lunes, 28 de marzo de 2011

Homilia: "Si conocieras el don de Dios" Domingo III de Cuaresma


Hace unos años salió una mini serie llamada “The Pacific” que produjo Tom Hanks en la que muestra como en la Segunda Guerra Mundial cuando Japón va avanzando, Estados Unidos busca después de Pearl Harbor que no llegue hasta Australia, es decir cómo frenar la avanzada de Japón. Esto comienza en un estrecho que se llama Guadalcanal donde después de una freída batalla entablada allí, John Basilone es condecorado pro su trabajo por lo aguerrido que ha sido en esa batalla, y después de la condecoración máxima que eran los militares en Estados Unidos (una especie de marketing) lo mandan a Estados Unidos a que promocione la guerra, a que él que ha tomado tanta fama consiga que la gente apoye desde el corazón y también desde la parte económica lo caro que es una guerra. Y así comienza toda esta vida que este hombre no entendía, no estaba preparado para la guerra teniendo que ir de un lugar al otro, creciendo en la fama, apareciendo historietas de él y tuvo una vida mucho más frívola que lo confunde mucho a John. Hasta que en un momento él se cansa de esto y pide volver a lo que él sabe, que aunque sea lo dejen ir a enseñar, que lo manden como marino a enseñar a donde iban formando a los marines que iban hacía la guerra que fueron 2 o 3 años. Y ahí cuando el está enseñando, como sucede muchas veces se enamora en un primer encuentro que tiene de una mujer, Elena, que estaba trabajando ahí como sargento en la parte de cocina. Intenta acercarse a ella y tal vez como dicen los chicos ‘la tuvo que trabajar mucho’, no le fue fácil porque estaba chica no le prestaba atención, no le interesaba nada porque él era muy frívolo, hasta que empieza a ganarse su confianza, empieza a crecer esta vida sentimental, esta relación entre ellos y él decide volver a la guerra porque sino lo daban de baja, y también como sucede muchas veces deciden casarse antes de que él parta nuevamente para esa zona de las islas en el Pacifico. Se casan y cuando están compartiendo su luna de miel, Elena lo mira a John y le dice: “Pensar que hace poco me levante, ya tenía 30 años, estaba satisfecha, contenta con mi vida, pensaba vivir así hasta que un día apareciste vos en el comedor y todo cambió de una día para otro”. Pensaba entonces cómo nos pasa a nosotros esto, ¿cuántas veces estamos satisfechos con nuestra vida? No es que tenemos todo lo que queremos o que hemos ido en búsqueda de aquello que nuestro corazón desea, pero es como que ‘nos contentamos’, tal vez por miedo a defraudarnos, tal vez por miedo a frústranos, a fracasar el día de mañana, tal vez porque prefiero quedarme en eso que estoy cómodo y satisfecho, aunque no sea lo que me pide lo profundo de mi corazón, y si bien a veces lo escuchamos lo vamos como tapando, lo vamos dejando ahí y vamos como tapando el pozo de nuestros deseos, viviendo una vida a veces ‘normal’, linda pero mucho menos de lo que hemos estado llamados. Y necesitamos siempre aquel encuentro que cambia nuestra vida, en este caso en Elena y John fue ese encuentro en el comedor por mas que, como les dije él la tuvo que pelear, pero también nosotros podríamos pensar aquel encuentro que cambió nuestra vida, aquel encuentro en que nos enamoramos, que uno se miró de manera diferente, que se enamoro y que comenzó de nuevo… Una de las cosas que me gusta preguntarles a los que se van a casar es cómo se conocieron, y siempre se acuerdan, y tal vez si nos preguntaran “cómo conocieron a tal persona” no lo recordáramos, pero si es “cómo conociste a tu novio/a” uno se acuerda porque ahí comenzó la historia, o una madre/padre cuando ven por primera vez a un hijo/a que nace y que lo guarda para siempre en el corazón, o cuando un hijo/a o un padre, alguien que se haya tenido que ir de viaje mucho tiempo o por alguna razón ha estado ausente y uno vive la alegría de ese encuentro y el poder estar con el otro que desea, y así podríamos pensar un montón de momentos de encuentros profundos que cambian nuestra vida, y lo cambian de tal manera que no podemos vivir de la misma manera que antes, somos como lanzados a una dimensión diferentes, somos lanzados a un estilo y a un modo de vida distinto, que volver para atrás ya no lo queremos ni lo deseamos. Y también podríamos pensar en nuestra fe, ¿cuándo fue la vez que nos sentimos mirados pro Jesús de una manera tan nueva y tan distinta que nuestra relación con Él cambió, que nuestra vida de fe cambió? Podríamos narrar tal vez como narra Juan: ¿cuál fue ese encuentro? ¿qué fue lo que escuchamos en nuestro corazón? ¿qué fue lo que Jesús nos dijo y hacia dónde nos envió? Esto es lo que escuchamos hoy en este encuentro de Jesús con una samaritana. El relato más largo que tenemos en el Evangelio de un encuentro de Jesús con alguien: todo el cuarto capitulo de Juan. Es tan profundo este encuentro personal que Jesús tiene que nos quedan hasta los diálogos, nos quedo narrado, y esto que comienza como un choque casual con una mujer que tal vez esta satisfecha con su vida pero que no esta del todo contenta (esta con un hombre, puede haber tenido antes 5 maridos, tiene que ir todos los días a sacar agua y esta cansada, todos los días tiene que ir a hacerlo, esta insatisfecha) y entonces se encuentra con Jesús. Ahora