lunes, 1 de febrero de 2016

Homilía: “¿Me animo a ser testigo de Jesús? ¿A ser ese profeta frente a los demás?” – IV domingo durante el año

Hay una película que salió hace varios años que se llama En Busca del Destino, en la cual Will es un joven que trabaja en la limpieza de una universidad muy prestigiosa de ciencias exactas. Él es un chico muy inteligente, es un genio pero que abandonó todo ese camino. Uno de los profesores de la facultad da a un curso un problema matemático y, el que lo resuelva, tendría aprobada la materia. Para su sorpresa, aparece el problema resuelto. Le pregunta a los alumnos más brillantes que tiene pero ninguno lo ha hecho entonces pone otro problema. 

Al poco tiempo, ve a una persona, justamente de limpieza, pensando y haciendo garabatos en el pizarrón y cuando se acerca está resuelto el problema. Empieza a buscar quién es él y, cuando lo encuentra, está en la cárcel por una riña en un bar. Entonces le ofrece ser su tutor pero para eso le dice que tiene que cumplir dos cosas: Una es que estudie matemática, o más que estudiar, ir avanzando en ese don que tiene. La segunda es que vaya a un psiquiatra una vez por semana para trabajar cierta insolencia y violencia que a veces vivía. 

Él empieza a hacer todo un camino pero no se anima a encontrarse con el mismo. En un momento, cuando este psiquiatra, John, está con este hombre que no puede atravesar la barrera que impone, él le dice: “Vos sos un genio, de eso no cabe ninguna duda, pero nadie puede saber qué es lo que pasa en tu interior. Tú te crees que por haber visto un cuadro que yo tengo puedes recitar y decir quién soy yo, toda mi vida. Tú eres huérfano, pero te crees que, porque yo leí Oliver Twist, puedo saber todo lo que pasa en tu vida y quién sos vos, que un libro me puede enseñar quién sos vos. Me encantaría, me fascinaría que me hables de vos pero no te animas a hablar de tu interior, tenés miedo de hablar de quien sos vos y contar eso”.

Esto que le pasa a Will que es ese miedo de encontrarse con quien es no lo deja ser ni avanzar en la vida, no se quiere comprometer en un noviazgo porque se va a desilusionar. No quiere usar este don de la matemática, prefiere quedarse con sus amigos porque piensa que no le sirve. Creo que esto se ve muchas veces reflejado en nuestras vidas o en la vida de personas cercanas a nosotros o en la sociedad de hoy. No nos animamos a dar los saltos y los pasos que la vida nos va invitando. Por eso muchas veces nos encontramos con adolescentes que siguen siendo niños o con jóvenes que siguen siendo adolescentes o con adultos que casi que siguen siendo niños, no solo adolescentes o jóvenes. Personas mayores que les cuesta mucho tomar la vida en sus manos y también quieren seguir siendo adultos o jóvenes u otras palabras que a veces algunos usan. ¿Por qué? Porque nos cuesta mucho animarnos a tomar la vida, apropiarnos de ella, crecer, madurar, es el desafío más lindo de la vida, es fascinante porque es lo que nos da plenitud. Pero madurar implica dar un salto y muchas veces me aferro a lo anterior, me es más fácil quedarme en esto entonces me cuesta. 

Cuando uno está en el colegio no lo quiere terminar, los primeros años queremos volver atrás. Uno está en la facultad pero no tiene ganas de estar en la facultad y le cuesta. Mas allá de que a veces cueste encontrar la carrera, creo que a veces va más a lo interior, “no quiero esto, no quiero dar este salto, no me animo”. Lo mismo cuando uno empieza a ser más joven o más adulto, donde nos cuesta apropiarnos de aquello que nos toca y vamos perdiendo lo que podemos gozar de vivir en ese momento.

