martes, 22 de diciembre de 2015

Homilía: “Jesús nos invita a dar un paso más, empezando por este sentimiento de alegría que contagia a los demás” – III domingo de adviento

En la película para chicos y no tan chicos Intensamente, Riley es una chica que siente, podríamos decir, muy a flor de piel las emociones que van naciendo en su cerebro, en su conciencia y que van luchando y peleando y trabajando en ella. Estas están representadas por personajes y son Alegría, Tristeza, Miedo, Ira y Desagrado, quienes buscan guiarla en su día a día. A medida que Riley va creciendo, Alegría es la que va guiando al resto de sus emociones, lo que va sintiendo. Ella va creciendo y, como saben, cuando uno crece las cosas se complejizan y no son tan fáciles. Además, se da la situación de que su papa consigue un nuevo trabajo y se tienen que mudar de Minnesota a San Francisco y eso remueve los sentimientos en su interior. 

Cuando empieza a recordar cosas de su antigua vida, estas van de cambiando de color a un azul porque le da tristeza el recordar ciertas cosas. La alegría se empieza a sentir desubicada, ¿Por qué pasa esto? No quiere que pase, quiere seguir siendo la que predomina. Riley en un momento va a la escuela, se larga a llorar en ella, se le arma un poco de lio en la cabeza. Tristeza y Alegría son expulsadas de ahí, de lo que sería la base central donde está la consola de control, y van a tener que comenzar un camino de vuelta.

Esta imagen me venía mucho a la cabeza especialmente este fin de semana donde las lecturas invitan a la alegría. Isaías le grita al pueblo que se alegre, le vuelve a repetir varias veces “está sucediendo algo distinto, vivan esa alegría, compártanla, contágienla”. Pablo dice lo mismo a los cristianos de Roma, “Alégrense, vuelvo a insistir, alégrense, que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres”. Todos, a sus comunidades, les van pidiendo que vivan esta alegría que brota de Jesús, que vivan esta alegría que es signo de poder celebrar la vida y celebrar la fe. 

Sin embargo, todos, desde los más chicos hasta los más grandes, tenemos la experiencia de que vamos perdiendo la fe. No sabemos por qué, casi que la tenemos que buscar al cajón de los recuerdos o nos cuesta vivir y mantener esa alegría. No hablo de reirnos un poquito o que nos saquen una sonrisa que puede ser muy bueno, sino de ese estado en el que estamos felices, en el que estamos alegres por aquello que estamos viviendo.

Alguna vez les conté que, una vez, después de que yo me ordene en el 2003 de diacono, hacía muchas cosas, estaba trabajando. Al poco tiempo de ser sacerdote, una amiga me agarró y me dijo que yo era mejor antes. Cuando le pregunte por qué me dijo “porque antes estabas más alegre”. Obviamente que al principio mucho no me gustó, pero después me sirvió para hacer un camino de conversión en el corazón e intentar mirar qué era lo que me estaba pasando. Lo que me estaba pasando era que quería abarcar muchas cosas, me habían soltado las riendas de cura y yo tenía ganas de hacer todo. Pero por sentirme tan exigido con tantas cosas que a todo tenía que responder, cada demanda, iba perdiendo la alegría. Siempre sentía la presión, siempre algo más, nunca a nada llegaba bien. Iba perdiendo la alegría que creo que era uno de mis dones o mis características, o por lo menos uno de los que siempre más me han marcado. Mi pregunta fue, ¿vale la pena esto? ¿Está bien hacer más pero perder aquello que es contagioso también para los demás? 

Muchas veces, por no decir casi siempre, el cómo tiene que ver con el fin. No es solo el hacer las cosas sino también el cómo las vivo y cómo las hago, porque eso es lo que se transmite a los demás. A veces tendremos que aprender que rendiremos menos, que no haremos tantas cosas, que nos exigiremos menos, que no todo se podrá hacer. Sí intento poder vivir esa alegría que brota del corazón e intento siempre recordar esto, ¿Por qué? Porque, en general, cuando uno es alegre, cuando uno ve la alegría del otro, casi que quiere con celos robársela, quiere arrebatársela. Uno quiere vivirla, quiere contagiarse de eso, creo que a ninguno de nosotros nos gusta, y a veces hasta con muchos justificativos, estar tristes o estar de mal humor, o no poder vivir aquella alegría que brota del corazón.

Creo que eso es lo primero que deberíamos aprender cuando queremos transmitir algo. En muchas circunstancias de la vida y de la fe, lo que le llega más a la gente no es lo que se dice sino el cómo. Por poner algunos ejemplos, cuando uno va a misionar o cuando uno va a un retiro, que se tomó un tiempo y estuvo más tranquilo, o la gente que va a dar una mano a Pascua Joven, lo que más resaltan es la alegría, cómo lo viven. Se acuerdan las primeras comunidades, cómo compartían y cómo vivían. Tal vez eso es lo primero que tenemos que replantearnos en el corazón cuando queremos vivir y transmitirá antes.

