lunes, 31 de octubre de 2011

Homilía: "El camino de Jesús fue siempre primero DAR TESTIMONIO" - domingo XXXI del Tiempo Ordinario

Hay una película, que es de esas que les gustan mucho a las mujeres, que se llama “Cartas a Julieta” en la cual Sophie y su novio/prometido, casi marido, Víctor, se van a Verona porque él, por trabajo, tiene que terminar de ver un par de cosas para el restaurant que está por poner. Él está con bastante trabajo, haciendo varias cosas, y ella se acerca a ver todo lo que tiene que ver con esta famosa obra de Shakespeare, “Romeo y Julieta”, y va a ese famoso lugar: el balcón. Cuando se acerca al balcón, ve que todas las mujeres ponen ahí debajo, sobre la pared, cartas para sus prometidos, novios, futuros novios, deseos de amantes, etc. Sophie se queda ahí, emocionada, mirando y ve que, de pronto, llega una persona que despega todas las cartas y las mete en una canasta y se va caminando. Sophie la sigue para ver a dónde va y ve que llega a un lugar en donde estaban reunidas varias mujeres que empiezan a mirar y a repartirse las cartas. Sophie, sorprendida, les pregunta qué están haciendo, por qué hacían esto, a lo que ellas responden “alguien tiene que contestar las cartas”. “¿Pero cómo contestar las cartas si ustedes no conocen a las personas, no saben quiénes son?”, pregunta ella, y las mujeres le responden que no importa, porque las cartas contienen un deseo, una búsqueda de un amor, y alguien las tiene que contestar, y le dicen que por eso ellas son “las secretarias de Julieta” y desean ayudar a estas personas que buscan una respuesta, alguien que los escuche, alguien que les responda. Entonces Sophie vuelve al lugar del balcón y, cuando toca para dejar un papelito, se cae un ladrillo y encuentra una carta. La abre, ve que es una carta muy vieja, la lleva a donde estaban todas estas señoras y descubren que es una carta que se escribió hace 50 años por uno de esos amores imposibles. Se preguntan qué hacer, porque no saben si contestar o no, quizá la persona se mudó… y al final dicen que no importa, que hay que contestar, y Sophie la contesta con sencillez y la envía. A partir de ahí, frente a ese gesto desinteresado de querer ayudar a alguien, su vida empieza a cambiar.
Pensaba en cómo lo central es este deseo, que uno podría decir “¿qué sentido tiene escribir una carta?”, pero no sé si lo esencial es la carta o no, sino el hecho de poner un gesto. Ellos quieren tener ese gesto sencillo, humilde, porque no saben a quiénes les contestan, de ayudar a alguien en algo importante, central en nuestra vida, como es el amor; porque, para que alguien no sienta, de alguna manera, que no le han correspondido del modo que él espera, que quiere, que busca, ellos buscan responderle, buscan acompañarlo, buscan estar a su lado. Como dije antes, lo hacen desinteresadamente, sin buscar una recompensa, sino solo por ponerse en el lugar del otro, por aprender a tener esa empatía de saber que hay otro que necesita algo y que yo, desde lo que tengo, desde este humilde servicio, lo puedo ayudar.
Y creo que, si miramos nuestra vida y la vida de los demás, en general la mayor parte del tiempo se basa en aprender a tener esos sencillos y humildes gestos. Muchas veces estamos pensando en qué grandes cosas podemos hacer, en cómo podemos cambiar el mundo (que estaría buenísimo; si alguno tiene la receta, pásela), o en cómo podemos cambiar toda nuestra vida, en cómo podemos hacer tal cosa… y nos olvidamos de tener esos pequeños y sencillo gestos de todos los días que nos hacen la vida más llevadera, que nos ayudan a caminar de una manera distinta.
