lunes, 30 de noviembre de 2015

Homilía: “Yo no puedo cambiar lo que no germiné” – XXXIV domingo durante el año

Hay una historia que narra la vida en un monasterio que, después de un tiempo de esplendor, empieza a tener una crisis. Varios monjes se van, empiezan a no tener vocaciones o muy poquitas y el Abad empieza a preocuparse, dice “¿qué es lo que está pasando acá?”. Como las cosas no van bien, no se empiezan a tratar bien entre ellos, las cosas se les van yendo de las manos y el Abad no sabe qué hacer. Entonces le dicen que hay un Abad emérito, muy sabio, ya retirado y decide ir a hablar con él. Llega hasta ahí, se pone a hablar con el Abad quien lo recibe y le dice que le cuente y él le tira la catarata de cosas que tenía en su corazón, todo lo que estaba pasando, sus preocupaciones. Este Abad le contesta que no pierda la esperanza, que el mesías esta entre ellos. “¿Cómo?” le pregunta él, “El mesías es uno de ustedes” repite. 

El Abad vuelve rápido, muy contento, queriéndole contar la noticia a todos los monjes, se reúnen ahí en comunidad cuando llega al monasterio y les cuenta. Empiezan a pensar quién será, “es fulanito, que es tan bueno, que es servicial, que es generoso…” y empiezan a estar muy atentos a él. Después otro dice “No, debe ser tal que siempre está haciendo chistes, bromas, que nosotros nos enojamos y nos debe estar empujando un poquito para ver cómo lo tratamos a pesar de esto…”. Toda esa sensación hace que cambie la vida en el monasterio.

Claramente, lo que hace que ellos cambien su forma de vivir es sentir que Jesús está entre ellos, volver a poner la mirada en Jesús y esto es lo que hoy queremos celebrar. Queremos celebrar la fe, pero para celebrar la fe nosotros tenemos que poner a Jesús en medio nuestro. Muchas veces, como en muchas cosas de la vida, vamos perdiendo lo central, lo esencial, nos vamos preocupando por cosas que son secundarias y perdemos el centro. 

Hoy queremos celebrar y vivir a Jesús. Todo eso lo venimos escuchando y si algo dejó claro en su vida Jesús es que venía a traer el reino de Dios. Que el reino de Dios no era algo solamente para esperar el día de mañana en su plenitud, sino que ya él, acá, lo hacía presente. De eso habló siempre. Pero cada vez que hablaba algo del reino, y Jesús se iba haciendo más famoso, y lo querían hacer rey, como recordaran, él decía que no y se iba, se escapaba, se iba a predicar a otro lado. No dejó nunca que en su vida lo hagan rey, hasta el final de su vida. Recién acá, en este evangelio que estamos escuchando de Juan, frente a Pilato, es el momento en el que Jesús acepta que es rey.

Como recordaran, el segundo momento es en la cruz: “Este es el rey de los judíos”, dice la inscripción. Si bien Jesús viene a anunciar el reino de Dios, no quiere que se confunda qué es lo que él viene a traer, no quiere que haya un doble mensaje. Esto no solo le pasó a Jesús sino que también le pasó a la Iglesia porque esta fiesta tiene muy pocos años, tiene aproximadamente cien años. Es decir, esta fiesta se instauró en la Iglesia cuando las monarquías empezaron a caer. Cuando podríamos decir que pasó lo mismo, cuando no había un rey, no había tanta confusión de querer tener un rey de la misma manera que las otras monarquías. 

Lo central es que Jesús viene a traer algo distinto y quiere que lo descubramos, que es la manera en la que se vive en el reino de Dios. Creo que lo primero es descubrir cómo vivimos el testimonio y para eso tenemos que encarnar en nuestra vida aquello que Jesús nos dice. Cuando miramos la vida de Jesús, Jesús estuvo treinta años en Nazaret aprendiendo, viviendo, encarnando valores que descubría y, recién después, al final, salió a predicar. Cuando lo que él iba a decir era lo que había vivido. Porque muchas veces nos pasa a muchos de nosotros, por lo menos a mí, que decimos lo que no hacemos, “estaría muy bueno ser tolerante”, pero no lo hacemos, o con otras cosas. Las palabras quedan vacías, no tienen contenido. Jesús, lo primero que quiere, es mostrar qué es el reino de Dios, después vienen las palabras. Eso es lo que fue mostrando y lo que le fue pidiendo a sus discípulos y, como toda educación, hay cosas que salen y fluyen bien y hay cosas que cuestan un poquito más, no solo con los chiquitos, también nos cuesta a nosotros. Con los discípulos le pasó lo mismo, hay cosas que las encarnaba y otras que les tenía que ir corrigiendo, mostrándoles.

