lunes, 12 de diciembre de 2011

Homilía: "Alguien que trae una luz distinta sobre nuestra existencia" - III domingo de Adviento

Hay una canción que canta Soledad, que creo que es de Alejandro Lerner, que dice:


HAY UNA LUZ, EN ALGÚN LUGAR,
ADONDE VAN LOS SUEÑOS DE LA HUMANIDAD
HAY UNA LUZ DENTRO DE TI
ADONDE ESTÁN LOS SUEÑOS QUE VAN A VENIR

PARA VOLVER A DESPERTAR
NO TE OLVIDES NUNCA
NUNCA DEJES DE SOÑAR
NUNCA DEJES DE SOÑAR

Podríamos decir que cuando nosotros encontramos, en medio de nuestra vida, un resquicio, una luz, algo que nos empieza a iluminar, es cuando descubrimos un sueño nuevo en el corazón, un deseo nuevo, algo nuevo que empieza a alegrarme la vida y me cambia. No tiene por qué ser una cosa grande, ni una cosa chiquita, no importa, sino un resquicio que muchas veces sale de la rutina, de lo normal, y que trae algo nuevo a mi corazón. Vivimos en una sociedad en donde muchas veces vamos perdiendo la capacidad de la sorpresa, la capacidad de la creatividad, la capacidad de la espontaneidad… y eso hace que muchas veces perdamos la capacidad de decir “acá hay algo nuevo, acá hay algo que está pasando, acá hay algo que está sucediendo”. Pero cuando tocamos esa magia de que algo nuevo sucede, de que hay un sueño que empieza, de que hay una luz que me invita a mirar de una manera distinta, eso nos da alegría en lo profundo de nuestro corazón.
Para poner un ejemplo muy simple: hace poco estaba cenando en lo de uno de mis mejores amigos y mi amigo le dijo a su hija más chiquita que me contara por qué estaba contenta, qué era lo que iban a hacer en esos días. Ella, con una cara llena de felicidad, me dijo “vamos a ir a tomar un helado”. Nada más que eso, algo muy simple, pero algo que ella veía que, en lo que hacía todos los días, esto alegraba su corazón. El poder compartir, en ese caso con su papá, ese proyecto, su proyecto, su plan, alegraba su corazón. Su sueño, aunque muy chiquito tal vez como su edad, no por eso deja de ser profundo.
Nosotros en la vida vamos buscando eso: vamos buscando sueños, deseos, algo que nos ilumine, algo que traiga una luz distinta sobre nuestra existencia. Y cuando lo conseguimos, nos alegramos. Desde los más chiquitos, hasta los más grandes, ¿cuántas veces vienen emocionados porque “va a pasar esto, tal cosa”, “quiero lograr esto”, “quiero buscar esto”, “esto es lo que quiero ser”? No importa lo que sea, pero el ponernos un objetivo, una meta, un ideal, casi hasta una utopía hacia delante, nos ayuda a caminar de una manera diferente. Porque ahí encontramos algo distinto; pero no solo cuando lo vemos desde nosotros, cuando encontramos eso dentro de nuestro corazón sino también cuando otro trae una luz distinta a nuestra vida, cuando otro viene y se hace presente.
Casi nos pasamos la vida esperando que alguien nos salve. No solo con respecto a nuestro país, que siempre estamos esperando que alguien venga y nos salve, sino también en otras cosas. Muchas veces los jóvenes en los exámenes, que están dando en estos días, esperan que una luz los ilumine. A mí me piden continuamente: “Padre, rezá por mí”; casi como que es un “mucho no estudié, pero…”. En definitiva, estamos siempre esperando que algo pase. También en los vínculos: cuando las relaciones no terminan de cerrar, buscamos alguien o algo que pueda salvar eso, de qué manera, de qué forma… Económicamente hablando, tal vez menos profundo, estamos esperando sacarnos la lotería, ganarnos el millón de pesos que hay en Susana para que eso cambie nuestra vida. Siempre buscamos algo que nos salve; y muchas veces nos perdemos los pequeños signos, o los profundos y grandes signos, en los cuales la vida nos va salvando día a día. Empezando por los demás. ¿Cuántas veces los demás alegran y salvan mi vida? Salvan mi día, me cambian mi estado de ánimo, mi humor; me alegran, me empujan hacia delante.
