lunes, 3 de octubre de 2011

Homilía: "¿De qué manera trabajamos y cuidamos esta viña? " - domingo XXVII del Tiempo Ordinario

En la película “Agua para Elefantes”, que se sitúa en la Gran Depresión de Estados Unidos, Jacob estudiaba para ser veterinario; sin embargo, mientras está dando su último examen para recibirse, lo llaman y le avisan que fallecieron sus padres. Él se encuentra solo; de pronto se da cuenta de que sus padres no tenían nada de todo lo que él creía que tenían. No puede terminar su carrera y se va. No sabe qué hacer hasta que, de casualidad, se sube a un tren que resulta ser de uno de los circos más famosos de la época, y comienza a trabajar ahí. Los del circo se terminan dando cuenta de que Jacob es veterinario y August, el dueño del circo, lo invita a que le dé una mano. Lo lleva a ver el caballo, que era la atracción principal, a cargo de Marlena (la mujer de August), de quien Jacob de a poquito se estaba enamorando. Al revisar el caballo, Jacob se da cuenta de que este está muy grave, que ya no hay nada que hacer y le dice a August que le quedan uno o dos días para que fallezca, que ya estaba con mucho dolor y que lo mejor que se podía hacer por el caballo era ponerlo a dormir, en palabras más claras, matarlo. El dueño del circo se va con Jacob caminando y le da una lección, le dice: “mirá, muy lindo todo lo que me decís pero acá el que decido soy yo. El circo es mío y el show debe seguir; así que prepará el caballo, más allá de tu corazón noble, de lo que vos creés que hay que hacer. A veces hay que pagar con sudor, lágrimas, trabajo… andá, prepará el caballo que es la atracción, que va a ser bueno, hasta que le de la vida.” Sin embargo, Jacob va a donde está el caballo con esta chica, empieza a ver que el caballo está con mucho sufrimiento y dice “no, a este caballo hay que matarlo, no puede seguir más”; Marlena le dice “si lo matás, va a ser lo último que hagas acá” y Jacob le responde “pero yo soy el veterinario, yo decido”. Así que va, toma una pistola y termina matando al caballo. Entonces, Marlena le dice “muy lindo, muy noble lo tuyo, aunque haya sido lo último que hagas acá”.


Pensaba que en la vida se juegan esas decisiones que uno muchas veces tiene que tomar. Quizá lo más cómodo para él era decir “ya está, a mí me dijeron esto; yo soy un empleado, este es mi trabajo, esta decisión le corresponde a otro… yo sigo la corriente, sigo por donde las cosas van, más allá de lo que creo y pienso, que es que a este caballo hay que matarlo, por él, para hacerle un favor. No hago lugar a lo que mi corazón me dice que está bien, a lo que yo creo y pienso.” Sin embargo, no hace eso y se la juega sabiendo las consecuencias que eso puede tener en su vida, pero con una convicción: “esto es lo que yo creo, y esto es por lo que yo me quiero jugar. Esto es lo que está bien, esto es lo que tengo que hacer.” Porque todo en la vida tiene consecuencias, jugarse tiene consecuencias y no jugarse también tiene consecuencias. Tomar decisiones, o no tomarlas, tiene consecuencias. La única pregunta es ¿dentro de cuál voy a morir? o ¿dentro de cuál yo voy a aceptar esas consecuencias? con lo que yo creo y estoy convencido o si con lo que la corriente me va llevando, más allá de que me equivoque o no. Y esto en la vida sucede muchas veces. Sucede en cualquier vínculo, en las amistades. Tomar decisiones o no, decidir qué es lo que creo o no, va a tener consecuencias – a veces con mis amigos, a veces en mí mismo, a veces en nuestra amistad. No es que no pasa nada. Tiene consecuencias en mí mismo porque muchas veces hago cosas en las que no creo, en las que no confío, de las que no estoy convencido; o tiene consecuencias porque, al decidir ciertas cosas que yo empiezo a creer, el otro no piensa de la misma manera, sentimos que nos alejamos… pero cualquiera de las dos va a tener una consecuencia. La única pregunta es cuál elijo yo. También en una pareja, en un noviazgo, en un matrimonio, en una familia, en una comunidad, en la Iglesia. Las decisiones que vayamos tomando a lo largo del camino son las que harán que veamos cuáles son los frutos que eso dará y cuáles son las consecuencias que eso traerá, y siempre desde nuestra libertad y desde nuestra opción. Sin embargo, muchas veces creemos que es mejor dejar las cosas correr, dejarlas fluir, pero eso no termina de hacer que nosotros podamos crecer y madurar. No es que crece el que menos se equivoca, sino que eso es una consecuencia de ir tomando opciones a lo largo de la vida y de hacerme cargo de las opciones que yo voy tomando.

