lunes, 16 de noviembre de 2015

Homilía: “Vivir con esa tensión de que la felicidad plena estará en el cielo” – Todos los santos

Hay una historia que narra el viaje de una tripulación grande cruzando el atlántico quienes de pronto tuvieron una tempestad y el barco naufraga. Solamente hay tres sobrevivientes que quedan en una isla desierta. No tenían teléfono, ni wifi ni ninguna de las cosas que tenemos nosotros hoy en día, que a veces no podríamos sobrevivir sin ellas. 

Estos sobrevivientes empiezan a ver cómo se las pueden arreglar, están un poco desesperados y encuentran algo, al costado de una playa, que brillaba. Van, lo agarran, lo empiezan a frotar y sale un espíritu, un genio. El genio sale un poco dormido, les dice “hace como mil años que estoy descansando, me han despertado y les voy a cumplir un deseo a cada uno pero háganlo rápido porque quiero seguir durmiendo”. 

El primero entonces le dice “yo te quería pedir una cosa, extraño mucho a mi familia así que te pido por favor que me envíes de nuevo a casa, quiero estar con ellos pero que haya una nueva situación, que mis vecinos estén bien, que tengan trabajo, que tengan salud, que en nuestro barrio haya paz, que sean generosos los unos con los otros”. El genio le concede el deseo, el hombre va de nuevo a su casa, su familia estaba feliz, los vecinos estaban bien, todos contentos, en paz.

Llega el segundo y le dice “yo también ya tengo mi deseo, la verdad que estas cosas ya no tienen solución, todos los problemas que hay, las cosas que pasan, así que yo lo que te pido es ser 10 años más joven, tener un montón de plata, salud, estar en una isla del caribe y poder tener una buena vida”. Se lo concede y se va para la isla del caribe.

El tercero ya dudaba, no sabía qué pedir, estaba un poco deprimido porque las cosas nunca cambian, no se decidía y el genio le dice “bueno, rápido porque me quiero volver a descansar un rato”. El hombre entontes le dice “si lo pienso bien, en este momento me siento bastante solo, por favor tráeme de nuevo a las dos personas que se acaban de ir”.

Me acordaba un poquito de esta historia cuando pensaba en esta fiesta que estamos celebrando hoy, y en esta invitación que nos hace Jesús a cada uno de nosotros los cristianos. Creo que esta actitud del primer hombre es la que nos invita a tener a cada uno de nosotros que, ¿Cuál es? Pensar en el otro. ¿Qué es lo que a mí me hace feliz? Ver la alegría de lo que el otro está viviendo, por eso, ¿Qué pediría? Salud, que estén bien, que tengan trabajo, no estaba pensando en él en el primer lugar. Este hombre tenía ese espíritu donde siente que la alegría de los demás es su alegría y, ampliándolo más hacia Jesús, el poder servir a los demás y el pensar en el otro es lo que nos hace feliz a cada uno de nosotros. 

Si uno mira la vida de Jesús, esto es continuamente su vida, el poder ponerse al servicio de los demás y lo que va cambiando en el corazón de sus apóstoles y de sus discípulos es también lo mismo. No es que los discípulos, por estar más cercar de Jesús, pasan a tener más prestigio o pasan a tener más cosas, al contrario. Se les complica más la vida, los invita a una pobreza más grande, pero uno no se imagina a los discípulos diciendo “uh, que garrón seguir a Jesús” o “¿para que elegí este camino?” sino que se los imagina felices, alegres, contentos porque encontraron aquello que los llena. Lo que los llena no es, haciendo referencia a este segundo caso del cuento, el tener cosas. A veces tenemos como una ilusión nosotros de que, si tuviéramos más cosas, si económicamente nos fuera mejor, si no tuviéramos problemas, nuestra vida sería mucho más feliz. Tal vez es un poco más fácil pero no es ese el camino que hace a la felicidad.

Los que somos un poco más grandes tenemos la experiencia de habernos matado por lograr algo que después no nos cambia la vida, estamos contentos un tiempito pero después ya queremos algo mas o algo distinto. ¿Por qué? Porque no es lo que nos plenifica, no es lo que llena nuestro corazón. Lo que llena verdaderamente nuestro corazón es cuando uno puede amar y todos estamos invitados a amar, amar en plenitud. Sin embargo, ese amar en plenitud no es posible acá en la tierra y eso nos deja una insatisfacción en el corazón, siempre sentimos que hay algo que nos falta. Hay algo más que deseo y algo más que quiero. 

Pero como no podemos tener una insatisfacción en el corazón buscamos como un status quo, una buena calidad de vida, que las cosas estén equilibradas, como si eso fuera lo central de la vida y se pelea por eso. Lo que pasa es que cuando uno va perdiendo esa tensión en el corazón de que algo falta, de a poco se va como apagando. Uno deja de luchar por aquello que quiere, ¿Podría estar un poquito más cómoda mi vida hoy? Sí, pero no es lo que mueve mi corazón, lo que mueve mi corazón es encontrar qué es lo que le da sentido y qué es lo que lo tensiona. Creo que por eso Dios deja como esta insatisfacción en el corazón de que ya vislumbro algo, gozo, alegría, soy feliz en este momento pero siempre hay algo que me falta, siempre busco algo más, voy caminando hacia eso.