Hoy, descubrimos que hay muchas cosas, instituciones y demás que están en crisis y lo primero que tendríamos que mirar es cómo lo estamos viviendo y cómo lo estamos transmitiendo. Pongamos como ejemplo la fe, nuestras comunidades, nuestros grupos, ¿son grupos alegres?

Yo me acuerdo, una vez, una teóloga que decía que a veces cuando salía de misa parecía que en vez de a una fiesta habían ido a un velorio más o menos por cómo la gente salía seria, enojada. A mí me han retado un par de veces por reírme un poco en misa pero, ¿somos alegres? ¿Nos alegra el poder vivir la experiencia de Jesús? ¿El poder compartir la fe? ¿Aquel que viene a nuestros grupos puede descubrir eso? O en lo que queremos transmitir, el sacerdocio, por poner el ejemplo mío, también es una institución que está en crisis y lo primero que tenemos que replantearnos es si lo vivimos con alegría. Porque si yo descubro mi vocación, una de las cosas por las que me quise hacer cura es porque me hacía feliz lo que hacía: iba a misionar y me hacía feliz, iba a confirmación y me hacía feliz y digo “yo eso quiero vivirlo toda la vida”. 

Yendo a lo que hacen la mayoría de ustedes, los matrimonios: vemos que también está en crisis la institución matrimonial, ¿le transmito a mis hijos, a los que me rodean, la alegría mía del matrimonio, de vivir en familia? ¿O solo son quejas, siempre estoy de mal humor, estoy discutiendo con el otro? Creo que el mensaje de Jesús, el mensaje de las lecturas de hoy va justamente a eso, el poder vivir esa alegría del corazón que atrae a los demás, que llama a los demás. Todos tenemos experiencia de esto, de ser causa de alegría muchas veces para los demás y también podríamos pensar qué personas a nosotros nos cambian el humor. Hay personas, hay lugares, a veces hay personas que están de mal humor en la casa, en el colegio en la facultad en algún lugar y cuando va a otro le cambia la cara, está de buen humor con los amigos, con su mujer, con los hijos. Hay personas que tienen esa capacidad y nosotros tendríamos que a veces volver a eso para descubrir esa alegría que brota del corazón.

Los mismo con Jesús, ¿Cuáles son esos espacios que alegraron mi corazón? Hoy tal vez me está costando rezar, vivir mi fe, compartirla. No hay que quedarse con la nostalgia de lo que viví antes, sino, mirando hacia el futuro, cómo puedo volver a encontrarme con Jesús en esos espacios. Cómo volver a ir a aquello que me alegra, aquello que cambia mi corazón. Porque son esos espacios y esas personas los que sacan lo mejor de nosotros.

Fíjense lo que le pasa a Juan el Bautista: Juan está predicando, hace tiempo que el pueblo estaba esperando una voz de parte de Dios y, como profeta, la gente se acerca a preguntarle qué es lo que tienen que hacer. La presencia de Juan que llama a preparar el corazón, a convertirse, saca lo mejor de los demás y van y le dicen “¿qué tengo que hacer para prepararme?”. Tienen ganas, los ha motivado Juan. Me reía cuando escuchaba el evangelio porque hay cosas que no cambian nunca, “conténtense con su sueldo”, creo que lo podríamos repetir hoy. Le preguntaba a cada uno “¿Qué es lo que yo tengo que hacer?”. Podríamos intentar volver a ese sitio, a ese lugar, a ese espacio de nuestra vida y nuestro corazón donde Jesús saca lo mejor de nosotros, donde Jesús nos invita a dar un paso más, pero empezando por este sentimiento de alegría que, como ya les he dicho varias veces, contagia a los demás. 

Esa es la experiencia de María, esa es la experiencia de Jesús, esa es la experiencia de los primeros cristianos que se nos invita hoy también a nosotros a tener y a transmitir. Hoy como comunidad queremos hacer experiencia de esa alegría, queremos poder vivirla y compartirla y queremos que esa alegría contagie a los demás. Podríamos decir que la alegría es lo que trae esperanza aun cuando las cosas no me cierran, están duras, están difíciles, son injustas. Cuando puedo vivirlas con alegría, cuando alguien me trae esa alegría, eso transforma, eso cambia. 

Como gesto, en la misa se repartieron unas estrellitas a todos. Se los invitó a que escriban en estas estrellas quiénes los alegran, quiénes alegran hoy sus vidas, intentando volver a ellos. Después, a proponerse alguna persona a la que la tengan que ayudar en este adviento, alguna persona a la que le tengan que devolver la esperanza, alguna persona a la que le tengan que devolver la alegría, que puedan ser ese testimonio. Anotar esas personas que los ayudan y aquella para las que quieran ser un signo. Estas estrellas después se van a poner junto al pesebre, este deseo de que esto también nazca en nuestro corazón.

Lecturas: 
*Sofonías 3,14-18ª
*Is 12,2-3.4bed.5-6
*Filipenses 4,4-7
*Lucas 3,10-18



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