viernes, 25 de noviembre de 2011

Homilía: "Multiplicar nuestros talentos" - domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

Hay una película que salió hace muy poquito que se llama “Gigantes de Acero”, en la que Hugh Jackman hace de Charlie Kenton, un boxeador venido a menos porque el boxeo cambió y ya no boxean las personas sino que son gigantes de acero, robots para ser más claro, los que pelean. La vida de Charlie viene en picada, cayendo cada vez más, cuando se entera de que la mujer con la que había tenido un hijo ha muerto y tiene que ir a un tribunal a ver el tema de la custodia de su hijo a quien él prácticamente nunca vio ni conoció. Después de una serie de ganancias, podríamos decir, que el saca, respecto de si tener a su hijo durante un tiempo antes de dárselo a los abuelos maternos, comienza la relación con este hijo, Max, de quien Charlie mucho no conoce. El hijo tampoco sabe mucho de su padre, por lo que se da una relación un poco tirante. En algún momento, Charlie empieza a querer descubrir por dónde entrarle a Max, pero descubre que ese vínculo, esa relación, es muy difícil y no encuentra qué es lo que su hijo está buscando en él. Entonces, Charlie habla con Bailey (su amiga, novia,…) y le dice que no sabe qué hacer con su hijo porque no sabe qué es lo que Max espera de él, a lo que ella le dice “lo único que espera tu hijo de vos es que vos pelees por él, que vos luches por él, nada más y nada menos”. Eso a él le mueve un poco la estantería porque venía pensando en qué quería, en qué le podía dar, y ella solamente le dice que pelee con el corazón por lo que Max es en su vida, por lo que significa en su vida.
Esto es lo que, en realidad, cada uno de nosotros también desea de los demás, sobre todo, de las personas que queremos y que amamos: que luchen por nosotros, que peleen por nosotros, de alguna manera que peleen por defender ese amor y ese vínculo que hemos hecho, que hemos creado a lo largo de la vida. Algunos de los vínculos ya vienen dados, a otros los hemos ido alimentando y haciendo crecer a lo largo del tiempo; pero, en el fondo, buscamos lo mismo y cuando nos cuesta más no es cuando el otro se equivoca o no, ya que eso es parte de la vida, sino cuando vemos que el otro va bajando los brazos, cuando vemos que el otro deja de pelear por lo mismo que nosotros peleamos, cuando deja de tener el mismo objetivo. Esto pasa en la amistad, cuando uno empieza a sentir que se distancia porque empezamos a tener objetivos diferentes y ya no peleamos ni luchamos por lo mismo, ya no nos importa estar tanto tiempo con el otro, o al otro no le importa estar tanto tiempo con nosotros… Lo mismo sucede en algunos vínculos aún mucho más profundos: en una paternidad, en una filiación, en un vínculo de noviazgo o de matrimonio cuando uno ve que el otro se va distanciando, que el otro de alguna manera no sigue caminando en ese amor sino que va bajando los brazos. Y a veces tendría ganas casi de cachetearlo y de decirle “hacé algo” (como cuando a veces los padres les dicen a los hijos adolescentes, cuando están tirados todo el día, “hacé algo”); ya no importa si es bueno o malo, pero queremos que el otro se mueva, que entre en acción, que se ponga en camino. Porque, cuando uno ve que el otro va bajando los brazos, siente que algo importante en el corazón se va apagando.
Ahora, para poder caminar detrás de algo, yo tengo que descubrir qué es lo que hay ahí, cuál es ese deseo profundo, cuál es ese don que está en luchar o en pelear por eso, o en vivir eso. Pero, y como muchas veces hemos hablado, antes tengo que descubrir, en primer lugar, que tengo dones y que tengo talentos; y no solamente que tengo dones y talentos, sino que los tengo que poner en práctica. Por poner un ejemplo simple: si uno es muy bueno pintando, ¿cómo va a darse cuenta de que es muy bueno pintando? Si pinta, no hay otra manera. No lo puedo saber porque me cayó del cielo “soy buen pintor”, sino porque empecé a poner en práctica esto. Tengo que ponerme en camino, tengo que animarme, y tengo que descubrir si eso es justamente lo que llena mi corazón… desde una profesión hasta una virtud, como puede ser el servicio, como puede ser el ayudar. ¿Cómo puedo saber si el ayudar a mí me gusta o no si jamás muevo un plato ni ayudo a alguien ni me pongo al servicio de los demás? Y no sólo eso, sino que también tengo que ver qué es lo que eso que yo hago genera en el otro, qué es lo que se corresponde cuando uno pone un gesto y un signo.