Un ejemplo de esto es este Evangelio que nosotros escuchamos hoy, en el que Jesús nos habla de un propietario que tiene una viña. Por tercer domingo consecutivo escuchamos que hay una viña de por medio; es tan central este lugar, la viña –en toda la Biblia, no solo en el Nuevo Testamento– que es el lugar donde en general tanto los profetas, los escritores del Antiguo Testamento, como Jesús, utilizan como ejemplo. Los viñedos eran tan importantes en la antigüedad porque eran aquello que podía dar fruto, eran algo tan central, todo el mundo conocía lo que se hacía ahí: el trabajo que llevaba, lo que había que cuidarlo, la cantidad de gente que estaba involucrada en esto… por eso lo toman continuamente como ejemplo. Y Jesús dice que había un hombre que plantó una viña, la trabajó, hizo un lagar, hizo una torre, es decir, se ocupó de que la viña estuviera lista y, a partir de ahí, la alquiló a unas personas que lo que tenían que hacer era asegurarse de que diera frutos. Suponemos que la viña dio frutos, aunque no lo diga, porque este hombre que se va, y que les da libertad para trabajar, empieza a mandar gente para que busque aquello que la viña dio. Y estos hombres, desde su libertad, eligen no darlo; maltratan y matan a los primeros que envía este hombre, vuelven a hacer lo mismo con la segunda tanda de gente que va a buscar aquello que al dueño le correspondía y esta persona, desde su bondad, dice “enviaré a mi hijo, por lo menos a él lo van a respetar”. Sin embargo, dice que a su hijo también lo mataron pensando que, de esa manera, ellos se iban a quedar con la viña, que ellos se podían hacer cargo de ese lugar aunque no fuera de ellos, aunque las reglas no las pusieran ellos. Ellos hacen su opción, ellos hacen su elección. Y creo que esta parábola nos muestra en primer lugar dos cosas: primero, que la viña es de otro, que no es de ellos, que hay un dueño que es quien elige y que, de alguna manera, pone las reglas. Sin embargo, el hecho de que haya un dueño no significa que esos hombres no tengan libertad. El dueño se va y les dice “ahora la tienen que trabajar ustedes”, ni siquiera controla, no está viendo lo que pasa, solo manda gente a buscar lo que a él le corresponde. Y esto en la vida nos sucede a menudo: hay gente que tiene la responsabilidad en distintas cosas y que, de alguna manera, pone las reglas y establece cómo se vive. En una casa, por ejemplo, nos guste o no, nuestros padres son los que ponen las reglas; acá, en la Catedral, el párroco es quien pone las reglas, o el Obispo en el Obispado, en una sociedad, en un trabajo… Yo puedo elegir si quiero estar acá o no, si quiero trabajar o no, pero no pongo las reglas. Sin embargo, eso no quita mi libertad.

Yo elijo y, según la manera de proceder mía y según la manera en que yo actúo, eso va a tener sus consecuencias. No es que no trae consecuencias. A veces dejamos que la cosa corra hasta que vemos cuáles son las consecuencias; y a veces son tan claras que, cuando uno hace una pregunta, la respuesta sale directa porque cuando Jesús les dice “¿qué hará este dueño, o qué debería hacer, con aquellos que hicieron esto?”, ellos responden “tiene que matar a esos miserables y dársela a otro” y Él les dice “bueno, les va a pasar a ustedes”. Es clarísimo, es duro pero clarísimo. Porque a veces cuando uno está de afuera las sabe todas. Cuando tenemos que aconsejar a los demás, sabemos qué es lo que el otro tiene que hacer; pero a veces no nos damos cuenta, estamos como embarrados hasta acá arriba y, cuando está todo involucrado (lo afectivo y la persona), tanto no nos damos cuenta, tanto no percibimos. Pero seguramente, si pudiésemos mirar las cosas desde arriba, nos pasaría como a estos hombres que responden “a ese hay que sacarle la viña, ellos no se pueden hacer más cargo”. Tal es así que la respuesta sobre la consecuencia que eso va a traer sobre ellos –es claro que Jesús les habla a los religiosos de la época–, el hecho de que la viña les será quitada, la dan ellos mismos. El juicio lo hacen ellos mismos. Y, sobre muchas de las cosas que nosotros hacemos, si mirásemos objetivamente, también podríamos dar los juicios. Es por eso que tenemos que animarnos a elegir y comprometernos con aquello que creemos, y a hacernos cargo de lo que eso traiga.