Qué lindo que es cuando uno se encuentra con una persona que tiene tal edad y refleja esa edad, y lo vive y da testimonio de eso. Sin embargo, a veces pareciera que es como buscar una perla, que uno no termina de encontrar o de ver, o buscar un oasis en el desierto. ¿Por qué? Porque nos dejamos llevar por esa tentación. Me quedo anclado en este momento de la vida o maduro en algunas cosas y otras las voy dejando atrás. Nos pasa lo que dice Pablo en la segunda lectura, esta lectura que eligen mucho los novios cuando se casan, en la que él dice: “Cuando yo era niño, actuaba como niño, hacía las cosas de niño pero, ahora que soy hombre, actúo como hombre y hago las cosas de hombre”. Decirlo es facilísimo, es muy simple pero después tomarlo en la vida es todo un proceso y a veces no maduramos o a veces maduramos en algunas cosas y en otras nos quedamos más infantilmente y no nos animamos a dar ciertos pasos y a ir caminando y creciendo. Por eso la invitación de Pablo es la invitación para todos, que nos animemos a crecer, ¿Por qué? Porque eso es lo que nos hace felices.

En un primer momento puede ser lindo, esa tentación de “me quedo acá”, pero después empiezo a descubrir en mi corazón que hay algo que falta, que hay algo que no me llena, que no toca mi corazón. Por eso, la invitación y mi propia vida me exige, me pide, que dé esos pasos, que me anime a caminar y ¿Qué es lo que me ayuda a eso? Lo que me dice Pablo, ¿Qué es lo central en la vida? Aprender a amar. “Les he mostrado un camino perfecto”, Pablo les viene hablando hace un montón a los corintios, es su carta más larga esta, “pero ahora les voy a mostrar un camino más perfecto”, les dice. ¿Cuál es? El camino del amor, porque el amor es el que integra las cosas. Cuando yo me puedo amar verdaderamente, me amo con mis dones y con mis defectos, con las cosas que hago bien y con mis pecados, con la edad que tengo, con el camino que recorrí; con lo que pude o no pude hacer, con los que logré o no logré, lo que me gusta y lo que no me gusta; ahí me integro. Cuando yo puedo amar al otro con lo que me gusta y lo que no me gusta, con lo que amo del otro y lo que tiraría por la ventana del otro, ahí es cuando puedo verdaderamente crecer.

Yo, cuando los novios eligen esta lectura, les digo que la eligieron porque no la leyeron bien, “el amor lo soporta todo”, ¿están dispuestos a soportar todo? “El amor lo perdona todo”, no la parte más simple del amor, ahí no nos diferenciamos, eso lo vivimos, pero el amor me llama a algo más pleno y para eso tengo que ir dando pasos y tengo que ir dando saltos. Pero esos pasos y saltos cuestan en la vida, son un desafío porque implican encontrarme conmigo mismo y el amor tensiona. Cuando yo amo, siento una tensión y esa tensión es la que me mueve y, en general, en el mundo de hoy, me quedo en un estadio anterior porque quiero romper esa tensión, quiero que la vida esté tranquila, fácil, pero eso no es lo que llena el corazón. La paso bien este ratito, puede ser, pero lo que me va a ayudar a crecer son esos saltos, que me la juegue, que me arriesgue, eso es lo central. Esto es lo que descubrió Pablo, esa es la invitación que le hace a su comunidad y por eso los invita a integrar todo.

Hace unos días estuve en una reunión de colegio en donde me hablaban maravillas de un curso, y después empezaron a comparar, como hacen siempre, todos los demás cursos con ese. “Porque este tiene este problema, este tal otro…”, y les digo, “me parece que el problema lo tenemos nosotros, que no tenemos ganas de educar parece, queremos que nos toque un curso fácil, que esté todo bien, que no traiga problemas”. Eso no es educar, a todos les gusta pero lo central, ¿Qué es? Ir acompañando al otro, ir resolviendo problemas. 

