lunes, 24 de octubre de 2011

Homilía: "Amar a Dios y amar al prójimo están al mismo nivel" - domingo XXX del Tiempo Ordinario

La película “Diario de una Pasión”, uno de esos tipos de películas que les gustan más a las mujeres, comienza con la imagen de un hombre ya mayor que está en un hogar de ancianos y que, mientras camina, va recordando y hablando, en voz en off, y diciendo que él no es una persona especial sino que es una persona corriente, con pensamientos corrientes, con una manera de vivir corriente. Y que, cuando muera, no se le va a hacer ningún monumento ni su nombre será recordado por generaciones y generaciones. Sin embargo, dice él, “puedo estar contento y feliz porque, como muchas otras personas, he podido amar con todo el corazón y con toda mi vida a una persona, y eso para mí es suficiente”. A partir de ahí, comienza a desarrollar su vida y a contar un poquito sobre su historia.
Pensaba cómo, en esa frase tan sencilla, resume el deseo que cada uno de nosotros tiene en el corazón: APRENDER A AMAR, crecer en nuestra vida en ese deseo profundo que tenemos que es amar a otros y sentir ese amor de los demás. Esto es tan importante que influye profundamente en nuestro ánimo. Cuando nos sentimos queridos y amados, generalmente estamos de mucho mejor ánimo, tratamos mucho mejor a la gente; lo mismo sucede cuando podemos amar verdaderamente. Pero, cuando esto nos falta, sentimos que hay una tristeza, hay algo que no cierra, los vínculos nos cuestan mucho más y también nos cuestan mucho más las cosas que hacemos. Es por eso que todos descubrimos lo central que es amar. Sin embargo, una cosa es descubrir lo central y lo esencial que es y otra cosa es poder vivir el amor, poder expresarlo, poder hacerlo una realidad. Porque, sobre todo a medida que uno va creciendo y la vida se va haciendo cada vez más compleja, muchas veces ese deseo profundo que uno tiene se va mezclando con otras cosas detrás de las cuales corremos, nos desgastamos, nos cansamos (a veces necesarias e importantes, pero no esenciales).
Creo que una de las razones por la cual en el mundo de hoy se vive muchas veces una insatisfacción muy grande es justamente porque dejamos de lado lo central y lo esencial, y corremos detrás de cosas que tal vez en el momento nos alegran, nos ponen contentos, pero que son esporádicas, que pasan de largo, y esa insatisfacción vuelve al corazón. A veces corremos detrás de cosas materiales; a veces, detrás de distintos proyectos; a veces, detrás de ansias de poder, o de distintas cosas que en algún momento pueden traer una satisfacción, pero no perdura, no queda en el corazón. ¿Por qué? Porque no es lo central, porque no es lo esencial. Y por eso la vida nos llama, nos grita, nos pide que aprendamos a amar, que aprendamos a querer, y nos va pidiendo que podamos expresarlo.
Por todo esto, cuando a Jesús le preguntan cuál es el mandamiento principal de la ley, qué es lo más importante que está escrito en ella, Él vuelve a este deseo tan profundo de cada hombre y de cada mujer. ¿Qué es lo central? “Amar”, dice Jesús. Y no dice nada nuevo, porque primero dice “el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas”, escrito en el quinto libro de la Biblia, el Deuteronomio, así que esto los judíos lo sabían hacía tiempo. Y sigue diciendo que “el segundo mandamiento es amar al prójimo como a ti mismo”, escrito en el Levítico, el cuarto libro de la Biblia. En definitiva, eran cosas que el Pueblo Judío venía viviendo, o sabía, desde hacía mucho tiempo; no es que Jesús inventa algo nuevo en esto, sino que, como decía antes, va a lo central y al núcleo de lo que Dios quiere transmitir. ¿Por qué? Porque en el mundo judío pasaba como nos pasa a nosotros: ellos pasaron de tener diez mandamientos a terminar teniendo más de seiscientas prescripciones y la gran pregunta era “¿qué es lo central y lo esencial que yo tengo que vivir?”