lunes, 19 de septiembre de 2011

Homilía: "Los últimos serán los primeros" - domingo XXV del Tiempo Ordinario

En la película “Más allá de la vida”, Cécile de France es una escritora y periodista que tiene una experiencia traumática, se encuentra al borde de la muerte en Asia cuando sucede el Tsunami. Tras esa experiencia, en la cual casi muere y es rescatada, ella comienza a mirar la vida desde otra perspectiva, desde otro lugar. Y esto la hace replantearse un montón de cosas de lo que está viviendo, de lo que le está pasando, y empieza a poner la mirada, como muchas veces pasa cuando uno tiene una experiencia límite o profunda en la vida, en las cosas centrales y esenciales. Es por eso que, después de un tiempo de reflexionar, decide escribir un libro sobre el más allá, sobre lo que sucede al momento de la muerte y posteriormente, y empieza a entrevistarse con gente que ha tenido esta experiencia y decide llevar un bosquejo de lo que está haciendo al lugar donde ella siempre escribía, a su editor, a la editorial (también ahí estaba su novio). Sin embargo, se ríen un poco de ella, la cargan por lo que está haciendo, por lo que está preparando, y le piden que se tome un tiempo: “Bueno, has tenido una experiencia traumática, tomate un tiempo de descanso, volvé después”, le dicen y ella no entiende y dice “No, ¿por qué? He escrito sobre tantas cosas triviales, que no son profundas ni llenan el corazón, ni valen tanto la pena y este es un tema importante para todos nosotros, un lugar por el que todos tenemos que pasar, algo que todos –o muchos– esperamos en el corazón”. Sin embargo, no la escuchan, empieza a perder prestigio, hasta Didier, su novio, la empieza a dejar de lado. Y ese vivir de una manera diferente, nueva para ella, la lleva a casi tener que distanciarse de su vida no solo anterior, sino de aquellos que la rodeaban; y siente una incomprensión por parte de los demás frente a esta nueva experiencia que ella tiene. Mientras vivía como ellos, no había ningún problema; cuando muestra un modo distinto, una forma de vida distinta, los demás la empiezan a dejar de lado.

Y esta experiencia que ella tiene es una experiencia que también tenemos nosotros a veces en la vida; a veces, vivimos cosas muy profundas, muy significativas pero que, cuando las queremos llevar a los demás, no sentimos un correlato del otro lado y sentimos que el otro está a una distancia muy grande de lo que a nosotros nos está pasando. Sentimos que el otro no puede entrar en nuestro mundo, no comprende lo que nos pasa, lo que estamos sintiendo en lo profundo del corazón. Pero esto también nos pasa a nosotros; ¿cuántas veces tampoco comprendemos lo que le pasa al otro, no podemos entrar en el mundo del otro? A veces, por circunstancias difíciles, a veces por circunstancias gozosas, a veces porque viven distinto… y nos cuesta compartir y vivir con el otro; casi como si estuviéramos en mundos diferentes, aun estando muy cerca, porque lo que pasa por el corazón es diferente y es distinto. Muchísimas veces tenemos esa incapacidad de poder aceptar o adaptarnos a lo que al otro le está pasando, a lo que está viviendo y, así, nos vamos quedando en nuestra forma de vivir, de interpretar las cosas, en nuestro propio mundo y eso nos va cerrando a los demás.