fíjense, Jesús no le dice “tenes que cambiar”, comienza dialogando desde la situación de esta mujer, comienza de lo cotidiano que vivía todos los días: Jesús se acerco a un lugar a donde esa mujer por lo menos una vez por día iba, sino mas, a sacar lo que se necesita para vivir: agua, y desde ahí comienza ese dialogo. ¿Por qué digo esto? Porque muchas veces cada uno de nosotros esta esperando que haya un encuentro extraordinario con Jesús que es buenísimo cuando sucede, ojala que en algún momento suceda pero como dice la palabra es ‘extraordinario’, no algo de todos los días y si solamente estamos esperando esos momentos extraordinarios, en cualquier vinculo podríamos pensarlo no solo con Jesús, nos perdemos la presencia de Jesús en lo cotidiano de cada día. Fíjense, si esta mujer no hubiera descubierto a Jesús en eso que hacia todos los días se perdía de este encuentro pero empezó a dialogar hasta tal vez sin darse cuenta con Jesús, comenzando por ese “Dame algo de beber” y llevándole a que Jesús le muestre que había algo más profundo que buscaba su corazón. La mujer comenzó diciéndole: “No tienes ni siquiera un balde para traerme o darme algo de agua” y termino diciéndole: “Tú eres el Mesías” y anunciándolo a la gente, y Jesús de a poquito, dialogando la fue llevando a eso extraordinario, la fue llevando a eso que desborda y cambia muchas veces nuestra vida y nuestros corazones. Y esto es algo que Jesús hace siempre, si uno se anima a encontrarse con Jesús, si uno se anima a entrar en dialogo con Él, Jesús siempre desborda nuestras expectativas. Podríamos pensar un montón de textos: ¿acaso en las bodas de Canaan se necesitaba un montón de vino? Esta bien faltaba vino, es importante para la fiesta, ¿pero tantos litros de vino se necesitaban? Y Jesús desborda… el paralítico se acerca a Jesús porque quiere que lo cure, y Jesús lo cura, le perdona los pecados, lo invita a vivir una fe nueva… los discípulos le dicen: “No pescamos nada” y con unos peces les bastaban, pero las redes se rompían, tuvieron que llamar a otras barcas, decir “ayúdennos”… Saqueo solo quería mirarlo a Jesús, se sube a un árbol, y recibe mucho más, Jesús le dice que baje, va a su casa, y Saqueo se convierte… Cuando uno se anima verdaderamente a encontrarse con Jesús, Él siempre desborda, da de más, no alcanza nuestra vida, nuestro corazón, nuestro propio recipiente de barro para contener todo lo que es Jesús. Cunado nos animamos a salir de nuestras seguridades, de aquello que nos mantenemos firmes y nos animamos a más, Jesús siempre desborda. Ese es el camino de la Cuaresma, el camino de la Cuaresma es animarnos a dejar atrás aquello que nos ata para que Jesús en la Pascua desborde. Anímanos a dejar atrás aquello que nos hace felices para que Jesús nos haga realmente felices. A dejarnos atrás todo aquello que nos hace esclavos para que verdaderamente Jesús nos haga libres. Esto es lo que busca Jesús de nosotros. Como hablábamos el Domingo pasado es qué es lo que hago mal y puedo cambiar, pero eso es algo pequeño, Jesús quiere mucho más para nosotros, y Jesús nos invita a que abramos el corazón para descubrir eso. Muchas veces tenemos como ‘miedo’ a ser felices, miedo a tener esperanza, miedo a decir “necesitamos y merecemos algo más”. Hoy Pablo en la Segunda Lectura dice como dice el cartel: “Si confiamos en lo que nos dice Jesús, la esperanza no será defraudada”, no solo no será defraudada, va a desbordar, nos va a sobrar, vamos a tener que llamar a los demás para que ‘junten peces’, para que ‘tomen vino’, para que descubran todo lo que hemos vivido. Vamos a tener que hacer como esa mujer que no le alcanza con saber de esto, si no que tiene que ir y anunciar y a los demás, pero para eso tenemos que animarnos a abrir el corazón en nuestra vida y en nuestra fe, animarnos a qué mas nos viñita como proyecto de vida Jesús, animarnos a descubrir qué mas como proyecto de fe nos invita Jesús. Y ese camino siempre es el de abrirnos a los demás, el de descubrir que siempre podemos caminar con otros, el de no conformarnos con poco, no en “con esto saco con mi relación con Jesús” sino en cómo puedo profundizar en Él, cómo me puedo encontrar más con Él, cómo puedo ser más feliz en este camino con Jesús y con los demás. Hoy Jesús nos dice como a la samaritana “Si conocieras el don de Dios sabrías que vos querrías mucho más”. Hoy nos dice a nosotros: “Si conocieras el don de Dios vos también querrías mucho más". Abramos entonces el corazón a este Jesús que viene, para poder descubrir este don de Dios, para conocerlo, y también para pedirle nosotros a Jesús que Él nos de de beber de esa agua que tiene para todos.







1 comentario:

  1. Querido Padre:
    Nunca había comentado, ni tampoco sé si es común que se hagan comentarios en el blog, pero como están habilitados aprovecho para hacerle una pregunta que me quedó picando.
    Usted dice que Jesús dialoga con la samaritana y efectivamente es así.
    Ahora, ¿no hay algo imperativo en la frase -«Dame de beber.»?
    Me quedé pensando que el “diálogo”, en este caso, parece asimétrico.
    Como que con Jesús no hay posibilidad de “llegar a un acuerdo” o se acepta lo que Él dice o no se alcanza la felicidad?
    Puede ser esto así. Gracias

    José de Garín

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