Una de las
preguntas que me gusta hacerles a los novios cuando vienen para la entrevista
antes de casarse es: ¿Cómo se conocieron? Aparte de ver cómo va cambiando la
cultura (te dicen: “nos conocimos por internet”; “nos conocimos en un
boliche”), una de las cosas graciosas es que muchas veces los varones dicen:
“no sabés lo que tuve que trabajar”; “nos conocimos, pero no me daba mucha
bola”; “fue difícil…” Pero bueno, esa persona se sentía atraída entonces buscó
la forma. “Le mandaba mensajito todos los días”, hacía tal cosa o tal otra. Y
uno se sorprende de que el otro haya puesto tanto esfuerzo en seducir al otro, llegar
al corazón del otro. Uno se sintió atraído, seducido, y fue buscando los
caminos, las formas, para poder tocar el corazón del otro.
Ahora, ese
trabajo uno lo hace cuando siente esa seducción en el corazón. Cuando se siente
seducido, y después pasa al enamoramiento y al crecimiento en el amor, uno
empieza a hacer cosas que no haría en otras circunstancias. Si no ninguno de
esos novios “perdería” tanto tiempo intentando conquistar a la otra. Porque la
seducción es como una fuerza en el corazón que hace que uno vaya más allá. Uno
se siente muchas veces seducido por personas, y por eso hace un montón de
opciones; a veces se siente seducido por proyectos, y por eso también hace otro
montón de opciones. Sentimos como un torrente, un tsunami en el corazón, que
nos lleva para adelante y nos da fuerzas. Es más, yo creo que el problema es
cuando uno siente que no lo seduce nada, cuando uno siente que nada le toca el
corazón; porque es como que empezamos a apagarnos, a estar apáticos, no hay
nada que nos mueva. Es más, a veces vemos que esto les pasa a personas cercanas,
que nada los mueve, y nos da ganas como de pegarles un cachetazo, decirles: “¡Despertate!
¡Tiene que haber algo que te movilice, encontrálo!” Esa experiencia de la
seducción es la que nos da vida, es la que nos lleva para adelante y que en distintos momentos tenemos que
renovar.
Jeremías
tiene una experiencia similar en la primera lectura: “me sedujiste y me dejé
seducir”, dice. Es casi como un lenguaje insolente para hablarle a Dios; como
que Dios va buscando seducirte. ¿Vieron que a veces la palabra “seducción”
tiene una connotación negativa? Jeremías nos dice que Dios hace eso, va
buscando la forma de tocar el corazón, y llega un momento en el que ya no puede
hacer otra cosa. Esta seducción es motivo de queja para Jeremías, no es que
está contento con este tema (por lo menos en este momento, suponemos que en
muchos otros momentos sí). ¿Por qué? Porque se le complicó el ser profeta, las
cosas no son como él quiere, como él espera. Tiene que renunciar a que la gente
lo quiera porque la gente está enojada por lo que anuncia, lo echan del pueblo;
sin embargo, Jeremías dice: “siento un fuego abrazador en el corazón”, no puede
hacer otra cosa. ¿Por qué? Porque esto es lo que en mi corazón quema. Todo lo
demás, que lo enoja, que se le hace difícil, él es capaz de renunciarlo por
aquello que hoy toca su corazón, por aquello que lo puso en camino. Esto es
también a lo que nos invita Jesús a nosotros día a día. En la medida en que nos
sintamos seducidos, vamos a seguir ese camino. Pero esto no significa que no
haya momentos en los que eso se vuelve difícil, en donde eso se complica. Nos
empezamos a preguntar las cosas.
En el evangelio
de hoy, que es como el segundo capítulo de lo que leíamos el domingo pasado,
sucede algo parecido. Pedro responde: “Tú eres el Mesías”, y Jesús lo elogia, y
le dice: Tú eres Pedro, y sobre ti voy a fundar mi Iglesia. Sin embargo, más
allá de la seducción que Jesús generó en Pedro, que va a dejar todo por Él,
llega un punto en que a Pedro le cuesta, un punto en que el plan de Jesús no es
tan atractivo. Cuando Jesús empieza a decir que el Mesías va a sufrir, que el
Mesías debe dar la vida, Pedro dice: no, esto no es parte del plan. Es en ese
momento donde Pedro se come el reto más fuerte quizás de todo el Nuevo
Testamento: “Ve detrás de mí, Satanás.” Pedro es una tentación para Jesús, lo
invita a salir del camino. Por eso Jesús le dice: volvé a ser discípulo, ve
detrás, no te podés poner delante.
¿Qué es lo
que está pasando? En este momento el camino se complicó para Pedro. Tiene que
integrar una imagen nueva de lo que significa Jesús, una imagen nueva de lo que
es la fe, una imagen nueva de lo que es el Mesías. Va a tener que preguntarse
si está dispuesto a integrar en su vida de fe ese sufrimiento que Jesús tiene
que hacer por él. Esto es todo un replanteo para Pedro. Seguramente se está
preguntando: “¿qué es lo que hago ahora? ¿Lo sigo a Jesús o no?” Tal vez, como
sabemos el desenlace de que lo siguió, en palabras de Jeremías sería: “tú me
sedujiste y me dejé seducir, y a pesar de que no entiendo, sigo este camino”.
Tiene que renunciar a su imagen de Dios, tiene que renunciar a sus planes,
tiene que renunciar a Jesús incluso: va a tener que dejar que Jesús muera. En
el camino, aún en aquellas cosas en las que nos sentimos más seducidos, hay
momentos donde las renuncias se nos hacen difíciles, nos crean una carga, nos son
complicadas. Ya que le pregunto a los novios cómo se conocieron; después de
veinte años a ustedes les podría preguntar: ¿cuáles han sido las dificultades
en el camino del matrimonio? ¿Por qué cosas han tenido que optar? ¿Qué cosas se
les hicieron difíciles en el camino de las renuncias? Porque uno tiene que ir
haciendo renuncias, uno tiene que ir dejando cosas. Uno se va cuestionando: ¿estoy
dispuesto a renunciar a esto? Para poder hacerlo tengo que descubrir la vida
que hay delante, la vida que se me ofrece. Eso lo posibilita.