Esa es la invitación de Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar, este es el corazón, podríamos decir, de los evangelios. Hay algunos cuestionamientos sobre cuáles fueron las fidelísimas palabras exactas que dijo Jesús, pero esto, si no lo dijo Jesús, no lo dijo nadie. Transforma totalmente todo, tal es así que a veces nos olvidamos de esto que es casi lo único que nos bastaría para entender qué significa seguir a Jesús. La verdad es que lo que más repite es “felices”, ¿Cuál es el deseo de Dios para nosotros? Que seamos felices, que encontremos aquello que llena nuestro corazón y que lo podamos vivir hoy, acá, siempre con esa tensión de que la felicidad plena estará en el cielo con el pero que ya la vislumbramos y la gozamos acá.

Podríamos decir que esto que decimos son las dos cosas que pasan en este evangelio porque por un lado hay cosas muy lindas que es siempre lo que tiene que ver con la relación con los demás, “felices los misericordiosos”, “felices los que trabajan por la paz”, todo muy lindo pero ojala pudiéramos vivir eso. Y hay otros que cuestan un poco, “felices los pobres”, “felices los que lloran”, “felices los perseguidos”, y uno se pregunta de pronto dónde está esa felicidad. Jesús nos invita a descubrir que más allá y a veces las alegrías que tenemos o las tristezas que todos tenemos en la vida, hay una felicidad que es más profunda. Cuando yo puedo descubrir qué es lo que quiero, cuando yo puedo vivirlo a esto. Aun en medio de los problemas que tenemos, poder mantener esa felicidad cuando camino hacia aquello a lo que Jesús me invita.

Pongamos el ejemplo de la primera bienaventuranza, “felices los pobres de espíritu” y uno se preguntaría dónde está esta felicidad de ser pobre, porque de lo primero de lo que nos habla la pobreza es de que hay una falta, entonces tengo que seguir en búsqueda, tengo que ir mas allá. No solo hablamos de esa falta material, a la que claramente Jesús se refiere, sino que hay un montón de pobrezas. No me basto a mí mismo, no me alcanza conmigo, necesito de los demás y por eso también trabajo para los demás, ¿Por qué? Porque el que me salva es el otro, el que ilumina mi vida es el otro, por eso, sin el otro, me siento pobre, hay algo que a mí no me cierra, necesito de los demás, que estén a mi lado, que me acompañen, que me hablen. Necesito de aquel que me va a salvar para siempre, que es Jesús. Aquel que llena mi corazón y me trae una vida nueva. El rico es el que siente que ya todo lo tiene, el que perdió los sueños, ¿para qué voy a soñar si lo que quiero ya lo tengo? Jesús dice que no es ese el camino, el camino es el que dice “a mí me falta, yo necesito algo más y por eso te busco, por eso busco a Dios y por eso busco a los demás”. Esa es la invitación constante de Jesús y eso es a lo que nos invita a vivir a cada uno de nosotros.

¿Qué es lo que le pasa al tercer hombre del cuento que les dije? Que nada le viene bien, nunca nada le alcanza, todo está mal, nada va a cambiar para él pero Jesús nos invita a tener esperanza. Él es el señor de la historia y todos tenemos la experiencia de que muchas veces hemos dicho esa frase y Dios nos sorprende y después, como somos seres humanos, volvemos a caer en eso y él nos vuelve a sorprender. Entonces nos invita a caminar con esa esperanza en el corazón con el que pone la fe en Dios y esa fe es la que se vive cuando podemos vivir las cosas que nos dice la biblia en la segunda lectura. La primera lectura dice vivir la alegría de la tensión hacia donde voy, esos hombres que están en el cielo, ¿Quiénes son los que están revestidos de blanco en ese texto? Los santos, los que están ahí, esa es nuestra alegría, eso es lo que esperamos. Por eso Pablo, en la segunda lectura dice “ustedes son hijos”, y el hijo lo que espera es esa alianza, ¿Cuál es? La alianza de todos nosotros y el cielo, es el regalo de Dios, no es algo que me tengo que ganar, es el regalo que Dios quiere para mí. En todo caso, lo tengo que cuidar y caminar hacia él. 

Podríamos decir que estas dos fiestas que estamos celebrando hoy y mañana muestra esa tensión. hoy celebramos la fiesta de todos los santos, vivimos la alegría de nuestros hermanos que están en el cielo, lo que conocemos y lo que no conocemos, los que han sido un modelo en nuestra vida, los que han llenado nuestro corazón y nos han mostrado el camino hacia Jesús, esperando estar con ellos. Mañana celebramos la fiesta de todos los difuntos, los ponemos en manos de Dios, eso que nos duele, nos cuesta, nos trae tristeza por las personas que ya no están con nosotros y esa es la tensión de acá. Hay cosas que de pronto no son como nosotros esperamos pero Dios siempre nos invita a confiar en que hay algo más grande que es estar en el cielo con él. Eso es a lo que nos invita a vivir hoy a nosotros, a descubrir que nos llama a ser felices y a caminar hacia el.

Pongamos con confianza nuestro corazón en Dios y vivamos la alegría de ser hijos de Dios poniendo nuestra vida al servicio de los demás. 

Lecturas:
*Apocalipsis 7,2-4.9-14
*Salmo 23
*Primera carta del apóstol san Juan 3,1-3
*Mateo 5,1-12



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