Jesús nos invita hoy a vivir lo mismo. Podríamos pensarlo desde los núcleos más sencillos, en la familia. Creo que, si yo hiciera un ballotage, ya que estamos en eso, en el templo preguntando cuáles son los valores esenciales en la familia, seguramente coincidiríamos en un 90% todos. ¿Qué es lo que nos distinguiría? Cuál valor hemos podido encarnar más en cada familia. Porque las cosas que creemos más o menos las sabemos pero lo central es cómo yo trabajo, a veces hasta lucho contra migo mismo, para poder vivir. Muchas veces pedimos diálogo pero yo, ¿soy dialogante en mi familia? Pedimos que nos sepan escuchar pero, ¿yo sé escuchar al otro verdaderamente? Pido que me entiendan en mi casa, ¿yo intento entender al otro? ¿Cómo intento vivir aquello que quiero que vivan conmigo? Esto que Jesús nos enseña.

Hace un tiempo me pasó que uno de los chicos se mandó una flor de macana en uno de los grupos y me vino a decir a mí a ver qué decisión tomaba. Había roto una de las máximas, por decir así, y la consecuencia sería que tenía que dejar los grupos. Entonces, los coordinadores de esos grupos me preguntaron qué iba a hacer y lo invité a que me fuera a ver al día siguiente. “¿Si te pide perdón que vas a hacer?”, me preguntaban. “Y si me pide perdón es un problema porque lo tengo que perdonar” -les dije- “eso es lo que me enseñó Jesús, si él viene y me pide perdón, seguirá en el grupo y lo tendré que perdonar, creo que es claro en el evangelio”. “Pero van a decir que al final es todo lo mismo”, me decían. Que digan lo que quieran, el mensaje de Jesús es claro, cuando alguien me pide perdón, yo tengo que darle una segunda oportunidad. Después, lo que piensen de mí no importa, que piensen lo que quieran, cada uno es libre para eso. Uno intenta ir aprendiendo y probando, esto me salió, otras cosas no me saldrán. Creo que a todos nos pasa lo mismo, cómo de a poquito puede vivir eso que yo quiero.

Ya que han terminado las elecciones y no voy a influir en nadie, por ejemplo, en las redes sociales, uno veía a veces mensajes que eran totalmente contradictorios. Uno leía en Facebook o alguna red social: “Ojalá se acabe esta intolerancia” y el mensaje que se veía era totalmente intolerante. Yo no puedo cambiar lo que no germiné, lo que no intenté que de a poquito vaya creciendo, lo que no se aprende. A veces tenemos una ilusión falsa, “cuando pase esto, voy a cambiar”, pero lo que uno no trabaje en el corazón no cambia. La invitación de Jesús siempre es a crecer, pero que yo siembre ya, este es el momento. 

Si en algún aspecto de mi vida, de los que me rodean, de mi país, quiero algo diferente es cómo yo lo trabajo hoy, cómo lo voy sembrando yo hoy. Muchas veces no es fácil, sembrar amor, esperanzas, fe, tomar las virtudes de Jesús, eso lo llevó a la cruz. Querer transmitir eso lo llevó a dar la vida. Supongo que hay muchos valores que enseñarlos, transmitirlos, los ha desgastado, los ha cansado, les ha costado, a veces se han ofendido, “yo vivo esto y así me responden”, “yo intento hacer esta cosa y el otro no me entiende”. Lo que nos muestra Jesús es que eso siempre va a dar fruto, no sé cuándo, porque yo no lo puedo manejar a eso. Pero sé que si yo vivo y siembro amor, fe, esperanza, tolerancia, paciencia, eso, tengo la certeza, de que en algún momento va a florecer. Esto es lo que dice Jesús, dio la vida con la esperanza puesta en el Padre de que iba a resucitar. Y eso es a lo que nos invita a nosotros, a ir viviendo el reino acá, pero como esto a veces cuesta, por eso nos habla, nos enseña, nos va recordando día a día. Por eso, en un ratito, nos va a alimentar, para que podamos luchar por aquello que verdaderamente da vida. Para que podamos encarnar esos valores que Jesús nos dice que tengamos la certeza de que van a dar fruto.

Pidámosle en este día de Cristo Rey a María, que ella es la que engendró a Jesús, ella que siguió a Jesús, aquella que acompañó a la Iglesia durante sus primeros años de una manera especial, que también hoy nos acompañe a nosotros. Que nos ayude a mirar a Jesús, a seguirlo y a ir viviendo el reino en medio de lo que Jesús pone a nuestro lado. 

Lecturas:
*Profecía de Daniel 7,13-14
*Salmo 92
*Libro del Apocalipsis 1,5-8
* Juan 18,33b-37


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