Ayer en la
misa con los niños en la Capilla, hice pasar a algunos matrimonios, y les
preguntaba: ¿a qué cosas renunciaron cuando fueron padres? “Uh, un montón.”,
era la respuesta en seguida. Pero cuando les preguntaba, “¿volverías para
atrás?”, todos me decían que no. ¿Por qué? Porque hay una vida ahí; hay una
vida que me llama a dejar cosas que tal vez en otro contexto no dejaría. Renuncio
a ellas por algo que es mucho más grande: dar vida. Los hijos son ese fruto que
uno ve delante. Entonces, la renuncia cobra un sentido cuando yo veo la vida
que hay delante, cuando yo lo puedo entender. Sin embargo entra en crisis
cuando no veo la vida, cuando no veo el fruto. En el matrimonio pasa lo mismo,
si dejo de ver los frutos, deja de ser esa vida en comunión y en el amor; me
empiezo a preguntar, ¿por qué voy a renunciar a todo esto?, ¿por qué voy a hacer
esta opción?, ¿por qué me voy a sacrificar en esto? Lo mismo en los proyectos,
cuando se hacen arduos. Obviamente, a veces las crisis vienen porque se me hizo
difícil, pero las crisis más grandes se dan cuando yo no veo la vida que está
adelante.
Lo mismo
sucede en el camino de fe. Pedro tiene que hacer una renuncia pero para poder
hacerla tiene que descubrir la vida que Jesús le da. Si él no ve la vida que
Jesús le da, no puede seguir ese camino; no es capaz. Todos sabemos que esto
termina con Jesús teniendo que transfigurarse delante de Pedro, para que vea
esa vida. A partir de ahí se anima a hacer todas las renuncias que tiene que
hacer. La invitación a nosotros es lo mismo. Cuando uno se pregunta el porqué
de esta renuncia, de tener que dejar esto atrás, es descubrir qué vida hay
allá, y a partir de ahí poder seguir.
En la fe esto
tiene un problema más grande aún, porque el sufrimiento y el dar la vida que
hace Jesús, es algo que también los discípulos tienen que aprender a asumir. El
regalo de la vida eterna que nos hace Jesús, sí o sí implica el paso por la
muerte. Y uno de alguna manera puede llegar a prepararse para ese momento, pero
también implica sufrimiento y momentos difíciles en la vida, implica tener que
integrar eso en una vida de fe, y eso es complejo, es difícil. Implica todo un
proceso complicado en el corazón. ¿Por qué tengo que perder esta vida que
tenía? ¿Por qué tengo que lucharla, pelearla, pasar por momentos de crisis?
¿Por qué tengo que pasar por momentos que no comprendo, por cosas que le pasan
a los demás y no termino de entender y de comprender? Eso también es parte del
camino de la vida y del camino de la fe. Eso va a cuestionar nuestra fe, sin
embargo Jesús debía pasar por esto.
Es curioso
porque esto da sentido a lo que es el sufrimiento. Jesús dice: no es que quiero
pasar por esto, debo pasar por esto. Jesús descubre que para dar vida, tiene
que tomar ese camino, que para dar vida tiene que entregarse, que para que los
demás tengan vida tiene que tomar la cruz; no hay otra forma. Y nosotros
también vamos a tener momentos en los que vamos a tener que hacer ciertas
cosas, y no nos va a cerrar, no lo vamos a entender, no lo vamos a comprender;
nos va a pasar como a Pedro, aún en nuestra propia vida. La tentación va a ser
querer sacárnoslo de encima, pero hay cosas que no vamos a poder; hay ciertas
pruebas, hay ciertos momentos que son difíciles, que son complejos, y que no
entendemos. No entendemos la voluntad de Dios, no entendemos qué es lo que nos
pasa, y ahí es cuando vamos a tener que dejar de controlar las cosas y poner
nuestra vida en Él. Vamos a tener que soltar el volante, dejar que Jesús nos
lleve, aún en ese momento difícil, confiar en Él. No hay otro camino, porque
vamos a ver que hay un montón de respuestas que no aparecen; que las buscamos
pero que no las encontramos. Jesús nos va a decir: seguime, “ve detrás de Mí.”
Pedro no puede comprender qué es lo que está pasando, lo que puede hacer es
caminar detrás de Jesús y dejarse guiar. Ese es el salto más difícil en la fe:
no entiendo, no comprendo, pero tengo que caminar detrás de Jesús, me tengo que
dejar llevar por Él. Ese el salto más difícil; eso es lo que nos va a mover
toda la estantería, pero esa es la invitación de Jesús: que seamos discípulos y
que nos dejemos guiar, que tengamos la certeza de que la promesa de Dios, que
es dar vida, va a dar fruto en nuestro corazón. No sé cómo, no sé cuándo, pero
me invita a creer y a confiar. Esa es su promesa.
Pidámosle hoy
a Pedro, aquél que aun cuando no entendió y no comprendió, se animó a caminar
detrás de Jesús, aun cuando fue hasta retado, se animó a decir: voy detrás de
Ti, Jesús, confío en vos, me entrego. Pidámosle que también nosotros seamos sus
discípulos y nos animemos siempre a caminar detrás de Jesús.
Lecturas:
*Jer 20,7-9
*Sal 62,2.3-4.5-6.8-9
*Rom 12,1-2
*Mt 16,21-27
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