miércoles, 23 de diciembre de 2015

Homilía: “Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y descubrir quiénes están a mi lado” – IV domingo de adviento

Hace unos años, un amigo mío se fue a vivir al exterior y la familia se quedó acá. Si bien no habían tantas formas de comunicación como ahora, habían posibilidades de hablar casi todos los días. Entonces iban dialogando y charlando con la mujer pero, como a veces nos pasa a los varones, cuando le preguntaba cómo estaba, él respondía “bien” o, si le preguntaba qué hizo, “lo mismo que ayer”, si tenía alguna novedad “no, ninguna” y cosas así que supongo que algo parecido alguna vez les pasó. Ella le recriminaba un poco que no le contaba nada y entonces él, un día, jorobando, empezó “hoy me levanté a las seis de la mañana, me lavé los dientes, fui a la cocina, me hice tostadas, un café con leche…” y así siguió contando con lujo de detalles todo lo que había hecho. Irónicamente, cuando terminó le preguntó “¿esto es lo que querés?” y ella le contestó “sí”. 

Más allá de mostrar los distintos universos en los que vivimos muchas veces los varones y las mujeres en estas distancias, voy a la búsqueda. ¿Cuál era la búsqueda de ella? El querer sentirse parte de su vida, que, a pesar de la distancia que los separaba, poder compartir y saber lo cotidiano de cada día, lo que vive que es lo que la ayuda a sentirse ahí presente. Es el deseo que todos tenemos, sobre todo con las personas que más queremos, que más amamos, poder compartir tiempo. 

Yo, hoy al mediodía, como hago casi todos los domingos, me fui a comer con mis papas. Estoy un rato, a veces más, a veces menos, depende las actividades que tenga el domingo, y la frase de mamá es “siempre a mil, ¿ya te vas?”. No importa que a veces yo ya ni estoy con ella, ella está haciendo otras cosas pero es ese “quiero que estés acá, cuanto más cerca mejor, y compartir, estar juntos”. Este debería ser el deseo de cada uno de nosotros, el estar y compartir con aquellos que amamos, con aquellos que queremos. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de cómo esto muchas veces se desajusta, que por las exigencias o por lo que fuere, vamos perdiendo los órdenes de prioridades y dejamos de lado aquello que verdaderamente nos da vida, aquello que verdaderamente llena nuestro corazón. 

Si miramos nuestra vida, en general, los momentos más lindos son los que compartimos con los demás, los que tuvimos ese don y esa posibilidad. Aun en los proyectos personales, un examen, una carrera, un ascenso personal o lo que fuera, es lindo cuando lo puedo compartir con otros, cuando el otro se siente parte de eso. A veces nos cuesta ir a la casa de los demás “uh, tengo que ir otra vez allá o lo que fuere”, pero nos encanta, nos gusta, ¿Por qué? Porque lo que cuesta es el primer paso, el primer motor. 

Esto es de lo que hoy nos dan testimonio María e Isabel en el evangelio. María, que tiene que cambiar su vida, para que se den una idea, María tiene doce o trece años en ese entonces. Comparándolo con el hoy, porque no existía la adolescencia, serían unos 19 o 18 más o menos. En medio de un Dios que le cambió, le trastocó la vida, de tener que entender eso, de encontrarse con José, arreglar todo esto, se entera de Isabel y corre hacia allá. Se entera de lo que pasa en la vida de Isabel y, en vez de quedarse con lo que le pasa a ella, dice “no, yo quiero compartir su vida, compartir su alegría, quiero encontrarme con ella” y sale a su encuentro y comparte la vida. 

Isabel, mujer anciana, mayor, que ya no podía tener hijos, que también estaría sorprendida por este regalo y este don de la vida que Dios le había hecho; tampoco se queda ahí adentro con sus cosas como a veces nos pasa. Ella también se da cuenta de lo que pasa en María. Esta con esa panza, con ese niño, ya de varios meses y, sin embargo, dice “feliz de ti por haber creído”, se da cuenta de lo que pasa en María, ¿Por qué? Porque tienen este deseo en el corazón de compartir la vida con los demás y porque saben ir a lo central, a lo esencial. 

Esa es la invitación que en primer lugar hoy nos hace a todos nosotros. Lo que llena nuestra vida y nuestro corazón es encontrarnos con el otro, el otro es el signo de Dios para nosotros y con eso nos invita a valorar esto. A descubrir esto como algo central en nuestra vida y a luchar por esto.

A veces estamos corriendo tanto, tan exigidos, con tantas cosas que lo que tenemos que darnos es tiempo para nosotros. Cuando paramos y nos preguntamos qué es lo central pero, sin embargo, casi que no nos damos cuenta, es como que pasamos de largo y a veces lamentablemente nos damos cuenta cuando pasa algo o cuando quiero volver para atrás y no puedo. Entonces, Dios lo que nos da es esa oportunidad de decir “tengo que frenar un poco para encontrarme con el otro, tengo que bajar un par de cambios para darme cuenta de a quien Dios puso a mi lado y poder encontrarme con él”. Esa es la primera invitación que nos hace. Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y puedo aprender a descubrir quiénes están a mi lado.