. Como nos pasa a nosotros que, en algunos momentos, vemos que hay pocas cosas centrales y esenciales, pero hay momentos en donde eso se nos amplía y ahí nos preguntamos qué es lo más importante. Es más, a veces recién lo descubrimos cuando miramos para atrás, y uno piensa “uh, ¿por qué no le dediqué más tiempo a esto?, ¿por qué no viví esto?, ¿por qué no estuve más atento a esto que para mí era tan importante?”. Esto pasa porque nos vamos llenando de un montón de cosas.
Esto les pasaba a los judíos, y por eso Jesús va al núcleo: EL CENTRO ES EL AMOR, aquello que ustedes desean en el corazón, aquello que Dios desea en el corazón. Solamente trae una novedad, bastante profunda, que es que, para Él, el primer mandamiento y el segundo son semejantes, son lo mismo. Amar a Dios y amar al prójimo están al mismo nivel. Esta unión sí la hace Jesús: “si ustedes dicen que quieren amar a Dios, muéstrenlo también amando a su hermano”, “si ustedes dicen que aman a su hermano, también amen a Dios”, “recorran este camino, todo lo demás se vive desde acá, todo lo demás se centra en esto”. Es por eso que Jesús los invita a que vayan descubriendo y recorriendo este camino, animándose a hacer el bien.
Esto muchas veces es muy difícil de transmitir, que nos ha costado también a nosotros como Iglesia. De esas seiscientas y pico de prescripciones que tenía el Pueblo Judío, más de la mitad eran “NO”: no hay que hacer esto, no hay que hacer tal cosa. Esto que escuchamos en la primera lectura, del Libro del Éxodo, que Dios le pide al pueblo: no exploten, no opriman, no hagan tal cosa… Sin embargo, creo que si le preguntásemos a Jesús, Él diría “den un paso más; no es solamente no hacer una cosa, no es solamente no hacerle mal al otro sino buscar cómo le puedo hacer el bien, cómo lo puedo ayudar”.
Hace poco estaba comiendo en la casa de una familia y la familia me decía que ellos creían que la función del sacerdote era ayudar a construir puentes entre la gente… en un mundo tan desigual, en un país tan desigual socialmente, ayudar a que las personas de diferentes estratos, de diferentes condiciones sociales, nos podamos encontrar. Y yo decía “sí, creo que es una invitación a todo cristiano, no solamente a un sacerdote”. Y la pregunta que podemos hacernos es cómo intentamos vivir esto porque el mundo nos tiende a dividir cada vez más… cómo podemos estar más divididos, cómo podemos separarnos más. Y la invitación de Jesús es a pensar en cómo podemos hacer puentes y cómo nos podemos acercar al otro, no solo no molestarlo sino cómo comprometernos los unos con los otros, cómo poder dar un paso más, cómo poder crecer en ese camino… en el fondo, cómo lo amo al otro, de qué manera vivo esto.
Me acuerdo que un profesor de Teología nos decía que, cuando lleguemos al cielo (a donde esperamos llegar) y nos enfrentemos con Dios quien, gracias a Dios –valga la redundancia-, es misericordioso, iba a haber una especie de tribunal en el que, de un lado, iban a estar todos aquellos a los que amamos y que iban a decir que fuimos un signo de amor para que ellos se encontraran con Dios y, del otro lado, todos aquellos a quienes no amamos, a quienes no quisimos, y para quienes no fuimos un signo de amor para que ellos se encontraran con Dios. Espero que mi vida sea más de un lado que del otro; y creo que esto resume eso que Dios nos invita a preguntarnos: ¿de qué manera crecemos y vivimos este amor? Esta pregunta va a ser la pregunta que Él nos va a hacer cuando lleguemos a su presencia: ¿de qué manera testimoniamos esto?
