lunes, 17 de octubre de 2011

Homílía: "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" - domingo XXIX del Tiempo Ordinario

Hace poco salió una película que creo que caracteriza bastante la era en la que vivimos, “Habemus Papam”. Trata de que murió el Papa –así comienza, podría ser Juan Pablo II (lo que sucedió hace poco)– y tienen que elegir al nuevo Papa. Uno ve en el cónclave las caras de todos los cardenales y se nota que empiezan a sentir que ninguno quiere ser elegido. Hay una crisis de autoridad, de no querer asumir ciertas cargas y ciertos compromisos, entonces ninguno quiere elegir. Igualmente, la película no se detiene mucho ahí, y sale elegido el Cardenal Melville. Uno puede ver en él su cara de sorpresa, y al mismo tiempo de espanto y de pavor por lo que le acaba de suceder. Todos los demás cardenales, contentos (más que nada porque ellos no habían sido elegidos), lo preparan y lo visten para presentarlo, para que salga al balcón y, cuando el cardenal que lo estaba presentando dice “Habemus Papam” (del latín, “Tenemos Papa”), se escucha un grito desde adentro. Ahí todo se frena. Se ve el estupor de los cardenales, de la gente abajo que no entiende nada y el Papa que sale corriendo y dice “¡ayúdenme!”. Esto muestra esa crisis de no querer asumir todas las responsabilidades que le tocan: “tengo que conducir a millones de personas y no estoy preparado y no puedo hacer esto”; por otro lado, se ve la desolación de todos aquellos que esperan un líder espiritual, alguien que los guíe en ese camino.
Creo que esta película refleja de una manera bastante oportuna cómo somos hoy como sociedad, como mundo, en donde hay una crisis de autoridad, de líderes, de poder, que muchas veces no se quiere asumir, o que muchas veces se asume de manera autoritaria, de manera totalitarista. Y esto se nota no solo en los estados, donde de alguna manera alguien tiene que asumir –nos guste o no a los ciudadanos de los distintos países–, sino también en los distintos ámbitos. En la familia vemos muchas veces una crisis de autoridad por la cual no se sabe muy bien cómo educar, cómo llevar adelante; no se sabe lo que significa ser padre, lo que significa ser madre. Cuántas veces cuesta asumir esos roles, y todo lo que significa una educación en la que alentemos pero al mismo tiempo pongamos límites. Esto lo vemos también en los distintos ámbitos, como por ejemplo en los colegios, en donde muchas veces los docentes e incluso los directivos no saben cómo transmitir esa autoridad que tienen que tener de una manera servicial. Autoridad que no tiene por qué ser autoritaria, pero la han perdido por diversas razones y causas. Y así también sucede en casi todos los ámbitos de nuestra vida, de nuestra sociedad.
Es por eso que muchas veces se tiende a ir a los extremos. Como no sabemos cómo vivirlo, como no queremos llevar adelante esa tensión que conlleva el educar o el tener un cargo importante en cada uno de los lugares donde nos toque, tendemos a los extremos: o lo hacemos de una manera muy autoritaria sin importarnos los demás o casi que no queremos asumir las responsabilidades… nos toca, estamos, pero que las cosas fluyan para donde fluyan, no nos importa tanto. Sin embargo, eso no nos termina de poner contentos. A nadie le gusta que el otro ejerza su autoridad de una manera autoritaria sobre nosotros y sabemos también que no es sano que no haya una autoridad, alguien que muestre el camino, alguien que nos indique hacia dónde tenemos que ir.
En ese sentido encontramos esta pregunta que le hacen a Jesús porque, más allá de la clara trampa que le ponen –el mismo Evangelio lo dice y Jesús lo dice–, hay también una crisis de autoridad acá. En esa época, el Imperio Romano era el que dominaba de una manera completamente totalitarista y los distintos factores importantes de la sociedad habían tomado distintas posturas. Los herodianos eran los que se habían logrado acomodar con el poder romano entonces estaban a favor del impuesto, “hay que pagar el impuesto”. Los fariseos, que eran hombres más religiosos, decían “no, no se puede pagar el impuesto a un extranjero”. Sin embargo, cuando hay una causa en común, hasta los mayores enemigos se pueden unir. Esto es lo que sucede en el Evangelio, se ponen de acuerdo, se unen, porque no están de acuerdo con el modo en que Jesús ejerce esa autoridad. No les gusta esa manera que Jesús tiene de llegar a la gente, esa manera que Jesús tiene de llegar al corazón del pueblo de modo simple y servicial pero al mismo tiempo firme. No les gusta que haga ejercer su autoridad, no es lo que quieren. Es por eso que le tienden esta trampa, frente a la cual, ya sea que Jesús conteste “SÍ” o “NO”, cualquier respuesta hará que quede mal parado. Si dice que sí, el pueblo se va a enojar con Él porque la gente no estaba de acuerdo con pagar el impuesto a un pueblo opresor; si dice que no, lo van a acusar ante el César y será juzgado por sublevarse, por ser un subversivo. Sin embargo, cuando le hacemos preguntas a Jesús (de lo que creo que todos tenemos experiencia en el corazón), tenemos que tener cuidado porque muchas veces las respuestas de Jesús no van en el orden que uno espera, no van de la forma y de la manera que uno espera, no vienen por “sí” o por “no”. Y en este caso pasa a otro nivel. “¿De quién es esta moneda?” pregunta; le muestran la moneda, cuya figura era la de Tiberio (el Emperador de esa época), y Él responde “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y el Evangelio nos dice que siguen preguntando; seguramente, no habrán entendido qué es lo que Jesús les quiso decir. También muchas veces a nosotros nos cuesta entender qué es lo que Jesús ha dicho acá.