Lo segundo es esto que descubre Isabel. Isabel le dice “feliz de ti por haber creído”. Se da cuenta de lo que está pasando en María y se da cuenta que Jesús, Dios, está en medio de ellos. Nosotros también muchas veces tenemos a Dios en medio y nos cuesta darnos cuenta, percibirlo, encontrarlo. Fíjense, esta imagen del evangelio, bellísima, muy linda, si no fuera por Jesús, hubiera pasado desapercibida, no la estaríamos escuchando, pero como Jesús está presente, la imagen cobra otro significado, trasciende los tiempos. Muchas de ustedes han estado embarazadas, han tenido encuentros lindísimos pero no están en ningún libro. Sin embargo, como Jesús está ahí, eso cobra un significado distinto.

En nuestra vida pasa lo mismo cuando nos animamos a poner a Jesús en el medio, nuestra vida cobra una trascendencia y un significado distinto y no es una mirada ingenua o inocente. Nos es que con Jesús no hay problemas o dificultades sino que cobra, toda la vida, las alegrías y las tristezas, los gozos y los dolores, un sentido y una trascendencia diferente.

Dentro de poco vamos a celebrar la noche buena y la navidad, por poner un ejemplo. Seguramente hemos tenido un montón de encuentros familiares a lo largo del año pero en noche buena va a ser un encuentro especial. Ese día, encontrándonos con la familia en Jesús, mas allá de la fe de cada uno de nosotros, es un momento especial, que todos lo queremos vivir diferente, con una alegría diferente, con una predisposición diferente. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace Dios, de lo cotidiano, de lo que parece de todos los días, le da un sentido diferente y me enseña a mí a descubrir lo mismo, ¿Cuándo? Cuando yo lo hago parte de mi vida. Esto es lo tercero. 

La navidad nos muestra un Dios que quiere ser parte de nuestra historia y de nuestra vida. ¿Por qué Dios se hace hombre? Porque quiere estar con nosotros, porque lo que quiere es estar cerca del que ama. Busca trascender todas las barreras para encontrarse con el otro. El amor de Dios hacia nosotros es tan grande que no se banca el estar tan lejos.

En general, en la catequesis, nos han enseñado otra cosa, pero lo que mueve a la historia, a la vida, a nosotros, a Dios, es el amor. Lo que mueve a Dios, a Jesús, a venir a nosotros, es cuánto nos quiere y, por amor, quiere estar con nosotros, quiere ser familia. Lo que busca, no solo con María, con José y con su pueblo día a día y con cada familia, es estar. Va buscando los caminos, los recovecos como hicieron María y José caminando a Belén para que le demos un lugar y eso es lo que quiere y eso es lo que busca. Esa es la invitación especial en esta navidad que nos hace: “yo quiero ser parte de ustedes y de toda la vida”.

Seguramente, si yo les preguntase ahora a ustedes cómo están con Dios, cómo es su relación con Dios, empezarían a pensar cómo están en la oración, si están rezando o no, si están yendo a misa o no, empezaríamos por ahí. Pero Dios va mucha más allá de eso, no es eso solamente lo que le importa, él quiere ser parte de toda nuestra vida. “Quiero estar a su lado en las alegrías, acompañarte, darte una mano en tus problemas, consolarte en tus tristeza, déjame ser parte”. ¿Necesito momentos de intimidad con los demás y con Dios? Sí, y eso es la oración, eso es la misa. Dios dice “yo no me quedo en eso, yo quiero trascender eso y que me descubras presente en tu vida, en lo cotidiano y que descubras como conmigo tu vida cobra una dimensión diferente”. Este es el deseo que tiene para cada uno de nosotros y esta es la invitación.

Hoy podemos pedirles a María y a Isabel que nos ayuden a descubrir esto, la gracia y el don de apostar por la vida. Apostar por la vida es apostar por los que están a nuestro lado, el otro es el que me salva, el que Dios pone a mi costado, ¿Por qué? Porque es el que hace de mi vida una vida diferente y me invita a descubrir todo lo bueno que hay en el otro. Esto es lo que hizo Isabel, Isabel descubre que Jesús esta en el vientre de María. 

En general, en este tiempo que vivimos nosotros tan así, apurados, corriendo, lo que discutimos con el otro es lo que no hace, lo que hace mal, lo que tenemos para quejarnos, lo que nos molesta. Jesús nos dice “trasciendan eso en la vida, encuentren lo bueno que hay en el otro”, porque eso es lo que hizo Jesús. ¿Por qué Jesús quiere salvar a todos? Porque trasciende eso que nosotros primero miramos, va al corazón, y cuando va al corazón ve los dones y lo bueno que cada uno tiene, eso es lo que nos invita a mirar, eso es lo que nos invita a valorar, a querer y a compartir. Pidámosle entonces también esto a Jesús, el poder descubrir todo lo bueno que hay en el otro y que en esta navidad pueda nacer.

Lecturas:
*Miqueas 5,1-4
*Salmo 79
*Hebreos 10,5-10
*Lucas 1,39-45

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