viernes, 25 de noviembre de 2011

Homilía: "Aprender a descubrir a Jesús en nuestros hermanos" - Cristo Rey

Hay una historia que cuenta que había un abad muy preocupado porque su monasterio, que había sido muy floreciente en nuevos hermanos, en nuevas vocaciones, durante una época en la cual se vivió una fraternidad muy linda y hermosa por un tiempo, había empezado a decaer. Cada vez entraban menos vocaciones, algunos hermanos empezaron a abandonar el monasterio y, como sucede a veces con los vínculos o las relaciones, después de un tiempo floreciente empezaron a aparecer algunas rispideces, empezaron a costar los vínculos con los demás, comenzaron las discusiones y el monasterio se fue apagando. Por eso, este abad, preocupado por lo que sucedía en ese lugar, fue a ver a una persona que era muy reconocida, un sabio, para que le de algunos consejos de cómo hacer para cambiar ese rumbo que el monasterio había tomado. Le contó todos sus pesares, todo lo que estaban viviendo, y el sabio le dijo que el Mesías había vuelto y que estaba entre ellos. Entonces, el abad volvió a su monasterio muy feliz, muy contento con la alegría de saber que Jesús estaba entre ellos, y reunió a sus hermanos de la comunidad y les dijo “Me han dicho que el Mesías ha vuelto y que está entre nosotros”. Los hermanos también se alegraron con esta noticia y, cuando empezaron a pasar los días, empezaron a pensar en cuál de ellos sería el Mesías. Algunos decían “esta persona, que sabe tanto, que es tan erudita”… y lo empezaban a tratar mejor, empezaron a escucharlo de una manera distinta. Otros pensaban “será el cocinero, que tan rica comida nos prepara, que nos ayuda todos los días para que podamos alimentarnos”… y empezaron a ayudarlo. También había un hermano que siempre molestaba, que se hacía el gracioso, que hacía chistes (que, a veces, nos molestan a todos), y pensaban “puede ser que este sea el Mesías y que nos esté probando para ver si lo tratamos bien o no”… Y así empezaron, unos a otros, a tratarse cada día mejor. Se dice que cambió el clima que había en el monasterio y que empezaron a volver las vocaciones a este lugar que, de alguna manera, irradiaba a Jesús. Y este abad, años después ya sabiendo la respuesta en su corazón, volvió a agradecer a este hombre sabio por haberle mostrado cuál era la manera en que tenían que tratarse los unos a los otros.
Más allá de esta historia, de este cuento, podríamos decir que el Evangelio dice prácticamente lo mismo: el Rey les dice a estos hombres y mujeres que llegan al cielo “Ustedes me atendieron cuando estuve enfermo, cuando tuve hambre, cuando estuve preso, cuando estuve desnudo; y ustedes no me atendieron cuando estuve preso, cuando estuve desnudo, cuando los necesité”. La pregunta de ambos grupos fue “¿Cuándo pasó esto? Nosotros no nos dimos cuenta de que vos estaba a nuestro lado”. Y, si no se dieron cuenta de que Jesús estaba a su lado, podríamos decir que nunca lo escucharon, o que nunca terminamos de escuchar con atención lo que Él nos dice.
En primer lugar, hace unos domingos atrás, hemos escuchado como Jesús nos ha dicho que la ley se resume en dos mandamientos: AMAR A DIOS y AMAR AL PRÓJIMO, y que ambos son semejantes, que ambos se tienen que vivir de la misma manera. Pero en este Evangelio, para que nos quede más claro y para que lo tengamos en cuenta, Jesús se identifica con nuestros hermanos; Jesús dice que Él es el que tiene hambre, que Él es el que tiene sed, que Él es el que está hambriento, que Él es el que está preso, desnudo o enfermo. De algún modo, Jesús pone, de la misma manera esta presencia en el hermano necesitado tan central como lo es la presencia de Jesús en la Eucaristía y en la Palabra. Sin embargo, a nosotros nos cuesta descubrirlo; y muchas veces nos preguntamos ¿dónde está Jesús?, ¿de qué manera lo puedo ver?, ¿de qué manera lo puedo descubrir? Y, cada vez que venimos a misa, hacemos un acto de fe ya que creemos que Jesús nos habla a través de su Palabra, y creemos que Jesús se hace presente en el pan y en el vino que vamos a traer a esta mesa, y que lo vemos ahí. Pero Jesús nos dice que tenemos que dar un paso más: aprender a descubrirlo en nuestros hermanos; que Él también se identifica y se hace presente en ellos. A veces, esto nos resulta mucho más difícil; sin embargo, si miramos los Evangelios, a la gente tampoco le fue fácil descubrir a Jesús presente en su persona. Un montón de trabas hicieron que, por distintas razones, ellos no lo descubriesen. Jesús nos dice que nosotros tenemos la misma oportunidad de descubrirlo en los demás, en aquellos que salen a nuestro encuentro. Por eso, se nos invita a vivir de una manera distinta, de una manera diferente, porque el Reino de Dios se hace presente de una manera distinta.