Esta experiencia que, sin irnos muy lejos, tenemos en la vida es la experiencia que seguramente tuvo Jesús en ese camino de tener que explicar a sus discípulos a qué los estaba invitando porque Jesús los invitaba a vivir de una manera más radical, y eso todos los entendemos. Cuando les dice “tenés que entregarte más”, “tenés que amar más”, “tenés que ser más generoso”, “tenés que ser más solidario”, uno piensa que es verdad, que tenemos que ser así, sin embargo nos encontramos con la experiencia de nuestra vida que continuamente no nos deja llegar a aquel ideal que tenemos, que buscamos, que deseamos. Pero en eso no encontramos una dificultad muy grande, sí en vivirla pero no en decir “sí, este es el camino”; sin embargo, hay otras veces en que no entendemos qué es aquello a lo que Jesús nos está invitando. Nos abre una experiencia, de algo tan nuevo, que casi pareciera que nos deja afuera porque nos hace mirar e interpretar las cosas desde un lugar diferente y distinto. Y creo que uno de esos lugares donde nos hace interpretar las cosas de un modo distinto es este evangelio porque, ya cuando empieza diciendo “muchos de los últimos serán los primeros”, uno dice “¿dónde?, ¿cuándo?, ¿de qué forma y manera?” porque no es nuestra experiencia. Si a nosotros nos dicen “vas a ser último” no nos gusta; tal vez los chiquitos dicen “sí, para bañarme” pero, para todo lo demás, uno quiere ser primero. La vida nos invita a ser primeros, el mundo nos exige ser primeros.

Entonces la pregunta es ¿dónde tenemos que ser últimos?, o ¿dónde se vive este ser último? Y es entonces cuando Jesús les presenta a sus discípulos esta parábola en la cual el señor invita a muchos a que vayan a trabajar a su viña prometiéndoles un denario, aquello que se pagaba por un jornal de trabajo, por un día. Y, continuamente, a lo largo del día, va a decirles a otros que vayan hasta la última hora a trabajar a su viña prometiéndoles que les va a pagar lo que fuera justo. Para sorpresa de todos, cuando llega el momento, llama a su mayordomo y le dice “ahora, ve y págales empezando por los últimos” y este, arrancando por los últimos, empieza a pagarles a todos lo mismo. Como es de esperar, y como seguramente muchos de nosotros haríamos, se quejan por lo que reciben: “¿cómo es posible que yo, que trabajé todo el día, reciba lo mismo que el que trabajó mucho menos tiempo que yo?”. Sin embargo, cuando alguno quiere plantear esto desde la justicia, “¿por qué eres injusto conmigo?”, el señor le dice “yo no he sido injusto contigo, ¿no habíamos arreglado en un jornal?, ¿no te había dicho que te iba a pagar un denario?, ¿cuál es el problema?”. Pero creo que esto va mucho más allá de lo que creemos o entendemos por JUSTICIA porque termina diciéndole “¿por qué te molesta que yo sea bueno?, ¿por qué tomas a mal que yo sea bueno?”.

Creo que esto nos abre a una interpretación más profunda y totalmente diferente de lo que solemos tomar como justicia. El problema es que, en general, esta es nuestra manera de relacionarnos con los demás; nosotros nos relacionamos por lo que es premio o castigo, o por lo que me merezco, por lo que es mérito, por lo que es proporcional a lo que yo hago. Creo que, a pesar de que no nos gusta del todo, continuamente lo estamos haciendo y en todos los espacios; muchas veces nos pasa en la familia, nos pasa con nuestros amigos o amigas, ni qué hablar en el trabajo. En muchos ámbitos, y en muchos vínculos, de nuestra vida, nos relacionamos así. ¿Cuántas veces dejamos de hablarle o le decimos cosas al otro, o lo tratamos de tal manera por lo que sentimos que hizo o no hizo con nosotros?, ¿cuántas veces también damos hasta cierto punto porque decimos “ahora le toca al otro darme a mí”? Así nos vamos relacionando de esta manera según cuánto nos merecemos y cuánto el otro se merece, y nos cuesta mucho salir de ese plano. Sin embargo, queremos algo distinto; no nos basta la vida y no nos gusta cuando sentimos que estamos dando mezquinamente, o cuando sentimos que nos relacionamos solamente de esa manera. Por eso creo que todos buscamos experiencias y relaciones gratuitas y, cuando podemos vivir algo desde lo profundo del corazón y gratuitamente, somos mucho más felices; cuando sentimos que podemos darnos y que el otro se da a nosotros gratuitamente nos llena mucho más el corazón; cuando podemos entregarnos, cuando encontramos esos momentos en que podemos abrir el corazón de una manera diferente… El problema es que nos cuesta mucho, en general, entrar en ese modo de vida y de relación.