Jesús les está diciendo “esta viña es de mi Padre, y ustedes no hicieron lo que mi Padre les dijo que hicieran, ustedes no vivieron como mi Padre les pidió que vivieran; estos no son los valores que Él quiere para los que trabajan en esta viña”, por eso esa viña le fue quitada a ese pueblo y se le dio a la Iglesia. La gran pregunta es ¿QUÉ ES LO QUE JESÚS NOS DIRÍA A NOSOTROS?, ¿de qué manera trabajamos y cuidamos esta viña? Porque la gran tentación es creernos, como el pueblo de Israel, que nos podemos apropiar de esto y que podemos hacer lo que queramos; pero no es nuestra y Jesús nos va a preguntar lo mismo a nosotros (esperemos que no utilice esta parábola, esperemos que use algo más lindo). Pero es por eso que uno tiene que animarse a descubrir y elegir de qué manera vive porque eso siempre trae consecuencias.


Eso es lo que les pide Pablo a los cristianos de Filipos en la segunda lectura, “que los pensamientos de ustedes sean los justos, los buenos, los nobles, lo que ustedes aprendieron de Jesús, de lo que yo les pude dar testimonio”, porque, cuando uno da testimonio, eso se refleja en los demás, desde las cosas pequeñas. Y eso tiene muy largo alcance, o efecto.
¿Se acuerdan de que hace un tiempo, cuando volví del viaje que hice, les decía que una de las cosas más mágicas del viaje es cuando uno pasa por Asís? Hace unos días, unos amigos tuvieron la gracia de viajar y les dije que no podían dejar de pasar por ahí y, cuando volvieron, mi amigo me dijo “pasé por Asís, pero tengo algo que reprocharte: me hubieras dicho que me quedara más días porque estuve un día, como vos me dijiste, y la verdad que me encantó. Y no por conocerlo, Asís es muy chiquito, lo conocés en dos horas, sino por lo que una persona santa, como San Francisco, transformó ahí”. Pasó hace 800 años eso, o sí, no sé; sin embargo, eso tiene efectos, repercute en los otros… las buenas obras, y las cosas no tan buenas, desde lo pequeño, todo repercute en los otros. El viernes a la noche tuvimos una cena, en la que muchos ayudaron; y algunos de los jóvenes de acá mandaban mails agradeciendo. Algunos de ellos decían “no saben el ejemplo que fue, para muchos de los que estaban contratados, el testimonio de ver que tantos jóvenes ayudaban, ver que tantos jóvenes estaban de buena humor haciendo un servicio, algo pequeño, pero algo grande”. Y, en cada cosa que hacemos, se juega eso. Es una elección; es preguntarnos en qué queremos que nuestra vida de frutos para los demás, qué queremos dejar para los demás, qué queremos transformar con nuestra propia vida. Llegarán momentos que serán más difíciles, por eso Pablo nos dice “no se angustien, ahí recurran a la oración, recen, pongan su vida en Dios”. Pero, para poner nuestra vida en Dios en ese momento, tenemos que ponerla desde antes, tenemos que ir transformando nuestro corazón a imagen de Él.


Pidámosle a Jesús que también nosotros podamos elegir estar en su viña, podamos vivir y trabajar con Él y podamos dar testimonio de esos valores que Él nos invita a vivir.



LECTURAS:
* Is. 5, 1-7
* Sal. 79, 9. 12-16. 19-20
* Flp. 4, 6-9
* Mt. 21, 33-46

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