viernes, 4 de diciembre de 2015

Homilía: “El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino” – I domingo de Adviento

Hay una película que salió hace unos años que se llama Niños del Hombre o Hijos del Hombre (Children of Men) que muestra un mundo donde no hay más nacimientos. La película empieza cuando el último hombre que había nacido, justamente en Buenos Aires, muere con 18 años de edad. En un momento, hay una persona activa a quien se lo llama y se le encomienda una misión especial porque, milagrosamente, acaban de encontrar una mujer que quedó embarazada y se logró que vuelva a haber vida después de 18 años. Por todas las controversias que hay, le dicen que se tiene que llevar a esa mujer, que tiene que pasar todas las barreras que hay y lograr llegar hasta un sitio donde están llevando a esta gente. 

Hay una imagen en la que me quiero detener que es muy significativa: En un momento, él queda en medio de una guerra de guerrillas donde están el ejército nacional y la subversión, metido en medio de las bombas, las balas y quedan rodeados. Ya no pudiendo saber qué hacer, se van juntos, este hombre con la mujer y su bebe que ya había nacido. Él bebe empieza a llorar frente al ruido y en la película se hace un silencio muy muy grande. Todo se acaba, todo el ruido, toda la gente frena, la guerra, la violencia, para mirar esa vida que en medio de la violencia, de la dificultad, se empieza a abrir camino.

Yo pensaba este tiempo de adviento de la misma manera. El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino. En una vida que, en medio de las dificultades, de las controversias, de la violencia que sentimos, empieza a cambiar las cosas. Esto es lo que escuchamos en el evangelio. Jesús, hablando de su segunda venida, cuenta todas estas catástrofes, todos estos signos impresionantes y dice “levanten la cabeza y miren, tengan ánimo, hay algo que va a pasar, hay alguien que vuelve a nosotros, hay una vida que se va abriendo camino”.

Vieron que cuando las cosas no salen como queremos o esperamos, perdemos el ánimo, empezamos a bajonearnos. Porque a veces no logramos los deseos, los objetivos que vamos queriendo cumplir y sentimos que fracasamos, nos frustramos y nos vamos poniendo de mal humor, no le encontramos sentido a las cosas. Hasta la propia imagen, nos vamos como encerrando. Cuando uno pierde el ánimo, recién se da cuenta cuando ve al otro, cuando lo miran a los ojos y le dicen “¿Qué te pasa?”, alguien que te conoce bien. O la persona está toda encorvada, mirando para adentro. Entonces, la invitación es a descubrir lo que tenés y animarte a levantarte, eso es lo primero, erguite y volvé a recobrar ese ánimo del corazón, ese ánimo que trae cuando uno se anima a descubrir y a apostar por aquello que nos da vida a todos. 

A veces uno escucha “¿para qué voy a prender la televisión o la radio? Son todas cosas negativas, todas cosas malas, no tiene mucho sentido”, en las reuniones que uno tiene también, “no, nada puede cambiar, nada puede ser diferente, nada puede ser distinto”. Casi como que no vale la pena, muchas veces la pregunta es qué es lo que da sentido y por qué luchar. Pero eso nos pasa también a nosotros, no solamente lo que pasa afuera. Podríamos pensar un poquito, cuando charlamos con los demás, en casa, con un amigo, ¿Qué compartimos? ¿Compartimos las cosas buenas que nos pasan? ¿Les preguntamos qué buenas noticias tuvieron, qué alegría, qué les pasó de bueno? ¿O compartimos todas pálidas, los problemas, las dificultades que tenemos?

Cuando uno se va a dormir, muchas veces nos quedamos pensando todo lo que no hicimos en el día, todo lo que no llegamos a hacer, todo lo que no hicieron por lo que uno quería que hicieran, en vez de mirar y agradecer por las cosas que pudimos hacer. En el mundo en que vivimos hoy, aunque tuviéramos cincuenta horas, no llegamos ni por casualidad a hacer todo lo que creemos que tenemos que hacer. Entonces, si miramos, muchas veces tenemos una carga negativa de ir hacia lo que falta, de ir hacia lo que no tenemos, de ir hacia lo que no se concretó y, por mirar eso, vamos perdiendo nuestra capacidad a veces de luchar y, más profundo, muchas veces de desear, ¿Qué es lo que quiere?

La invitación de Jesús es esa, a descubrir que en medio de las contrariedades de la vida, de las dificultades, de las injusticias, también hay un montón de signos de vida. También hay un montón de cosas que pasan a nuestro alrededor por las que yo puedo dar gracias, en las que yo me puedo sostener, en lo que veo que en la vida se abre camino y continúa. Porque en el fondo es qué voy eligiendo. Podríamos decir que hay una elección que yo tengo que hacer.

