viernes, 25 de noviembre de 2011

Homilía: "Estar listos para salir al encuentro" - domingo XXXII del Tiempo Ordinario

Este fin de semana estuvimos de campamento con 500 chicos y chicas de confirmación y caminar (post-confirmación). El campamento de post-confirmación comenzó con un video muy lindo, que tenía de fondo una canción de un grupo de rock argentino, que yo no conocía, Arbolito. La canción, tampoco conocida por mí, se llama “La costumbre” y, sintetizando, dice así:

A la tristeza te acostumbrás,
a la rutina te acostumbrás,
a la pobreza te acostumbrás,
a la derrota te acostumbras.

Y sigue repitiendo frases, como por ejemplo:

a ser esclavo, al maltrato, a la mentira, te acostumbrás…

Sin embargo, en el estribillo, comienza a cambiar de tono:

Pero diciembre existió,
está en un rinconcito del alma buena,
y como octubre mi amor
esas son cosas que vuelven, que vuelven y ya.

Y termina diciendo:

A esa señora buscando basura en la puerta de mi casa, nunca me acostumbraré;
A tu carita de hambre pidiéndome algo para comer, nunca me acostumbraré…

mostrándonos cómo hay algo en su corazón, en su vida, que pide algo más, que busca romper con esa desidia.

Nosotros también descubrimos en nuestra vida que hay un montón de cosas que no nos gustan, que no nos parecen bien, pero a las que, sin embargo, nos vamos acostumbrando. Es más, vivimos en un mundo que nos invita continuamente a eso, que es el llamado “confort”: acostumbrate a esto, conformate con esto. Nosotros queremos algo más, es más, merecemos algo más; estamos llamados a algo más… sin embargo, nuestra propia vida muchas veces tira para abajo.

Hoy en el Evangelio escuchamos esta parábola del Reino en la que Jesús nos dice que hay diez jóvenes que esperaban a su Señor. Cinco de ellas con sus lámparas preparadas, y cinco no; y que, cuando llegó el momento, solamente esas cinco estaban listas para recibirlo. La tentación es preguntarse por qué no compartieron las otras su aceite, pero la parábola nos dice claramente que no alcanzaría para todas; o por qué al final su Señor les dice que no las conoce. Pero si uno va al centro del relato, a lo que se quiere transmitir, descubre que lo primordial es cómo nos preparamos para el encuentro. Jesús nos dice que hay un momento en que nos vamos a encontrar de una manera especial con Él; pero que la preparación comienza ya, que tengo que estar atento, que no tengo que acostumbrarme a lo que pasa ni perder mi capacidad de esperar con alegría… porque así me voy a perder la oportunidad de encontrarme con Jesús. Esto nos sucede a lo largo de la vida: tendemos a bajar los brazos, a creer que las cosas ya no pueden pasar, a acostumbrarnos a este modo de vida sin esperar nada más. Y, cuando llega el momento, no estamos ahí o no preparamos el corazón para poder vivirlo; entonces aparece la nostalgia de pensar en qué hubiese pasado si me hubiera preparado de otra manera, si hubiera estado en tal lugar…

Jesús nos invita a romper con la costumbre, con el acomodarse, con el quedarse, a romper, como dice la frase, “con esto basta”. Y eso sólo es capaz de hacerlo aquel que aprende a amar de corazón. Uno rompe con el frío que nos detiene o nos acomoda cuando ama. El amor siempre llama a algo más, el amor es como una herida del corazón que no te deja acostumbrarte, detenerte, frenarte. El que ama nunca deja de esperar, nunca acepta que ya no hay oportunidad. El que ama nunca se acostumbra a la injusticia, a la mentira, a la pobreza, a la exclusión. El que ama busca de corazón, siente como una llama en el corazón que lo lleva a dar algo más, que no deja que los deseos se apaguen o que la espera lo desanime. Cuando uno ama, siente que está preparado porque nunca deja de esperar con ansiedad.

Y, como dice Pablo en la segunda lectura, el que ama busca contagiar a otros: no queremos que vivan en la ignorancia. Todos vamos a resucitar con Jesús. Esa es nuestra esperanza, eso es lo que nos motiva, eso es lo que nos alegra, eso es lo que nos lleva anunciarles a ustedes: Cristo murió y resucitó. Por eso todos, un día, nos vamos a encontrar con Él; entonces no se desanimen, no estén tristes como los otros que no tienen esperanza. Ustedes han recibido de Jesús esa esperanza de poder ver más allá; por eso vívanla y transmítanla. Y esa esperanza se tiene que transformar en amor. En ese amor que con alegría quiere algo más para uno y para los demás.


LECTURAS:
* Sab. 6, 12-16
* Sal. 62, 2-8
* 1Tes. 4, 13-18
* Mt. 25, 1-13

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