lunes, 9 de noviembre de 2015

Homilía: “Renovar nuestra mirada en la fe” – XXX domingo durante el año

Durante la lectura del evangelio y la predicación, se les pidió a todos que se venden los ojos para que puedan hacer la experiencia de Bartimeo, de este hombre ciego, y se apagaron también las luces. 

Seguramente muchos nos encontramos en una nueva situación, estamos acostumbrados a poder ver y QUEREMOS ver y, cuando no podemos ver, nos incomoda. Por más que estemos rodeados, nos podemos sentir solos, ni hablar de si nos dicen de ir a algún lado, y la pregunta sería “¿cómo?”, en el corazón. Es encontrarme en una situación que no he vivido y con un deseo en el corazón de que quiero ver algo más.

Hay una película que se llama Mas Allá de los Sueños donde actúa Robin Williams en la que el protagonista, Chris, muere y va al más allá. Allí, se encuentra a una persona y él, desesperado, le dice que no puede ver su cuerpo y este hombre le contesta que cuando deje de tener miedo va a comenzar a verse. Creo que en algunas circunstancias de la vida sentimos esto, queremos ver un poco más o queremos ir un poco más allá y a veces nuestros miedos nos van cerrando y no nos dejan ver más. A veces nuestra desesperanza nos hace que bajemos los brazos, que no nos animemos, frustraciones que hemos tenido en la vida, fracasos donde las cosas no salieron como queríamos o como esperábamos. Heridas que los demás o nosotros mismos nos hemos infringido, cambios que empezamos a ver en nuestra vida y que decimos “esto no lo quiero” o “si, pero no me animo y voy hasta acá”. Empezamos a sentir como que estamos ciegos y, cuando no vemos, esos miedos, esa desesperanza, nos lleva muchas veces a no descubrir al que está a nuestro lado, a no darnos cuenta todo lo que Dios y los demás nos dan. No agradecer por lo bueno que pasa en nuestra vida, por las lindas cosas que pasan en nuestra familia, colegios, facultad, trabajo, sociedad, país. Vamos apagando nuestros sueños: “No, prefiero quedarme acá porque a ver si me siento frustrado de nuevo”, y yo también, como Bartimeo, me voy quedando al borde del camino. Veo que la vida corre y que yo no puedo subirme a ella, a veces tengo ganas, pero me va ganando también esta desesperanza, esta angustia de que las cosas son así, de que no puedo hacer nada, de que las cosas nunca van a cambiar, de que no veo las formas de la manera y de la forma que quisiera.

A veces, cuando estamos sumergidos en la oscuridad, ahí descubrimos la oportunidad, como Bartimeo, para gritarle a Jesús. Podríamos decir que muchas veces nuestras cegueras son esa posibilidad de gritarle a Jesús y que Jesús se haga presente. Y hoy así, con los ojos tapados, podríamos preguntarnos nosotros, cada uno, ¿Qué le pediríamos a Jesús? Porque cuando este hombre gritó, ¿Qué gritaría nuestro corazón? Jesús les dijo a sus discípulos “tráiganmelo”. Los discípulos fueron y le dijeron “ánimo, levántate”. Jesús es el que trae ánimo, Jesús es el que levanta y cuando llego frente a Jesús le dijo “¿Qué quieres que haga por ti?” Hoy, en esta noche, ¿Qué le diríamos nosotros a Jesús? Meditemos en el corazón, ¿Qué necesito que Jesús haga por mí? ¿En que necesito que Jesús me dé una nueva mirada?



“Maestro, que yo pueda ver”, ese era el deseo de Bartimeo, ese es nuestro deseo, poder ver pero no como antes, sino con los ojos de Jesús y eso es lo que Jesús nos regala.

Se prenden las luces y se sacan las vendas.