También, otro día, estábamos en una reunión y cada uno contaba problemas de su familia, su trabajo y una persona dice “no, yo no tengo ningún problema”. Otra mujer más grande, con esa simpleza y profundidad que tienen muchas veces, le dice: “Eso no puede ser porque, si no hay problemas, no hay vida”, y es central eso. Nos toca acompañar la vida y la vida es una tensión y en las tensiones aparecen dificultades, problemas, luchas pero, usando la misma palabra, ese no es el problema. El problema es que no lo asuma, que no lo enfrente, que no lo atraviese, que no me anime a dar saltos y, por eso, muchas veces tengo que luchar, enfrentar dificultades, tengo que ir dando pasos, tengo que aceptar cosas mías y cosas de los demás. Esa es la invitación constante que la vida nos trae, esa es la invitación que nos hace Jesús. 

Esto que sucede en la vida, sucede en la fe, esto es lo que le pasa a Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar. Es un problema este evangelio porque está partido, espero que hayan visto El Capitulo Anterior la semana pasada porque leyeron la primera mitad que es cuando Jesús va a la sinagoga de Nazaret. Ustedes saben que Israel tenía un solo templo que estaba en Jerusalén, ahora está destruido, y el resto, como no habían más templos, tenían sinagogas que era donde se reunían. Para hacer un paralelismo, podríamos decir que es como acá que está la catedral de la diócesis y el resto son parroquias, no sé si es la mejor imagen pero para que se den una idea. Va a esa sinagoga, Jesús lee el texto de Isaías y continúa con esto cuando dice “hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír”. La homilía más corta de la historia pero la más escandalosa y problemática. Jesús dice esto y lo primero que hace la gente es admirarse, se quedan sin aliento, “esto es lo que esperábamos, esto es lo que queríamos”. 

Sin embargo, cuando pasan esa primera sorpresa y admiración, empiezan a hacerse preguntas en su corazón, Jesús descubre lo que está pasando y les dice, continúa la homilía podríamos decir, y les pone estos dos ejemplos de Elías y Eliseo que, en tiempos de crisis, no hicieron milagros en Israel sino en tierra pagana. ¿Por qué? Porque el pueblo no se lo merecía, ellos entienden claro lo que les está diciendo Jesús y por eso pasan de la admiración al escándalo y a querer matarlo a Jesús, quieren eliminarlo, quieren sacarlo. No eran capaces de dar un salto en su corazón, Jesús los enfrentaba con un paso que tenían que dar y no querían. Por eso dice esto, “nadie es profeta en su propia tierra”. Le cuesta a Jesús.

A nosotros, crecer en la fe, nos cuesta. Por eso también nos tentamos en quedarnos como niños o adolescentes o jóvenes y, a veces, nuestra edad no solo no coincide con nuestra vida sino que tampoco con nuestra fe. Seguimos teniendo una fe muy adolescente o muy infantil donde es más fácil, nos acomodamos, nos hacemos una estructura rígida porque es más simple, solo cumplo con esto. Pero Jesús me invita a algo más. Esto es lo que pasa acá, esta gente es religiosa, no es que no son religiosos, se reunieron en la sinagoga a escuchar pero Jesús los confronta, les dice, “ahora den un paso más, que la fe de ustedes no se acomode, que tenga una tensión”. Eso es lo que no pueden. A nosotros la fe nos va a tensionar, nos va a tensionar en la vida, con los demás, hay momentos en los que no lo vamos a entender a Jesús, nos vamos a enojar con él, nos va a costar, y ahí es donde nos van a llamar a dar un paso en la confianza y en crecer. Ahí es donde se va a jugar, ¿soy capaz de dar este paso? ¿Soy capaz de animarme a crecer en esto? ¿Para qué? Para que nuestra fe coincida con nuestra edad y para que podamos encontrarnos con esas personas que son signo de Dios para los demás.

