta hacerles a los novios cuando vienen para la entrevista antes de casarse es: ¿Cómo se conocieron? Aparte de ver cómo va cambiando la cultura (te dicen: “nos conocimos por internet”; “nos conocimos en un boliche”), una de las cosas graciosas es que muchas veces los varones dicen: “no sabés lo que tuve que trabajar”; “nos conocimos, pero no me daba mucha bola”; “fue difícil…” Pero bueno, esa persona se sentía atraída entonces buscó la forma. “Le mandaba mensajito todos los días”, hacía tal cosa o tal otra. Y uno se sorprende de que el otro haya puesto tanto esfuerzo en seducir al otro, llegar al corazón del otro. Uno se sintió atraído, seducido, y fue buscando los caminos, las formas, para poder tocar el corazón del otro.
Ahora, ese trabajo uno lo hace cuando siente esa seducción en el corazón. Cuando se siente seducido, y después pasa al enamoramiento y al crecimiento en el amor, uno empieza a hacer cosas que no haría en otras circunstancias. Si no ninguno de esos novios “perdería” tanto tiempo intentando conquistar a la otra. Porque la seducción es como una fuerza en el corazón que hace que uno vaya más allá. Uno se siente muchas veces seducido por personas, y por eso hace un montón de opciones; a veces se siente seducido por proyectos, y por eso también hace otro montón de opciones. Sentimos como un torrente, un tsunami en el corazón, que nos lleva para adelante y nos da fuerzas. Es más, yo creo que el problema es cuando uno siente que no lo seduce nada, cuando uno siente que nada le toca el corazón; porque es como que empezamos a apagarnos, a estar apáticos, no hay nada que nos mueva. Es más, a veces vemos que esto les pasa a personas cercanas, que nada los mueve, y nos da ganas como de pegarles un cachetazo, decirles: “¡Despertate! ¡Tiene que haber algo que te movilice, encontrálo!” Esa experiencia de la seducción es la que nos da vida, es la que nos lleva para adelante  y que en distintos momentos tenemos que renovar.
Jeremías tiene una experiencia similar en la primera lectura: “me sedujiste y me dejé seducir”, dice. Es casi como un lenguaje insolente para hablarle a Dios; como que Dios va buscando seducirte. ¿Vieron que a veces la palabra “seducción” tiene una connotación negativa? Jeremías nos dice que Dios hace eso, va buscando la forma de tocar el corazón, y llega un momento en el que ya no puede hacer otra cosa. Esta seducción es motivo de queja para Jeremías, no es que está contento con este tema (por lo menos en este momento, suponemos que en muchos otros momentos sí). ¿Por qué? Porque se le complicó el ser profeta, las cosas no son como él quiere, como él espera. Tiene que renunciar a que la gente lo quiera porque la gente está enojada por lo que anuncia, lo echan del pueblo; sin embargo, Jeremías dice: “siento un fuego abrazador en el corazón”, no puede hacer otra cosa. ¿Por qué? Porque esto es lo que en mi corazón quema. Todo lo demás, que lo enoja, que se le hace difícil, él es capaz de renunciarlo por aquello que hoy toca su corazón, por aquello que lo puso en camino. Esto es también a lo que nos invita Jesús a nosotros día a día. En la medida en que nos sintamos seducidos, vamos a seguir ese camino. Pero esto no significa que no haya momentos en los que eso se vuelve difícil, en donde eso se complica. Nos empezamos a preguntar las cosas.
En el evangelio de hoy, que es como el segundo capítulo de lo que leíamos el domingo pasado, sucede algo parecido. Pedro responde: “Tú eres el Mesías”, y Jesús lo elogia, y le dice: Tú eres Pedro, y sobre ti voy a fundar mi Iglesia. Sin embargo, más allá de la seducción que Jesús generó en Pedro, que va a dejar todo por Él, llega un punto en que a Pedro le cuesta, un punto en que el plan de Jesús no es tan atractivo. Cuando Jesús empieza a decir que el Mesías va a sufrir, que el Mesías debe dar la vida, Pedro dice: no, esto no es parte del plan. Es en ese momento donde Pedro se come el reto más fuerte quizás de todo el Nuevo Testamento: “Ve detrás de mí, Satanás.” Pedro es una tentación para Jesús, lo invita a salir del camino. Por eso Jesús le dice: volvé a ser discípulo, ve detrás, no te podés poner delante.
¿Qué es lo que está pasando? En este momento el camino se complicó para Pedro. Tiene que integrar una imagen nueva de lo que significa Jesús, una imagen nueva de lo que es la fe, una imagen nueva de lo que es el Mesías. Va a tener que preguntarse si está dispuesto a integrar en su vida de fe ese sufrimiento que Jesús tiene que hacer por él. Esto es todo un replanteo para Pedro. Seguramente se está preguntando: “¿qué es lo que hago ahora? ¿Lo sigo a Jesús o no?” Tal vez, como sabemos el desenlace de que lo siguió, en palabras de Jeremías sería: “tú me sedujiste y me dejé seducir, y a pesar de que no entiendo, sigo este camino”. Tiene que renunciar a su imagen de Dios, tiene que renunciar a sus planes, tiene que renunciar a Jesús incluso: va a tener que dejar que Jesús muera. En el camino, aún en aquellas cosas en las que nos sentimos más seducidos, hay momentos donde las renuncias se nos hacen difíciles, nos crean una carga, nos son complicadas. Ya que le pregunto a los novios cómo se conocieron; después de veinte años a ustedes les podría preguntar: ¿cuáles han sido las dificultades en el camino del matrimonio? ¿Por qué cosas han tenido que optar? ¿Qué cosas se les hicieron difíciles en el camino de las renuncias? Porque uno tiene que ir haciendo renuncias, uno tiene que ir dejando cosas. Uno se va cuestionando: ¿estoy dispuesto a renunciar a esto? Para poder hacerlo tengo que descubrir la vida que hay delante, la vida que se me ofrece. Eso lo posibilita.