¿En la vida suceden cosas injustas? Si, ¿en la vida suceden cosas malas? Si, ¿en la vida suceden cosas que no queremos? Si, ¿no logramos cosas que buscamos, que deseamos? También. Es más, si buscáramos el libro de quejas, hay varios tomos en el cielo de todas esas cosas que nos quejamos. Pero también suceden un montón de cosas lindas, también pasan alrededor nuestro un montón de signos de vida cotidianos de personas que están a nuestro alrededor, que nos acompañan, que luchan, que pelean, que nos sacan una sonrisa, que nos hacen levantar la cabeza, que nos cambian el ánimo. En el fondo, ¿qué es lo que define? Dónde yo pongo el corazón. Algunos momentos serán un poco más duros, con más signos de muerte, algunos serán mucho más lindos, con más signos de vida. La diferencia es por dónde yo dejo y elijo que mi corazón vaya y hacia dónde me animo a ir. 

La invitación del adviento es a, justamente, elegir aquello que me da vida, aquello que trae algo nuevo y este es el camino de la navidad. La navidad tiene una certeza para todos nosotros que es que algo va a pasar y que no depende de nosotros. En general, nosotros tendemos a bajar la cabeza, a perder el ánimo, ¿Por qué? Porque no sabemos cómo vamos a salir de esto, no siento que yo pueda cambiar las cosas, no encuentro los caminos. ¿Qué es lo que yo puedo hacer? La navidad me dice “mirá, vos no tenes que hacer nada, lo hago yo”, dice Dios, “yo me ocupo de esto, yo me hago presente, yo soy el que trae una vida nueva que abre caminos”. Hace dos mil años aproximadamente, en medio de las dificultades, de lo duro que era el camino. En medio de un montón de gente que no lo quería recibir y que le costó encontrar un lugar hasta que encontró uno en un establo. 

Dice "la vida se abre camino, Dios abre camino”, y a lo que nos invita es a apostar por eso, a descubrir ese camino que Dios abre por nosotros y, cuando no tengo respuestas, animarme a dar ese salto con esa esperanza verdadera puesta en Dios. Eso sí es una elección nuestra. Cuando nosotros sentimos que las cosas se van de nuestras manos, a lo que se nos invita es a confiar o, de una manera nueva, a creer. ¿Quién podría creer que un niñito, un bebe nacido en un establo podía cambiar las cosas? Solo María y José, ahí pegando en el palo a último momento, no muchos más. Unos pastores, unos magos se acercaron, eran muy poquitos pero creyeron y confiaron. Con esto pequeño, se pueden cambiar las cosas, y esa es la invitación para nosotros. En este tiempo de adviento, animarnos a apostar por la vida y por aquello que da vida.

A veces, para intentar esquivar esta lucha interior, no vamos por la tangente, empecemos a tapar. La navidad, en vez de ser una vida que se abre, es un regalo, a veces montañas de regalos que tenemos en las casas, que hacemos, ¿tiene algo malo? No me refiero a que es algo malo o bueno, lo central es, ¿me animo a descubrir que viene Jesús? Más allá de eso que a veces es parte de nuestra cultura y difícil de sacarlo de encima, lo central es, ¿eso es lo esencial? ¿En eso se me va a ir el adviento? En mirar que tengo que comprar, que tengo que hacer, cuál es mi amigo invisible, ¿o me animo de nuevo a poner el corazón en Jesús? ¿Me animo de nuevo a descubrir que hay alguien que viene? Porque sin él no hay navidad y puede pasar en nuestra vida como pasó en Belén, desapercibido. 

Jesús está ahí, pasa y, gracias a Dios, se hace presente y va a buscar caminos para llegar a nuestro corazón pero nos da una oportunidad de abrirle el corazón antes, de descubrir que viene a nosotros antes. Esa es una elección para cada uno de nosotros, ¿Cómo? Con cosas pequeñas. En el evangelio dice “recurran a la oración”, podemos rezar un poquito más, demos un paso en este adviento, “hay mil cosas a fin de año”, pero tomémonos un ratito para estar con Jesús. O un gesto, un signo, qué podemos hacer con nuestra familia, con alguien que lo necesita. Abramos el corazón a aquello que verdaderamente da vida y con cosas pequeñas, como un niño, sepamos que la vida va cambiando, que la vida se va haciendo camino.

Esto es lo que hizo María. María se animó a esperar y a confiar en aquello que iba cultivando en su corazón. A veces nos pasa desapercibido pero si hubo alguien que tuvo que cambiar todo lo que pensaba era ella y lo pudo hacer porque seguramente iba esperando en Dios. Cuando se le vino como un tsunami encima de cosas dijo “quiero seguir apostando por aquello que da vida”. Tal vez en un nacimiento no es tan claro para las que son mamás, cuando Jesús muere en la cruz tiene que hacer lo mismo, volver a confiar en Dios. Cuando parece que la vida se cierra, volver a esperar a ese Dios que actué, a ese Dios que, resucitando a su hijo, nos vuelve a traer vida y vuelve a abrir el camino. Esa es la esperanza que tiene María, la confianza puesta en Dios, eso es a lo que nos invita a nosotros.

Pidámosle a María que en este tiempo, en estas semanas previas a la navidad, nos renueve en la esperanza, que nos ayude también a ser signos con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras acciones de nuestra fe, de esa esperanza puesta en Jesús en medio de nuestros hermanos. 


Lecturas:
*Jeremías 33,14-16
*Salmo 24
*Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3,12–4,2
*Lucas 21,25-28.34-36

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