miércoles, 30 de noviembre de 2011

Homilía: "Empieza algo nuevo" - I domingo de Adviento

Hace poquito salió una linda película argentina que se llama “Medianeras”, que muestra cómo la Ciudad de Buenos Aires creció irracionalmente, cómo fue dándose la cosa sin una planificación, y cómo eso también de alguna manera refleja la vida de la gente en Capital Federal, en la ciudad. La historia se centra en dos personajes, Martín y Mariana, que, si bien viven cerca, nunca se cruzan y no se enteran ni saben quién es el otro. Martín en un momento piensa “¿cómo en una ciudad en donde hay 3 millones de habitantes voy a encontrar al amor de mi vida si no sé en dónde tengo que buscar, no sé quién es, no sé ni dónde encontrarlo?”. En otro momento de la película, vemos a Mariana con ese libro que seguro tantos de nosotros usamos, “Buscando a Wally”, y dice que a Wally lo encontró en todos lados menos en la ciudad, que allí –por más de buscar durante años y años– nunca lo pudo encontrar, y reflexionando dice “si en la ciudad no puedo encontrar a quien busco, ¿cómo voy a hacer para encontrar a quien no sé ni siquiera quién es?”. Estos pensamientos muestran el deseo de encontrar al otro, pero ninguno de los dos sabe a quién busca.
Creo que, de alguna manera, esto también refleja nuestro deseo profundo de encuentro con los demás y con Dios. Pero, justamente, la pregunta que nos hacemos es ¿A QUIÉN BUSCAMOS?, o ¿DÓNDE LO BUSCAMOS?, o ¿DE QUÉ MANERA LO BUSCAMOS? Y no solo para conocer a alguien, no se trata solo de la búsqueda amorosa de encontrar un amor, sino de una búsqueda más profunda en la que uno se pregunta cómo encontrarse con su amigo, con su padre, con su hijo… Incluso muchas veces nos preguntamos cómo nos encontramos con Dios: a pesar de tener fe, muchas veces nos preguntamos dónde podemos buscarlo, de qué manera podemos encontrarlo. Más aún cuando nos llega así, de improviso, este nuevo comienzo del año litúrgico: el Adviento. No sé ustedes, pero desde que tengo noción y desde que más o menos empecé a tomar la vida en mis propias manos, siempre llego a fin de año cansado – y no solo cansado físicamente, sino cansado mentalmente. Es más, si viene alguno de los chicos, que en general tienen muchas ganas, a proponerme encarar algo, lo primero que pienso es “¡qué fiaca!”… ¿empezar algo nuevo a esta altura del año? Uno dice, NO.
Sin embargo, la fe nos invita a, en este tiempo, empezar algo nuevo. Pero, como veíamos en el video, no es tan fácil – o no tenemos tantas ganas. Los chicos contaban cómo se entrenan, cómo preparan un examen… Y cuando la pregunta se refería a la Navidad, tenían que mirar más adentro. Cuesta. En medio de tantas cosas, que todos tenemos (todos los cierres de los colegios, de la facultad, del trabajo…), nos cuesta pensar en que tenemos que encarar algo más. Podríamos mirar en el Evangelio qué es ese más, ¿qué es lo que Jesús nos está pidiendo? Porque, justamente, no nos dan tantas ganas de hacer algo más (por lo menos hoy). Podríamos decir “dejemos el Adviento para principio de año”, pero ahí tenemos la Cuaresma. Por eso vamos a profundizar un poquito en este Misterio.
El Evangelio nos dice que tenemos que estar preparados, que tenemos que estar prevenidos. Con este ejemplo tan simple, en el que se utiliza a un señor deja a sus hombres y ellos no saben cuándo va a venir (si a medianoche, si al amanecer, si cuando cae la tarde); sin embargo, ellos tienen que estar siempre preparados, es decir, dejar la casa lista y estar velando… ¿por qué? Porque él va a volver. Y, si miramos bien, lo propio del Adviento es eso. ¿Qué significa “Adviento”? Adviento significa “venida”, “llegada”; alguien que viene, alguien que llega. Es decir, el que hace el camino, el que hace el trabajo, es otro. Lo que nos está diciendo Jesús en este Adviento es que Él viene a nosotros, que no somos nosotros los que nos tenemos que poner en camino, que no somos nosotros los que tenemos que correr o llegar, pero que sí somos los que tenemos que prepararnos y abrir el corazón. Tal vez esto lo podrían explicar mejor las madres, que han tenido hijos y que han tenido que aprender a esperar durante esos aproximadamente 9 meses en los que el niño se va gestando, y uno lo que tiene que hacer es preparar el corazón para recibirlo de una manera nueva cuando nace.