Estos gestos van desde animarnos los unos a los otros a decirnos “gracias” con esa humildad de reconocer que el otro hizo algo por mí y yo le agradezco, con esa educación que muchas veces a todos nos han enseñado en nuestra casa, en nuestro hogar, de agradecer al otro por el signo que tiene conmigo. Y no solo eso, ¿cuántas veces estamos de mal humor, irritados, porque nos piden algo, o por lo que fuera? Qué lindo sería que de cada uno de nosotros surgieran las cosas gratuitamente: puedo ayudar a los demás, puedo poner un gesto, puedo poner un signo, en mi casa, en mi colegio, con mi familia, con un amigo, con una amiga, con alguien que no conozco y, de alguna manera, ponernos al servicio del otro. Eso es lo que trae alegría al corazón. Creo que todos nosotros alguna vez hemos pasado por la experiencia de que alguien nos sorprenda, de que alguien haga algo que no esperábamos y, en general, eso trae una alegría, y hasta un desconcierto, muy grande: ¿por qué me hacés esto? Y el otro responde “porque tenía ganas, porque quería”. Eso trae una sorpresa al corazón que, muchas veces, nos lleva a nosotros a también querer actuar de la misma manera. ¿Cuántas veces, cuando vemos ejemplos de grandes personas, como santos o personas muy santas más allá de no haber sido nombradas por la Iglesia, a uno lo mueven las ganas de querer hacer lo mismo? Cuando uno ve la vida de la Madre Teresa, por ejemplo, se pregunta cómo puede él también ayudar, cómo podría hacer esos signos; sin embargo, muchas veces nos pasa que, como nuestra vida es un poco más limitada y no tan entregada como muchos de estos, después casi nos tira para atrás y nos cuesta tener esos mismos gestos o signos. Pero vemos que ese deseo lo tenemos todos en el corazón. Cuando vemos la vida de esas personas, uno dice “yo quisiera tener esos gestos”, “yo quisiera vivir de esa manera”, “yo quisiera tener este sentimiento y este deseo de ayudar a los demás”; y, en general, cuando hemos podido ayudar a alguien (muchos jóvenes aquí presentes lo han hecho de muchas maneras), hemos vivido esa alegría. Muchas veces no sabemos a quién ayudamos, muchas veces ni sabemos qué gestos ponemos, pero vivimos ese lindo regalo de poder haber hecho algo por el otro.
Una de las cosas de las que me enteraba en estos días era que a todo el mundo, o a muchos, les llegaba esta nueva carta-invitación de hacer una caja navideña para otros, con sencillez y humildad, desde lo que uno tiene. Me refiero a estas cajas en donde uno pone alimentos y busca ayudar a que una familia pueda tener una comida digna, una comida que los ayude a reunir a sus familias en ese día. Muchas veces uno no sabe ni quién es la familia, no conoce, solo le llega por encargo, pero uno vive la alegría de que pudo hacer algo por alguien, de que pudo tener ese gesto.
Esto es a lo que nos invita Jesús. Justamente, la humildad es descubrir que yo puedo ayudar a los otros, que yo me puedo preocupar por el otro; y esta es la invitación de Jesús. Esto es lo que pasa en estas dos lecturas que hoy escuchamos. En la primera lectura, Dios les da durísimo a los sacerdotes porque no se preocupan por el pueblo, porque no escuchan al pueblo, porque no se ponen al servicio del pueblo, porque ejercen la autoridad no buscando servir y ayudar, sino buscando el propio interés. Entonces dice “eso no es el servidor y el ministerio que yo quiero; yo busco que, desde el lugar que te toca y cuanto mayor es el poder que uno tiene, más se pongan al servicio de los demás, más vea cómo uno puede ayudar al otro”. Esto que sucede en la primera lectura sucede también en el Evangelio: Jesús sigue enojado, como venimos escuchando hace rato, con los fariseos, con los escribas, con los sumos sacerdotes, con los saduceos, con todos los que tenían un poder político y eclesial en esa época; por eso les dice “ustedes atan pesadas cargas por los demás y no hacen nada”, tan duro es que dice “no las mueven ni siquiera con el dedo; les dicen a los otros lo que tienen que hacer y ustedes no dan el ejemplo, no dan el testimonio” y su invitación es “primero hagan, y después hablen; y háganlo con humildad y sencillez, no solo no hacen sino que lo que quieren es figurar, quieren que los otros los vean, quieren tener un lugar de poder”. ¿Cuánto nos revelamos nosotros cuando vemos que esto sucede en nuestra sociedad? En cualquier lugar de nuestras instituciones: políticas, deportivas, eclesiales, religiosas… no nos gusta que pase eso. Pero creo que siempre, antes que nada, lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos “¿qué es lo que yo estoy haciendo?”; si yo estuviese hoy cara a cara con Jesús, ¿qué es lo que Jesús me diría? ¿Me pongo al servicio de los demás?, ¿vivo con sencillez y humildad lo que Él me pide?, ¿busco cómo poder ayudar, cómo hacer puentes los unos por los otros? Porque ese es el camino.