Hoy estamos celebrando que Cristo es Rey y, más allá de alguna tentación que la Iglesia ha tenido y ha llevado adelante en algunos momentos de su historia de hacer reinados de maneras humanas, creo que, si uno mira la manera en que se gobiernan o se llevan adelante los países hoy en día, nos damos cuenta de que nosotros no queremos gobernantes así, no queremos reyes así. Por eso, creemos que Jesús se hace presente en medio nuestro de una manera diferente.
En primer lugar, es diferente porque Jesús no quiere un reino vertical, sino que quiere un reino en el que Él sea el centro; podríamos decir que el Reino de Jesús nos muestra la centricidad de Cristo y cómo Jesús se va haciendo presente en cada uno de esos que pasan por el reino. Así como también nos muestra cómo, en este Reino, el modo de relacionarnos los unos con los otros es distinto, porque tiene que nacer del servicio y del preocuparnos los unos por los otros. Esto muchas veces nos cuesta. Nos cuesta porque nuestra propia humanidad muchas veces tira a que digamos “bueno, hagamos la nuestra”, o a que sólo nos preocupemos por nosotros, o a intentar sobrevivir más allá de los demás. Y podríamos decir que esto toma un upgrade en lo que es el mundo de hoy que muchas veces nos lleva a eso, a que nos olvidemos de los demás y a que nos preocupemos solamente por nosotros o por los que tenemos cerca. Sin embargo, el Evangelio continuamente desafía eso e invita a algo distinto: A CREAR PUENTES, a descubrir cómo nos tenemos que preocupar los unos por los otros, y a descubrir a ese Jesús que se nos hace presente en los demás.
Una cosa que a mí siempre me llama mucho la atención, y que charlo mucho con los jóvenes, es cómo los chicos cuando están en una situación diferente, viven de una manera diferente. Cuando me voy a misionar con muchos jóvenes –o hago un retiro de varios días o un campamento–, veo cómo se ayudan los unos a los otros, cómo se tratan distinto y cómo, sin hacer muchas de las cosas que hacen acá para divertirse, la pasan muy bien y son felices; y siempre cuando nos vamos les digo que el desafío es intentar vivir eso en el día a día, que no sea solamente cuando pongo a Jesús en el medio sino que sea en lo cotidiano donde Jesús se me haga presente. Porque uno ve que, cuando pone a Jesús en el centro de su vida, uno empieza a vivir de una manera distinta. Nos pasa a nosotros, quizá no en una misión pero sí en otras cosas como tenemos momentos más fuertes de oración, o cuando hacemos un retiro, que decimos “yo quiero vivir esto de modo diferente”, “ahora cuando vuelva a casa, voy a hacer esto así, así y así”… generalmente, esa ilusión nos dura pocos días porque nos enfrentamos con la realidad; pero se nos muestra ese deseo profundo que tenemos. Deseo por el cual, cuando nos encontramos con Jesús, Él nos muestra que hay un modo de vida distinto que es posible. Un modo de vida que es el que nos hace felices, que es el que, de alguna manera, sacia esa insatisfacción que muchas veces tenemos en el día a día porque sentimos que hay algo que falta. Y seguramente eso que falta es vivir como Jesús nos invita, que en el fondo es ir dando la vida día a día.
Este Reino de Dios se construye de una manera particular porque se construye desde el amor y desde el servicio, desde el preocuparnos los unos por los otros, y desde el ir creando estos puentes que Él nos invita. Pidámosle, entonces, en este día a Jesús que nos salga al encuentro en cada hermano necesitado, en cada pequeño que pasa a nuestro lado, y que lo descubramos presente, que podamos salir a su encuentro y caminar día a día también hacia su Reino.

LECTURAS:
* Ez. 34, 11-12. 15-17
* Sal. 22, 1-3. 5-6
* 1Cor. 15, 20-26. 28
* Mt. 25, 31-46

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