El Adviento tiene eso; celebramos este misterio de que Jesús nació, de que Jesús vino a nosotros, de que Jesús se acerco y se encarnó. Y, dentro de cuatro semanas, porque justamente cae domingo, vamos a volver a celebrar lo mismo: Dios quiere nacer de nuevo, de una manera distinta, sacramental, en medio nuestro. Para eso nos dice “abrí el corazón, prepará tu corazón, preparate de nuevo”. Cuando uno repasa la historia de Navidad, que tantas veces nos habrán contado, uno piensa “bueno, Jesús tuvo que nacer en un pesebre, ¿y por qué tuvo que nacer en un pesebre? Porque no le abrieron las puertas de las casas, de los hogares…”. En esta Navidad podría pasar lo mismo, por eso Jesús nos está haciendo pensar en si queremos abrirle el corazón, si queremos hacerle un lugar en el humilde pesebre de nuestras vidas; no es hacer algo más sino disponerse, disponerse de corazón para este Dios que viene, para este Dios que se va a hacer presente en nosotros.
Creo que esto no solo requiere preparar el corazón sino levantar la mirada. “Miren”, comienza diciendo el Evangelio; y ¿qué significa este “miren”? Generalmente, cuando pensamos en la Navidad, tenemos mucho más presente a un Jesús que nació, a un Jesús que vino a nosotros, a un Jesús que se hizo presente; sin embargo, no tenemos tan presente a ese Dios que vuelve. Solo tenemos en cuenta esto que se nos dice “no solo miren para atrás, sino miren para adelante también”. En primer lugar, debe ser porque no tenemos mucho apuro en que Jesús venga, o en ir para allá, podemos esperar un poquito. Pero, en segundo lugar, porque esto se ha prolongado de tal manera que nos cuesta esperar; no solo porque el mundo nos invita a tener todo ya sino porque esto se dilató y a veces nos cuesta renovarnos en esa espera y en esa esperanza. Si uno mira las primeras comunidades de los apóstoles, ellos esperaban que Jesús viniera ya; era tal la alegría que tenían de haber estado con Jesús que la Biblia y las cartas de San Pablo dicen “Jesús va a venir ya, la parusía (la segunda venida) va a ser ya”. Sin embargo, han pasado muchas generaciones, 2011 años aproximadamente desde que nació Jesús, y Jesús no vino. Por eso nos cuesta volver a mirar a Jesús, nos cuesta decir “vuelvo a esperar y a mirar hacia allá”.
Hoy Jesús nos vuelve a decir “levanten la mirada, yo les prometí que iba a venir y vine; esa promesa es la garantía de que voy a volver ya que lo que se cumplió una vez se va a cumplir de nuevo”. Y, como nos dice San Pablo, “Dios es fiel y cumple sus promesas” y nos invita a nosotros a creer en eso y a, en este tiempo, abrirle el corazón. No podemos dejar de hacer lo que tenemos que hacer… trabajar, estudiar… es más, hay muchas cosas a las que es bueno que en esta época les dediquemos un poco más de tiempo (por ejemplo al estudio y a ciertas cosas que a veces nos cuestan un poquito más); pero también es bueno abrir el corazón y decir “Yo quiero mirar a Jesús y esperarlo; yo quiero encontrarme con Él en esta Navidad”. ¿Para qué? Para que Él vuelva a nacer, para que Él se haga presente hoy en nuestras vidas. Por eso celebramos la Navidad: porque tenemos certeza de su presencia en medio nuestro, porque creemos que hoy vuelve a nacer y que se puede volver a hacer presente en nuestras vidas.
Pidámosle entonces en este tiempo a Él, que es nuestra verdadera esperanza, que nos renueve en este deseo, que nos ayude a levantar la cabeza y a prepararnos para recibirlo con un corazón abierto.


LECTURAS:
* Is. 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7
* Sal. 79, 2ac-3b. 15-16. 18-19
* 1Cor. 1, 3-9
* Mt. 13, 33-37

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