Esto es por lo que Pablo le agradece a la comunidad en la segunda lectura, por el testimonio que ellos dan. “Me alegro porque ustedes, a pesar de las dificultades, lucharon y dieron testimonio y eso es obra del Espíritu Santo. El que ustedes, en esas condiciones, hayan podido dar testimonio de cristianos significa que dejaron que el Espíritu actúe en ustedes, significa que Dios actuó en ustedes. Y por eso son un ejemplo para los demás”. La pregunta es: ¿Pablo podría decir lo mismo de cada uno de nosotros?
Hoy, mientras cumplía con mi deber cívico en las elecciones y tenía que hacer cola (como varios de ustedes que habrán tenido que hacer cola), cada tanto había algún altercado, alguno que se enojaba un poquito más… y, dentro de las cosas en que pensaba, porque no tenía muchas opciones más que pensar, era pensar que, tal vez, estas personas, como tantas otras en otros lugares, son cristianas, están bautizadas. Ahora: enojarse por esto, ¿es dar testimonio de cristiano? Más allá de que me embole tener que estar haciendo 3 horas de cola, ¿es el testimonio al que Jesús me invita? Y esto era una pavada. En cosas más profundas, ¿damos el testimonio que Jesús nos propone? Creo que podría ser como una regla: cuando yo me enojo, me molesto, critico, hago tal cosa, ¿es lo que Jesús me está pidiendo; de esa manera, estoy amando? Y no hablamos de que no sea difícil, de que no traiga conflictos, de que a veces no vivamos injusticias, sino de si lo que estoy haciendo es ser un ejemplo; porque lo que le agradece Pablo a esa comunidad es que, a partir de ese ejemplo, otros pueden conocer a Jesús. ¿A partir de mi vida y de mi ejemplo, otros pueden conocer a Jesús? ¿Estoy amando como para ser un testimonio de Él en lo que me toca? Creo que esto es una medida para mirar en nuestra propia vida y aprender a descubrir.
Tal vez podemos pensar en esta frase de San Agustín –tan conocida para todos nosotros– que dice que “hay que odiar al pecado, pero hay que amar al pecador”. Eso es lo que más nos cuesta a todos: descubrir que sí, que hay que hacer frente a las injusticias, a lo que está mal, intentar cambiarlo, reprocharlo, pero siempre tengo que amar a la persona. Tal vez en un país donde nos cuesta tanto creer en los políticos, podríamos preguntarnos hoy en este día: “¿yo intento amarlos, intento valorarlos?”, porque creo que estamos hundidos en esto más o menos. Y el camino al que nos invita Jesús es ese, y es difícil, pero es el camino de dar testimonio como cristianos. ¿De qué manera crezco yo?, ¿de qué manera me comprometo? Porque eso es lo que les preguntó Jesús. No les preguntó si iban a misa, si rezaban; les preguntó: “¿aman?, ¿aman de verdad a los demás? Ese es el testimonio que quiero que den”. Testimonio que se manifiesta en un montón de otras cosas; y también en la manera en que vivo mi fe. Pero lo más importante es la manera en que la transmito a los demás.
Esa es la invitación que Jesús nos hace a todos nosotros: que abramos el corazón a ese amor, y a que lo vivamos en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestros colegios, en nuestro país, en lo que nos toca… ¿De qué manera somos un signo de Jesús?
Pidámosle, entonces, hoy a Pablo, aquel que dio testimonio en su comunidad, aquel que se alegró por el testimonio que su comunidad daba, que nos ayude a nosotros a ser una verdadera comunidad de cristianos, a crecer en ese vínculo del amor para ser un ejemplo para los demás y a que, día a día en lo que nos toca, en cada uno de nuestros lugares, nos animemos a manifestar y a vivir ese amor.

LECTURAS:
* Éx. 22, 20-26
* Sal. 17, 2-4. 47. 51ab
* 1Tes. 1,5c-10
* Mt. 22, 34-40

No hay comentarios:

Publicar un comentario