Hemos tendido muchas veces a separar la esfera de lo político y de lo religioso como si no tuvieran nada que ver, como si uno pudiera hacer una cosa en un lado y otra en el otro, como si fueran espacios totalmente distintos, y uno termina partiéndose. O los hemos unido de tal manera que el poder religioso se convirtió en un poder político, con todo lo bueno y con todo lo malo que eso tuvo. Sin embargo, Jesús nos invita a profundizar en esta frase y a descubrir de qué manera podemos vivir esto. ¿Por qué digo de que manera podemos vivirlo? Porque creo que, algo claro es que hoy tenemos también un mundo muy parecido al de Jesús, en el que muchas veces la esfera de lo político y la de lo religioso se presentan como contrarias. Muchas veces, añoramos con nostalgia lo que era la Cristiandad, cuando todo el mundo vivía los valores religiosos. Sin embargo, como dije antes, eso tuvo consecuencias positivas y también consecuencias negativas. Y esta no es la forma ni la manera en que Jesús nos invita a ejercer nuestra autoridad; sí nos invita a vivirlo de corazón, sí a transmitirlo, pero no nos propone el hecho de que la Iglesia vuelva a asumir esos cargos ni ese modo. Por eso nos invita a comprometernos, y a vivir esos valores, como CIUDADANOS. ¿Por qué digo parecido a la época de Jesús? Seguramente, a Jesús muchas de las leyes de esa época no le gustaban. Yo no creo que estuviera de acuerdo, aunque no lo responda de esa manera, con pagar los impuestos, con que los pobres fueran oprimidos, con que hubiera una crucifixión, una pena de muerte… había muchas leyes que iban muy en contra de lo que Jesús creía. Sin embargo, su camino no fue el de la pelea ni el de la lucha violenta, sino que Él nos invita a dar testimonio de lo que creemos, “transmitan algo distinto”, y durante muchos siglos las personas se dedicaron a eso.
Hoy nos pasa lo mismo porque vivimos en un mundo plural, en el cual no siempre los valores cristianos se viven. Hemos descubierto que en nuestro país se han aprobado leyes que no siguen los valores cristianos, y muchas veces seguirán aprobándose leyes que no siguen los valores cristianos. Pero también tenemos que aprender que vivimos en un mundo plural donde nuestra voz es una voz más. Ahora, la pregunta es: ¿qué vamos a hacer frente a esto?, ¿de qué manera nos vamos a parar? ¿Solamente nos vamos a quejar cuando aparezca una ley con la que no estamos de acuerdo, o vamos a buscar desde nosotros, desde nuestras familias, desde nuestros valores, dar testimonio de lo que creemos, de lo que significa “dar a Dios lo que es de Dios”? Por ejemplo, priorizando la vida: ¿de qué manera buscamos, día a día, valorar la vida?, ¿de qué manera buscamos transmitirla en nuestras familias, en nuestros hogares, en nuestros trabajos? Porque no basta solamente con salir con una bandera en un momento en el que no estamos de acuerdo, sino que tenemos que pensar, de modo mucho más profundo, cómo lo transmitimos a los demás, de qué manera valoramos esto, si vivimos la alegría de lo que significa vivir una vida más plena, cómo buscamos que los demás también puedan acceder a eso y cómo hacemos para que esto contagie al resto.
Jesús nos invita a encarnar los valores en lo profundo del corazón y a vivirlos día a día, asumiendo lo que nos toca en cada lugar y dando testimonio de aquello que creemos. Esto es lo que le agradece Pablo a su comunidad: “Ustedes viven la fe, viven la esperanza y viven la caridad”. ¿Cómo la viven? En primer lugar, mostrándolo con obras, mostrando lo que significa ser cristianos, que los demás lo vean, que los demás vean ese ejemplo. En segundo lugar, cansándose, hasta fatigándose, de tener que hacer eso, de tener que vivirlo de esa manera. En tercer lugar, dice Pablo, manteniéndose firmes en lo que creen, animándose –más allá de las consecuencias que eso trae– a vivir el Evangelio desde el corazón.
Y creo que esa es la invitación para todos nosotros: aprender a encarnar, en el mundo, lo que Jesús nos pide. Lo que pasa es que esto es una tensión. Para nosotros es mucho más fácil que nos den una seguridad, que nos digan en dónde estamos parados y que muchas veces los otros hagan por nosotros lo que tenemos que hacer. Es mucho más fácil vivir en un mundo en donde todo es cristiano y en donde todos viven de la misma manera, en donde yo no tengo que confrontar con el otro, en donde el testimonio sale casi de manera natural – si es que sale, porque no siempre salió así; y es mucho más difícil cuando esa seguridad no la tengo, cuando no tengo ese piso. Sin embargo, creo que acá la pregunta es dónde cada uno de nosotros pone la seguridad. Si la ponemos en un mundo que nos pone un piso fácil para nosotros o si sentimos que nuestra roca firme es Jesús, que aquel que nos sostiene -aun en los momentos difíciles de la vida– es Él, que aquel que nos invita a vivirlo de corazón y a seguir su camino es aquel que lo mostró, el que lo vivió hasta dar la vida.
Abrámosle entonces el corazón a Jesús; animémonos a darle a Dios y a devolverle todo lo que día a día nos da, dando también nosotros testimonio de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad.

LECTURAS:
* Is. 45, 1. 4-6
* Sal. 95, 1.3-5. 7-10ac
* 1Tes. 1,1-5b
* Mt. 22, 15-21

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