Pero Jesús nos muestra un mundo diferente. En primer lugar, mostrando su praxis: es Él el que va a buscar. Dice el evangelio que, continuamente, fue el dueño el que fue a buscar. Buscó al principio, buscó en el medio, buscó al final; y cuando pasa y sucede esto, dice “¿por qué te molesta que yo sea bueno?”. ¿No será que esa bondad nos abre a un modo distinto de relación con Jesús? Porque, en realidad, a todos los invitó Jesús; y todos recibieron algo de Jesús, todos recibieron un don y un regalo de Él. Es claro que esto no está hablando de una justicia retributiva, no lo escribió ningún economista, esto no cierra. Esto es un modo diferente de relacionarse en el Reino de Dios. Jesús les está diciendo “ustedes se relacionan de esta manera, por lo que creen que es justo e injusto, por lo que te tengo que dar o no; yo me relaciono de otra manera, en mi Reino es diferente. Yo te doy de lo que es mío, y lo que es mío es para todos, y es para todos de la misma forma e igual; y, si quieren compartir la alegría, acá no compitan, acá no se comparen, acá no busquen lo que creen ustedes que es justo según su manera de pensar, de vivir y de sentir. Acá queremos compartir la vida de una manera diferente; por eso vivan la alegría de que todos reciben lo mismo, el que es primero y el que es último”.

Acá esta parábola creo que tiene algo curioso porque le faltaría una segunda parte, que la escribo yo, no la escribió Mateo, me toca a mí. ¿Qué hubiera pasado con este hombre que seguramente se fue enojado? Porque, después de que Jesús le dijo esto, seguramente dijo “yo de acá me voy”; pero Jesús continuamente sale a buscarnos y se lo encontró un día y él volvió a la viña, pasó a ser el último y recibió lo mismo. Ahí seguramente empezará a entender, si es que se animó a volver a Jesús, lo que significa que los últimos serán los primeros, que todos reciben lo mismo, el que llegó en un momento, el que llegó en el otro, que todos gozan de lo mismo, de ese Jesús. Para decirlo más claro, el ejemplo más claro de esto es el buen ladrón: fue el último, y después fue el primero. Estaba en la cruz, le pidió perdón a Jesús y Él le dijo “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¿Dónde cierra eso? En Jesús, quien nos invita a compartir y a alegrarnos ya que todos tenemos la misma posibilidad; lleguemos cuando lleguemos, todos podemos vivir la alegría de estar con Él.

Esta también es la experiencia de Pablo. Pablo en un momento conoció a Jesús y, cuando conoció a Jesús, dijo “Para mí la vida es Cristo. Ahora vivo para Él y me alegro de que otros estén acá; si fuera por mí, me iría con Jesús ya, para mí la muerte es una ganancia. Sin embargo, quiero que muchos de ustedes puedan vivir esto, por esto es mejor que todavía esté acá para que otros que llegan últimos compartan la misma alegría”. Él ya tiene el corazón lleno de Jesús. Y cuando uno llena el corazón de Jesús, empieza a vivir de una manera distinta, de una manera nueva. Creo que todos tenemos la experiencia de eso. Cuando pudimos tener una experiencia profunda de Jesús, en cualquier momento y circunstancia de nuestra vida, sentimos algo distinto.

Pidámosle entonces, en este día, a Jesús que nos dejemos buscar por Él, que nos dejemos encontrar por Él, que nos sintamos llamados. Y que, cuando nos sintamos llamados y estemos en su viña, podamos decir, como Pablo, “para mí la vida es Cristo”.

LECTURAS:

* Is. 55, 6-9

* Sal. 144, 2-3. 8-9. 17-18

* Flp. 1, 20b-26

* Mt. 19, 30-20, 16


1 comentario:

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