Ayer en la misa con los niños en la Capilla, hice pasar a algunos matrimonios, y les preguntaba: ¿a qué cosas renunciaron cuando fueron padres? “Uh, un montón.”, era la respuesta en seguida. Pero cuando les preguntaba, “¿volverías para atrás?”, todos me decían que no. ¿Por qué? Porque hay una vida ahí; hay una vida que me llama a dejar cosas que tal vez en otro contexto no dejaría. Renuncio a ellas por algo que es mucho más grande: dar vida. Los hijos son ese fruto que uno ve delante. Entonces, la renuncia cobra un sentido cuando yo veo la vida que hay delante, cuando yo lo puedo entender. Sin embargo entra en crisis cuando no veo la vida, cuando no veo el fruto. En el matrimonio pasa lo mismo, si dejo de ver los frutos, deja de ser esa vida en comunión y en el amor; me empiezo a preguntar, ¿por qué voy a renunciar a todo esto?, ¿por qué voy a hacer esta opción?, ¿por qué me voy a sacrificar en esto? Lo mismo en los proyectos, cuando se hacen arduos. Obviamente, a veces las crisis vienen porque se me hizo difícil, pero las crisis más grandes se dan cuando yo no veo la vida que está adelante.
Lo mismo sucede en el camino de fe. Pedro tiene que hacer una renuncia pero para poder hacerla tiene que descubrir la vida que Jesús le da. Si él no ve la vida que Jesús le da, no puede seguir ese camino; no es capaz. Todos sabemos que esto termina con Jesús teniendo que transfigurarse delante de Pedro, para que vea esa vida. A partir de ahí se anima a hacer todas las renuncias que tiene que hacer. La invitación a nosotros es lo mismo. Cuando uno se pregunta el porqué de esta renuncia, de tener que dejar esto atrás, es descubrir qué vida hay allá, y a partir de ahí poder seguir.
En la fe esto tiene un problema más grande aún, porque el sufrimiento y el dar la vida que hace Jesús, es algo que también los discípulos tienen que aprender a asumir. El regalo de la vida eterna que nos hace Jesús, sí o sí implica el paso por la muerte. Y uno de alguna manera puede llegar a prepararse para ese momento, pero también implica sufrimiento y momentos difíciles en la vida, implica tener que integrar eso en una vida de fe, y eso es complejo, es difícil. Implica todo un proceso complicado en el corazón. ¿Por qué tengo que perder esta vida que tenía? ¿Por qué tengo que lucharla, pelearla, pasar por momentos de crisis? ¿Por qué tengo que pasar por momentos que no comprendo, por cosas que le pasan a los demás y no termino de entender y de comprender? Eso también es parte del camino de la vida y del camino de la fe. Eso va a cuestionar nuestra fe, sin embargo Jesús debía pasar por esto.
Es curioso porque esto da sentido a lo que es el sufrimiento. Jesús dice: no es que quiero pasar por esto, debo pasar por esto. Jesús descubre que para dar vida, tiene que tomar ese camino, que para dar vida tiene que entregarse, que para que los demás tengan vida tiene que tomar la cruz; no hay otra forma. Y nosotros también vamos a tener momentos en los que vamos a tener que hacer ciertas cosas, y no nos va a cerrar, no lo vamos a entender, no lo vamos a comprender; nos va a pasar como a Pedro, aún en nuestra propia vida. La tentación va a ser querer sacárnoslo de encima, pero hay cosas que no vamos a poder; hay ciertas pruebas, hay ciertos momentos que son difíciles, que son complejos, y que no entendemos. No entendemos la voluntad de Dios, no entendemos qué es lo que nos pasa, y ahí es cuando vamos a tener que dejar de controlar las cosas y poner nuestra vida en Él. Vamos a tener que soltar el volante, dejar que Jesús nos lleve, aún en ese momento difícil, confiar en Él. No hay otro camino, porque vamos a ver que hay un montón de respuestas que no aparecen; que las buscamos pero que no las encontramos. Jesús nos va a decir: seguime, “ve detrás de Mí.” Pedro no puede comprender qué es lo que está pasando, lo que puede hacer es caminar detrás de Jesús y dejarse guiar. Ese es el salto más difícil en la fe: no entiendo, no comprendo, pero tengo que caminar detrás de Jesús, me tengo que dejar llevar por Él. Ese el salto más difícil; eso es lo que nos va a mover toda la estantería, pero esa es la invitación de Jesús: que seamos discípulos y que nos dejemos guiar, que tengamos la certeza de que la promesa de Dios, que es dar vida, va a dar fruto en nuestro corazón. No sé cómo, no sé cuándo, pero me invita a creer y a confiar. Esa es su promesa.
Pidámosle hoy a Pedro, aquél que aun cuando no entendió y no comprendió, se animó a caminar detrás de Jesús, aun cuando fue hasta retado, se animó a decir: voy detrás de Ti, Jesús, confío en vos, me entrego. Pidámosle que también nosotros seamos sus discípulos y nos animemos siempre a caminar detrás de Jesús.

Lecturas:
*Jer 20,7-9
*Sal 62,2.3-4.5-6.8-9
*Rom 12,1-2
*Mt 16,21-27


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