Tal vez esto que Pablo dice en la segunda lectura: “tanto los amábamos, tanto los queríamos, que queríamos hacer todo por ustedes”. Y, en general, esto es fruto del amor. El domingo pasado escuchamos cómo Jesús nos decía que lo más importante de la ley era amar: amar a Dios y amar al otro, y eso era semejante. Por eso hoy escuchamos cómo estos dos gestos, la humildad y la sencillez, surgen del que ama. El que ama se preocupa por el otro, el que ama busca cómo ayudar al otro, cómo hacer que la vida del otro sea más plena, y eso es el verdadero amor: el que siempre, de alguna manera, se pone al servicio del otro, se preocupa y se entrega. Esa es la invitación para cada uno de nosotros. Como hablábamos el domingo pasado, ¿cómo, desde nuestro lugar, podemos dar testimonio?, ¿cómo, desde nuestro lugar, podemos ser un ejemplo para los demás?
Para poner un ejemplo: en algunos de los colegios que pasé antes de estar por acá, alguna vez me ha tocado hablar con algunos de los padres por algunas cosas que, como todos, los chicos a veces hacen, macanas que se mandan en los colegios; y a veces, cuando el papá llegaba y me decía algunas cosas, yo me decía a mí mismo “con razón tal hijo”. Y, lamentablemente, lo digo en serio; es más, yo pensaba “bastante bien salió”, sin ánimo de ofender, porque me preguntaba cómo uno puede dar ese ejemplo. Es como decirle a un chico que no grite y le gritás todo el día; el chico va a gritar después, no nos preguntemos por qué… En ese ámbito, desde lo más esencial, y por eso pongo un ejemplo familiar, porque es lo que nos toca todos los días, deberíamos preguntarnos ¿cuál es el testimonio que, desde mi lugar, yo doy en mi familia? Como padre, como madre, como hijo, como hermano… ¿de qué manera yo busco, con sencillez y humildad, ayudar en ese lugar? Y nos pregunto a nosotros lo mismo; tal vez desde mi lugar de sacerdote, de pastor, de acompañante, ¿qué ejemplo doy a mi comunidad?, ¿cómo la guío para que pueda seguir a Jesús?, ¿cómo intento transmitir esos valores y encarnarlos y vivirlos en mi vida?, ¿qué es lo que Jesús me diría a mí? Esperemos que no sea tan duro como lo es en el Evangelio con los sacerdotes. ¿Cómo encarno lo que Él me pide vivir? Y eso es lo que nos podemos preguntar cada uno de nosotros para el rol que tenemos: ¿de qué manera encarnamos estos valores del Evangelio? En este caso, ¿cómo nos ponemos primero al servicio de los demás? “¿Quieren ser los primeros?”, dice Jesús, “pónganse a servir”. Es facilísimo decirlo, no hacerlo; pero el camino de Jesús siempre fue DAR TESTIMONIO. Jesús primero amaba y después les decía “crezcan en el amor”; Jesús primero dio la vida, y después les dijo “ustedes den la vida”. Cuando Pedro se quiso apurar, y le dijo “Maestro, yo voy a dar la vida por Vos”, Jesús le dijo “todavía no, primero me toca a mí”. Porque primero tenía que dar el ejemplo. Él iba a dar la vida y después les iba a pedir a los discípulos que dieran la vida, y la iban a dar, pero viendo a quién tenían que seguir. Creo que lo mismo podemos hacer nosotros en cada una de nuestras cosas: primero dar testimonio, primero hablarnos a nosotros al corazón, decirnos esas palabras y ponerlas en obras y, recién ahí, cuando vemos que las vivimos, que las pudimos encarnar, sí decirles a los otros “esto es a lo que nos invita Jesús, estos son los valores que hay que vivir, esto es por donde se nos invita a caminar”.
Pidámosle a Pablo, a aquel que, mirando este ejemplo de Jesús, se animó a dar la vida por su comunidad y a guiarlos también en el camino de Jesús, que nosotros como cristianos también, aprendiendo de Jesús, crezcamos en la humildad, crezcamos en la sencillez, crezcamos en el amor y nos animemos a ser testigos de este amor de Dios.


LECTURAS:
* Mal. 1, 14b-2, 2b. 8-10
* Sal. 130, 1-3
* 1Tes. 1, 5b; 2, 7b-9. 13
* Mt. 23, 1-12

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