Seguramente nos cuesta un poquito ver al principio, como Bartimeo, y esa es la luz de Jesús, trae algo nuevo, ¿Por qué? Porque me invita a cambiar, no es que cambió lo que estaba alrededor de Bartimeo, cambió Bartimeo y miró de una manera nueva la vida. Como miró de una manera nueva, lo siguió a Jesús, antes estaba al borde del camino y ahora, con fe, camina con Jesús. Eso es lo que Jesús quiere hacer con cada uno de nosotros, quiere renovar nuestra mirada en la fe. Quiere que aprendamos a mirar a nuestra familia de una manera nueva, distinta, diferente, aprendiendo a valorar lo que me da, lo que tiene, agradecer. Mirar mi colegio, mi facultad, mi trabajo y descubrir lo que Dios tiene ahí y lo que nos da y pedirle que yo también pueda ser luz para los demás. También en nuestra sociedad, en nuestro país, no ser tan quejosos, no ser tan pesimistas y decir “hay muchas cosas lindas, hay muchas cosas buenas y yo puedo aportar como testigo de la luz, como testigo de Jesús, mucho desde mí”. 

Lo que hace la fe es cambiar la mirada, eso es lo que celebramos hoy. Yo no dije “palabra del padre Mariano” cuando termine de leer, dije “palabra de Dios”, y nosotros lo creemos, ¿Por qué? Por los ojos de la fe lo creemos. Creemos que Jesús nos enseña. Vamos a traer pan y vino ahora en un ratito acá y, cuando yo lo levante, vamos a seguir viendo pan y vino, pero los ojos de la fe me van a decir que ahí está Jesús. No es que cambia algo, cambio yo, cambia mi mirada y esa mirada me hace descubrir a Jesús presente en su palabra y en su eucaristía, eso es lo que creo. En la vida tenemos que pedirle lo mismo.

Jesús, vos sos el señor de la historia, vos sos el que trae una nueva luz sobre mi familia, sobre mi sociedad, sobre mí, ayúdame a descubrirla, ayúdame a verla, ayúdame, como a Bartimeo, a seguirte de una manera nueva. Como en la primera lectura, a querer trabajar por esa comunión, esa unión, por descubrirla como Dios la trae y yo puedo ser testigo. Como en la segunda lectura, que dice que podemos perdonarnos, estar cerca de los demás, podemos reconciliarnos, esto es lo que Dios siempre hace. Cuando vivimos eso, lo seguimos con mucha más confianza.

Animémonos entonces en estos días a expresar esto, a responderle a Jesús “¿qué quieres que haga por ti?”, a poner el corazón en él y animarnos a mirarlo, a mirarnos, a mirar a los demás de una manera nueva.


Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos sobre el mundo; gracias por la mirada que lleva mi alma a los hombres como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz. Haz que mis ojos sean claros, Señor. Haz que no sea nunca una mirada decepcionada, desilusionada, desesperada, sino que sepa admirar, extasiarse y contemplar.

Concede a mi mirada el ser lo bastante profunda como para conocer tu presencia en el mundo y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre.

Que mi mirada, Señor, sea clara y firme, pero que sepa enternecerse y que mis ojos sean capaces de llorar. Que mi mirada no ensucie a quien toque, que no intimide, sino que sosiegue, que no entristezca, sino que transmita alegría, que no seduzca para apresar a nadie, sino que invite y arrastre al mejoramiento.

Haz que moleste al pecador al reconocer en ella tu resplandor, pero que sólo reproche para rescatar Haz que mi mirada conmueva a las almas por ser un encuentro, un encuentro con Dios.

Que sea una llamada, un toque de clarín que movilice a todos los parados en las puertas, y no porque yo paso, Señor, sino porque pasas Tú. Para que mi mirada sea todo esto, Señor, una vez más en esta noche yo te doy mi alma y mi cuerpo y mis ojos. Para que cuando mire a mis hermanos los hombres sea Tú quien los mira y, desde dentro de mí, Tú les saludes. Amen. 



Lecturas: 
*Reyes 17,10-16
*Salmo 145
*Carta a los Hebreos 9,24-28
*Marcos 12,38-44

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