Es por eso que, en primer lugar, tenemos que aprender a descubrir esos talentos y esos dones que Dios nos da a cada uno de nosotros. Como muchas veces hemos hablado, ¡cuánto nos cuesta descubrir lo bueno que Dios puso en nosotros! En un mundo que cada vez nos exige más, en un mundo donde parece que lo único que sirve a veces es lo que es perfecto, nosotros muchas veces creemos que no tenemos nada para dar a los demás y en nuestra propia vida. Lo primero que busca Jesús con esta parábola es despertarnos, decirnos “fíjense, hay un señor que a muchos, o a estos tres hombres, les dio dones, les dio talentos, les dio algo porque confió en ellos, porque creyó en ellos”. De la misma manera, porque confía en nosotros y porque cree en cada uno de nosotros, nos da talentos, nos da dones. ¿Para qué? Para que nos animemos a reproducirlos, para que nos animemos a hacerlos crecer. Cuando uno le da algo bueno a otro, por ejemplo podemos partir de algo simple como un regalo, no es para que uno no haga nada con eso. Casi como me pusieron hace poco en un mensajito: “no se regala lo que se regala”. Con esta típica frase se evidencia que uno no está esperando que el otro regale lo que se le dio; no buscamos eso, sino que buscamos que el otro aproveche, le guste y use aquello que uno le dio. Y no solo en lo material, sino en cosas mucho más profundas que uno día a día va haciendo por el otro.
Es por eso que, en primer lugar, en esta parábola, uno entiende lo que pasa con el último hombre porque los dos primeros utilizan todo aquello que se les dio (los cinco talentos y los dos talentos); pero el tercer hombre no usó ese talento, no lo utilizó, sino que lo dejó ahí y lo enterró. Sin embargo, uno se sorprende con el final de la parábola porque, cuando uno escucha que el hombre le quitó ese talento y se lo dio a otro, uno se pregunta si es para tanto, o si no es demasiado el final que dice “allí habrá llanto y rechinar de dientes”; pero, si uno mira con atención el cierre, a cada uno de estos tres hombres se los trató de la manera en que ellos esperaban y querían. Los dos primeros dicen “acá está esto que se me confió, acá está esto que se me dio” y, como sintieron esa confianza, como descubrieron ese vínculo con ese señor, se animaron a utilizarlos, se animaron a, sostenidos por aquello que sabían que el otro había depositado en ellos, reproducirlo, ponerlo al servicio. Sin embargo, si miramos con atención, el último casi da su propia condena al decir “tuve miedo”; en vez de decir “este hombre que confió en mí”, como dice el principio del relato, dice “tuve miedo de ti, así que aquí tienes lo que es tuyo”. Este tercer hombre nunca pudo descubrir ese don que el señor le había dado, nunca pudo descubrir que el señor había confiado en él y que había depositado en él este talento por eso casi como que dice “en esto yo no tengo parte, en esto yo no tengo nada que ver”; y es ahí cuando, de alguna manera, él da su propia condena. Se parece a algún otro pasaje del Evangelio, en donde se dice que “con la vara que uno mida, será juzgado”, de la manera que uno se relacione.
En nuestro caso, esto también pasa en nuestro vínculo con Dios: ¿de qué manera miramos a Dios?, ¿desde qué lugar nos relacionamos con El?, ¿confiamos y descubrimos todo lo que Dios puso en nuestra vida?, ¿confiamos y descubrimos todo lo que Dios pone en la vida de los demás? ¿Nos animamos a reconocerlo, a decírselo?, ¿cuántas veces sentimos que todo en la vida son exigencias, que siempre el otro está demandando?, ¿nos animamos a romper esa cadena, a decir “yo busco ser el que cambia las cosas acá, yo busco ser el primero que empieza a reconocer en el otro lo bueno que hay”? ¿Para qué? Para que el otro se anime a hacerlo también. ¡Cuánta alegría nos da cuando nos reconocen algo, y con cuántas más ganas lo hacemos cuando vemos que aquello bueno que uno tiene le sirve al otro! Por eso, a veces en general esto nos es mucho más fácil afuera porque uno va un lugar nuevo y lo primero que hace el otro cuando uno tiene un gesto de servicio es agradecerle y por eso tenemos ganas de volver a hacerlo ya que pensamos que queremos volver a experimentar eso que vivimos de alegría y de gozo. Y queremos que otros vivan lo mismo, para nosotros volver a sentir eso en el corazón. ¿Acaso esto no se puede hacer en nuestros lugares, no se puede hacer en nuestros hogares, colegios, trabajos, comunidades? ¿No podemos ser nosotros ese signo de Dios para reproducir talentos?
En el fondo hay UN talento que es el central, del que Jesús viene hablando hace rato, que es el amor: cuando a uno lo aman, la respuesta que puede dar es amar; cuando a uno le dan amor, es para que uno, de alguna manera, continúe esa cadena. Y esa es la invitación: a crecer en la confianza, a creer en nosotros mismos, a creer en los demás, y a crecer en este amor.
Esto es lo que descubre Santiago y transmite en la segunda lectura: “ustedes, cuando vean que hay alguien que necesite de nosotros, díganselo; llamen a los sacerdotes para que vayan a donde estén los enfermos y recen por ellos, que los unjan”. Esto es lo que vamos hacer hoy acá, y es lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros: preocuparse y, en algún momento difícil, como puede ser la enfermedad, estar cerca de cada uno de nosotros. Pero la respuesta parte siempre de la confianza, “confíen en ese Jesús que aún aquí los acompaña, que aún aquí, en donde uno parece que se siente solo en medio del dolor y del sufrimiento, Él está con nosotros”.
Abrámosle entonces en esta noche el corazón a Jesús, miremos, animémonos a hacer un examen de conciencia descubriendo todos los dones y talentos que Dios puso en nosotros y animémonos a reproducirlos al servicio del Reino.

LECTURAS:
* Prov. 31, 10-13. 19-20. 30-31
* Sal. 127, 1-5
* Sant. 5, 13-16
* Mt. 25, 14-30

No hay comentarios:

Publicar un comentario