Y en este “que los demás salven mi vida” nosotros también celebramos y creemos que Jesús salva nuestra vida, que Jesús vino y nos salvó. Ahora, eso es lo que creemos, eso es lo que nos dijeron. A todos un día nos dijeron “Jesús te salvó”, pero ¿hemos hecho experiencia de eso en el corazón?, ¿tenemos experiencia de que Dios nos salva? Estamos cerca de celebrar la Navidad, ¿tenemos experiencia de que Dios viene a nosotros? Porque, cuando pasa algo así, cuando aparece –como dice la canción- una luz, un sueño diferente, en general eso se ve en distintos gestos o estados que empiezo a experimentar.
El primer estado es la alegría. Cuando sucede algo así, cuando algo cambia mi vida, yo estoy feliz, yo estoy alegre. Y puede ser que las cosas no anden bien pero, sin embargo, hay una alegría muy profunda que no me la pueden cambiar porque ya es un estado. No es que me dijeron un chiste y me reí un ratito para cambiar la cara, sino que hay algo más profundo que cambia mi corazón. Esto lo escuchamos en las tres lecturas de hoy. Isaías dice “desbordo de alegría” ¿en quién? En el Señor. ¿Por qué? Porque hay alguien que viene, que ha sido ungido, que va a traer algo nuevo; y esta certeza, este sueño, que yo tengo en el corazón, me alegra, me pone feliz. Pablo le dice a su comunidad “alégrense sin cesar”, es decir, “no paren de transmitir alegría”; ¿por qué? porque el Señor está con ustedes, Jesús está con ustedes. Entonces, alégrense, vivan felices, den gracias, recen. Por último, aunque no lo dice explícitamente, Juan el Bautista que dice “yo soy un testigo de la luz. Yo no soy ni el Mesías, ni el Profeta, no soy ese que están esperando; pero vivo de una manera nueva, que tanto llama la atención de los demás, porque hay alguien que viene, porque hay alguien que se hace presente… alguien al cual yo no soy ni siquiera digno de desatar la correa de sus sandalias”. Y cuando alguien viene a cambiar las cosas, a cambiar mi vida, eso me alegra, eso me hace feliz.
Es lo que siempre estamos buscando: que algo cambie las cosas, que alguien nos salve. Y cuando pensamos en que nos salven, deseamos que sea distinto, que sea diferente. La pregunta es ¿qué es que sea diferente? Porque, ni en la época de Isaías, ni en la época de Pablo, ni en la época de Juan cambiaron las condiciones económicas ni sociales… lo que cambió fue que vino alguien que cambió sus vidas, que cambió sus corazones. Y eso les dio alegría a ellos. En el fondo, pasó algo más profundo que el solo hecho de que cambien las cosas porque a veces las cosas alrededor pueden cambiar, pero no siempre cambia nuestra vida y no siempre cambia nuestro corazón. En ellos cambió algo profundo, cambió su corazón.
San Ignacio de Loyola –supongo que lo conocen, un santo de fines de la Edad Media, quien creó los retiros espirituales (esto que nosotros muchas veces hacemos de tener retiros de un mes, de silencio, si alguno se anima a hacerlo)– decía, cuando le preguntaban cómo saber si algo viene o no de Dios, que había signos para descubrir si algo era de Dios o no. Y decía que el primer signo para ver si algo viene de Dios, si estamos haciendo experiencia de Dios, es la alegría. Lo que estoy viviendo en el corazón me tiene que traer alegría.