Acá Jesús se revela como profeta, cuando les dice que ningún profeta es bien recibido, ¿por qué? Porque anuncia, pero el mismo anuncio es una denuncia, muestra en su corazón lo que ellos no viven y eso en primer lugar nos pasa muchas veces a nosotros. Casi que podríamos decir que si yo no siento una tensión frente a Jesús, significa que me acomodé en la fe, no lo quiero escuchar bien. Si lo escucho bien, empiezan los problemas. Si escucho bien la segunda lectura nos pasa como a los novios, a mi me pasa, a veces no tengo ganas de perdonar, a veces no tengo ganas de soportar, de tener paciencia, de ser servicial y un montón de cosas, me cuesta. Jesús me llama a algo más y puedo poner mil excusas o puedo ser sincero y decir que me cuesta. Jesús me está pidiendo un corazón más bueno, un corazón que se ablande, que se deje afectar.

A veces, en la vida, vivimos o nos gustaría vivir como piedra, ser piedra porque la piedra no sufre, pero tampoco vive, no quiere sentir y Jesús lo que busca es ir profundizando, ir calando en nuestro corazón. Por eso siempre dice “quiero quitar el corazón de piedra y poner un corazón de carne”. Podríamos poner como niveles si quieren para que se entienda: El primer nivel es el del pensamiento, a veces encontramos esas personas en la vida que la saben toda, explican todo, todo lo que fuera pero se quedan ahí. El segundo nivel es lo que le pasa a Will en la película, el de los sentimientos, qué es lo que siento, ¿me sé encontrar con mis sentimientos? ¿Sé compartirlos? ¿Con mis emociones, con lo más profundo mío, vivirlo, darle lugar? Compartirlo con los más cercanos, eso es lo que busca Jesús, pero para eso me tengo que dejar afectar y me tengo que encontrar verdaderamente con él y esos pasos que voy errando son los que me van a ir alegrando. Ni uno se alegra cuando ve personas que no condicen con su edad, que son adultos pero son adolescentes, ni uno mismo cuando es adulto se alegra por vivir eso, eso trae como mala espina, eso en algún momento me molesta. 

Jesús lo que busca son personas que se animen a vivir la aventura de la vida, que se animen a profundizar, que se la jueguen. Por eso, no solo es profeta él sino que nos invita a nosotros a vivir lo mismo. En la primera lectura, a Jeremías se lo elige para ser profeta y se lo envía como profeta y va a tener que anunciar y, al anunciar, va a tener que hacer una denuncia y va a tener problemas por esto. Todos nosotros somos profetas. En el bautismo, se nos llama a cada uno de nosotros a ser profetas frente a los demás y voy a haber madurado en la fe cuando me anime a vivir esto, ¿me animo a ser testigo de Jesús? ¿A ser ese profeta frente a los demás? Esto en algunas cosas lo voy a poder vivir y en otras me va a costar.

Por ejemplo, venir a misa, para muchos, venir a misa es confrontar con su familia, “¿para qué vas a misa? ¿Qué sentido tiene? Que la iglesia tal cosa…”. Es un anuncio y al mismo tiempo confronta al otro y el otro me confronta a mí y, si me animo a vivirlo, a pesar de esa resistencia, a pesar de lo que el otro a veces me quiere convencer, soy profeta en esto, anuncio algo diferente. Así como lo digo en esto, lo puedo decir en un montón de cosas, algunas que podré vivir y que por ahí a algunos les sale más fácil y a otros nos cuestan y otras que son al revés. En el servicio puedo ser signo de Dios, profeta, en el amor, en la paciencia, en el perdón, en la generosidad, ser una Iglesia que sabe abrir sus puertas, una comunidad que sabe recibir y acoger a los demás , que integra y no juzga, una persona que sabe encontrarse e intentar entender al otro y muchas veces eso va a ser contracultural, va a mostrar algo distinto pero va a ser un claro signo de Dios, esa es la invitación que él nos hace.

Animémonos entonces esta semana a poner eso en oración con Dios. El nos invita a cada uno de nosotros a crecer en la fe, a dar ese salto que con la edad nos toca hoy, a ser profetas desde nuestro lugar. Pongámoslo entonces en oración, en manos de Jesús, pidámosle que nos haga testigos de él en medio del mundo. 


Lecturas: 
*Jeremías 1,4-5.17-19
*Salmo 70
*Corintios 12,31–13,13
*Lucas 4,21-30



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