Entonces, la primera cosa que podríamos mirar en nuestra vida es si en estos días el mirar a Jesús me trae alegría. Porque si me trae alegría, ahí sí verdaderamente estoy haciendo una experiencia de Dios; pero si no me trae alegría, es que estoy poniendo la fuerza, la esperanza, los sueños, en otro lugar, y no en Jesús. A veces hasta justificadamente porque muchas veces hay cosas difíciles, nos sorprenden cosas duras, cosas que no entendemos, que no comprendemos… sentimos como un corsé del cual no podemos salir, pero muchas veces miramos el corsé y no miramos a Jesús y, como no miramos a Jesús, no hay algo que pueda transformar nuestro corazón.
Creo que, siguiendo a San Ignacio, podemos volver a poner los ojos en Jesús y, si los ponemos verdaderamente en Él, primero nos va a traer alegría. En segundo lugar, va a iluminar nuestras vidas. Juan dice “yo no soy la luz; yo soy el testigo de la luz”; Juan tiene en claro que la luz es Jesús. ¿Por qué? Porque hizo experiencia de eso; porque si él durante su vida quiso hacer ver qué él era la luz, que él iluminaba todo, que él… en algún momento se dio cuenta de que eso no era así. Se dio cuenta de que no tenía todas las respuestas, que no siempre estaba feliz, y que el que traía una luz distinta a su vida era Jesús. Por eso se dejó iluminar por Él; por eso descubrió a partir de Él que él podía ser testigo de eso, que él podía transmitir esa luz que trae un sueño distinto a su vida. “Yo vengo a anunciar, vengo a preparar el camino. Esa es mi función”. Y a nosotros nos dice lo mismo: “dejémonos iluminar por Jesús; que Él sea esa luz, que Él sea ese sueño que tenemos”. Por último, Juan dice que él es una voz que grita en el desierto; él se da cuenta de que la Palabra de Vida es Jesús y que él lo que puede hacer es transmitir esa palabra que es Jesús, que es lo mejor que él puede hacer. Y esta también es una invitación para nosotros: a que escuchando su palabra, dejándonos interpelar por Él, también nos animemos a transmitirlo. Esta experiencia de que Jesús era su alegría, su luz y la Palabra que le daba Vida, era tan profunda para Juan que configura su vida, que lo hace ser quien es. Porque cuando le preguntan a Juan “¿quién eres?”, él dice “yo no soy el Mesías”; y le preguntan “¿sos Elías?” (como ustedes saben, Elías se fue, nunca más lo vieron) y él dice “no, no soy Elías”; “¿sos el Profeta, aquel que esperamos?”, “tampoco”, dice Jesús… “bueno, decinos quién sos” y él puede decir quién es cuando lo mira a Jesús: “yo soy el que le prepara el camino a Él, yo soy una voz que grita en el desierto… Yo no soy digno… yo bautizo con agua”. Juan descubre quién es mirando a Jesús, y eso es lo que alegra su corazón.
Creo que una dificultad que tenemos es que cuando nos preguntan quiénes somos, más allá de poder decir nuestro nombre, no sabemos qué más decir de nosotros. Si tuviéramos que describirnos un poquito, ¿qué decimos? Y no es tan fácil, nos cuesta a todos. Tal vez si, como Juan, nos animamos a mirar a Jesús, nos sea mucho más fácil explicar quién somos. Primero, porque nos sentimos queridos, nos sentimos amados, nos sentimos valorados. Segundo, porque nos sentimos salvados por Aquel que da Vida. Tercero, porque nos sentimos iluminados. Y como sentimos que, a partir de Él, nuestra vida cambia, que a partir de Él, nuestra vida cobra un nuevo sentido, nos animamos a caminar de una manera distinta.
En este tiempo caminando hacia la Navidad, dejémonos entonces iluminar por Jesús, dejémonos también habitar por su Palabra que nos habla al corazón y animémonos, como Juan, a ser testigos de Él.


LECTURAS:
* Is. 61, 1-2a. 10-11
* Lc. 1, 46-50. 53-54
* 1Tes. 5, 16-24
* Jn. 1, 6-8. 19-28

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